sábado, 10 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 10






—¿El hombre perfecto? Pero ese eres tú —balbuceó Paula.


Pedro asintió, sin dejar de mirarla a los ojos.


—Está ahora mismo delante de ti, corazón. Mister Perfecto.


Paula se mordió el labio inferior.


—No lo entiendo. ¿Por qué me estás ofreciendo hacer eso?


—¿Lo consideras acaso un capricho?


—No —sacudió la cabeza.


Pedro no tenía intención alguna de llegar a poner en práctica su oferta. Simplemente necesitaba ganar tiempo, sin despertar sus sospechas, hasta que descubriera al chantajista.


—Vale. Entonces, ¿me crees cuando te digo que no quiero que corras más riesgos?


—Claro. Puedo aceptar esa excusa. Quizás —lo estudió, inquieta—. Solo hay un problema. Tú siempre te has opuesto a mi plan. Me resulta difícil creer que tu interés por mi bienestar es ahora superior a tus anteriores objeciones. Tiene que haber otra razón.


—Otra razón y una condición.


—¡Oh! —Paula hizo tintinear sus pulseras cuando Pedro se plantó frente a ella. Lo sabía—. ¿Cuál es esa razón?


—Te deseo.


Evidentemente Paula no había esperado que dijera eso, porque retrocedió varios pasos.


—Tú…


—Quiero hacer el amor contigo. Sí —enarcó una ceja—. No me digas que esto te sorprende.


—De alguna forma, sí —tragó saliva—. ¿Y… y la condición?


—Me dijiste que no piensas mantener ninguna relación con el padre de tu hijo, aparte de la sexual. No puedo estar de acuerdo con eso.


—¡Tienes que estarlo!


—No. ¿Qué tipo de hombre engendraría a un hijo para luego marcharse sin mirar atrás? ¿Es esa la clase de hombre que tú respetarías, la persona con quien querrías tener un hijo?


Por un instante la mirada de Paula se suavizó.


—Quizá.


Pedro no pudo evitar reírse, a pesar de la seriedad de la situación.


—No; no podrías respetar a un hombre así. No sería justo, ni para ti ni para nuestro bebé —subrayó a propósito la palabra «nuestro»—. Si tus planes se cumplen conforme a lo previsto, seremos padres dentro de menos de un año. Los dos. ¿Realmente pretendes mantenerme al margen del experimento?


—¿Qué estás sugiriendo? —le preguntó Paula con una mezcla de esperanza y aprensión.


—Quiero que lleguemos a conocernos el uno al otro durante el proceso —Pedro estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de ganar tiempo—. Quiero que los dos nos aseguremos de que nuestra decisión es la correcta. Una vez que te quedes embarazada, nos comprometeremos. Cambiar de idea ya no constituirá una opción. Así que te sugiero que nos aseguremos muy mucho de no cometer un error.


—¿Te gustaría que llegáramos a conocernos el uno al otro? ¿De qué manera?


—En la manera habitual en que los hombres y las mujeres establecen una relación.


—¿Pretendes salir conmigo?


—¿Esperabas que te dijera que pretendo acostarme contigo?


—Si esa es la verdad, entonces sí.


—Quiero acostarme contigo.


—Lo sabía —la expresión de Paula se endureció—. Todo esto forma parte de un complicado plan para llevarme a la cama.


—Llevarte a la cama nunca ha sido la parte más difícil. También quiero conocerte como persona.


—¿Por qué? —susurró ella. 


Pedro nunca la había visto tan vulnerable, tan indecisa.


—Sabes por qué. Hay algo entre nosotros, tanto si lo queremos admitir como si no.


—Es cierto. Atracción sexual.


—No te mientas a ti misma. Es algo más que eso, Paula. De otra manera, aquel beso jamás se hubiera producido.


—Sea como sea, no estoy interesada. No se me dan bien las relaciones de larga duración.


Al ver cómo reforzaba sus resistencias, Pedro cambió de táctica.


—¿Ni siquiera cuando son perfectas? Dijiste que estabas buscando al hombre perfecto para engendrar al hijo o a la hija perfecta. ¿Por qué te resistes tanto?


—No me interpretes al pie de la letra —Paula se aferró a otra excusa—. Busco a un hombre que se complemente conmigo, cuya fuerza compense mi debilidad y viceversa.


—Exacto. Por ejemplo: puede que no se te den bien las relaciones a largo plazo, pero a mí sí —ansiaba estrecharla entre sus brazos, pero Paula parecía tan recelosa
como Loner cuando Pedro se le acercó para recoger al aterrado y hambriento cachorrillo que había sido—. Puedo enseñarte cosas. Lo único que tienes que hacer es confiar en mí…


—Es una idea realmente mala.


—¿De verdad? ¿Por qué no hacemos la prueba?


Pedro atravesó la habitación y recogió su cuestionario. 


Esperó a que ella dijera algo o le quitara los documentos. 


Como no lo hizo, se puso sus gafas de lectura y ojeó las páginas. Había una anotación en el encabezamiento de una de las listas, recordándole que preguntara a los candidatos el nombre, edad y estado civil. Seguía la cuestión de la elección entre la rosa y la margarita, y después varias decenas de preguntas más. Finalmente, apuntada al margen, una lista de las características que debía tener el futuro padre, escrita a mano.


Fuerte, había escrito, tanto en el sentido mental como físico. Tranquilo. Lógico. Paciente. Con sentido común. Amable, generoso, protector, amante de los animales. Posee un lobo. 


Pedro esbozó una mueca al leer aquel último punto. De manos suaves y fuertes. Viste todo de negro. Ojos grises de mirada clara y directa. Besa maravillosamente bien. Por encima de todo, comprende la importancia de una familia. 


Tardó un momento en recuperarse lo suficiente para volver a hablar.


—Toda una lista.


—¿Ves? Realmente tenía unas preguntas muy buenas. Y tú has dudado de mí. ¡Ja! —sonrió con expresión triunfal—. Así aprenderás.


—No me refería a las preguntas, sino a la lista de cualidades que has apuntado —le señaló el párrafo en cuestión—. ¿Es así como me ves?


La expresión de Paula se oscureció. Al parecer, se había olvidado de aquellas anotaciones a mano.


—¿La… lista?


—¿Quieres refrescarte la memoria? —le tendió la página.


—Oh, vaya —se la arrancó de las manos y la leyó apresurada—. Esta estupidez.


—¿Estupidez? —inquirió Pedro, irritado por su actitud—. ¿Quieres decir que esto no va en serio?


—Bueno, quizá lo de los ojos sí. Y lo del lobo —se aclaró la garganta, nerviosa—. Oh, y este detalle de la vestimenta negra. Debo admitir que te sienta muy bien ese color.


—¿Qué pasa con el resto?


Paula cedió, rindiéndose a lo inevitable.


—¿Qué quieres que te diga, Pedro? ¿Que pienso que eres maravilloso? ¿Que creo que resumes todas las cualidades que espero encontrar en el hombre que engendre a mi hijo? Vale, de acuerdo. Lo admito. Sí, así es como te veo. Eres todo eso y más. ¿Satisfecho?


Pedro se sentía más que satisfecho.


—¿Entonces por qué te resistes a aceptar mi sugerencia?


—Porque tengo la impresión de que tú buscas algo permanente, y a mí no me gustan las cosas permanentes. Cambio de opinión con más frecuencia que de pintura de uñas.


—Yo rara vez lo hago.


—Pues más a mí favor. Somos caracteres opuestos.


—Pero eso nos equilibra y complementa, ¿no? —la desafió él.


—No cuando a mí me gusta ayudar a las personas y tú disfrutas ahuyentándolas.


—Solo a las malas personas. Protector, ¿recuerdas?, esa es una de las cualidades que más aprecias.


—Quizá, pero también eres una persona lógica —repuso Paula, haciendo que pareciera como un defecto.


—¿No crees que al menos uno de nosotros debería serlo? —señaló el papel que todavía sostenía en la mano—. Cariño, todo está aquí escrito. Lógico. Protector. Tranquilo. Con sentido común. A propósito, me encanta que pienses que uno de los dos debería tener sentido común.


—He decidido prescindir de esa parte —sacó un bolígrafo, dispuesta a tachar la frase.—Eres avasallador y autoritario.


—No es exacto. Según tus propias palabras, soy «fuerte tanto en el sentido mental como físico».


—Bien, eso tampoco vale —empezó a tachar las palabras, pero de pronto vaciló—. No vas a ceder en esto, ¿verdad?


—No. Y haré otra cosa más. Voy a decirte lo que realmente pienso de tu plan.


—Oh, por favor —exclamó Paula con tono sarcástico—. No me mantengas en suspense. Ardo de impaciencia por conocer tu opinión.


—Tú no quieres ni el hombre perfecto ni el perfecto bebé.


—¡Eso no es verdad!


—Deja de engañarte a ti misma, cariño. Esperas crear algo mejor, trascender de alguna forma para dejar de estar sola. Por eso quieres un hombre que sea consciente de la importancia de la familia. Porque es eso lo que echas de menos en tu propia vida. Bien, pues yo te digo que un hijo no te dará eso. Pero un marido y unos hijos, tal vez sí. Una familia, vamos.


Una expresión de intenso anhelo cruzó por el rostro de Paula.


—No creo que eso sea posible.


—Nunca lo sabrás si no lo intentas —replicó Pedro, levantando una mano—. ¿Hacemos el trato? Primero llegaremos a conocernos el uno al otro. Si eso funciona, nos plantearemos tener un hijo juntos.


—¿Y si no funciona?


—Siempre queda la clínica.


—Oh, Pedro, no estoy nada convencida de esto…


—Yo sí —en esa ocasión se atrevió a acercársele, estrechándola en sus brazos—. Permíteme que te convenza.


Paula se humedeció los labios con la lengua de una manera que le hizo pensar a Pedro en ardientes, dulces besos. Lentos, profundos besos, una interminable danza de labios y lenguas que arrebataran sus sentidos y que solo pudieran conducir a un solo lugar: a la cama para pasar una noche de auténtica pasión. Si era inteligente, saldría en ese mismo momento de la casa y de la vida de Paula. Pero le resultó imposible hacerlo.


Barbara había tenido razón cuando le aconsejó no desarrollar ningún sentimiento profundo por Paula. Eran caracteres totalmente opuestos. Eran como la noche y el día. 


La personalidad de Paula era tan cálida y emocional como fría y lógica era la suya. Él podía proporcionar una pétrea solidez para su espontaneidad, para su entusiasmo fresco desbordante como la espuma. Y, como una roca en medio del mar, ella lo erosionaría una y otra vez, quebrando sus pensamientos, planes y decisiones, arrastrándolo a rumbos que jamás había pensado tomar.


—Voy a besarte ahora —la advirtió.


Las manos de Paula escalaron su pecho antes de volver a reunirse en su cuello.


—¿Te he dicho alguna vez que besas maravillosamente bien?


—Creo haber leído eso en alguna parte —le acarició los labios con los suyos—. Haré todo lo posible para no decepcionarte.


Pero en el instante en que sus bocas se fundieron, Pedro ya no se preocupó más de decepcionarla. Todos los pensamientos lo abandonaron, excepto uno: apoderarse de aquello que ella tan generosamente le ofrecía. Saquear aquellos labios con dulce fruición. Batido por una ola de puro deseo, solo pudo pensar en devorarla, bocado a bocado. 


Paula echó la cabeza hacia atrás y entreabrió los labios, permitiéndole pleno acceso. Y Pedro no perdió el tiempo.


Pero no fue suficiente, ni mucho menos. Desde que Paula se presentó ante él vestida con tan vistosos colores, había querido explorar lo que se escondía detrás de aquellas gasas y sedas. Ya no pudo resistir la tentación por más tiempo, sobre todo después de lo que había visto desde su aventajado punto de observación en el jardín.


Deslizando las manos por su vientre plano, no tardó en sopesar en sus palmas sus maravillosos senos. Gimió contra sus labios. Que el cielo lo ayudara, porque había muerto y había subido al cielo para vivir entre ángeles.


Un suave grito escapó de los labios de Paula mientras le cubría las manos con las suyas, incitándole a que prosiguiera con sus caricias. Pedro la hizo retroceder hasta
arrinconarla contra la puerta cerrada, y tomándola del trasero, la levantó en vilo. Ella no necesitó de mayor estímulo, puesto que enredó las piernas en torno a su cintura. Apoderándose de sus labios en otro ardiente beso, Pedro le quitó el top, revelando sus senos. Eran increíbles, con unos pequeños pezones del mismo color rosado que los capullos de buganvilla que adornaban su melena rizada. En seguida los amasó con las manos, acariciando con los pulgares las puntas endurecidas. 


Comenzó luego a mordisquearlos con exquisita ternura…


En el preciso instante en que los gemidos de Paula se transformaron en gritos, Loner empezó a aullar.


Pedro se quedó paralizado, maldiciendo entre dientes. 


Soltó lentamente a Paula y se irguió. Paula respiraba aceleradamente, con una desesperada mirada clavada en sus ojos.


—¿Quiere esto decir que no vamos a terminar lo que hemos empezado? —preguntó, jadeante.


—No, a no ser que queramos que toda la casa se entere de lo que estamos haciendo.


—Yo podría aceptarlo, pero dudo que tú hicieras lo mismo —repuso mientras se bajaba el top—. Entonces, ¿adonde vamos a partir de aquí?


—Eso depende de ti —Pedro se esforzó por recuperar la escasa capacidad de control que le quedaba—. ¿Cuál es tu decisión? ¿Quieres quedarte a ver adonde puede conducirnos esto?


—Creo que ambos sabemos adonde conduce —respondió, estremecida.


—Pero ha llegado el momento de ir despacio, ¿no? —¿se lo estaba preguntando a ella o era un consejo que se daba a sí mismo? Si la presionaba un poco más, todo su elaborado proceso de convencimiento para que trabaran primeramente una relación acabaría siendo inútil—. Sin prisas, ¿vale?


—Pero he esperado durante tanto tiempo…


—Por eso esperar un poquito más no supondrá ninguna diferencia —le besó delicadamente el cuello y espero su respuesta—. Creo recordar que me pediste que pasara por un test físico antes de seguir con todo eso.


—¿No te importa?


—No me entusiasma la idea. ¿Y si hacemos un trato?


—¿Qué tipo de trato? —le preguntó Paula, recelosa.


—Yo me hago el examen físico como un buen chico y tú aceptas que te enseñe algunas técnicas de defensa personal. Puede que te vengan bien después de tu encontronazo con Thomas.


—¿Es de verdad necesario? —inquirió—. Yo no corro ningún riesgo, ningún peligro. Sobre todo si cancelo el resto de las entrevistas.


—Venga, compláceme. También podría enseñar las mismas técnicas a Daría, a Carmela y a Vilma. Empezaremos hoy mismo. Será divertido. Es el complemento perfecto de las otras habilidades que ya les has enseñado.


—Hoy, ¿eh?


—Dentro de una hora —insistió Pedro.


—De acuerdo. Un favor más, sin embargo.


—¿Cuál?


Paula se humedeció los labios de una forma que lo advirtió a Pedro de que no iba a gustarle aquel particular «favor».


—¿Te he mencionado alguna vez que dentro de poco celebraré mi cumpleaños?


—Sí, algo recuerdo.


—Bueno, Barbara está preparando una gran fiesta y… me encantaría de verdad que asistieras… en calidad de pareja mía.


—Claro —aceptó Pedro, pues la petición no parecía tan mala.


—Tendrás que llevar esmoquin —le lanzó una mirada dubitativa—. Yo podría conseguirte uno.


—No es necesario.


—¿Es que mi «chico para todo» se ha presentado con el equipo completo, incluido el atuendo de gala? —le preguntó ella, arqueando una ceja.


—Considéralo como un servicio más del «chico para todo».


—Hay un pequeñísimo detalle más.


—¿Cuál?


—No puedes acudir con Loner.


—Ni hablar.


—La recepción tendrá lugar en el Hyatt Regency, de Embarcadero. No dejarán entrar a Loner. Además, si llega a asustar a alguno de los invitados, llamarán a la policía. Y tengo la sospecha de que al primer vistazo que le echen las autoridades, se llevarán la impresión, equivocada desde luego, de que es un lobo.


—Bueno, supongo que podré prescindir de Loner por una noche.


—Estupendo —sin darle tiempo a que reconsiderara la idea, Paula se dirigió hacia la puerta—. Lo justo es justo. Dado que has aceptado mis peticiones, voy a avisar a todo el mundo para que puedas darnos la primera clase de defensa personal.


Nada más marcharse Paula, Pedro cerró los ojos y se apoyó en la pared más cercana. ¿Qué demonios había hecho? ¿Y cómo diablos se libraría de aquella situación? ¿Podría salir de ella? Esbozó una sonrisa sin humor. No quería salir. 


Quería entrar. Y quedarse. Lo que generaba un pequeño problema…


¿Cómo había convencido a Paula de que le abriera la puerta?






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