lunes, 26 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 1





Maison de Minuit. Casa de la Medianoche.


El nombre en sí no parecía precisamente un buen augurio, pero la imponente plantación de Louisiana simbolizaba para Paula Chaves el primer paso serio hacia la libertad.


Armándose de valor, Paula bajó del coche y recorrió con pasos titubeantes el sendero de losas de piedra que llevaba hasta el porche. Ni siquiera el susurro del viento al mecer
lánguidamente las hojas de los árboles ni el canto esporádico de alguna cigarra lograba interrumpir el inquietante silencio que envolvía el lugar. Festones alargados de musgo negro colgaban de los robles centenarios, de ramas retorcidas que crecían en el jardín
como siniestros centinelas con el aparente objetivo de ahuyentar a los intrusos. El césped estaba crecido y salpicado de malas hierbas, y en los parterres que bordeaban el jardín no había flores, sino arbustos marchitos. 


Era evidente que el lugar había visto mejores tiempos.


Paula se detuvo a unos metros del porche para estudiar el edificio que también parecía abandonado. La fachada amarillo pálido de la mansión, inspirada en el estilo dórico del arte griego clásico, mostraba señales inequívocas de envejecimiento, y lo mismo era el caso de las contraventanas y las seis enormes columnas dóricas que soportaban la estructura del espectacular edificio, todas ellas pintadas de negro. Paula supuso que el interior estaría en mejores condiciones, ya que en caso contrario ni siquiera el más curioso se atrevería a entrar en aquel lugar. De hecho, su primera reacción fue dar media vuelta y largarse de allí cuanto antes. Pero no esta vez.


Cuando pisó el primer peldaño, la madera crujió bajo sus pies como si estuviera a punto de partirse. Sin embargo, el repentino asalto a su psique resultó mucho más inquietante.


Ojos. Un par de ojos azules helados. Una mirada intensa.


Paula cerró la mente y los ojos hasta que la imagen desapareció, pero cuando pisó el segundo peldaño, la visión regresó, dejándola sin respiración y sin confianza en sí
misma. No quería que eso sucediera. No quería volver a sentir lo que durante tantos años había logrado mantener a raya.


Respiró profundamente y el escudo mental invisible que había creado hacía tantos años para su propia protección no le falló cuando pisó el tercer y último escalón del porche.


Tras una ligera vacilación, dio unos golpes en la puerta negra desconchada y después se alisó con la mano el vestido rojo entallado y sin mangas que llevaba. A pesar de que la tela era ligera, tenía la sensación de estar cubierta por un abrigo de invierno en el insoportable calor húmedo de las marismas de Louisiana. Llevaba el pelo recogido en una coleta, que tampoco lograba aliviar el implacable calor del mes de junio.


Volvió a llamar, y poco después escuchó el sonido de pasos al otro lado de las inmensas puertas de madera. No tenía ni idea de quién abriría la puerta, no sabía si sería amigo o
enemigo, o quizá incluso el propietario de los inquietantes ojos azules que se le habían quedado clavados en la mente.



Por fin la puerta se abrió y apareció una mujer de unos sesenta años. Tenía los ojos negros y la mirada afable, y llevaba el pelo negro y canoso muy corto.


-¿Puedo ayudarle? -preguntó la mujer.


-¿Es usted la señora Lanoux? -preguntó Paula a su vez.


-Sí. ¿Y usted es?


Al menos no se había equivocado de sitio.


-Paula Chaves. Hablamos por teléfono. Vengo por las obras de rehabilitación.


La mujer movió la mano en el aire.


-No la esperaba hasta mañana.


Cuando hablaron el viernes anterior, Paula juraría que habían quedado para verse el lunes. Quizá debería volver al hotel donde llevaba hospedada diez días desde su
repentina huida de Georgia y esperar. O quizá debiera considerar el malentendido como un claro aviso y salir corriendo de aquel lugar tan aislado y misterioso.


-Si no es un buen momento, puedo volver mañana.


-En absoluto. Es un placer tenerla aquí -le aseguró la mujer, haciéndose a un lado e invitándola a pasar-. Bienvenida a Maison de Minuit..., señorita Chaves, ¿no es así?


-Prefiero que me llame Paula.


-Y usted puede llamarme Eloisa. Pase, por favor.


En cuanto entró en el amplio vestíbulo, Paula se dio cuenta inmediatamente de dos cosas: la casa no era mucho más fresca que el porche, y la luz apenas se filtraba por las
contraventanas que la aislaban del exterior. En el vestíbulo se respiraba un ambiente lúgubre, marcado por el olor a madera vieja y a moho.


Paula siguió a Eloisa por el vestíbulo hasta un pequeño recibidor tan oscuro como la entrada, de cuyas ventanas colgaban gruesas cortinas de terciopelo azul que impedían el
paso de la luz. Las Antigüedades de estilo federal americano databan posiblemente de finales del siglo dieciocho y sin duda valían una fortuna. Nada que Paula no hubiera
visto, o tenido, en su vida anterior, una vida que por fin había abandonado de manera definitiva. Además, siempre le habían gustado las antigüedades y siempre tuvo especial
interés en descubrir la historia que escondían.


-Esta es una de las zonas comunes -dijo Eloisa-. Y como el resto de la casa, necesita una reforma en profundidad. Por dentro y por fuera. Tendrá que conseguir presupuestos para
un nuevo sistema de refrigeración, y probablemente para un tejado nuevo, lo que significa que tendrá que buscar al contratista adecuado.


-Un momento -dijo Paula-, no sabía que se trataba de una reforma tan importante.


-Querida, puede contratar a quien desee -dijo la mujer-. A no ser que tenga un problema para supervisar a los trabajadores.


En absoluto. Paula se había ocupado del servicio de su casa durante años, y además no tenía dónde ir. Sólo a su casa anterior, y eso estaba totalmente descartado..


-Puedo hacerlo si tengo un presupuesto suficiente.


-El dinero no es problema -le aseguró la mujer.


Era evidente que Eloisa Lanoux tenía medios suficiente a pesar de que no se parecía en absoluto a las acaudalas matriarcas que había conocido toda su vida, entre las que estaba su propia madre. Aunque la envergadura de la reforma le parecía excesiva, Paula se recordó que había ido allí a buscar trabajo y que su objetivo de momento era ganar dinero y ser independiente para empezar una vida nueva.


Eloisa se apartó unos mechones húmedos de la frente y la invitó con un ademán.


-Sígame y le enseñaré la casa -dijo, yendo hasta unas, enormes puertas dobles al final del vestíbulo-. Esta es con diferencia la parte más espectacular de la casa.


Con gesto teatral, Eloisa abrió las puertas para revelar un salón circular de grandes dimensiones dominado por una ancha escalinata en espiral cubierta por una alfombra roja que subía hasta la segunda planta. La mirada de Paula fue subiendo hasta el techo donde había unos frescos que mostraban unos querubines de alas doradas revoloteando
en un cielo azul salpicado de nubes blancas y una lámpara de araña con colgantes de cristal que servía de eje central. 


Paula había visto aquel tipo de salón antes, pero sólo
en fotografía, algo que no se podía comparar con la experiencia de verlo con sus propios ojos.


-Es absolutamente impresionante.


Eloisa sonrió con orgullo.


-Eso fue lo mismo que pensé yo la primera vez que lo vi dijo, y señaló enfrente-. Por ahí están la cocina y el comedor. Podemos verlos más tarde. Ahora le enseñaré la segunda
planta.


Mientras seguía a Eloisa por las escaleras, Paula tuvo la .sensación de estar ascendiendo hacia el cielo, un trozo de cielo tranquilo y sereno en medio de la oscuridad.


Al llegar arriba, Eloisa se detuvo y señaló hacia la izquierda.


-Éste pasillo conduce a la parte delantera de la casa donde hay dos habitaciones. Una era el antiguo cuarto de niños, y la otra ha sido transformada en un despacho privado explicó, enfatizando lo de «privado».


-¿Y por ahí? -preguntó Paula, refiriéndose al pasillo que se abría a la derecha.


-Por ahí están el resto de los dormitorios, incluido el suyo si llegamos a un acuerdo.


-¿Tengo que vivir aquí?


-Mientras está aquí, el alojamiento y la comida están incluidos.


Eso le facilitaría las cosas, pensó Paula, ya que no tendría que conducir los quince kilómetros que separaba la plantación de la ciudad ni buscar un lugar para vivir. Siguió
a Eloisa por el pasillo, hasta que giró a la derecha por otro estrecho pasillo con las paredes cubiertas con paneles de madera e iluminado por esporádicas lámparas de pared.


Sólo habían recorrido unos pasos cuando Paula se fijó en una estatua de bronce de tamaño natural al fondo del pasillo. 


Una criatura demoníaca con cuernos, dientes y garras afiladas y que sujetaba a una mujer con expresión aterrorizada y prácticamente desnuda. Era una imagen que contrastaba fuertemente con los ángeles que parecían vigilar
con mirada celestial la rotonda de la planta Inferior. Una ilustración clásica del bien y el mal, la oposición entre el cielo y el infierno, pensó Paula.


De repente se vio sobrecogida por otra visión. En ésta, al contrario de lo sucedido con las primeras que tuvo en las escaleras del porche, fue como sí estuviera viendo a alguien
desde fuera, como siempre le había ocurrido en el pasado. 


Era la imagen de una mano masculina, grande y alargada que se deslizaba por su brazo y descendía por la espalda,
la cintura y las nalgas, hasta que parpadeó y la imagen se desvaneció. No tenía ni idea de dónde se había originado, ya que parecía no haber nadie más que Eloisa y ella,
-Es bastante grotesca -Eloisa interrumpió sus divagaciones, volviéndose hacia ella con otra sonrisa-. Yo lo llamo Renato, por el anterior propietario. Al pobre le encantaba, pero
siempre tuvo fama de excéntrico.


Más que excéntrico, Paula lo hubiera llamado aterrador.


-Me sorprende que no se la llevara cuando se fue -comentó Paula.


Eloisa se echó a reír.


-Estoy segura de que le habría encantado, pero, desafortunadamente, no cabía en el ataúd.


Paula se estremeció. ¿Era ése el origen de la visión, las cavilaciones mentales del fantasma? Era algo que no le había ocurrido nunca. Normalmente canalizaba los
pensamientos de personas vivas.


-Siento oír que ha fallecido.


-No lo sienta -dijo Eloisa-. Tenía casi noventa años, y francamente, era demasiado cascarrabias para morir. De hecho, tenía una querida cuarenta años más joven que él.
Ella fue la que lo mató.


-¿Ella lo mató? -Paula empezaba a tener serías dudas sobre aceptar aquel trabajo.


Eloisa acudió a la cabeza y volvió a reír.


-No intencionadamente. Digamos que los hombres Alfonso han hecho de su virilidad un arte exquisito. Desgraciadamente, Renato no conocía sus limitaciones.


-Al menos murió feliz -comentó Paula con sarcasmo-. ¿Ocurrió en esta casa?


-No, murió en Francia


Paula se relajó visiblemente, hasta que Eloisa añadió:
-Pero este lugar tiene fama de ser un imán para las tragedias. Quizá una fama bien merecida.


Estupendo. Justo lo que Paula quería oír: la mansión tenía fantasmas que iban a disfrutar atormentándola. Pero sólo si ella lo permitía, algo que no pensaba hacer si podía evitarlo.


Dieron unos pasos más hasta que Eloisa se detuvo delante de una puerta cerrada.


-Ésta será su habitación -señaló con la mano hacia el final del pasillo-. Ahí hay una habitación de invitados que de momento está cerrada. El propietario actual la tiene cerrada con llave y prefiere que no entre nadie.


Paula contuvo el aliento un momento.


-Pensé que usted era la propietaria.


-Oh, querida, siento haberle dado esa impresión -se apresuró a desmentir Eloisa-. Pedro Alfonso, el nieto de Renato, heredó la plantación. Yo soy su ayudante -explicó, y con una cínica sonrisa, añadió-: Y su ama de llaves, su criada y su cocinera. También le doy consejos de vez en cuando, aunque él no me los pida.


Paula empezaba a sospechar que la casa tenía un pasado importante, y no estaba segura de querer conocerlo.


-¿El señor Alfonso vive aquí?


-Ese es su dormitorio -dijo Eloisa, indicando la puerta que había enfrente de la habitación cerrada-. Es la habitación principal, contigua a su dormitorio, pero le prometo que no la
molestará.


-¿Dónde duerme usted? -preguntó Paula.


-Mi habitación está junto a la cocina. Y ésta es la suya -Eloisa abrió la puerta y la invitó a pasar.


Al igual que el resto de la casa, el dormitorio estaba decorado con antigüedades, entre las que había una enorme cama de estilo Victoriano en madera de cerezo y con una
colcha de encaje blanco. El suelo de madera noble, que había visto tiempos mejores y perdidos el lustre original, estaba cubierto con varias alfombras de colores. Enfrente de
la puerta había unas cortinas blancas que Eloisa descorrió. 


Después abrió las puertas dobles que daban a una terraza orientada a las marismas de la zona posterior de la mansión. 


En la habitación había varios ventiladores, incluidos dos en el techo, pero que apenas podían aliviar el intenso calor.


-Me temo que no tiene cuarto de baño -dijo Eloisa-. Tendrá que utilizar el del pasillo.


Fantástico, pensó Paula. Ahora tendría que compartir el cuarto de baño con un desconocido. Y un hombre, nada menos. Claro que no sería la primera vez que compartía el cuarto de baño con casi un desconocido, aunque éste fuera su marido.


Porque en los meses anteriores al final de su matrimonio, Ricardo dormía en otra habitación y vivía en su propio mundo, un mundo que no incluía a su esposa.


-Supongo que también lo utilizará el señor Alfonso.


-Oh, no. El joven señor Alfonso hizo instalar un cuarto de baño en su habitación antes de mudarse. Desafortunadamente, fue la única mejora que ha llevado a cabo.


Al menos no la molestaría.


-En ese caso podría vivir aquí. 


Eloisa retorció las manos varias veces antes de decir:
-Entonces el trabajo es suyo, si lo quiere.


A Paula le pareció que era demasiado fácil.


-¿No quiere ver mi curriculum antes de tomar una decisión? O al menos déjeme preparar una especie de presupuesto por mis servicios.


-No sera necesario. Le prometo que cobrará mucho más que lo que recibiría por este tipo de trabajo. Tendré todos los detalles esbozados en un contrato que el señor Alfonso
redactó personalmente.


-¿No desea consultarlo con él primero?


-No es necesario. Él confía en mi decisión, y estoy segura de que usted hará un buen trabajo.


¿Podía permitirse el lujo de decidir algo tan importante en el momento? O mejor, ¿podía permitirse el lujo de no aceptarlo? Tenía una licenciatura en decoración e interiorismo que nunca había utilizado y un curriculum profesional prácticamente inexistente.


-Pendiente de la redacción del contrato, acepto el trabajo.


Eloisa pareció muy complacida.


-Estupendo. ¿Cuándo puede instalarse aquí?


-Ahora mismo si le parece bien. Estoy alojada en un hotel en St. Edwards; tendré que ir a recoger mis cosas.


Muy pocas cosas. Paula había abandonado casi todas sus pertenencias, a excepción de los duros recuerdos de un matrimonio fracasado.


-Hoy sería perfecto -dijo Eloisa, yendo hacia la puerta-. Primero le enseñaré el contrato, y mientras va al pueblo, veré si puedo concertarle una cita con él.


Él sería el señor Alfonso, pensó Paula.


-Estoy impaciente por conocerlo -dijo Paula, aunque sólo fuera por curiosidad.


-Hay una cosa que debe saber de Pedro -continuó la mujer, retrocediendo por el pasillo-. Es un hombre difícil. Lo conozco desde hace años, y sé que la mejor manera de
tratarlo es no dar su brazo a torcer.


-Lo recordaré -dijo P.






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