martes, 20 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 7







Invítame a pasar, Paula –repitió al ver la indecisión en su expresión.


Ella se lo quedó mirando unos segundos sin decir nada antes de asentir bruscamente y girarse para entrar en el piso y encender la luz.


Pedro pasó tras ella, cerró la puerta y, sin dejar de mirarla, la rodeó con los brazos y la llevó hacia sí. Paula levantó las manos instintivamente hacia sus hombros y lo miró a lo ojos, totalmente consciente de su erección haciendo presión contra la suavidad de su abdomen; la misma excitación que había brillado por su ausencia la noche anterior con Jennifer Nichols.


–Es imposible que un hombre pueda ocultar su reacción ante una mujer preciosa, ¿verdad? –murmuró.


La sedosa garganta de Paula se movió cuando tragó saliva antes de decir:
–Eh… sí, supongo que sí.


Pedro tenía la mirada clavada en sus carnosos labios, los mismos que lo habían estado volviendo loco toda la noche y que había sido incapaz de dejar de mirar mientras ella había bebido, comido y se había relamido después de probar la mousse de limón del postre.


Tal vez después de todo sí que se había merecido la advertencia de Damian. No había duda de que el hombre se había fijado en todas las ocasiones en las que los había contemplado imaginándose las múltiples formas en las que podrían darle placer a un hombre.


Ahora Paula se los estaba humedeciendo con la punta de la lengua.


–¿Quieres café?


–No.


–Ah.


Pedro podía sentir el nerviosismo de Paula, al igual que podía sentir el temblor de su cuerpo apoyado tan íntimamente contra el suyo. Sentía la calidez de sus manos a través de la tela de la chaqueta y de la camisa. Unas manos largas y elegantes que había deseado ver posadas sobre su piel desnuda.


Sí, tal vez después de todo, sí que se había merecido la advertencia de Damian.


Fue imposible que a Paula se le escapara el deseo que iluminó los ojos de Pedro antes de que este bajara la mirada hacia sus pechos.


–Quiero besarte, Paula.


–Sí –respondió ella apoyándose contra él mientras le temblaban las piernas y sus manos se aferraban a sus musculosos hombros.


–Y después me gustaría desnudar y acariciar estos preciosos pechos –los cubrió con sus manos y con el pulgar acarició su inflamado pezón–. Con mi lengua y mis dientes además de…


–¿Puedes dejar de hablar, Pedro, y hacerlo? –protestó ella suavemente y casi jadeando de la excitación.


Apretó los dientes al sentir su cuerpo excitado y una intensa humedad cubriendo los pliegues ya inflamados entre sus muslos.


–Resulta que, después de todo, no te da miedo pedir lo que quieres –dijo él con una sonrisa al hundir una mano en su melena y quedarse mirándola fijamente unos segundos antes de echarle la cabeza atrás y robarle un beso.


La besó con unos labios firmes, pero suaves, que saborearon los suyos a la vez que su lengua los acariciaba y se colaba en el calor de su boca para después entrelazarse con la suya.


Paula llevó las manos hasta sus hombros para enredar sus dedos en su sedosa melena color ébano, y él siguió besándola intensamente, con deseo, moviendo las manos por su espalda antes de posarlas en sus nalgas y llevarla contra la dureza de su erección.


Ese continuado y sensual ataque de los labios y la lengua de Pedro la excitó hasta el punto de incendiar su cuerpo de deseo. Le faltaba la respiración cuando Pedro dejó de besarla para hundirse en su cuello y bajarle los tirantes del vestido. 


La cremallera resultaba muy fría contra su encendida piel a medida que él la bajaba para dejar expuestos sus pechos desnudos.


El calor de sus labios ahora recorrió la curva de sus pechos desnudos y su lengua los saboreó y atormentó. Le temblaban las rodillas y lo único que la mantenía en pie era la fuerza del brazo de Pedro rodeándola por la cintura mientras tomaba uno de sus pezones en su boca.


¡Cielos!


Sí, se sentía como si estuviera en el Cielo cuando Pedro acarició y succionó sus pechos y sus pezones, cuando sus dedos y su lengua atormentaron su sensible piel y le provocaron un placer que hizo que se le humedeciera la ropa interior.


Paula dejó escapar un gemido. Estaba excitadísima… 


Necesitaba… necesitaba…


Mostró su decepción cuando Pedro apartó la boca y alzó la cabeza para mirar las rosadas e inflamadas cúspides de sus pechos.


–Qué preciosidad –murmuró al tocarle los pezones con la suavidad de sus dedos.


Paula apenas podía respirar mientras esperaba a ver qué tenía pensado hacer Pedro a continuación … ¡Ojalá fuera lo que ella quería!


Pedro seguía contemplando sus preciosos pechos coronados por unos pezones que se habían enrojecido y aumentado por la atención que le habían concedido sus manos y su boca. Unos pezones que aún suplicaban más atenciones.


Y él estaba más que dispuesto a dárselas, al igual que deseaba explorar los sedosos pliegues ocultos entre sus muslos. Ahora podía oler la excitación de Paula, cremosa y con un toque picante, y quería lamer esa cremosidad, beber su esencia mientras sus labios y su lengua exploraban esos pliegues inflamados, y después quería saborearla, poder notarla en su boca durante horas.


Cuando ella lo miró, no tuvo duda de que Paula también quería todo eso… Sin embargo, no podía hacerlo.


Sabía lo que los periódicos publicaban sobre él: que montones de mujeres desfilaban por su dormitorio, mujeres que cambiaba tan a menudo como cambiaba de sábanas. Y hasta cierto punto era cierto. Pero aun así Pedro tenía sus propias reglas en lo que respectaba a las mujeres que entraban en su vida por poco tiempo. Nunca les ofrecía falsas promesas. Nunca engañaba a la mujer con la que se estaba acostando en ese momento. Y cuando dejaba de ser divertido para cualquiera de los dos, él, con mucha delicadeza, le ponía fin a la relación.


Pero Paula no se parecía a ninguna mujer que hubiera conocido. Ella era más. Mucho más. Y suponía la clase de complicaciones emocionales que él siempre había querido evitar en el pasado.


Era mucho más joven que esas otras mujeres, se había pasado sus veinticuatro años bajo el cobijo de su protector padre, y le faltaban la sofisticación y el cinismo que a las otras mujeres les habían permitido aceptar las pocas semanas de relación que Pedro les había ofrecido.


También había que tener en cuenta el hecho, por ridículo que pudiera parecer, de que estaba allí esa noche tras haber sido invitado por el padre de Paula, un hombre tan peligroso como poderoso y con quien la galería de Pedro estaba haciendo negocios. Y él nunca había mezclado el trabajo con el placer.


Y por último, aunque resultara más ridículo aún, Paula y él no habían tenido ninguna cita.


–¿Pedro? –preguntó Paula con inseguridad mientras él permanecía quieto e inmóvil frente a ella, mirándola. Se sentía totalmente expuesta con el vestido bajado hasta la cintura, y los pechos aún desnudos e inflamados por las caricias de sus labios y sus manos.


Tenía la barbilla apretada y sus oscuras pestañas ocultaban la expresión de su mirada cuando se agachó para subirle los tirantes del vestido. Paula estaba demasiado impactada por lo sucedido como para ofrecer la más mínima resistencia cuando Pedro la giró para poder subirle la cremallera… diciéndole así que su encuentro había terminado.


–¿Cenas conmigo mañana, Paula?


–¿Por qué?


–¿Cuando un hombre te invita a cenar con él sueles preguntarle el porqué?


Paula alzó la barbilla a la defensiva.


–Solo cuando ese mismo hombre salió a cenar con otra mujer la noche antes.


Él apretó los labios.


–No tengo ninguna intención de volver a ver a Jennifer Nichols.


–¿Y ella lo sabe?


–Ah, sí –respondió con desdén.


–Yo… Que hayamos hecho el amor ha sido… una aberración, Pedro –aunque no estaba segura de poder llamarlo «hacer el amor» cuando había sido ella la única a medio vestir, y Pedro había permanecido tan inmaculadamente vestido como cuando había llegado a casa de su padre esa noche.


Bueno, tal vez no tanto. Ahora tenía el pelo más alborotado y las comisuras de los labios manchadas de su lápiz de labios melocotón.


–No te veas obligado a invitarme a cenar porque las cosas se nos hayan ido un poco de las manos –añadió con firmeza.


–¿Una aberración? –repitió Pedro conteniendo las ganas de reírse.


–Sí, una aberración. Quiero que sepas que no tengo la costumbre de permitir que hombres al azar me hagan el amor.


–¿Hombres al azar? –en esa ocasión sí que no pudo contener la risa–. ¿Eso me consideras? ¿Un hombre al azar con el que has terminado haciendo el amor por casualidad?


–Está claro que esta noche he bebido demasiado vino –dijo irritada por su tono de broma.


–Y yo creo que ahora estás siendo deliberadamente insultante, Paula.


Sí, así era, y Paula tuvo que admitirlo, porque le resultaba imposible encontrarle explicación a ese comportamiento libertino que acababa de demostrar con Pedro. Hacerlo sería admitir que él le había calado muy hondo, que le había hecho desear cosas, ansiar la libertad de poder ceder por completo ante esa atracción.


–Tal vez, pero me gustaría que te marcharas ahora


–¿Y siempre consigues lo que quieres?


«Rara vez», pensó Paula con pesar.


Sí, materialmente podía tener todo lo que quisiera ya que la riqueza de su padre siempre se lo había asegurado. Sin embargo, al volver de Stanford tres años antes con su licenciatura en la mano, había tenido sueños, planes de futuro, la ilusión de crear su propio negocio, de convertirlo en un éxito, de conocer a un hombre al que pudiera amar y que la amara, de casarse y tener su propia familia, pero en lugar de conseguir todo ello, se había vuelto a ver sumida en el estilo de vida recluido y extremadamente protector de su padre.


No, eso no era justo para él; era ella la que se había permitido dejarse arrastrar por todo ello, la que no había luchado lo suficiente por las cosas que había querido.


Porque entonces a su padre lo había encontrado mucho más frágil que cuando se había marchado a estudiar tres años antes. Porque estaba claro que él había necesitado tenerla cerca de nuevo y saber que estaba a salvo. Por eso Nina había aparcado sus sueños y esperanzas, tanto que los había olvidado hasta ahora.


Hasta que Pedro Alfonso y esa atracción que sentía por él le habían obligado a recordarlas.


–¿Paula? –preguntó Pedro ante su continuado silencio.


Ella respiró hondo.


–Gracias por tu invitación a cenar, Pedro, pero preferiría que no.


–¿Por qué no?


–¿Sueles preguntarle eso a una mujer cuando te dice que no?


Los cincelados labios de Pedro esbozaron una sonrisa.


–Cuesta un poco decirlo cuando no puedo recordar que me haya pasado nunca.


–Bueno, pues ahora te está pasando.


–Pero por motivos equivocados.


–No hagas como si me conocieras, Pedro.


Él se encogió de hombros.


–Si puedes, niega que te resulta más fácil negarte a salir conmigo.


Sí que era más fácil. Y no solo eso, sino que Paula sabía que era lo correcto… Si no fuera porque de verdad quería aceptar la invitación. Esa atracción que sentía por Pedro le hacía querer rebelarse contra las limitaciones que su padre le imponía en la vida.


–¿Y tú qué motivos tienes, Pedro? ¿Estás pidiéndome que salga a cenar contigo porque te gusto y quieres pasar algo de tiempo conmigo? ¿O me lo estás pidiendo porque estás enfadado con mi padre por la advertencia de antes y solo quieres enfadarlo?


–Eso no es muy halagador, Paula. Ni para ti ni para mí.


–No, si lo último es verdad.


Pedro la miró fijamente no muy seguro de si se sentía más molesto por las sospechas con respecto a su invitación a cenar o por la realidad de la vida que ella debía de haber llevado hasta el momento para llegar a sacar esas conclusiones. Pero fuera como fuera, no tenía ninguna intención de echarse atrás.


–No es por eso. Así que, dime, ¿tu respuesta es sí o no, Paula?


La indecisión en esos preciosos ojos verde musgo hizo que Pedro quisiera insistir más, presionarla o seducirla, lo que fuera que funcionara para que terminara aceptando su invitación. Pero se contuvo de hacerlo. Tenía que ser decisión de Paula; había hablado en serio al decir que consideraba que una mujer tenía más que suficiente con un solo hombre dominante en su vida diciéndole lo que tenía que hacer.


Y por eso se mantuvo en silencio, deseando por dentro que aceptara, al mismo tiempo que se preguntaba cuándo se había vuelto tan importante para él que lo hiciera.


¿Tal vez cuando su belleza lo había dejado sin aliento al llegar a la casa esa noche? ¿O mientras la había observado y escuchado durante la cena? ¿O tal vez cuando le había hecho el amor? ¿O tal vez incluso antes de todo eso? ¿Posiblemente cuando la había visto en la galería el día antes y después había hablado con ella en la intimidad de su despacho?


Fuera la razón que fuera, su invitación a cenar no tenía nada que ver con la irritación que sentía por la advertencia de Damian Chaves. En todo caso, que el padre de una mujer le hubiera lanzado una advertencia, a pesar de no recordar haber conocido nunca al padre de ninguna de sus conquistas, habría tenido que bastar para que se alejara todo lo posible. Pero no porque esa amenaza lo hubiera inquietado, sino porque no se complicaba la vida en lo que respectaba a las mujeres, y que el padre de una te lanzara ese tipo de advertencia sin duda era una complicación.


Tenía la sensación de que esa inesperada atracción por Paula Chaves iba a complicarle la vida






lunes, 19 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 6





Cuando entraron en el ascensor privado unos minutos después, Paula se preguntó si ese silencio que había entre los dos le estaría resultando a Pedro tan incómodo como a ella. Probablemente no. Su ofrecimiento de acompañarla a su apartamento había sido un gesto de educación, nada más, y uno que ella sabía que se disiparía en cuanto el ascensor llegara a su planta en unos segundos.


–¿Esta noche no llevas contigo a tus guardaespaldas? –preguntó él fríamente al acompañarla a la puerta.


Ella esbozó una sonrisa desprovista de humor.


–Hasta mi padre admite que aquí no los necesito. Es el dueño de todo el edificio, controla toda la seguridad y a nadie se le permite ni entrar ni salir sin su consentimiento –explicó con cierto desdén mientras Pedro la observaba.


–¿No es eso llevar un poco al extremo el papel de padre protector?


–Posiblemente –admitió ella.


–¿Y por qué demonios lo soportas? –le preguntó con impaciencia.


–No creo que sea asunto tuyo.


Pedro frunció el ceño con frustración ante la respuesta.


–¿Cuánto tiempo lleva en silla de ruedas?


Paula le lanzó una mirada de sorpresa.


–Casi veinte años.


–¿Y no crees que habría sido buena idea decírmelo antes de que lo hubiera conocido esta noche?


–No sé… No se me ocurrió. Ni a tu hermano tampoco, claro –dijo con impaciencia–. He crecido viendo a mi padre en silla de ruedas, así que ahora ni siquiera me doy cuenta de que está en una.


No, claro que no, y tenía razón; de todos modos, Miguel tampoco se había molestado en avisarlo. Una cosa más sobre la familia Chaves que su hermano mayor había olvidado mencionarle.


–¿Cómo pasó? –preguntó Pedro con delicadeza.


–Eh… un accidente –respondió con frialdad.


–¿Qué clase de accidente?


–Un accidente de coche. Se rompió la espalda y lleva en silla de ruedas desde entonces. Fin de la historia –abrió la puerta con su llave de tarjeta–. Gracias por…


–¡Invítame a pasar, Paula!


Paula abrió los ojos de par en par ante la intensidad de la expresión de Pedro; esos brillantes ojos se iluminaron al mirarla.


–No creo que sea una buena idea.


–¿Porque tu padre no lo aprobaría? –le preguntó con sorna.


–Mi negativa no tiene nada que ver con mi padre –y sí mucho con el hecho de que llevaba toda la noche sintiéndose atraída por él como no recordaba haberse sentido atraída por ningún otro hombre. No le encontraba explicación, solo sabía que se sentía atraída hacia él como una polilla al fuego… y probablemente con los mismos resultados. Porque si cedía a esa atracción acabaría gravemente achicharrada.


–Pues yo creo que tiene que ver con él.


–No lo entiendes.


–Tienes razón, no lo entiendo –respondió sacudiendo la cabeza con impaciencia–. No entiendo por qué una joven tan preciosa y con tanto talento permite que su dominante padre le dirija la vida.


–Mi padre no es… –se detuvo y respiró hondo–. Como te he dicho, no puedes entenderlo.


–Pues entonces invítame a tomar un café y explícamelo –dijo alzando las manos y colocándolas a ambos lados de su cuerpo, sobre el marco de la puerta.


Ella se quedó atónita y se puso nerviosa ante su repentina proximidad.


–Ya has tomado café en casa de mi padre.


–¡Por el amor de…! ¿Puedes invitarme a pasar a tu piso, Paula?


–Te he dicho que no me parece buena idea –era una idea muy mala cuando se sentía tan atraída por todo él, por su pelo, sus musculosos hombros, su abdomen plano, sus piernas larguísimas…


–Probablemente no lo sea, pero invítame de todos modos.


–¿A qué viene todo esto? –le preguntó con mirada de perplejidad.


–Lo mire por donde lo mire, ha sido una noche horrible. Cuando he llegado, he oído a mi anfitriona decir que no le gusto.


–Que no estaba segura de que me gustaras –lo corrigió ruborizada–. Y mi padre ya te ha explicado la razón del comentario.


–En parte, sí. Un hombre interesante tu padre –añadió con brusquedad–. El anfitrión perfecto, tan gentil y encantador.


–¿Por qué suenas tan burlón al decirlo?


–Probablemente porque tu padre, por muy educado que haya sido, me ha estado advirtiendo que me mantenga alejado –dijo exasperado.


–No lo entiendo –respondió ella sacudiendo la cabeza aturdida; parecía que se habían llevado muy bien durante la cena–. ¿De qué te ha advertido que te mantengas alejado?


–De ti –respondió mirándola.


Ella abrió los ojos de par en par.


–¿De mí?


–Tu padre ha aprovechado la oportunidad después de que hayas salido del comedor para advertirme de un modo muy sutil y decirme que preferiría que en el futuro me mantenga bien alejado de su hija.


–Oh, no –se sintió palidecer; sabía que su padre era perfectamente capaz de haber hecho algo así.


Y por primera vez en su vida lamentaba esa actitud tan protectora. Por primera vez en su vida quería lo que quería, y esa noche, después de haberse ido sintiendo cada vez más atraída hacia él, había descubierto que quería, que deseaba a Pedro Alfonso.


–Sí –confirmó Pedro con rotundidad–. ¿Lo hace con todos los hombres que conoces o me ha elegido por alguna razón en especial?


–No tengo ni idea –pero estaba dispuesta a descubrirlo, a tener una conversación cara a cara con su padre; eso sería lo primero que haría a la mañana siguiente–. Hablaré con él… ¿De verdad que te ha dicho eso? –le preguntó avergonzada.


–De verdad que sí –le confirmó.


–En ese caso, te pido disculpas. No tengo ni idea de por qué se le ha ocurrido pensar que tú… Por qué se le ha ocurrido pensar que hay alguna posibilidad de que los dos… –se detuvo al darse cuenta de que estaba empeorando la situación aún más, si es que eso era posible.


¿Cómo podía su padre haber hecho algo así? ¿Cómo podía haberla humillado de ese modo ante un hombre al que tendría que ver a diario durante dos semanas, al menos? Un hombre por el que se sentía atraída como si fuera un imán.


–Invítame a pasar, por favor, Paula –insistió.


Ella lo miró con indecisión y nerviosismo al captar el ronco tono de su voz y ver el brillo que se había intensificado en esos ojos dorados.


–¿Por qué insistes tanto en que te invite a pasar? –por lo poco que lo conocía tenía la impresión de que ese hombre siempre hacía lo que quería sin esperar a que nadie lo invitara–. ¿No serás un vampiro ni nada así, no? –añadió con tono animado en un intento de aliviar la tensión sexual que los rodeaba.


–No creo. ¡Aunque sí que he mordido algún cuello que otro!


Paula se arrepintió al instante de haber bromeado.


–¿Por qué estás empeñado en que te invite a mi piso? –repitió con decisión, tentada, sí, muy tentada, tanto por Pedro como por la idea de, por una vez en su vida, desbaratar los planes de su padre y de los guardaespaldas.


–Porque no creo que necesites otro hombre mandón y dominante diciéndote lo que tienes que hacer.


–Mi padre es… Tiene motivos para comportarse como lo hace… Tú no lo entiendes –repitió en voz baja.


–Tienes razón, no lo entiendo. ¡No entiendo por qué una mujer tan bella e inteligente permite que su padre le dicte cómo vivir su vida!


¿Cómo podría alguien comprender el miedo con el que había vivido su padre a diario durante los últimos veinte años, el pavor a que cualquier día pudieran arrebatarle a su hija?


Del mismo modo que le habían arrebatado a su amada esposa…






EL DESAFIO: CAPITULO 5






Paula sintió cierto grado de satisfacción al ver la mirada de inquietud de Pedro Alfonso al darse cuenta de que los dos sabían que había considerado que pasar una velada… y tal vez también una noche entera… con la preciosa actriz era mejor que aceptar una invitación de un importante cliente.


–No pasa nada. Y sí, pasé una noche muy agradable, gracias.


Su padre se rio suavemente.


–Hoy en día poco se le escapa a la prensa, Pedro. Es el precio que uno tiene que pagar cuando es conocido.


–Claramente –respondió antes de dar un trago de whisky.


Paula sintió cierta admiración por el hecho de que Pedro no hubiera intentado excusarse; muchos hombres, ante alguien tan poderoso como su padre, habrían intentado salir airosos de la situación, pero estaba claro que Pedro no tenía ninguna intención de disculparse ante nadie por lo que hacía o elegía no hacer.


–¿Te apetece ver la colección de joyas antes de cenar, Pedro?


–Me encantaría, gracias.


Paula los acompañó hasta el santuario de su padre, impresionada al oír cómo Pedro mostraba entre susurros su admiración y conocimiento por las preciosas joyas que Damian había coleccionado a lo largo de los años.


Verdaderamente era una colección impresionante y única con docenas y docenas de piezas inestimables, varios collares, pulseras y anillos que, en un tiempo, habían sido propiedad de la zarina Alejandra. Pero cada pieza de esa magnífica colección tenía su propia historia y su padre había pasado años aprendiendo cada una de esas historias.


La velada se relajó mucho más una vez volvieron al salón y mantuvieron una interesante discusión sobre la exposición, sobre política y, cómo no, sobre deporte, en especial sobre fútbol americano. Paula había participado durante los dos primeros temas, pero el fútbol americano la aburría, ¡tanto que Pedro no pudo evitar sonreír al verla contener un bostezo!


–Damian, creo que estamos aburriendo a Paula –dijo mucho más relajado que al principio.


–¿Doch?


–Estoy un poco cansada, solo es eso –le aseguró Paula a su padre con una sonrisa.


–Es tarde –añadió Pedro–. Ya es hora de que me marche.


–Por favor, no te vayas por mí. Es que llevo una semana muy ajetreada, eso es todo.


–No, de verdad debería irme. Mañana tengo que trabajar. ¿Quieres que te acompañe a casa, Paula?


Ella sintió cómo se le aceleró el corazón ante la idea de que el guapo Pedro la acompañara a la puerta, y de que, tal vez, incluso le diera un beso de buenas noches…


Estaba claro que había bebido demasiado del excelente vino de su padre ¡porque Pedro no había insinuado lo más mínimo que estuviera interesado en darle un beso de buenas noches!


No, su ofrecimiento de acompañarla había sido, sin duda, fruto de la educación y, posiblemente, una concesión a los anticuados modales de su padre.


–Es muy caballeroso por tu parte, Pedro –dijo su padre sorprendentemente antes de que Paula tuviera oportunidad de responder–. Mi hija se ha vuelto demasiado independiente para mi gusto después de sus años de universidad.


Pedro vio el brillo de irritación en la mirada de Paula antes de que pudiera enmascararlo. ¿Significaba eso que no le hacía ninguna gracia que esos guardaespaldas la siguieran día y, probablemente, noche también? Imaginaba que debía de ser extremadamente agobiante además de un obstáculo para su vida personal.


Lo cual planteaba una pregunta: ¿tenía Paula un hombre en su vida? Imaginaba que haría falta ser un hombre muy decidido para salir con la hija de Damian Chaves y, sobre todo, para soportar la opresiva presencia de esos guardaespaldas cada vez que los dos salieran juntos. Y en cuanto a que pasara algo más íntimo… bueno, ¡eso tenía que ser una pesadilla logística y emocional!


Además, todo ello planteaba la pregunta de por qué la propia Paula lo soportaba. Era una veinteañera preciosa, y claramente inteligente si se había licenciado en Stanford y tal como mostraban los comentarios tan acertados que había hecho esa noche durante las conversaciones que habían mantenido. También estaba bien cualificada y poseía un verdadero talento para el diseño, así que ¿por qué seguía permitiendo que su padre limitara y vigilara cada uno de sus movimientos de ese modo tan obsesivo?


Ese era un aspecto más del misterio sin resolver en el que Paula se estaba convirtiendo para él…


Un misterio que Pedro quería descubrir cuanto más tiempo pasaba en su compañía.


–¿Paula? –preguntó al acercarse a su sillón antes de marcharse.


–Bien –respondió ella tensa–. No tengo ningún problema en que me acompañes al piso de abajo en el ascensor, si es lo que quieres.


Pedro enarcó las cejas.


–¿Vives en este edificio?


–Sí –sus ojos se iluminaron con un brillo de desafío al mirarlo.


–Entiendo…


–Lo dudo mucho.


–Paula –apuntó su padre con tono de reprobación.


Ella cerró los ojos brevemente y respiró hondo antes de volver a abrirlos y esbozar una sonrisa de tensa educación.


–Gracias, Pedro , te agradecería mucho que me acompañaras hasta la puerta –dijo antes de ir a darle un beso a su padre–. Hasta mañana, papá –añadió con tono suave y cariñoso.


–Hasta mañana, maya doch –respondió el anciano besándola en la mejilla antes de añadir–: Ha sido un placer conocerte y charlar contigo esta noche, Pedro.


–Lo mismo digo, señor –dijo Pedro distraídamente y con la mirada clavada en Paula, que salió del comedor sin mirarlos a ninguno.


–Mi colección de joyas es muy preciada para mí, Pedro .


–Es impresionante –contestó lentamente y no muy seguro de a qué venía ese repentino cambio de tema.


–Cada pieza es inestimable, pero por muy bella y valiosa que sea mi colección, valoro a mi hija mucho más que a cualquier rubí o diamante.


«Ah… ya…».


–Y por ello siempre haré lo que esté en mi poder para asegurar su bienestar y su felicidad.


–Es comprensible –respondió Pedro con cierta brusquedad.


–¿Sí? –contestó Damian con el mismo tono desafiante.


Era la primera vez que Pedro recibía las advertencias del padre de una mujer, pero sí, creía que lo comprendía todo.


–Paula ya es mayor, Damian –añadió.


–Sí que lo es, pero aun así, tal vez deberías saber que no miraré bien a ningún hombre que le haga daño a mi hija, tanto si es intencionadamente como si no –esos ojos verdes, tan parecidos a los de su hija, se iluminaron con un brillo de advertencia.


–Gracias por una noche tan agradable, señor –dijo Pedro estrechándole la mano con educación.


–Alfonso –respondió el hombre estrechándole la mano brevemente y mirándolo fijamente.








EL DESAFIO: CAPITULO 4





Te gusta ese tal Pedro que va a venir a cenar con nosotros esta noche?


Paula, con la mano temblorosa, se detuvo mientras le servía a su padre la habitual copa de whisky de malta que tomaba antes de cenar. Esperó unos segundos a que la mano le dejara de temblar y a recomponerse antes de terminar de servirla y después se giró para llevarle el vaso a su padre.


–¿Te he dicho lo guapo que estás esta noche, papá? –le dijo con tono animado.


–A un hombre de setenta y nueve años no se le puede llamar guapo –dijo con un marcado acento a pesar de llevar más de media vida viviendo en los Estados Unidos–. Distinguido, tal vez, pero estoy demasiado viejo como para que me llamen guapo.


–Pues a mí siempre me pareces guapo, papá –le aseguró Paula con cariño.


Y así era. Por mucho que su padre estuviera a punto de cumplir los ochenta, su habitual vitalidad lo hacía parecer mucho más joven, su cabello gris aún se veía abundante, y tenía un rostro afilado y firme a pesar de que sus ojos ya no eran de un verde tan intenso como el de color musgo de ella.


–Estás evitando responder a mi pregunta.


Y tal vez era porque Paula no tenía ni idea de qué había animado a su padre a formularle esa pregunta.


Había vuelto a pasar todo el día en la galería dando los últimos retoques. Primero había sentido ciertos nervios ante la posibilidad de volver a ver a Pedro, y después decepción cuando se había marchado de la galería a las cuatro habiendo visto al carismático propietario apenas de pasada.


Una decepción por la que se había reprendido mientras se había dado un baño. Pedro Alfonso no era un hombre por el que debería sentirse interesada. Era arrogante, burlón y, lo más importante, no tenía el más mínimo interés por ella.


Aun así, no había podido resistirse a encender el ordenador y buscarlo en Internet después de salir del baño y sentarse en la cama con su albornoz y el pelo envuelto en una toalla. 


Se había dicho que lo estaba haciendo porque necesitaba saber todo lo que pudiera sobre el hombre al que su padre había invitado a cenar esa noche, y no porque ese hombre despertara en ella unas reacciones físicas que le resultaban especialmente incómodas.


Pasaron varios minutos de búsqueda hasta que encontró una fotografía de él de la noche anterior disfrutando de una cena íntima en un exclusivo restaurante de Nueva York con la preciosa actriz Jennifer Nichols que, obviamente, era el compromiso previo que le había hecho rechazar la invitación de su padre. Disgustada, había desconectado el ordenador.


Había decidido que Pedro no era más que un mujeriego y se había negado a malgastar su tiempo y sus emociones en él.


–Sigues evitando la pregunta, Paula –le dijo su padre con delicadeza.


–Pues probablemente es porque no sé a qué viene esa pregunta, papá.


–Estás muy guapa esta noche, maya doch.


–¿Con eso estás diciendo que normalmente no lo estoy? –bromeó.


Su padre sonrió.


–Sabes que para mí siempre estás preciosa, Paula, pero esta noche parece que te hayas esforzado especialmente para estarlo.


Y probablemente era porque, después de haber visto la fotografía de Pedro Alfonso con la actriz Jennifer Nichols, eso era exactamente lo que había hecho. Lo cual había sido una tontería por su parte ya que jamás podría competir con la belleza y la sofisticación de una actriz de primera. Aunque tampoco es que quisiera hacerlo. Pedro Alfonso no significaba nada para ella, al igual que ella no significaba nada para él.


–Y no creo que te hayas esforzado especialmente por mí, así que, ¿te gusta Pedro?


Paula soltó un suspiro de exasperación.


–No lo conozco lo suficiente como para que me guste o no, papá.


–Ayer estuviste un rato a solas con él.


–Creía que, cuando salí de Stanford, quedamos en que seguiría teniendo mi cuadrilla de seguridad, pero que solo te informarían si estaba en peligro.


–Y en eso quedamos –le confirmó su padre con aire despreocupado–. Y eso no ha cambiado, ni cambiará. Tu equipo de seguridad no me ha dado esa información, Paula. 
No tengo por qué cuando tengo a mi propio equipo.


–Así que uno de los obreros que me acompañaron ayer a la galería era uno de tus hombres –supuso con impaciencia–. Papá, no deberías haberlo hecho –suspiró.


–Solo me interesa saber de qué hablasteis durante los veintitrés minutos que estuvisteis solos en su despacho.


–¿Veintitrés minutos? –repitió Paula incrédula–. ¿Cronometraste el tiempo que estuve dentro?


–Mis hombres lo hicieron, sí –respondió su padre sin inmutarse–. ¿Eres consciente de la reputación que tiene Alfonso con las mujeres?


–Papá, ¡no pienso seguir hablando de este tema contigo! –dijo alzando las manos–. Mi reunión de ayer con Pedro Alfonso fue estrictamente profesional. mi reunión de ayer con él fue por ti, he de añadir –sintió un rubor en las mejillas al recordar aquellos breves segundos, justo antes de que saliera del despacho, en los que había parecido que iba a besarla. Justo antes de que ella hubiera puesto punto final a esa posibilidad de acercamiento por su nerviosismo.


–No quiero ver cómo ese hombre te hace daño, maya doch.


–Y yo te aseguro que eso no va a pasar –insistió Paula con firmeza–. Ya te he dicho que aún no he decidido si me gusta o no Pedro Alfonso.


–Pues es una pena porque he decidido que a mí sí me gustas, Paula –dijo una voz exasperantemente familiar.


Paula sintió cómo el color se disipaba de sus mejillas al girarse bruscamente y encontrarse a Pedro Alfonso junto a la puerta, detrás del mayordomo de su padre; acababa de llegar y estaba arrebatadoramente guapo con un traje negro y esa melena color ébano peinada hacia atrás dejando despejado su precioso rostro.


Pedro casi se rio a carcajadas al ver el gesto de consternación de Paula al darse cuenta de que había oído el comentario que había hecho sobre él. Sin embargo, no había llegado a reírse. No solo no era divertido oírle decir que no estaba segura de si le gustaba o no, sino que su belleza esa noche le había robado el aliento necesario para reírse.


Paula llevaba un vestido del tono verde musgo de sus ojos que se aferraba a sus curvas con dos tirantes y que dejaba al descubierto sus hombros y sus brazos, su escote, y unas largas piernas esbeltas y torneadas, y resaltadas por unos tacones que hacían que alcanzara el metro ochenta. Tenía su salvaje melena pelirroja recogida a la altura de las sienes por unas horquillas de diamantes, pero el resto caía en forma de cascada ondulada por su espalda para posarse por encima de ese torneado trasero que tanto le había gustado mirar el día antes, cuando ella había salido de su despacho.


–Señor, el señor Alfonso–dijo el inexpresivo mayordomo al anunciar la llegada de Pedro.


–Adelante, señor Alfonso –le dijo su anfitrión con tono suave.


Pedro le dirigió al mayordomo una sonrisa antes de entrar en el salón y fijarse en que Damian Chaves estaba sentado en una silla de ruedas en lugar de en uno de los sillones de terciopelo crema.


–Confío en que entenderá por qué no me levanto a saludarlo, señor Alfonso –dijo secamente ante la mirada de sorpresa de Pedro.


Una sorpresa que él rápidamente enmascaró bajo una sonrisa educada al cruzar la sala para estrecharle la mano al anciano.


–No hay problema. Y, por favor, llámeme «Pedro». A pesar de no estar segura de si le gusto o no, su hija ya me llama así –añadió suavemente antes de lanzarle una desafiante mirada a Paula. Pero esa mirada no se debía al comentario previo, sino al hecho de que no le hubiera avisado de que su padre estaba en silla de ruedas.


Aunque, por otro lado, tenía que reconocer que eso habría sido difícil ya que, si bien Paula había hecho lo que le había pedido y le había dejado su dirección a su secretaria, él se había asegurado de que los dos no se vieran durante las horas que ella había estado en la galería ese día. Porque estaba enfadado. Consigo mismo, no con Paula.


Paula no sabía que la noche anterior con Jennifer Nichols había sido un desastre por la simple razón de que no había podido dejar de pensar en ella. O, al menos, su rebelde cuerpo se había negado a dejar de pensar en ella.


Tanto que no había sentido el más mínimo deseo por irse a la cama con la bella actriz y se había limitado a besarla en la mejilla antes de llevarla a casa, antes de irse solo a su piso y meterse en su cama vacía. Aunque no para dormir plácidamente, por desgracia, ya que una parte de su anatomía se había negado a claudicar, e incluso cuando finalmente había logrado quedarse dormido, en sus sueños no había dejado de hacerle el amor a Paula.


Como resultado, llevaba todo el día de mal humor y sin ninguna gana de ver o hablar con la mujer que le había provocado su actual falta de deseo sexual por cualquier otra, algo que nunca antes le había pasado y que no le gustaba que le estuviera pasando ahora.


–No culpes a Paula por su comentario. Lo que has oído ha sido solo el resultado de una broma por mi parte.


Pedro se preguntó exactamente qué le habría dicho Damian a su hija para provocarle esa respuesta tan vehemente, y esa curiosidad se vio ensalzada por el repentino rubor que tiñó las mejillas de Paula.


–¿Te apetece tomarte una copa de whisky conmigo antes de cenar? –le ofreció su anfitrión educadamente.


–Gracias, Damian –asintió Pedro viendo cómo Paula cruzaba la sala en silencio.


–Espero que tu compromiso de anoche resultara próspero.


Pedro, que estaba mirando a Paula, se giró hacia su anfitrión y supo, por la dureza de su expresión, que Damian Chaves se había percatado del interés que tenía por su hija y que no estaba seguro de si aprobarlo o no. ¿Estaría al tanto, también, de con quién había tenido un compromiso la noche anterior?


El tono burlón de esos ojos tan desafiantes indicaban que la respuesta a esa pregunta era un rotundo «sí». Damian sabía exactamente dónde y con quién había estado la noche anterior.


–De verdad, papá, no deberíamos avergonzar a Pedro preguntándole si disfrutó o no de su cita de anoche con la señorita Nichols –dijo Paula con sorna al entregarle el vaso de whisky evitando deliberadamente el contacto con su mano.


¡Genial! Al parecer, Paula también sabía con quién había estado y esa mirada burlona indicaba que había sacado sus propias conclusiones sobre cómo había terminado la noche.