domingo, 15 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 23





Pedro estaba recostado en un sillón rosa contra una pared del salón de baile del Gatehouse.


Sobre él una lámpara de araña rosa se sacudía delicadamente al compás de la música. A su lado unas peonías rosas flotaban en un cuenco de cristal lleno de agua. Estaba bebiendo café en porcelana china de Royal Doulton. La boda de Elisa y Tim era el lugar para el color rosa.


Los discursos ya habían terminado, la tarta ya se había cortado, los invitados ya llevaban varias copas de champán y Time Warp sonaba por los altavoces.


La fiesta había comenzado de verdad.


Pero a él no le importaba mucho lo que los demás invitados estuvieran haciendo, solo había una a la que estaba buscando. Una que parecía habérsele escapado de las manos una docena de veces ese mismo día con la excusa de tener que cumplir con algún deber de dama de honor.


Time Warp terminó y la sexy batería de I Need you Tonight resonó por todas partes. Los bailarines más mayores salieron corriendo a por agua y sillas, mientras que los jóvenes comenzaron a bailar. Los jóvenes entre los que estaban incluidos la novia y una elegante morena con un vestido negro con la espalda al aire.


Tal vez Elisa había heredado las habilidades de su madre en la pista de baile, pero Pedro jamás llegaría a saberlo porque sus ojos no se apartaron de Paula ni un instante. O, más específicamente, no se apartaron del contoneo de sus caderas que nada tenía que ver ni con habilidad ni con clases y sí con una innata sensualidad. Con la imagen de una sedosa piel cuando la falda se abría y mostraba su pierna. Con el modo en que sacudía su larga melena con el mismo desenfreno que había mostrado en la cama.


Cada sensual movimiento le recordaba lo que era tenerla rodeándolo, cómo su cálida piel se rendía a sus caricias, cómo sonaba su nombre en sus labios mientras ella se derretía en sus brazos.


Alzó los brazos al aire. Tenía los ojos cerrados. Era absolutamente ajena a la manada de hombres que bailaban todo lo cerca que podían de ella sin que sus parejas se dieran cuenta.


Era como un cisne en un lago lleno de patos. No encajaba ahí, estaba por encima de toda esa gente y de ese lugar. 


Jamás se quedaría allí.


La había seguido y había boicoteado sus vacaciones para asegurarse de que volvía a Melbourne y ahora estaba seguro de que lo haría. Se había quedado para asegurarse de que Paula lo pasaría bien como modo de agradecerle su duro trabajo y ahora estaba más que seguro de que se divertiría. Si esas fueran las únicas razones por las que estaba allí, perfectamente podía dejarle un mensaje diciéndole que se marchaba e irse sin más.


Dejó el café en la mesa y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en las rodillas.


–Es de mala educación marcharse antes que los novios.


Pedro se giró y se encontró a la madre de Paula sentándose a su lado; parecía una visión color verde manzana. Si su intención había sido destacar en ese mar de rosa, lo había logrado.


–Os habéis superado, Virginia. Reconozco una producción con clase cuando la veo –extendió la mano para estrechársela y ella le dio una copa de cerveza. Alzó la suya a modo de brindis y se bebió la mitad de un trago.


Pedro dio un sorbo algo más conservador y a juzgar por la mirada de la mujer, tenía la sensación de que iba a tener que necesitar estar sobrio para lo que pudiera venir.


–Conozco a los hombres de tu clase.


–¿Y qué clase es esa?


–Eres un jugador, no eres de los que se quedan. Lo sé porque, a excepción de uno, me he visto atraída hacia hombres como tú durante toda mi vida.


–¿Y te preocupa?


Ella se quedó mirándolo; sus ojos eran de un color distinto al de su hija aunque tenían la misma intensidad.


–¿Preferirías que me marchara?


Virginia se rio.


–Por favor. ¿Te parezco una bravucona?


Pedro la miró. Parecía ser alguien que fuera a dar problemas, más que parecer la madre de la novia.


Pero también era la madre de Paula y, por eso, no le apetecía discutir con ella.


–En absoluto… –dijo al levantarse para marcharse.


Ella le puso una mano en la rodilla y lo obligó a sentarse.


–Me he fijado en cómo miras a mi hija.


Él no se molestó en responder a lo que claramente era una acusación, aunque sus ojos sí que se desviaron por un instante hacia la pista de baile. Paula había vuelto a desaparecer y él maldijo para sí.


–Elisa se parece mucho más a mí. Ha nadado entre tiburones para encontrar a su pececillo. ¿Y Paula? No tiene ni un pelo de astuta en su cuerpo. Juega limpio, se esfuerza al máximo y cree que eso la hará triunfar. En la vida, en el trabajo y en el amor. En eso es igual que su padre. Ve el bien en todo el mundo… incluso en esos que no se lo merecen.


–Si estás a punto de preguntarme por mis intenciones con respecto a Paula, te quedarás decepcionada. Soy una persona muy discreta y mis asuntos personales no quedan abiertos a discusión.


–¿Pedro?


Pedro alzó la mirada y se encontró a Paula junto a ellos.


Tenía la melena alborotada, las mejillas encendidas y estaba preciosa. Le subió la temperatura de la sangre diez grados solo con mirarla. Era la mujer que llevaba todo el día evitándolo.


Entonces vio su expresión de preocupación, como si hubiera captado la tensión que había entre su madre y él.


–¿Va todo bien?


–Fabulosamente. Siéntate –dijo Virginia–. Pedro estaba diciéndome que es la mejor boda a la que ha ido nunca, ¿verdad, Bradley?Pedro


–¿Y te ha dicho también que es la primera boda a la que va?


Virginia se rio como si fuera lo más gracioso que hubiera oído en su vida.


–No. La verdad es que ha sido muy reservado con muchas cosas, como por ejemplo sobre la relación que tenéis los dos.


–Vale, ya está –dijo Paula con impaciencia antes de agarrar a Pedro de la mano y levantarlo–. Vamos, jefe. Me apetece bailar.


–Querida –dijo Virginia–, solo quiero conocer a tus amigos.


–Déjalo ya, Virginia, lo digo en serio –lo agarró con más fuerza y se situó entre los dos, como diciéndole a su madre: 
«Si quieres algo con él, tendrás que pasar por encima de mí».


¡Qué mujer! Con lo pequeña que era y cómo lo protegía. No era de extrañar que se le diera tan bien absorber los millones de pequeños dramas que lo asaltaban cada día en el trabajo. 


Ella hacía su vida más fácil solo con su presencia y siempre lo había hecho. La agarró con fuerza; ya era hora de que alguien le absorbiera los dramas a ella, para variar.


–Ha sido un placer charlar contigo, Virginia –dijo Pedro.


–Pedro, espero que encuentres el momento adecuado para despedirte de mí como es debido.


–Haré lo que pueda.


Virginia asintió antes de girarse y llamar a otro invitado para que se tomara una copa con ella. Mientras, Paula llevaba a Pedro hasta la pista de baile.


–¿A qué ha venido todo eso?


–¿El qué?


Paula se limitó a sacudir la cabeza y a dejar que la música acabara con sus preocupaciones.


Y mientras la veía contonearse con el pelo alborotado y esos músculos tan sexys y hermosos de su espalda moviéndose al ritmo de la música y de sus caderas, se preguntó cómo demonios se le había pasado por la cabeza acortar ese fin de semana.


La tomó en sus brazos, deslizó una mano por su espalda y respiró hondo mientras ella temblaba ante sus caricias.


Un día más…










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