domingo, 11 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 13




«Oh, no». Paula estaba teniendo problemas para respirar. 


Pedro había usado el verbo fatídico: «amar». ¿Podía haber algo peor que eso? Tenía que encontrar una forma de escapar a aquello.


—Vamos a llegar tarde —ensayó una sonrisa—. Puede que hayas notado que soy buena inventándome excusas, pero para serte sincera… —empezó a temblarle la barbilla. No dudaba ni por un momento de que Pedro se había dado cuenta—. Necesito cambiar de tema de conversación, así que… ¿te importaría aceptar eso de que «vamos a llegar tarde» como una excusa adecuada?


—Lo siento. No he querido presionarte. No te preocupes. Nadie se dará cuenta de lo que te pasa.


Pedro le había leído el pensamiento, y con una simple frase había logrado aliviar sus temores.


—Gracias.


—De nada.


Le ofreció su brazo y ella lo aceptó. Paula podía sentir la fuerza que latía en sus músculos. Asombroso. Con aquel cabello oscuro y ondulado, aquellos ojos grises de mirada tranquila, Pedro ofrecía un aspecto tan espléndido e increíble vestido de esmoquin como en vaqueros y camiseta.


 ¿Dónde lo habría encontrado su madre? Era un hombre decididamente protector, habituado a hacerse cargo de cualquier situación y en cualquier momento, al tiempo que inspiraba una confianza y una lealtad plenas. Y lo que era aún mejor: era alguien que comprendía los más íntimos temores de una mujer y hacía todo lo posible para aplacarlos.


Eso la dejaba perpleja. Podía ser alguien en la vida. ¿Por qué había escogido trabajar como «ayudante personal» en un caótico hogar, cuando era capaz de hacer cosas importantes? Quizá fuera esa una buena ocasión para preguntárselo. De hecho, no acertaba a entender por qué no le había hecho antes esa pregunta.


Pedro


—Supongo que nadie se molestaría demasiado si te escabulleras una vez que se cortara la tarta y fueran abiertos los regalos. Conociendo la generosidad de Barbara, el champán correrá a raudales. Dentro de una hora más o menos, no me extrañaría que los invitados no recordaran siquiera el motivo de la celebración —le sonrió con ternura—. ¿Qué me dices? ¿Quieres escaparte cuando nadie te vea? ¿Te sentirías así mejor?


—Me temo que Barbara va a anunciar su próximo compromiso —Paula ignoraba de dónde habían surgido aquellas palabras, pero una vez pronunciadas se dio cuenta de que habían expresado otra preocupación que la había estado acosando durante todo el día.


—¿Es por eso por lo que…


—No —se apresuró a negar—. Solo me estaba preguntando qué otros desastres podían acaecer, y fue entonces cuando se me ocurrió eso.


Por alguna razón, aquel comentario le hizo fruncir el ceño.


—¿Tienes alguna mala premonición para esta noche?


—Dios mío, Pedro. ¿No me has estado escuchando? Te lo llevo diciendo desde que llegamos aquí.


—Quiero que me hagas un favor.


—¿Cuál?


—Mantente cerca de mí esta noche.


—¿Cerca de ti? —inquirió, sorprendida—. ¿Por qué?


—Considéralo como una compensación por el favor que te estoy haciendo.


—¿Qué favor es ese?


—En primer lugar, me pediste que te acompañara como pareja a esta fiesta, y además vestido de esmoquin. Y, en segundo lugar, me convenciste de que dejara a Loner en casa. Habitualmente me provee de otro par de ojos y de orejas. Para no hablar de su maravilloso olfato. Me siento en desventaja sin él —Pedro adoptó una expresión muy seria, y eso la alarmó—. Prométemelo,Paula. Prométeme que no te separarás de mí esta noche.


—Vale. Te lo prometo.


—Bien —estiró el cuello para echar un vistazo a la sala hacia la que se acercaban—. Ya es hora de que hagamos nuestra aparición. Acabo de distinguir a tu madre, siempre tan sonriente.


Aquello le recordó a Paula las preguntas que había querido hacerle antes.


—Dijiste que mi madre te contrató. Pero nunca llegaste a contarme cómo la conociste.


—¿Ah, no?


No había tiempo para seguir preguntándole, pero Paula tomó nota mental de continuar con aquella conversación a la primera oportunidad que se le presentara. En el mismo instante en que entraron en la sala de baile, Barbara se acercó a ellos para darles la bienvenida. A Paula no le pasó desapercibida entonces la rápida mirada que le lanzó a Pedro, inequívocamente interrogativa, mezclada con una cierta ansiedad y…


De pronto Paula abrió mucho los ojos, incrédula. Un desagradable pensamiento se había filtrado en su mente, enfrentándola a una terrible sospecha. Cerró los puños. «Oh, no. Por favor, eso no». Nunca antes se le había ocurrido pensar que Barbara pudiera albergar un interés particular por Pedro; eso podría explicar muy bien la manera en que llegaron a conocerse. Hubo algo muy extraño en la reacción de Pedro a la mirada interrogativa, casi suplicante, que le lanzó su madre: la miró a su vez con una extraña expresión de advertencia, como exigiéndole que guardara silencio.


No había podido imaginarse una peor perspectiva para aquella velada. Qué idiota había sido. Su madre y Pedro


Que el cielo la ayudara.


—Hola, querida —Reynaldo apareció al lado de Paula y le dio un beso en la mejilla—. Me encantaría felicitarte en este día, pero necesitaría tener antes tu promesa de que no me decapitarás.


Paula se volvió aliviada hacia su tío, disimulando sus ganas de llorar con una forzada carcajada.


—Descuida, podrás conservar la cabeza.


—Bueno, gracias —le tendió una copa de champán—. Esperaba poder robarte unos minutos para hablar contigo. Pero al mirarte ahora, no estoy muy seguro de haber acertado con la oportunidad adecuada.


—Ya sabes que siempre tengo tiempo para ti, tío Rey —lo tomó del brazo—. Venga. Vayamos a un rincón tranquilo y…


—No, ahora no —señalando la decoración de la sala, Rey cambió deliberadamente de tema—. ¿Y bien? ¿Te gusta cómo ha decorado tu madre este lugar?


Paula contempló la sala.


—Como siempre, tiene un gusto magnífico.


—Ha hecho un magnífico trabajo, aunque más parece una recepción de boda que una fiesta de cumpleaños —se encogió de hombros—. Pero eso quizá sea porque yo soy un hombre y no tengo buen ojo para esas cosas.


—O quizá tengas razón y se deba a que Barbara ha adquirido más práctica en celebrar bodas que cumpleaños.


Reynaldo aspiró profundamente y se volvió hacia ella, mirándola asombrado.


—¿Qué has dicho?


—He dicho que… —horrorizada, se dio cuenta de que se le habían llenado los ojos de lágrimas—. He dicho una grosería, ¿verdad?


—Sí, querida. La pregunta es… ¿por qué?


Paula se atrevió a lanzar una mirada afligida a Pedro. Como si hubiera percibido su desesperación, él la miró a su vez, tranquilizándola. Tras disculparse con Barbara, Pedro se reunió con ella.


—Creo que están tocando nuestra canción —después de saludar a Reynaldo, no dudó en quitarle a Paula la copa de las manos para depositarla en la bandeja que llevaba un camarero—. Con permiso.


Pedro la condujo a la pista de baile.


—¿Qué pasa? —le preguntó en un murmullo—. ¿Qué es lo que te ha dicho Reynaldo?


—Nada.


—No mientas. Estabas a punto de llorar. ¿Qué es lo que ha pasado?


Paula no podía mirarlo, no podía soportar ver su expresión mientras se lo explicaba.


—Me comentó que, por la decoración, este lugar parecía más indicado para celebrar una recepción de boda que una fiesta de cumpleaños.


—¿Y eso te hizo llorar? —le preguntó Pedro, arqueando las cejas.


—No, fue lo que yo misma le repliqué —se humedeció los labios—. Le… le dije que eso era porque Barbara tenía más práctica en celebrar bodas.


—Bah. Tú nunca dirías algo así.


—Pero lo dije —replicó, consternada—. Realmente lo hice.


Mientras seguían bailando, Pedro esperó a que se recuperase para preguntar:
—¿Qué fue lo que te impulsó a hacerlo?


La verdad salió de sus labios sin que ella misma se diera cuenta.


—Ella te miró.


—¿Quién? —inquirió Pedro, perdiendo el paso.


—Mi madre te miró —le dio un ligero puñetazo en el pecho—. Y, maldita sea, Pedro. Tú la miraste a ella.


—No entiendo nada.


—Quizá esto te lo pueda aclarar —se obligó a mirarlo, para ver su reacción cuando le hiciera la pregunta—. ¿Tienes una aventura con Barbara?


—¿Has perdido el juicio?


—Por favor, dime que no, dímelo… —no pudo evitar suplicarle. Le dolía demasiado.


Pedro la atrajo hacia sí, tan cerca que pudo escuchar el reconfortante latido de su corazón.


—No, no tengo ninguna aventura con tu madre —para alivio de Paula, ni un solo matiz de diversión alteró el firme tono de su voz—. Tampoco tengo intención de tenerla en el futuro. Jamás he estado sentimentalmente ligado a ella en el pasado. ¿Satisfecha?


Paula se acurrucó entre sus brazos.


—Lo siento. No sé qué es lo que me ha pasado. Vi que te miraba de una manera extraña y que tú…


—¿Dejaste volar la imaginación? —sugirió Pedro, sonriendo.


—Algo parecido —le confesó—. Lo que pasa es que todavía no sé cómo os conocisteis. O por qué ella te escogió como regalo de cumpleaños para mí. O lo que estás haciendo en mi casa. Ahora que pienso en ello, nada de todo eso tiene mucho sentido.


—Claro que lo tiene.


La mano de Pedro delineó un sendero todo a lo largo de su espalda, desterrando de la mente de Paula todos los pensamientos excepto uno solo: quería concebir hijos con ese hombre. Se aclaró la garganta, intentando concentrarse.


—Refréscame la memoria. ¿Qué estabas diciendo?


—Estaba diciendo que la decisión que tomó tu madre tiene sentido. Barbara me escogió como regalo porque soy de confianza y porque sabía que yo podría protegerte. ¿Lo ves? Eso tiene mucho sentido.


—Ya, claro. Como lo de que yo necesito protección. Cuando precisamente tú eres la única persona de la que necesito protegerme.


Pedro musitó algo entre dientes.


—Sospecho que Barbara estaría de acuerdo contigo.


—Lo cual explica la mirada que ambos intercambiasteis —adivinó Paula—. Supongo que a Barbara la preocupaba que algo pudiera surgir entre nosotros.


—Por lo tanto ella estaría equivocada, ¿no?


—No —Paula se mordió el labio inferior—. Es gracioso. Habría pensado que eso le gustaría. Continuamente me está presentando a hombres «perfectos». Cuando finalmente encuentro a uno que creo que encaja en esa descripción, ella se opone —levantó la mirada hacia él—. Porque ella se opone a eso, ¿verdad?


—Sí. Creo que piensa que somos demasiados diferentes. Tan distintos como la noche y el día —encerrándola en el círculo de sus brazos, siguió bailando con ella—. Y no se equivoca, ¿verdad?


—No —susurró Paula—. No se equivoca.


—Y no importa que pienses que soy perfecto. Porque tú no buscas ninguna relación permanente.


—Es por eso por lo que somos tan distintos —repuso riendo con amargura—. Tú quieres una cosa y yo…


—La opuesta.


—Exacto.


Continuaron bailando en silencio, lo cual era razonable, según reflexionó Paula. Ya se habían dicho todo, ¿no? Eran tan diferentes como la noche y el día. Ella huía de los compromisos, mientras que él los perseguía. Ella refrenaba sus emociones, mientras que él las vertía sobre todos y sobre todo. Era el hombre más perfecto que había conocido y ella… Le tembló el labio inferior. Ella era una completa estúpida por esconderse de algo que ansiaba con tanta desesperación.


Poco después de que cesara la música, Barbara se reunió con ellos. Se interpuso entre los dos, separándolos y tomando a Paula de la cintura.


—He pensado que podríamos adelantar el comienzo de la celebración, si es que ya habíais terminado —le regaló una fugaz sonrisa a Pedro—. De otra manera, puede que mi querida hija desaparezca en cuanto le dé la espalda.


—Habría esperado un poco más —replicó Paula.


—Vamos, no intentes engañarme. Vamos a cortar la tarta. Si a la vez te ocupas de dar las gracias a los invitados por sus regalos, habrás terminado con todo esto antes de que te des cuenta.


—¿Regalos? Oh, mamá. ¿No les habrás pedido que me entreguen los regalos, verdad?


—Me conoces mejor que eso. Le pedí que hicieran donaciones en tu nombre al centro local de atención de mujeres —la tomó del brazo—. Vamos.


Pero Paula se resistía, con la mirada fija en Pedro.


—¿No vienes conmigo?


—Prefiero observarlo todo desde aquí.


—Dijiste que no te separarías de mí —insistió, obstinada.


—Estoy lo más cerca que puedo estar de ti —sus palabras la golpearon como si hubiera recibido una bofetada—. Soy tu asistente personal, ¿recuerdas? Será mejor que tengamos eso bien presente.


La música empezó a sonar nuevamente y las parejas salieron a la pista de baile separando a Paula de Pedro


La distancia entre ellos fue creciendo. Paula se habría reunido con él, pero Barbara seguía agarrándola del brazo.


—Rápido —la urgió—. Ya traen la tarta.


Paula se obligó a sonreír, pero algo se había roto en su interior. No lo comprendía. Ella no era una mujer capaz de amar a un hombre. No quería enamorarse. El amor significaba pérdida, dolor. El amor terminaba. Dolía. Pero en aquel instante lo habría dado todo con tal de sentir los brazos de Pedro en torno a ella, su voz ronca murmurándole al oído, sus ojos grises fijos en los suyos…


A su alrededor, todo el mundo reía y cantaba. Buscó a Pedro con la mirada, pero parecía haberse evaporado de repente.


—Tienes que soplar las velas —gritó alguien.


—¿Cuántas apagas este año? —preguntaron otras voces.


—Veintinueve.


—¿Otra vez? ¿No es el segundo año que los cumples?


—Vamos, Paula. Pide un deseo —la animó Barbara.


—Mejor pide el deseo de volver a cumplir veintinueve años el año que viene —sugirió una mujer en medio de la multitud.


—Oh, no —exclamó Barbara—. ¡Que pida el deseo de que todos los demás nos lo creamos!


Las risas estallaron en torno a ella. Eran amigos suyos y todos la querían bien. No podían saber lo mal que lo estaba pasando aquella noche. Barbara le entregó un cuchillo y Paula se dedicó a cortar pedazo tras pedazo mientras charlaba con los invitados. Durante unos escasos y preciosos momentos, se relajó lo suficiente como para disfrutar algo.


Después de agradecer a los invitados sus contribuciones al centro de mujeres, Paula fue de grupo en grupo, esforzándose todo lo posible por hacer que todo el mundo se sintiera bien. Pedro había estado en lo cierto. El champán corría generosamente y, para cuando terminó el recorrido, ya nadie parecía recordar el motivo de la fiesta. Paula se sintió aliviada por ello.


De pronto se le acercó Barbara, con Reynaldo del brazo.


—¿Ves? No ha sido tan malo —le dijo con una tentativa sonrisa—. No sé por qué estabas tan asustada por un simple cumpleaños.


—Maldita sea, Barbara —exclamó Reynaldo, en un estallido de furia inhabitual en él—. Ya sabes lo duros que son los cumpleaños para ella.


—Claro que lo sé —repuso Barbara. El dolor parecía haber oscurecido su expresión.


—Yo siempre apoyo tus decisiones, cariño —le dijo Reynaldo, sacudiendo la cabeza—. Pero esta no ha sido precisamente de las mejores.


—Oh, mamá. No todos los cumpleaños me resultan tan duros —susurró Paula—. Se trata de este cumpleaños. Si hubieras celebrado una fiesta el año pasado, o incluso si hubiera cumplido los treinta y dos, no habría sido tan malo. ¿Pero tenía que ser precisamente este año?


—¿Es que no lo comprendes? Es por eso por lo que lo he hecho. Ya es hora de mirar hacia el futuro —las lágrimas asomaron a los ojos de Barbara—. No puedes seguir viviendo en el pasado, Paula. Necesitas abrazarte a la vida, no esconderte de ella. Sé que no me crees, pero te mereces celebrarlo. Y te lo mereces sobre todo este año.


Paula no quiso oír más. Girando en redondo, se perdió entre la multitud. La gente la llamaba, pero ella se desentendía con una temblorosa sonrisa y seguía su camino. Si no hubiera sido por los zapatos de tacón alto habría podido avanzar con mayor rapidez, y no dudó en quitárselos mientras corría hacia la salida. Al fin se encontró fuera de la sala, atravesando el gran vestíbulo del Hyatt.


Con un poco de suerte, la limusina de Reynaldo la estaría esperando. Un sollozo escapó de su garganta. Y otro, y otro más. Aliviada, distinguió la limusina delante de la puerta. 


Nada más verla salir del hotel, Bill se apresuró a abrirle la puerta.


Subió rápidamente. Tan pronto como se cerró la puerta, las lágrimas corrieron por su rostro, apresuradas, turbulentas. 


Lágrimas ardientes, amargas, arrancadas de lo más profundo de su alma y acumuladas durante años y años de sufrimiento.


¿Dónde estaba Pedro? ¿Dónde estaba cuando más lo necesitaba? Fue entonces cuando recordó.


Eran como la noche y el día. Dos polos opuestos destinados a no encontrarse jamás.








QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 12





Pedro esperaba al pie de la escalera, mirando de vez en cuando su reloj. Se estaban retrasando. Hasta aquel momento, Paula siempre había sido puntual. Tenía que suponer que aquel retraso se debía a cierta reluctancia a asistir a la fiesta de su cumpleaños, y eso no parecía tener mucho sentido. Frunció el ceño. ¿Por qué habría insistido Barbara en organizar una fiesta tan grande cuando Paula se oponía tanto a la idea?


Desgraciadamente, aquel no era el lugar más indicado para preguntar nada, al menos mientras estuviera representando el papel de guardaespaldas secreto de Paula. Y sobre todo cuando no habían progresado un ápice las investigaciones sobre el chantajista. Peor aún: cada vez le estaba resultando más difícil concentrarse en su tarea en vez de en cierta rubia esplendorosa.


Un leve ruido le indicó que Paula se estaba acercando, y se volvió para admirar su apariencia mientras bajaba la escalera. Había elegido un peinado de estilo formal poco frecuente en ella, recogiéndose el cabello en lo alto de la cabeza, aunque algunos deliciosos rizos se empecinaban en escapar del moño. No pudo evitar imaginarse a sí mismo soltando aquella magnífica melena… Su mirada bajó luego al elegante vestido de noche rojo que llevaba. A manera de remate perfecto, lucía además un largo chal también rojo.


Calzaba unos zapatos de tacón de aguja, y por un instante Pedro se entretuvo imaginando qué haría primero: si soltarle su esplendorosa melena o quitarle aquel calzado tan sumamente sexy. Sonrió. Por supuesto, habría preferido despojarla previamente de ese vestido tan seductor…


—¡Guau! —exclamó Paula, saludándolo con una gran sonrisa—. Estás fantástico con ese esmoquin.


—¿Te gusta?


—Desde luego. Y con camisa blanca —lo rodeó lentamente, sin dejar de mirarlo—. Apenas puedo creerlo. ¿Qué ha pasado? ¿Tienes todas tus camisas negras en la lavadora?


—Tengo que informarte de que si llevo esta camisa es por ti —repuso Pedro con burlona indignación—. Parecías tan preocupada por mi afición monocromática que pensé en darte una sorpresa.


—Del negro al blanco —sacudió la cabeza, incrédula—. Nunca dejas de sorprenderme. No sé si podré asimilar un cambio tan grande.


—Tengo plena confianza en tu habilidad para ello. Pero tú no puedes estar más hermosa, cariño. Apetecible hasta decir basta.


Paula le regaló una maliciosa sonrisa que hizo estragos en la parte central de la anatomía de Pedro.


—¿Tanto como el chocolate?


—Más.


—Imposible. Nada hay mejor que el chocolate.


Pedro le lanzó una elocuente mirada y un rubor tiñó las mejillas de Paula. Satisfecho de que hubiera comprendido lo que había querido decirle, se inclinó y la besó en los labios.


—Tan pronto como te presente los resultados de mi examen médico, te demostraré que esto es mucho mejor que el chocolate —murmuró, deslizando delicadamente un dedo por su labio inferior.


—Te creo —repuso—. No creo que eso sea posible, pero tendré que replantearme esa opinión.


—¿Lista entonces?


—La verdad es que no —al instante, el entusiasmo de Paula pareció apagarse un tanto—. Supongo que estaría feo que me escabullera en mi fiesta de cumpleaños, ¿verdad?


—Eso me temo.


—Se me ocurre algo que podríamos hacer en vez de acudir a esa fiesta —le lanzó una sugerente mirada.


—A mí también…


—Vaya, me he olvidado el lápiz de labios —exclamó de repente, volviéndose hacia la puerta—. Espérame un momento y…


Pero en cuestión de un segundo, Pedro la levantó sorpresivamente en brazos.


—Venga, Cenicienta. El baile espera.


—Pero mi lápiz de labios…


—No importa. Te volveré a quitar la pintura con otro beso que te dé.


—En ese caso… —le echó los brazos al cuello—. Vamos, Príncipe Encantador. Llévame a la carroza de la calabaza.


Su carroza de la calabaza se había convertido en la limusina que Reynaldo había puesto a su disposición. El chófer, Bill, resultó ser todavía más alto que la descripción aportada por el impresionado Pudge cuando lo vio por primera vez. Sonrió al ver salir de la casa a Pedro con Paula en brazos. Después de quitarse ceremoniosamente la gorra, abrió la puerta de la limusina.


—Buenas tardes, señorita. Buenas tardes, señor.


—Hola, Bill. ¿Cómo va todo?


—Bien, señorita Paula. Feliz cumpleaños.


—No necesitas recordármelo —repuso, frunciendo el ceño.


—El veintinueve siempre ha sido un número muy difícil —asintió, comprensivo.


—Sí que lo es. Y lo será también el año que viene.


—Lo tendré en cuenta.


No duró mucho el trayecto al Hyatt Regency. A Paula le encantaba el hotel, y era por eso por lo que su madre lo había elegido.


—Te vas a comer lo poco que te queda de tu pintura de labios —comentó Pedro.


—Son los nervios.


—Yo creía que te encantaban las fiestas.


—Entonces es que todavía no me conoces tan bien como pensabas.


Pedro se quedó nuevamente en silencio y Paula le lanzó una rápida mirada. Maldijo en silencio. Aquellos silencios de Pedro la enervaban, porque generaban el inevitable efecto de hacerla pensar. Y esa noche pensar era lo último que deseaba hacer.


—De acuerdo, me conoces bien —pronunció.


—Si no se trata de las fiestas, entonces el motivo debe de ser el cumpleaños.


—Sí.


Pedro deslizó un brazo por su cintura.


—Nunca pensé que tendría que retorcerte el brazo para hacerte hablar. Siempre has sido tan sincera y directa conmigo…


—¿Es eso una crítica? —inquirió, irritada.


—Es una observación. Algo va mal. ¿Es por lo de celebrar un cumpleaños más?


—¡No! Sí. Realmente no. Maldita sea, Pedro, los cumpleaños nunca me han gustado.


—¿Por qué?


Consternada, Paula descubrió que los ojos se le habían llenado de lágrimas.


—No puedo hablar de ello. Ahora no. Nunca seré capaz de soportar esta velada si te lo explico ahora.


—Entonces no hablaremos del asunto —sacó un pañuelo y le enjugó delicadamente las lágrimas—. Todo saldrá bien. Ya lo verás.


Pedro


—Estás preciosa —la interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios, y sonrió con una ternura que la dejó sin aliento—. Pero la verdad es que siempre lo estás.


—¿Incluso con las uñas de los pies pintadas de colores, despeinada y sin maquillaje?


—Sobre todo así. Mascando chicle, haciendo tintinear tus pulseras, descalza y con la melena llena de flores —la voz de Pedro se había profundizado, y en sus ojos grises brillaba una emoción que ella no se atrevió a definir—. Esa es la Paula que todos conocemos y amamos.





sábado, 10 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 11




Acurrucada en su sillón del escritorio, en la habitación dedicada a las prácticas de entrevistas, Paula examinó su lobito de peluche a la busca de más desperfectos. No encontró ninguno desde la última vez que había arreglado el descosido. Con el Señor Woof en su regazo, sus pensamientos derivaron hacia Pedro. Quizá estuviera cometiendo un error al haber concertado aquel trato con él. 


Pero incluso mientras analizaba los argumentos que Pedro había utilizado con ella, se sentía embargada por un profundo y familiar anhelo.


Había transcurrido tanto tiempo desde que había formado parte de una familia… Quizá había concebido por primera vez el deseo de tener un bebé cuando su madre la abandonó, dejándola sola en aquella casa tan grande…


¿Tan equivocada estaba al desear tener un bebé? ¿Debería renunciar a ese deseo solo porque no estaba casada, o porque los comentarios de Pedro la habían afectado demasiado? Matrimonio. Un marido. Compromiso. Pérdida y dolor. Todo resultaba tan confuso… Una imagen de Pedro deslizándose en su mente, una imagen de Pedro cubriendo su rostro de besos. O llevándola a la cama. O meciendo a su bebé en sus brazos. O conviviendo con ella durante años y años.


Era una tentación tan terrible… Abrazada al señor Woof, bajó la cabeza y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.


¿Qué diablos iba a hacer?






QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 10






—¿El hombre perfecto? Pero ese eres tú —balbuceó Paula.


Pedro asintió, sin dejar de mirarla a los ojos.


—Está ahora mismo delante de ti, corazón. Mister Perfecto.


Paula se mordió el labio inferior.


—No lo entiendo. ¿Por qué me estás ofreciendo hacer eso?


—¿Lo consideras acaso un capricho?


—No —sacudió la cabeza.


Pedro no tenía intención alguna de llegar a poner en práctica su oferta. Simplemente necesitaba ganar tiempo, sin despertar sus sospechas, hasta que descubriera al chantajista.


—Vale. Entonces, ¿me crees cuando te digo que no quiero que corras más riesgos?


—Claro. Puedo aceptar esa excusa. Quizás —lo estudió, inquieta—. Solo hay un problema. Tú siempre te has opuesto a mi plan. Me resulta difícil creer que tu interés por mi bienestar es ahora superior a tus anteriores objeciones. Tiene que haber otra razón.


—Otra razón y una condición.


—¡Oh! —Paula hizo tintinear sus pulseras cuando Pedro se plantó frente a ella. Lo sabía—. ¿Cuál es esa razón?


—Te deseo.


Evidentemente Paula no había esperado que dijera eso, porque retrocedió varios pasos.


—Tú…


—Quiero hacer el amor contigo. Sí —enarcó una ceja—. No me digas que esto te sorprende.


—De alguna forma, sí —tragó saliva—. ¿Y… y la condición?


—Me dijiste que no piensas mantener ninguna relación con el padre de tu hijo, aparte de la sexual. No puedo estar de acuerdo con eso.


—¡Tienes que estarlo!


—No. ¿Qué tipo de hombre engendraría a un hijo para luego marcharse sin mirar atrás? ¿Es esa la clase de hombre que tú respetarías, la persona con quien querrías tener un hijo?


Por un instante la mirada de Paula se suavizó.


—Quizá.


Pedro no pudo evitar reírse, a pesar de la seriedad de la situación.


—No; no podrías respetar a un hombre así. No sería justo, ni para ti ni para nuestro bebé —subrayó a propósito la palabra «nuestro»—. Si tus planes se cumplen conforme a lo previsto, seremos padres dentro de menos de un año. Los dos. ¿Realmente pretendes mantenerme al margen del experimento?


—¿Qué estás sugiriendo? —le preguntó Paula con una mezcla de esperanza y aprensión.


—Quiero que lleguemos a conocernos el uno al otro durante el proceso —Pedro estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de ganar tiempo—. Quiero que los dos nos aseguremos de que nuestra decisión es la correcta. Una vez que te quedes embarazada, nos comprometeremos. Cambiar de idea ya no constituirá una opción. Así que te sugiero que nos aseguremos muy mucho de no cometer un error.


—¿Te gustaría que llegáramos a conocernos el uno al otro? ¿De qué manera?


—En la manera habitual en que los hombres y las mujeres establecen una relación.


—¿Pretendes salir conmigo?


—¿Esperabas que te dijera que pretendo acostarme contigo?


—Si esa es la verdad, entonces sí.


—Quiero acostarme contigo.


—Lo sabía —la expresión de Paula se endureció—. Todo esto forma parte de un complicado plan para llevarme a la cama.


—Llevarte a la cama nunca ha sido la parte más difícil. También quiero conocerte como persona.


—¿Por qué? —susurró ella. 


Pedro nunca la había visto tan vulnerable, tan indecisa.


—Sabes por qué. Hay algo entre nosotros, tanto si lo queremos admitir como si no.


—Es cierto. Atracción sexual.


—No te mientas a ti misma. Es algo más que eso, Paula. De otra manera, aquel beso jamás se hubiera producido.


—Sea como sea, no estoy interesada. No se me dan bien las relaciones de larga duración.


Al ver cómo reforzaba sus resistencias, Pedro cambió de táctica.


—¿Ni siquiera cuando son perfectas? Dijiste que estabas buscando al hombre perfecto para engendrar al hijo o a la hija perfecta. ¿Por qué te resistes tanto?


—No me interpretes al pie de la letra —Paula se aferró a otra excusa—. Busco a un hombre que se complemente conmigo, cuya fuerza compense mi debilidad y viceversa.


—Exacto. Por ejemplo: puede que no se te den bien las relaciones a largo plazo, pero a mí sí —ansiaba estrecharla entre sus brazos, pero Paula parecía tan recelosa
como Loner cuando Pedro se le acercó para recoger al aterrado y hambriento cachorrillo que había sido—. Puedo enseñarte cosas. Lo único que tienes que hacer es confiar en mí…


—Es una idea realmente mala.


—¿De verdad? ¿Por qué no hacemos la prueba?


Pedro atravesó la habitación y recogió su cuestionario. 


Esperó a que ella dijera algo o le quitara los documentos. 


Como no lo hizo, se puso sus gafas de lectura y ojeó las páginas. Había una anotación en el encabezamiento de una de las listas, recordándole que preguntara a los candidatos el nombre, edad y estado civil. Seguía la cuestión de la elección entre la rosa y la margarita, y después varias decenas de preguntas más. Finalmente, apuntada al margen, una lista de las características que debía tener el futuro padre, escrita a mano.


Fuerte, había escrito, tanto en el sentido mental como físico. Tranquilo. Lógico. Paciente. Con sentido común. Amable, generoso, protector, amante de los animales. Posee un lobo. 


Pedro esbozó una mueca al leer aquel último punto. De manos suaves y fuertes. Viste todo de negro. Ojos grises de mirada clara y directa. Besa maravillosamente bien. Por encima de todo, comprende la importancia de una familia. 


Tardó un momento en recuperarse lo suficiente para volver a hablar.


—Toda una lista.


—¿Ves? Realmente tenía unas preguntas muy buenas. Y tú has dudado de mí. ¡Ja! —sonrió con expresión triunfal—. Así aprenderás.


—No me refería a las preguntas, sino a la lista de cualidades que has apuntado —le señaló el párrafo en cuestión—. ¿Es así como me ves?


La expresión de Paula se oscureció. Al parecer, se había olvidado de aquellas anotaciones a mano.


—¿La… lista?


—¿Quieres refrescarte la memoria? —le tendió la página.


—Oh, vaya —se la arrancó de las manos y la leyó apresurada—. Esta estupidez.


—¿Estupidez? —inquirió Pedro, irritado por su actitud—. ¿Quieres decir que esto no va en serio?


—Bueno, quizá lo de los ojos sí. Y lo del lobo —se aclaró la garganta, nerviosa—. Oh, y este detalle de la vestimenta negra. Debo admitir que te sienta muy bien ese color.


—¿Qué pasa con el resto?


Paula cedió, rindiéndose a lo inevitable.


—¿Qué quieres que te diga, Pedro? ¿Que pienso que eres maravilloso? ¿Que creo que resumes todas las cualidades que espero encontrar en el hombre que engendre a mi hijo? Vale, de acuerdo. Lo admito. Sí, así es como te veo. Eres todo eso y más. ¿Satisfecho?


Pedro se sentía más que satisfecho.


—¿Entonces por qué te resistes a aceptar mi sugerencia?


—Porque tengo la impresión de que tú buscas algo permanente, y a mí no me gustan las cosas permanentes. Cambio de opinión con más frecuencia que de pintura de uñas.


—Yo rara vez lo hago.


—Pues más a mí favor. Somos caracteres opuestos.


—Pero eso nos equilibra y complementa, ¿no? —la desafió él.


—No cuando a mí me gusta ayudar a las personas y tú disfrutas ahuyentándolas.


—Solo a las malas personas. Protector, ¿recuerdas?, esa es una de las cualidades que más aprecias.


—Quizá, pero también eres una persona lógica —repuso Paula, haciendo que pareciera como un defecto.


—¿No crees que al menos uno de nosotros debería serlo? —señaló el papel que todavía sostenía en la mano—. Cariño, todo está aquí escrito. Lógico. Protector. Tranquilo. Con sentido común. A propósito, me encanta que pienses que uno de los dos debería tener sentido común.


—He decidido prescindir de esa parte —sacó un bolígrafo, dispuesta a tachar la frase.—Eres avasallador y autoritario.


—No es exacto. Según tus propias palabras, soy «fuerte tanto en el sentido mental como físico».


—Bien, eso tampoco vale —empezó a tachar las palabras, pero de pronto vaciló—. No vas a ceder en esto, ¿verdad?


—No. Y haré otra cosa más. Voy a decirte lo que realmente pienso de tu plan.


—Oh, por favor —exclamó Paula con tono sarcástico—. No me mantengas en suspense. Ardo de impaciencia por conocer tu opinión.


—Tú no quieres ni el hombre perfecto ni el perfecto bebé.


—¡Eso no es verdad!


—Deja de engañarte a ti misma, cariño. Esperas crear algo mejor, trascender de alguna forma para dejar de estar sola. Por eso quieres un hombre que sea consciente de la importancia de la familia. Porque es eso lo que echas de menos en tu propia vida. Bien, pues yo te digo que un hijo no te dará eso. Pero un marido y unos hijos, tal vez sí. Una familia, vamos.


Una expresión de intenso anhelo cruzó por el rostro de Paula.


—No creo que eso sea posible.


—Nunca lo sabrás si no lo intentas —replicó Pedro, levantando una mano—. ¿Hacemos el trato? Primero llegaremos a conocernos el uno al otro. Si eso funciona, nos plantearemos tener un hijo juntos.


—¿Y si no funciona?


—Siempre queda la clínica.


—Oh, Pedro, no estoy nada convencida de esto…


—Yo sí —en esa ocasión se atrevió a acercársele, estrechándola en sus brazos—. Permíteme que te convenza.


Paula se humedeció los labios con la lengua de una manera que le hizo pensar a Pedro en ardientes, dulces besos. Lentos, profundos besos, una interminable danza de labios y lenguas que arrebataran sus sentidos y que solo pudieran conducir a un solo lugar: a la cama para pasar una noche de auténtica pasión. Si era inteligente, saldría en ese mismo momento de la casa y de la vida de Paula. Pero le resultó imposible hacerlo.


Barbara había tenido razón cuando le aconsejó no desarrollar ningún sentimiento profundo por Paula. Eran caracteres totalmente opuestos. Eran como la noche y el día. 


La personalidad de Paula era tan cálida y emocional como fría y lógica era la suya. Él podía proporcionar una pétrea solidez para su espontaneidad, para su entusiasmo fresco desbordante como la espuma. Y, como una roca en medio del mar, ella lo erosionaría una y otra vez, quebrando sus pensamientos, planes y decisiones, arrastrándolo a rumbos que jamás había pensado tomar.


—Voy a besarte ahora —la advirtió.


Las manos de Paula escalaron su pecho antes de volver a reunirse en su cuello.


—¿Te he dicho alguna vez que besas maravillosamente bien?


—Creo haber leído eso en alguna parte —le acarició los labios con los suyos—. Haré todo lo posible para no decepcionarte.


Pero en el instante en que sus bocas se fundieron, Pedro ya no se preocupó más de decepcionarla. Todos los pensamientos lo abandonaron, excepto uno: apoderarse de aquello que ella tan generosamente le ofrecía. Saquear aquellos labios con dulce fruición. Batido por una ola de puro deseo, solo pudo pensar en devorarla, bocado a bocado. 


Paula echó la cabeza hacia atrás y entreabrió los labios, permitiéndole pleno acceso. Y Pedro no perdió el tiempo.


Pero no fue suficiente, ni mucho menos. Desde que Paula se presentó ante él vestida con tan vistosos colores, había querido explorar lo que se escondía detrás de aquellas gasas y sedas. Ya no pudo resistir la tentación por más tiempo, sobre todo después de lo que había visto desde su aventajado punto de observación en el jardín.


Deslizando las manos por su vientre plano, no tardó en sopesar en sus palmas sus maravillosos senos. Gimió contra sus labios. Que el cielo lo ayudara, porque había muerto y había subido al cielo para vivir entre ángeles.


Un suave grito escapó de los labios de Paula mientras le cubría las manos con las suyas, incitándole a que prosiguiera con sus caricias. Pedro la hizo retroceder hasta
arrinconarla contra la puerta cerrada, y tomándola del trasero, la levantó en vilo. Ella no necesitó de mayor estímulo, puesto que enredó las piernas en torno a su cintura. Apoderándose de sus labios en otro ardiente beso, Pedro le quitó el top, revelando sus senos. Eran increíbles, con unos pequeños pezones del mismo color rosado que los capullos de buganvilla que adornaban su melena rizada. En seguida los amasó con las manos, acariciando con los pulgares las puntas endurecidas. 


Comenzó luego a mordisquearlos con exquisita ternura…


En el preciso instante en que los gemidos de Paula se transformaron en gritos, Loner empezó a aullar.


Pedro se quedó paralizado, maldiciendo entre dientes. 


Soltó lentamente a Paula y se irguió. Paula respiraba aceleradamente, con una desesperada mirada clavada en sus ojos.


—¿Quiere esto decir que no vamos a terminar lo que hemos empezado? —preguntó, jadeante.


—No, a no ser que queramos que toda la casa se entere de lo que estamos haciendo.


—Yo podría aceptarlo, pero dudo que tú hicieras lo mismo —repuso mientras se bajaba el top—. Entonces, ¿adonde vamos a partir de aquí?


—Eso depende de ti —Pedro se esforzó por recuperar la escasa capacidad de control que le quedaba—. ¿Cuál es tu decisión? ¿Quieres quedarte a ver adonde puede conducirnos esto?


—Creo que ambos sabemos adonde conduce —respondió, estremecida.


—Pero ha llegado el momento de ir despacio, ¿no? —¿se lo estaba preguntando a ella o era un consejo que se daba a sí mismo? Si la presionaba un poco más, todo su elaborado proceso de convencimiento para que trabaran primeramente una relación acabaría siendo inútil—. Sin prisas, ¿vale?


—Pero he esperado durante tanto tiempo…


—Por eso esperar un poquito más no supondrá ninguna diferencia —le besó delicadamente el cuello y espero su respuesta—. Creo recordar que me pediste que pasara por un test físico antes de seguir con todo eso.


—¿No te importa?


—No me entusiasma la idea. ¿Y si hacemos un trato?


—¿Qué tipo de trato? —le preguntó Paula, recelosa.


—Yo me hago el examen físico como un buen chico y tú aceptas que te enseñe algunas técnicas de defensa personal. Puede que te vengan bien después de tu encontronazo con Thomas.


—¿Es de verdad necesario? —inquirió—. Yo no corro ningún riesgo, ningún peligro. Sobre todo si cancelo el resto de las entrevistas.


—Venga, compláceme. También podría enseñar las mismas técnicas a Daría, a Carmela y a Vilma. Empezaremos hoy mismo. Será divertido. Es el complemento perfecto de las otras habilidades que ya les has enseñado.


—Hoy, ¿eh?


—Dentro de una hora —insistió Pedro.


—De acuerdo. Un favor más, sin embargo.


—¿Cuál?


Paula se humedeció los labios de una forma que lo advirtió a Pedro de que no iba a gustarle aquel particular «favor».


—¿Te he mencionado alguna vez que dentro de poco celebraré mi cumpleaños?


—Sí, algo recuerdo.


—Bueno, Barbara está preparando una gran fiesta y… me encantaría de verdad que asistieras… en calidad de pareja mía.


—Claro —aceptó Pedro, pues la petición no parecía tan mala.


—Tendrás que llevar esmoquin —le lanzó una mirada dubitativa—. Yo podría conseguirte uno.


—No es necesario.


—¿Es que mi «chico para todo» se ha presentado con el equipo completo, incluido el atuendo de gala? —le preguntó ella, arqueando una ceja.


—Considéralo como un servicio más del «chico para todo».


—Hay un pequeñísimo detalle más.


—¿Cuál?


—No puedes acudir con Loner.


—Ni hablar.


—La recepción tendrá lugar en el Hyatt Regency, de Embarcadero. No dejarán entrar a Loner. Además, si llega a asustar a alguno de los invitados, llamarán a la policía. Y tengo la sospecha de que al primer vistazo que le echen las autoridades, se llevarán la impresión, equivocada desde luego, de que es un lobo.


—Bueno, supongo que podré prescindir de Loner por una noche.


—Estupendo —sin darle tiempo a que reconsiderara la idea, Paula se dirigió hacia la puerta—. Lo justo es justo. Dado que has aceptado mis peticiones, voy a avisar a todo el mundo para que puedas darnos la primera clase de defensa personal.


Nada más marcharse Paula, Pedro cerró los ojos y se apoyó en la pared más cercana. ¿Qué demonios había hecho? ¿Y cómo diablos se libraría de aquella situación? ¿Podría salir de ella? Esbozó una sonrisa sin humor. No quería salir. 


Quería entrar. Y quedarse. Lo que generaba un pequeño problema…


¿Cómo había convencido a Paula de que le abriera la puerta?