martes, 27 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 4





Paula giró hacia la derecha y vio un cuerpo moreno sentado en un sillón de mimbre en un extremo de la terraza, a poca distancia de ella.


-Me ha asustado -dijo, llevándose una mano al escote del camisón y sujetándose con la otra a la barandilla.


-Ya lo veo -dijo él con sarcasmo.


Estupendo. Un encuentro a medianoche con un impresentable.


-Supongo que usted es el señor Alfonso.


-Correcto.


Al menos era un hombre de carne y hueso, no una aparición fantasmagórica.


Armándose de valor, se acercó a él, y a la luz de la luna pudo distinguir algunos detalles. Como que tendría unos treinta y tantos años, y no era el carcamal que ella había imaginado. Con una corta melena morena y ligeramente ondulada, el hombre tenía los labios rectos y duros, y cuando lo miró a los ojos, Paula tuvo la certeza de que se trataba de los mismos ojos que aparecieron en su mente al llegar aquella tarde a la plantación. Ojos azules, ojos de depredador, ojos que no parecían de este mundo.


También vio que no llevaba camisa, y recordó que ella sólo llevaba un camisón de algodón que apenas la cubría. No precisamente la ropa más adecuada para la primera
reunión con su jefe, pero ella no lo había elegido.


-Soy su nueva empleada, Paula Chaves-dijo ella, dando el último paso hacia él y tendiéndole la mano.


-Sé quién es -dijo él, mirándola de arriba abajo con descaro antes de detenerse en la mano extendida.


Tras una ligera vacilación, la envolvió con los dedos y le dio un apretón. Paula se tambaleó por la intensidad del contacto y el intenso y terrible dolor que emanaba de él.


Un dolor profundo que parecía no tener fondo.


Rápidamente soltó la mano y dio un paso atrás, como si le hubiera dado un calambre.


De hecho, así fue. Paula había vivido con el «don» desde siempre, sin permitir que nadie sospechara siquiera que lo tenía. Las hijas de la alta sociedad de Georgia no leían los pensamientos ajenos, sino las páginas de sociedad. Pero en todos aquellos años su telepatía sólo se había manifestado a través de imágenes y esporádicamente de palabras, pero nunca fue capaz de canalizar sentimientos. Hasta ahora.


-Encantada de conocerlo -murmuró por fin cuando logró recobrar el aplomo.


Él no respondió, pero continuó mirándola fijamente. Paula quiso salir corriendo, a pesar de que en realidad se sentía atraída irremisiblemente hacia él, hacia su aura y hacia su dolor.


Buscó algo que decir a pesar de lo embarazoso de la situación.


-Me gustaría conocer sus ideas y planes para la rehabilitación, aunque no ahora, claro.
Necesitaría algo para tomar notas. Mañana, u otro día, cuando prefiera.


Cielos, estaba divagando como una idiota.


-Sólo debe saber una cosa. Exijo perfección.


En eso no había problema. Paula sabía exactamente a qué se refería. Siempre tuvo la vida perfecta con la familia perfecta. Estudió en los colegios perfectos y se casó con el
hombre perfecto. El cerdo mentiroso perfecto, se corrigió para sus adentros.


-Haré todo lo que esté mis manos para complacerle.


Él entrelazó las manos y las apoyó en el vientre.


-Eso está por ver. No soy de fácil complacer.


A Paula no le sorprendió en absoluto la afirmación. Más aún, estaba de acuerdo con él.


Aunque, después de la reacción que tuvo al estrecharle la mano, quizá tuviera sus razones.


-¿Tiene alguna preferencia en particular?


El hombre inclinó la cabeza y estudió su rostro.


-¿Respecto a qué?


Otra imagen se coló en su mente. La de un cuerpo desnudo.


Su cuerpo desnudo.


Paula no lograba entender por qué su infalible capacidad para bloquear ese tipo de cosas le había fallado. No comprendía que él tuviera fantasías sexuales con ella, a quien sólo acababa de conocer. Y más inquietante aún, no lograba explicarse por qué eso la excitaba.


-A cómo quiere realizar la rehabilitación -dijo ella cuando se disolvieron las imágenes.


-Prefiero no involucrarme en eso, a no ser que usted no tenga idea -dijo él, moviéndose inquieto en la silla.


El grosero comentario la irritó profundamente y la puso en alerta.


-¿Qué le hace pensar que no tengo ni idea?


-No me ha dado ninguna prueba para hacerme creer lo contrario.


-Tengo una licenciatura en diseño de interiores; también he supervisado equipos de trabajo y he redecorado mi propia casa en el pasado.


-¿Y eso era antes o después de la partida de tenis con sus amigas en el club de campo?


A Paula le molestó más el tono condescendiente de sus palabras que el hecho de que tuviera razón. Así había sido su vida anterior.


-Creo que fue el día que tome el té con las Hijas de la Confederación -dijo, arrastrando las palabras con el típico acento sureño-. Justo antes de asistir a clase de buenos
modales y trato refinado para ocasiones especiales, como cuando te las tienes que ver con zopencos groseros y maleducados. Aunque me temo que en este momento he olvidado todo lo que aprendí.


Él pareció estar a punto de sonreír, pero no llegó a hacerlo.


-¿Me está llamando zopenco, señora Chaves?


-Oh, no, señor Alfonso. No sería apropiado.


Recorriéndola una vez más con los ojos de arriba abajo, el hombre se levantó despacio.


Tal y como ella había imaginado, debía medir casi un metro noventa, y tenía el pecho plano, bien definido y cubierto de una suave capa de vello moreno. Su proximidad la enervó y le cortó la respiración, y su olor resultaba intoxicante. Era un olor que insinuaba sensaciones misteriosas y experiencias prohibidas.


Si su intención era intimidarla, lo estaba consiguiendo. Pero Paula no iba a permitírselo. Ni a el ni a ningún otro hombre. 


Por eso en lugar de retroceder, concentró su atención en el par de ramas de parra entrelazadas que le rodeaban el poderoso bíceps, con un letrero en el centro: Imperium.


-Un tatuaje interesante. Mi latín está un poco oxidado. ¿Qué significa? -preguntó, y alzó la mirada hacia él.


-Poder absoluto -respondió él, que estaba mirándola fijamente.


Tanto sus palabras como su abrumadora presencia la paralizaron, a pesar de que supo lo que él estaba a punto de hacer. Si no se iba, él la besaría.


Obligándose a volver a la realidad, Paula cruzó los brazos para protegerse y dio un paso atrás.


-Yo no creo que el poder sea absoluto, señor Alfonso -dijo y, reuniendo la poca fuerza que le quedaba, le dio la espalda y se dirigió a su dormitorio.


Pero sólo había recorrido unos pasos cuando él dijo:
-Hay poderes absolutos, Paula. Y lo sabe. 


Paula no se atrevió a mirarlo ni a responder.


Se metió en su habitación y cerró las puertas, pero no pudo apartarlo de sus pensamientos, ni tampoco librarse del persistente calor que continuó haciéndola arder por dentro y que nada tenía que ver con la época del año.


Paula se metió en la cama y trató de dormir. Trató de pensar en algo que no fuera él, pero la imagen de Pedro Alfonso fue lo último que vio antes de que el sueño la venciera por fin.


En cuanto Paula salió del cuarto de baño del pasillo a la mañana siguiente, supo que él había estado allí. Enseguida aspiró el olor de su colonia, pero sobre todo sintió su
presencia. Una sensación intangible que la consumía.


Miró a la derecha para ver si las puertas del dormitorio del hombre estaban abiertas, pero lo primero que vio fue la diabólica estatua al fondo del pasillo del sátiro con la mujer.


«Sátiro Giles, te voy a cambiar de sitio en cuanto pueda», se dijo. Tenía que llevarlo a otro lugar, donde fuera, pero lejos de ella. De hecho, si la estatua no fuera tan pesada y ella tuviera fuerzas para arrastrarla la arrojaría a la ciénaga más cercana.


Volvió a su dormitorio, se quitó la bata y se puso unos pantalones blancos de lino y una camiseta de punto sin mangas y bajó a desayunar. Al cruzar la rotonda camino de la cocina, se detuvo delante de un cuadro colgado en la pared: era un retrato de una joven de ojos verdes con larga melena negra que, a juzgar por la postura, sentada y con las
manos recatadamente unidas sobre el regazo, y la ropa, un vestido de encaje blanco con falda ancha y larga hasta los pies, Paula imaginó que había vivido allí hacía muchos
años. Pero al Leer la inscripción en la base del marco sintió un escalofrío.


Laura. Ahora duermes con los ángeles.


Quizá fuera una de las tragedias de las que le habló Eloisa el día anterior. A pesar de lo desconcertante que era, Paula tenía especial interés en conocer mejor el pasado de la
plantación, aunque soló fuera para satisfacer su propia curiosidad. ¿Y qué mejor fuente de información que la mujer que era la mano derecha del propietario?


Paula entró en la cocina y encontró a Eloisa junto a la vieja cocina blanca preparando unos huevos revueltos y tarareando una alegre canción.


-Buenos días -dijo Paula, sentándose en una silla.


-Buenos días -respondió Eloisa, volviéndose a mirarla un momento sin dejar de cocinar.


-¿Ha dormido bien?


-Bastante bien. Tardaré un poco en acostumbrarme al lugar.


Principalmente en acostumbrarse a la idea de que Pedro Alfonso dormía en la habitación de al lado. Durante toda la noche había estado escuchando el sonido de sus pasos dando vueltas por su dormitorio de manera intermitente, como si no pudiera dormir. Igual que ella.


Eloisa le puso el plato de huevos revueltos con bacon delante, pero Paula no tenía hambre. Sólo necesitaba un café. O varios.


-Tiene una pinta deliciosa, pero por las mañanas no suelo tener hambre. Y además quiero empezar pronto.


Eloisa volvió a la mesa con una taza de café y se sentó frente a ella.


-Si se queda un rato, podrá conocer al señor Alfonso cuando baje a desayunar.


-Lo conocí anoche -dijo Paula, y esperó unos segundos a que pasara la aparente sorpresa reflejada en el rostro de la mujer-. Anoche, en la terraza de nuestras habitaciones.


-¿Qué tal fue?


Como ella jamás hubiera pensado.


-No demasiado mal. Me preguntó sobre mi experiencia profesional y me dio la impresión de que no quiere que le molesten con los detalles de la rehabilitación.


Eloisa suspiró.


-Quiere que lo dejen en paz.


Paula tuvo la misma impresión la noche anterior.


-¿A qué se dedica exactamente?


-A sanear empresas en quiebra y venderlas. Así ha sido como convirtió su herencia en una pequeña fortuna. Es muy bueno en lo que hace, o lo era hasta... -Eloisa se interrumpió.


-¿Hasta que qué?


- Hasta que decidió dejarlo todo durante una temporada -terminó la mujer en un tono que daba por zanjada la conversación.


Paula quería saber más, pero tuvo la sensación de que Eloisa no iba a revelar nada más, y prefirió cambiar de conversación.


-Si puedo utilizar un teléfono, me pondré en contacto con varios contratistas locales y concertaré algunas reuniones.


Eloisa bebió un sorbo de café.


-Tendrá que encontrar a alguien en Baton Rouge, porque aquí no habrá nadie dispuesto a venir a la plantación. La gente es muy supersticiosa y creen que el lugar está maldito.


Sin saberlo, Eloisa acababa de darle a Paula una buena oportunidad para preguntar sobre el retrato de la rotonda.


-Ese retrato que hay cerca de la escalinata, ¿tiene algo que ver con alguna de las tragedias de las que me habló?


-No estoy muy segura -respondió Eloisa-. Segumente sí, pero no conozco más detalles sobre ella.


Paula terminó el café y se levantó.


-Voy a la ciudad a ver a algunos contratistas. Quizá encuentre alguien que no sea supersticioso.


-Buena suerte -dijo la mujer.


Paula tenía prisa por irse. Presentía la inminente llegada de Pedro y no quería volver a verlo, esta vez a plena luz del día y dejando ver toda la fascinación y obsesión que tenía
con su nuevo jefe. Porque tenía que reconocer que estaba totalmente fascinada e intrigada por el. El hombre tenía muchos secretos, de eso estaba segura, secretos que
probablemente nunca llegaría a conocer.


También sabía que esos secretos eran la causa de su dolor, y la realidad le había enseñado que muchas veces las personas que estaban perdidas no deseaban ser salvadas.


Tenía el presentimiento de que Pedro Alfonso no tenía ningún deseo de que le salvaran de su dolor y su soledad.







lunes, 26 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 3





La entrevista con el propietario no se materializó. Paula regresó a la plantación y cenó sola con Eloisa. Tampoco lo vio antes de retirarse a su habitación, aunque en un
momento oyó sus pasos en el pasillo, seguidos del suave sonido de una puerta al cerrarse. Después, el crujido de los listones de madera continuó durante un rato, como si
estuviera paseando por su habitación.


Paula se metió en la cama pero tampoco pudo dormir. El calor era insoportable y ni los ventiladores ni las ventanas abiertas proporcionaban ningún alivio. Aunque se dio un
baño antes de acostarse, a ese paso pronto necesitaría otro. 


No entendía cómo la gente había sobrevivido antes de la invención del aire acondicionado. Ella estaba a punto de
desfallecer.


Lo que ahora necesitaba era un poco de aire fresco. Se levantó y, descalza y con el camisón blanco sin mangas que llevaba, salió a la terraza y se apoyó en la barandilla de
hierro forjado desde donde se divisaba el bosque que rodeaba la parte posterior de la casa.


La temperatura había bajado a un nivel más confortable y soplaba una suave brisa que mecía las ramas de los árboles. 


Paula contempló la luna unos momentos y después se
concentró tratando de escuchar el sonido del río Mississippi que descendía no muy lejos de allí. Pero de los árboles sólo llegó el susurrar de las hojas y el crujir de las ramas. Sin
duda las marismas estaban pobladas de desagradables criaturas, seguramente algunos linces y caimanes al acecho de sus presas, y sin duda más de una serpiente deslizándose entre las ramas.


Una fugaz imagen apareció en su mente, otra fotografía mental de alguien observándola, seguida de una voz masculina, grave y áspera, que dijo:
-¿El calor no le deja dormir?








MI FANTASIA: CAPITULO 2




En el trayecto de vuelta al hotel, Paula empezó a tener serias dudas sobre la decisión que acababa de tomar. 


Aunque era una oportunidad que se había presentado en un
momento de incertidumbre respecto al futuro. Además, seguramente el propietario sería un viejo cascarrabias y excéntrico como su abuelo y lo mejor sería ignorarlo.



*****

-¿Quién demonios es, Eloisa?


Pedro vio inmediatamente la sorpresa y el destello de culpabilidad en los ojos negros de la mujer.


-¿La has visto?


Sí, la había visto. Desde la ventana. La vio apearse del coche, y también vio la breve vacilación y la cautela al subir las escaleras del porche. Vio la melena rubia recogida en
una coleta que descendía en suaves rizos por la espalda, y la esbelta garganta, la piel pálida y perfecta, la longitud de las piernas y la curva de las caderas. Oculto entre las
sombras de la segunda planta, la vio caminar por el pasillo, y se imaginó acariciando la piel desnuda de la mujer. Una reacción que no le gustó en absoluto, pero que no fue capaz de reprimir.


-¿Qué quería? -preguntó, echándose hacia delante y haciendo rodar un bolígrafo sobre la superficie de la mesa.


-Trabajo.


-Supongo que le has dicho que se ha equivocado de sitio.


-En absoluto -Eloisa se adentró en el despacho sin dejarse intimidar-. Se llama Paula Chaves, y la he contratado para supervisar los trabajos de rehabilitación.


-No te he dado permiso para contratar a nadie.


Eloisa plantó las palmas de las manos en la mesa y se apoyó en ellas.


-Alguien tiene que seguir adelante con los planes antes de que la casa se nos caiga encima.


Maldita metomentodo.


-Esta decisión es mía, no tuya.


-Ése es el problema, que no tomas ninguna decisión. Por eso necesitamos a alguien que se ocupe de restaurarla para que puedas venderla y marcharte de aquí de una vez.


En ese momento no quería irse. La casa se había convertido en su refugio y su infierno particular.


-¿Cómo la has encontrado?


-Puse un anuncio en el periódico de St. Edwards y ella ha sido la única en responder. Tú mismo dijiste que querías a alguien que diera a la casa un trato personal. Si no, habría
contratado a una empresa de Baton Rouge hace meses.


-¿De donde es?


-De Georgia. Está divorciada. Por el coche que conduce y la ropa que lleva, supongo que tiene dinero, o lo ha tenido. Mientras trabaje bien, su pasado no me interesa.


Pedro sí. No quería una mujer que nunca se había quitados los anillos de diamantes para trabajar.


-¿Qué experiencia tiene?


Eloisa se encogió de hombros.


-¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? Tú eres el emprendedor que todo lo sabe y todo lo ve.


Si Eloisa fuera otra persona, ya la habría despedido.


-Me da exactamente igual. No tengo intención de permitir que se quede.


-Todo te da exactamente igual, Pedro -le recordó Eloisa, incorporándose. Después suspiró-. Ha pasado más de un año. Tienes que continuar con tu vida.


Una vida llena de remordimientos, que se había estancado por su culpa. Y a él le gustaba así.


-Dile que no la necesitamos.


-Ya lo creo que sí -afirmó Eloisa-. Paula se queda, o yo me iré con ella.


Más amenazas vacías que no eran nuevas. Pedro sabía que Eloisa no se iría a ningún sitio porque no quería dejarlo solo. 


Pero para mantener la paz, al menos por fuera, decidió darle el gusto.


-Está bien. Haz lo que quieras. Pero asegúrate de que no se cruza en mi camino.


-Se lo puedes decir tú personalmente. Se alojará aquí mientras duren los trabajos. Le he asignado el dormitorio contiguo al tuyo -dijo Eloisa en un tono que no admitía protesta, y sin mirarlo, dio media vuelta y fue hacia la puerta.


Pedro se cubrió la cara con las manos y se apoyó en el respaldo del sillón. No quería a esa Paula Chaves cerca. Incluso si era una mujer atractiva y sensual. Incluso si él, que
llevaba meses totalmente vacío por dentro y sin sentir nada, ahora, al verla, parecía despertar de un largo letargo y algo volvía a resucitar en su interior, al menos a nivel carnal.


Pero no tenía la menor intención de acostarse con una mujer de la alta sociedad de Georgia.



Quería que se fuera. No sabía exactamente cómo lo haría, pero lo conseguiría. Sin duda.





MI FANTASIA: CAPITULO 1





Maison de Minuit. Casa de la Medianoche.


El nombre en sí no parecía precisamente un buen augurio, pero la imponente plantación de Louisiana simbolizaba para Paula Chaves el primer paso serio hacia la libertad.


Armándose de valor, Paula bajó del coche y recorrió con pasos titubeantes el sendero de losas de piedra que llevaba hasta el porche. Ni siquiera el susurro del viento al mecer
lánguidamente las hojas de los árboles ni el canto esporádico de alguna cigarra lograba interrumpir el inquietante silencio que envolvía el lugar. Festones alargados de musgo negro colgaban de los robles centenarios, de ramas retorcidas que crecían en el jardín
como siniestros centinelas con el aparente objetivo de ahuyentar a los intrusos. El césped estaba crecido y salpicado de malas hierbas, y en los parterres que bordeaban el jardín no había flores, sino arbustos marchitos. 


Era evidente que el lugar había visto mejores tiempos.


Paula se detuvo a unos metros del porche para estudiar el edificio que también parecía abandonado. La fachada amarillo pálido de la mansión, inspirada en el estilo dórico del arte griego clásico, mostraba señales inequívocas de envejecimiento, y lo mismo era el caso de las contraventanas y las seis enormes columnas dóricas que soportaban la estructura del espectacular edificio, todas ellas pintadas de negro. Paula supuso que el interior estaría en mejores condiciones, ya que en caso contrario ni siquiera el más curioso se atrevería a entrar en aquel lugar. De hecho, su primera reacción fue dar media vuelta y largarse de allí cuanto antes. Pero no esta vez.


Cuando pisó el primer peldaño, la madera crujió bajo sus pies como si estuviera a punto de partirse. Sin embargo, el repentino asalto a su psique resultó mucho más inquietante.


Ojos. Un par de ojos azules helados. Una mirada intensa.


Paula cerró la mente y los ojos hasta que la imagen desapareció, pero cuando pisó el segundo peldaño, la visión regresó, dejándola sin respiración y sin confianza en sí
misma. No quería que eso sucediera. No quería volver a sentir lo que durante tantos años había logrado mantener a raya.


Respiró profundamente y el escudo mental invisible que había creado hacía tantos años para su propia protección no le falló cuando pisó el tercer y último escalón del porche.


Tras una ligera vacilación, dio unos golpes en la puerta negra desconchada y después se alisó con la mano el vestido rojo entallado y sin mangas que llevaba. A pesar de que la tela era ligera, tenía la sensación de estar cubierta por un abrigo de invierno en el insoportable calor húmedo de las marismas de Louisiana. Llevaba el pelo recogido en una coleta, que tampoco lograba aliviar el implacable calor del mes de junio.


Volvió a llamar, y poco después escuchó el sonido de pasos al otro lado de las inmensas puertas de madera. No tenía ni idea de quién abriría la puerta, no sabía si sería amigo o
enemigo, o quizá incluso el propietario de los inquietantes ojos azules que se le habían quedado clavados en la mente.



Por fin la puerta se abrió y apareció una mujer de unos sesenta años. Tenía los ojos negros y la mirada afable, y llevaba el pelo negro y canoso muy corto.


-¿Puedo ayudarle? -preguntó la mujer.


-¿Es usted la señora Lanoux? -preguntó Paula a su vez.


-Sí. ¿Y usted es?


Al menos no se había equivocado de sitio.


-Paula Chaves. Hablamos por teléfono. Vengo por las obras de rehabilitación.


La mujer movió la mano en el aire.


-No la esperaba hasta mañana.


Cuando hablaron el viernes anterior, Paula juraría que habían quedado para verse el lunes. Quizá debería volver al hotel donde llevaba hospedada diez días desde su
repentina huida de Georgia y esperar. O quizá debiera considerar el malentendido como un claro aviso y salir corriendo de aquel lugar tan aislado y misterioso.


-Si no es un buen momento, puedo volver mañana.


-En absoluto. Es un placer tenerla aquí -le aseguró la mujer, haciéndose a un lado e invitándola a pasar-. Bienvenida a Maison de Minuit..., señorita Chaves, ¿no es así?


-Prefiero que me llame Paula.


-Y usted puede llamarme Eloisa. Pase, por favor.


En cuanto entró en el amplio vestíbulo, Paula se dio cuenta inmediatamente de dos cosas: la casa no era mucho más fresca que el porche, y la luz apenas se filtraba por las
contraventanas que la aislaban del exterior. En el vestíbulo se respiraba un ambiente lúgubre, marcado por el olor a madera vieja y a moho.


Paula siguió a Eloisa por el vestíbulo hasta un pequeño recibidor tan oscuro como la entrada, de cuyas ventanas colgaban gruesas cortinas de terciopelo azul que impedían el
paso de la luz. Las Antigüedades de estilo federal americano databan posiblemente de finales del siglo dieciocho y sin duda valían una fortuna. Nada que Paula no hubiera
visto, o tenido, en su vida anterior, una vida que por fin había abandonado de manera definitiva. Además, siempre le habían gustado las antigüedades y siempre tuvo especial
interés en descubrir la historia que escondían.


-Esta es una de las zonas comunes -dijo Eloisa-. Y como el resto de la casa, necesita una reforma en profundidad. Por dentro y por fuera. Tendrá que conseguir presupuestos para
un nuevo sistema de refrigeración, y probablemente para un tejado nuevo, lo que significa que tendrá que buscar al contratista adecuado.


-Un momento -dijo Paula-, no sabía que se trataba de una reforma tan importante.


-Querida, puede contratar a quien desee -dijo la mujer-. A no ser que tenga un problema para supervisar a los trabajadores.


En absoluto. Paula se había ocupado del servicio de su casa durante años, y además no tenía dónde ir. Sólo a su casa anterior, y eso estaba totalmente descartado..


-Puedo hacerlo si tengo un presupuesto suficiente.


-El dinero no es problema -le aseguró la mujer.


Era evidente que Eloisa Lanoux tenía medios suficiente a pesar de que no se parecía en absoluto a las acaudalas matriarcas que había conocido toda su vida, entre las que estaba su propia madre. Aunque la envergadura de la reforma le parecía excesiva, Paula se recordó que había ido allí a buscar trabajo y que su objetivo de momento era ganar dinero y ser independiente para empezar una vida nueva.


Eloisa se apartó unos mechones húmedos de la frente y la invitó con un ademán.


-Sígame y le enseñaré la casa -dijo, yendo hasta unas, enormes puertas dobles al final del vestíbulo-. Esta es con diferencia la parte más espectacular de la casa.


Con gesto teatral, Eloisa abrió las puertas para revelar un salón circular de grandes dimensiones dominado por una ancha escalinata en espiral cubierta por una alfombra roja que subía hasta la segunda planta. La mirada de Paula fue subiendo hasta el techo donde había unos frescos que mostraban unos querubines de alas doradas revoloteando
en un cielo azul salpicado de nubes blancas y una lámpara de araña con colgantes de cristal que servía de eje central. 


Paula había visto aquel tipo de salón antes, pero sólo
en fotografía, algo que no se podía comparar con la experiencia de verlo con sus propios ojos.


-Es absolutamente impresionante.


Eloisa sonrió con orgullo.


-Eso fue lo mismo que pensé yo la primera vez que lo vi dijo, y señaló enfrente-. Por ahí están la cocina y el comedor. Podemos verlos más tarde. Ahora le enseñaré la segunda
planta.


Mientras seguía a Eloisa por las escaleras, Paula tuvo la .sensación de estar ascendiendo hacia el cielo, un trozo de cielo tranquilo y sereno en medio de la oscuridad.


Al llegar arriba, Eloisa se detuvo y señaló hacia la izquierda.


-Éste pasillo conduce a la parte delantera de la casa donde hay dos habitaciones. Una era el antiguo cuarto de niños, y la otra ha sido transformada en un despacho privado explicó, enfatizando lo de «privado».


-¿Y por ahí? -preguntó Paula, refiriéndose al pasillo que se abría a la derecha.


-Por ahí están el resto de los dormitorios, incluido el suyo si llegamos a un acuerdo.


-¿Tengo que vivir aquí?


-Mientras está aquí, el alojamiento y la comida están incluidos.


Eso le facilitaría las cosas, pensó Paula, ya que no tendría que conducir los quince kilómetros que separaba la plantación de la ciudad ni buscar un lugar para vivir. Siguió
a Eloisa por el pasillo, hasta que giró a la derecha por otro estrecho pasillo con las paredes cubiertas con paneles de madera e iluminado por esporádicas lámparas de pared.


Sólo habían recorrido unos pasos cuando Paula se fijó en una estatua de bronce de tamaño natural al fondo del pasillo. 


Una criatura demoníaca con cuernos, dientes y garras afiladas y que sujetaba a una mujer con expresión aterrorizada y prácticamente desnuda. Era una imagen que contrastaba fuertemente con los ángeles que parecían vigilar
con mirada celestial la rotonda de la planta Inferior. Una ilustración clásica del bien y el mal, la oposición entre el cielo y el infierno, pensó Paula.


De repente se vio sobrecogida por otra visión. En ésta, al contrario de lo sucedido con las primeras que tuvo en las escaleras del porche, fue como sí estuviera viendo a alguien
desde fuera, como siempre le había ocurrido en el pasado. 


Era la imagen de una mano masculina, grande y alargada que se deslizaba por su brazo y descendía por la espalda,
la cintura y las nalgas, hasta que parpadeó y la imagen se desvaneció. No tenía ni idea de dónde se había originado, ya que parecía no haber nadie más que Eloisa y ella,
-Es bastante grotesca -Eloisa interrumpió sus divagaciones, volviéndose hacia ella con otra sonrisa-. Yo lo llamo Renato, por el anterior propietario. Al pobre le encantaba, pero
siempre tuvo fama de excéntrico.


Más que excéntrico, Paula lo hubiera llamado aterrador.


-Me sorprende que no se la llevara cuando se fue -comentó Paula.


Eloisa se echó a reír.


-Estoy segura de que le habría encantado, pero, desafortunadamente, no cabía en el ataúd.


Paula se estremeció. ¿Era ése el origen de la visión, las cavilaciones mentales del fantasma? Era algo que no le había ocurrido nunca. Normalmente canalizaba los
pensamientos de personas vivas.


-Siento oír que ha fallecido.


-No lo sienta -dijo Eloisa-. Tenía casi noventa años, y francamente, era demasiado cascarrabias para morir. De hecho, tenía una querida cuarenta años más joven que él.
Ella fue la que lo mató.


-¿Ella lo mató? -Paula empezaba a tener serías dudas sobre aceptar aquel trabajo.


Eloisa acudió a la cabeza y volvió a reír.


-No intencionadamente. Digamos que los hombres Alfonso han hecho de su virilidad un arte exquisito. Desgraciadamente, Renato no conocía sus limitaciones.


-Al menos murió feliz -comentó Paula con sarcasmo-. ¿Ocurrió en esta casa?


-No, murió en Francia


Paula se relajó visiblemente, hasta que Eloisa añadió:
-Pero este lugar tiene fama de ser un imán para las tragedias. Quizá una fama bien merecida.


Estupendo. Justo lo que Paula quería oír: la mansión tenía fantasmas que iban a disfrutar atormentándola. Pero sólo si ella lo permitía, algo que no pensaba hacer si podía evitarlo.


Dieron unos pasos más hasta que Eloisa se detuvo delante de una puerta cerrada.


-Ésta será su habitación -señaló con la mano hacia el final del pasillo-. Ahí hay una habitación de invitados que de momento está cerrada. El propietario actual la tiene cerrada con llave y prefiere que no entre nadie.


Paula contuvo el aliento un momento.


-Pensé que usted era la propietaria.


-Oh, querida, siento haberle dado esa impresión -se apresuró a desmentir Eloisa-. Pedro Alfonso, el nieto de Renato, heredó la plantación. Yo soy su ayudante -explicó, y con una cínica sonrisa, añadió-: Y su ama de llaves, su criada y su cocinera. También le doy consejos de vez en cuando, aunque él no me los pida.


Paula empezaba a sospechar que la casa tenía un pasado importante, y no estaba segura de querer conocerlo.


-¿El señor Alfonso vive aquí?


-Ese es su dormitorio -dijo Eloisa, indicando la puerta que había enfrente de la habitación cerrada-. Es la habitación principal, contigua a su dormitorio, pero le prometo que no la
molestará.


-¿Dónde duerme usted? -preguntó Paula.


-Mi habitación está junto a la cocina. Y ésta es la suya -Eloisa abrió la puerta y la invitó a pasar.


Al igual que el resto de la casa, el dormitorio estaba decorado con antigüedades, entre las que había una enorme cama de estilo Victoriano en madera de cerezo y con una
colcha de encaje blanco. El suelo de madera noble, que había visto tiempos mejores y perdidos el lustre original, estaba cubierto con varias alfombras de colores. Enfrente de
la puerta había unas cortinas blancas que Eloisa descorrió. 


Después abrió las puertas dobles que daban a una terraza orientada a las marismas de la zona posterior de la mansión. 


En la habitación había varios ventiladores, incluidos dos en el techo, pero que apenas podían aliviar el intenso calor.


-Me temo que no tiene cuarto de baño -dijo Eloisa-. Tendrá que utilizar el del pasillo.


Fantástico, pensó Paula. Ahora tendría que compartir el cuarto de baño con un desconocido. Y un hombre, nada menos. Claro que no sería la primera vez que compartía el cuarto de baño con casi un desconocido, aunque éste fuera su marido.


Porque en los meses anteriores al final de su matrimonio, Ricardo dormía en otra habitación y vivía en su propio mundo, un mundo que no incluía a su esposa.


-Supongo que también lo utilizará el señor Alfonso.


-Oh, no. El joven señor Alfonso hizo instalar un cuarto de baño en su habitación antes de mudarse. Desafortunadamente, fue la única mejora que ha llevado a cabo.


Al menos no la molestaría.


-En ese caso podría vivir aquí. 


Eloisa retorció las manos varias veces antes de decir:
-Entonces el trabajo es suyo, si lo quiere.


A Paula le pareció que era demasiado fácil.


-¿No quiere ver mi curriculum antes de tomar una decisión? O al menos déjeme preparar una especie de presupuesto por mis servicios.


-No sera necesario. Le prometo que cobrará mucho más que lo que recibiría por este tipo de trabajo. Tendré todos los detalles esbozados en un contrato que el señor Alfonso
redactó personalmente.


-¿No desea consultarlo con él primero?


-No es necesario. Él confía en mi decisión, y estoy segura de que usted hará un buen trabajo.


¿Podía permitirse el lujo de decidir algo tan importante en el momento? O mejor, ¿podía permitirse el lujo de no aceptarlo? Tenía una licenciatura en decoración e interiorismo que nunca había utilizado y un curriculum profesional prácticamente inexistente.


-Pendiente de la redacción del contrato, acepto el trabajo.


Eloisa pareció muy complacida.


-Estupendo. ¿Cuándo puede instalarse aquí?


-Ahora mismo si le parece bien. Estoy alojada en un hotel en St. Edwards; tendré que ir a recoger mis cosas.


Muy pocas cosas. Paula había abandonado casi todas sus pertenencias, a excepción de los duros recuerdos de un matrimonio fracasado.


-Hoy sería perfecto -dijo Eloisa, yendo hacia la puerta-. Primero le enseñaré el contrato, y mientras va al pueblo, veré si puedo concertarle una cita con él.


Él sería el señor Alfonso, pensó Paula.


-Estoy impaciente por conocerlo -dijo Paula, aunque sólo fuera por curiosidad.


-Hay una cosa que debe saber de Pedro -continuó la mujer, retrocediendo por el pasillo-. Es un hombre difícil. Lo conozco desde hace años, y sé que la mejor manera de
tratarlo es no dar su brazo a torcer.


-Lo recordaré -dijo P.






MI FANTASIA: SINOPSIS






La diseñadora de interiores Paula Chaves estaba allí para arreglar la vieja mansión, no para acostarse con su guapísimo jefe. Sin embargo, no podía dejar de soñar con el introvertido Pedro Alfonso... Pronto se dio cuenta de que
había quedado atrapada en el poder magnético de Pedro


Pero él no estaba dispuesto a salir de las sombras para estar con ella.


Si quería algo más que un amante, tendría que domar a aquella bestia...
        en el dormitorio