lunes, 16 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 26





El sol estaba empezando a lanzar su rosado brillo a través de los ventanales cuando Paula se puso los vaqueros, la camiseta, el poncho, las botas y se recogió el pelo en una cola de caballo para rápidamente lavarse la cara antes de salir de la suite de puntillas.


Necesitaba dar un paseo; dar un paseo y pensar. Y estaba claro que no pensaba bien cuando Pedro estaba tendido a su lado en la cama y desnudo.


Una vez abajo, cruzó la desierta zona de recepción y salió por las puertas principales donde la recibió una sacudida de aire frío que casi la hizo tambalearse. Sin embargo, esa mañana algo así era justo lo que necesitaba.


Fuera, el cielo era gris plateado y los pájaros estaban dormidos; el único sonido era el de la nieve cayendo suavemente desde los árboles. Parecía un sueño.


Estaba allí intentando asimilar lo sucedido ese fin de semana, creer que no era más que un maravilloso sueño y comprender que cuando se despertara a la mañana siguiente estaría bien y de vuelta al mundo real.


De pronto la vida real era algo que le resultaba extraño. Muy lejano. Algo que le daba miedo. Lo único que tenía que hacer para solucionarlo todo era convencer a Pedro de que se quedaran allí, para siempre. Pidiendo la comida al servicio de habitaciones, haciendo que otros les lavaran las sábanas y haciendo el amor continuamente. ¡Así de fácil!


No. No podía decírselo. ¿Cómo iba a hacerlo cuando él había dejado bien claro una y otra vez que no era un hombre de relaciones serias? Tal vez su pasado había sembrado ese comportamiento, pero él lo había cultivado a fondo desde entonces.


No podía decírselo y ver cómo la rechazaba porque no había nada peor que tener amor y no saber dónde ponerlo. 


Cuando su padre había muerto le había provocado un
dolor terrible, la había destrozado por dentro, y ella había ido vagando de un lado a otro como un perrito perdido durante meses. Años, incluso. Hasta que había encontrado su lugar, y se había encontrado a sí misma, en Melbourne. Lo mirara como lo mirara, ninguno de los dos tenía el pasado necesario para poder permitirse una relación a largo plazo.


Suspiró, se acurrucó contra su poncho y se puso en marcha de vuelta a la calidez del vestíbulo.


La recepción ya no estaba vacía. Una mujer con falda ajustada, medias estampadas, botas altas y un gorro y un chal a juego estaba junto al mostrador. Se giró al oír las puertas giratorias.


–Paula.


–Mamá –dijo instintivamente, en lugar de «Virginia». Sin embargo, la mujer ni se fijó, así que ella no se molestó en corregirse.


–¿Qué haces levantada tan temprano?


–Necesitaba dar un paseo y tomar un poco de aire fresco. ¿Y tú?


–Me voy a casa.


–Oh, ¿pero no te dijeron que tenías la habitación pagada un día más?


–Sí, pero no creo que a Elisa le apetezca bajar a la mañana siguiente de su boda y encontrarse a su madre en el desayuno, ¿no?


–No, no lo creo. Eres muy considerada.


Virginia se rio justo cuando un hombre volvió al mostrador con unos papeles que le entregó y ella le lanzó una sonrisa que lo hizo ruborizarse.


–Bueno, ¿y dónde está tu media naranja?


–Dormido.


Virginia se rio.


–Si yo fuera tú, haría que mi misión en la vida fuera estar a su lado cuando se despertara.


Paula tragó con dificultad. Si pudiera elegir, no habría otra cosa que pudiera querer más y deseó poder confiar en su madre y compartir lo que sentía con ella, pero su pasado se lo impidió y esbozando una sonrisa le respondió:
–No temas, ya voy para allá.


–Siempre has sido una chica lista y ahora resulta que también eres una organizadora de bodas fantástica. Ha sido un fin de semana divino.


–¿Sí, verdad?


–Sofisticado, divertido, y en resumen una fiesta que pasará a formar parte de la historia de este lugar. Y todo gracias a ti.


Paula intentó asimilar ese extraño momento porque no estaba nada acostumbrada a recibir alabanzas de su madre.


–Gracias.


–Ya tengo un montón de nombres y números de futuras novias y sus madres que reclaman tus servicios si decides cambiar de profesión y volver a casa.


Parecía que Virginia estaba hablando en serio y que parecía estar esperanzada, expectante… ¿De verdad le gustaría que se quedara?


Volver a casa. Cerca de Elisa. Cerca de donde creció. Estar en un lugar donde la gente se preocuparía por ella, donde podría trabajar para alguien que no la volvía loca en el trabajo y que no la hacía sentir loca de amor.


La tentación era tan fuerte que en ese momento llegó a abrumarla, pero pasó al instante. Si se quedaba, acabaría marchándose otra vez. Y además, desde la primera vez que se había marchado, había podido construirse una vida; no una vida perfecta, pero sí su propia vida.


–Gracias, mamá, pero estoy feliz donde estoy.


La esperanzada sonrisa de Virginia desapareció.


–Me alegro por ti. Cuando eras pequeña me preocupaba mucho verte siempre en las nubes, leyendo y siguiendo a papá como un cachorrillo. Cuando yo era joven quería ver el mundo, vivir en la ciudad y dedicarme al arte, ser alguien. No me malinterpretes; amaba a tu padre y jamás lamenté ninguna de las decisiones que tomé al elegirlo a él, pero no quería que vosotras os quedarais atrapadas aquí, en un pueblo pequeño sin encontrar la razón que yo encontré para quedarme. Lo único que quería era que encontrarais algo especial que os hiciera destacar para poder tener las oportunidades que yo nunca tuve.


Alargó la mano con la intención de colocarle a Paula un mechón de pelo detrás de la oreja, pero se detuvo y se giró hacia el mostrador para firmar la factura.


–Estoy muy orgullosa de que lo hayas logrado. De que seas feliz.


Y mientras allí estaba ella, en el vestíbulo y escuchando aturdida las agradables palabras de su madre.


Inmediatamente supo que había algo que tenía que aclarar.


–¿Mamá?


–¿Sí, querida?


–¿Puedo hacerte una pregunta… algo complicada?


–¿Alguna vez te has topado con una mujer más complicada que yo?


Bueno… no…


–Vale, allá va. Cuando te casaste con esos… tipos… ¿fue porque creías que los querías como quisiste a papá?


–No, para nada –respondió la mujer sin vacilar.


–Entonces, ¿por qué?


Virginia respiró hondo y la miró. Unas patas de gallo asomaban bajo sus preciosos ojos y demasiado maquillaje cubría su aún maravillosa piel.


–La verdad es que echo de menos lo que es sentirse amada y estoy dispuesta a aceptar y conformarme con lo que sea por sentir algo parecido.


¿Eso era a lo que recurría su preciosa madre? ¿A los restos de otros amantes? Paula la agarró del brazo.


–Tú vales mucho más que eso. Lo digo en serio, no puedes seguir conformándote con lo primero que encuentres. 
Encuentra a alguien que ames, alguien que te ame a ti. Y haz lo que sea para no dejarlo marchar, ¿de acuerdo?


Virginia sonrió, pero no hizo ninguna promesa. Le dio un beso a Paula en la mejilla y la abrazó con sentimiento y sinceridad.


–Nos vemos en la próxima boda, hija. Y espero que sea la tuya.


Y entonces, guiñándole un ojo, Virginia se marchó envuelta por un vendaval de energía y color… y por el eterno dolor de haber perdido a su primer y verdadero amor.


Inmediatamente, la mente de Paula sobrevoló el vestíbulo para ir directa a una suite donde yacía un hombre al que amaba con desesperación.


Ahora más que nunca sabía que nunca se conformaría con lo primero que encontrara; no se conformaría con un hombre que le gustara. Quería un amante, un compañero, alguien que la hiciera reír y le hiciera pensar, un amigo genial y fiel al que pudiera confiarle incluso su vida.


Quería a Pedro.


Tenía todo lo que había soñado ahí, delante de sus narices. 


Ahora mismo. No podía preocuparse por las consecuencias porque si no lo intentaba jamás se lo perdonaría.











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