lunes, 15 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 23





Estás preciosa –Pedro la miró de arriba abajo con un brillo de admiración en los ojos. Desde el pelo dorado a las sandalias de tacón de aguja, era la perfección hecha mujer.


Intentó buscar alguna señal del embarazo, pero después de varios meses seguía siendo esbelta. Aunque él estaba deseando que se le notase.


Se sentía posesivo, no quería compartirla con nadie. Quería conservarla a su lado, lejos de los hombres que babeaban cuando la veían.


–Gracias –Paula dio una vueltecita, su vestido multicolor revelando unas piernas torneadas, bronceadas y preciosas.


Pedro se excitó al pensar en las cosas que preferiría hacer esa noche.


Pero era la noche de Paula.


–Tengo algo para ti –dijo con voz ronca, sacando una caja de terciopelo del cajón de la mesilla.


Ella era obstinadamente independiente y no sabía cómo iba a reaccionar, de modo que no las tenía todas consigo.


¿Qué le pasaba? Había hecho regalos a otras mujeres, pero nunca habían significado nada. Aquel regalo, sin embargo, era importante. No solo lo había elegido personalmente sino que había hecho que lo diseñaran para ella.


Vio que Paula arqueaba las cejas al reconocer el logo de la caja. Era uno de los joyeros más importantes del mundo.


–No hay necesidad. No tienes que comprarme nada.


–Lo sé –Pedro sostuvo su mirada, pero por primera vez en muchas semanas no sabía lo que estaba pensando. ¿La conexión entre ellos habría sido un espejismo?, se preguntó–. Pero cuando lo vi, pensé en ti.


Era cierto. Y no hacía falta revelarle que había hablado con el diseñador sobre Paula y su estilo para que lo personalizase.


Por fin, ella tomó la caja y cuando abrió la tapa la oyó contener el aliento. Pero no decía nada.


¿Se habría equivocado?


Paula lo miró entonces con los ojos brillantes como un cielo de verano y Pedro se sintió más importante que nunca.


–Es precioso –murmuró. Le gustaría abrazarla, pero se dijo a sí mismo que debía esperar–. Nunca había visto nada parecido.


Eso era exactamente lo que él quería porque nunca había conocido a una mujer como ella.


–¿Te gusta entonces?


–¿Que si me gusta? Es fabuloso. ¿Cómo no iba a gustarme?


–Entonces, puedes ponértelo esta noche.


–¿Por qué, Pedro? ¿Por qué un regalo tan caro?


–Para celebrar tu primera exposición. El dinero no tiene importancia, tú sabes que puedo permitírmelo.


–No es mi exposición –a pesar de las dudas en sus ojos, Paula esbozó una sonrisa–. Esta noche se exponen las fotografías de los chicos.


–Según Silvio, esta exposición es posible gracias a tu trabajo. Y me ha dicho que tiene grandes planes para ti.


–Entonces es un regalo por mi trabajo con los chicos.


Pedro vaciló. Ella quería más, ¿pero qué podía decir? ¿Que verla contenta, con un propósito en la vida, lo hacía mas feliz que nunca?


¿Que quería conservar eso y conservarla a ella?


¿Que quería poner un anillo en su dedo?


–Has trabajado mucho y has logrado muchas cosas –dijo por fin–. Lo que haces por esos niños es maravilloso. Les enseñas un oficio, les das confianza. Estás abriendo un mundo nuevo para ellos.


–¿De verdad? –no parecía posible que los ojos de Paula brillasen aún más.


Pedro asintió con la cabeza, emocionado al ver cuánto significaban para ella sus palabras. Paula era tan activa, tan llena de energía, que a veces era fácil olvidar la carga de dudas con la que vivía.


–Como fotógrafa en ciernes, tienes que estar guapa en la exposición.


–Para hacer bien el papel, ¿no?


Pedro levantó su barbilla con un dedo.
–Mucho más que eso, Paula. Yo…


Tenía la abrumadora certeza de que esperaba que dijese algo profundo, algo sobre sus sentimientos.


Pero ese era un terreno muy peligroso. Paula se había convertido en una parte vital de su futuro. Su hijo y ella iluminaban su mundo como nunca había creído posible. Sin embargo, no podía decirlo en voz alta. No era capaz de hacerlo.


–Estoy orgulloso de ti. Eres una mujer muy especial y será un honor para mí que te pongas mi regalo esta noche.


Había un brillo de desilusión en sus ojos mientras asentía con la cabeza, pero Pedro se dijo a sí mismo que todo estaba bien.


–Gracias –dijo por fin.


Pedro sacó el collar, mirando las brillantes piedras de color naranja a la luz de la lámpara.


–Me recuerdan a ti –murmuró–. Brillantes, exuberantes, pero con una innata integridad.


Paula no miraba el collar sino a él.


–¿De verdad?


–Desde luego que sí –Pedro le puso el collar y la empujó suavemente hacia el espejo–. Son puro verano, como tú.


–¿Qué clase de gemas son?


–Topacios imperiales, de unas minas de Brasil.


Era una joya moderna, los topacios mezclados con diamantes en un engaste asimétrico. Era sexy y muy femenino. Como ella.


–Eres la mujer más bella que he conocido nunca.


Al menos, podía admitir eso.


Paula abrió la boca para protestar, pero Pedro puso un dedo sobre sus labios.


–Ponte los pendientes.


En silencio, ella lo hizo.


–Y la pulsera.


Pedro la apretó contra su pecho, mirando el reflejo de los dos en el espejo.


–¿Te gustan? ¿Estás contenta?


Paula asintió con la cabeza y él se dijo a sí mismo que era suficiente. Había hecho bien al no darle el anillo, pero se negaba a esperar mucho más para hacerla suya.





domingo, 14 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 22




La ciudad está preciosa a esta hora de la noche –dijo Paula.


La vista desde la terraza siempre había sido espectacular, pero Pedro nunca había encontrado tiempo para disfrutarla hasta que Paula fue a vivir con él.


Había muchas cosas que no había apreciado hasta entonces.


Miró su pelo dorado, cayendo sobre los hombros, su expresión soñadora, el movimiento de sus pechos bajo el top verde mar…


Había conocido a muchas mujeres bellas, pero ninguna hacía que se le encogieran los pulmones.


–Me encanta esta ciudad.


–¿Ah, sí? ¿Por qué?


Paula se encogió de hombros.


–Es vibrante, llena de vida, no se parece nada a Bengaria. Ocurren tantas cosas… y la gente de São Paulo tiene tanta energía. Además, me gusta mucho la comida. Si no tengo cuidado, acabaré engordando más de lo que debo.


Pedro negó con la cabeza. Solo un amante sabría que apenas había engordado un par de kilos. Solo sus pechos eran más grandes… y él no iba a quejarse.


Se alegraba de que le gustase la ciudad porque no pensaba dejarla escapar, aunque ella aún no se hubiera hecho a la idea.


–Mi tío me ha invitado a la coronación.


Pedro apretó el vaso de cerveza.


–¿Piensas ir?


–No lo sé. Al principio pensé que no, pero no estoy segura. No quiero ver a mi tío, pero a veces siento que estoy escondiéndome aquí, temiendo volver a casa para enfrentarme con la vida. Y eso no me gusta.


–Pensé que ya no veías Bengaria como tu hogar.


–No fui feliz allí, pero es mi casa.


–¿Entonces? ¿Crees que le debes a tu tío asistir a la coronación?


–No, no es eso. Me preguntaba si debería enfrentarme con él de una vez.


–¿Para qué? ¿Para que pueda darte una charla sobre tu irresponsable comportamiento?


Todo en él se rebelaba ante la idea de que se fuera, aunque se tratase de un viaje corto.


Si se iba a Bengaria, podría quedarse allí. Parecía contenta viviendo con él, pero nada de lo que hacía o decía indicaba que lo amase.


¿Era eso lo que quería, que Paula estuviese enamorada de él?


Eso resolvería todos los problemas. Daba igual que él no supiera nada sobre el amor o sobre las relaciones, ella tenía cariño suficiente por los dos… los tres contando con su hijo.


Algunas veces se había preguntado si él podría aprender a amar.


–¿Crees que ir a Bengaria sería un error?


Era la primera vez que Paula le pedía consejo.


¿Estaba haciéndose ilusiones o era un paso adelante?


Pedro midió sus palabras para no parecer dictatorial como su tío. Paula podría ser convencida, pero no recibía órdenes.


–Creo que deberías pensar cómo utilizaría tu tío tu presencia en Bengaria. ¿Quieres ser su peón otra vez?


Paula apretó los labios. Ella era orgullosa y no querría ser un peón en manos de un hombre al que despreciaba.


–¿Por qué no lo decides más adelante? Cuéntame qué tal el día. Hace horas que no te veo.


Había estado deseando volver a casa para cenar con ella y charlar de lo que habían hecho durante el día. Y eso era algo que no le había pasado con nadie.


–He llevado a los niños a la galería de Silvio. Deberías haber visto lo contentos que estaban.


–Seguro que sí.


Pedro recordaba la primera vez que salió del barrio en el que había crecido, la emoción y el miedo que sentía.


Los niños que Paula había tomado bajo su ala jamás habrían soñado con nada tan elegante como la galería de Silvio, que siendo uno de los fotógrafos más famosos del conteniente, y seguramente del mundo, podía pedir lo que quisiera por sus fotografías.


–Tengo que darte las gracias por presentármelo –Paula enredó los dedos con los suyos y Pedro se maravilló una vez más de lo delicada que era su piel–. Yo admiraba su trabajo desde hace años, pero…


–No tienes que darme las gracias.


Pedro casi sentía celos de su amistad con Silvio, pero sabía que solo estaba interesada en su trabajo. Cualquier cosa que fortaleciese los lazos de Paula con Brasil, como su amistad con Silvio, era algo que pensaba animar. Además, ver su entusiasmo mientras hablaba sobre sus jóvenes alumnos era como ver una flor abriéndose bajo el sol.


Algo se movía en su pecho cuando Paula sonreía.


Siempre había sido vibrante, llena de vida, pero la conocía lo bastante bien como para saber que parte de esa alegría era un disfraz.


Y él sabía mucho sobre eso. Cuando era más joven había tenido que aprender a hacer el papel de joven empresario de éxito, aunque apenas tenía dinero para comer. Tenía que convencer a todos de que podían confiar en él…


La mujer a la que había conocido en la jungla estaba haciendo un papel. La auténtica Paula era asombrosa, casi incandescente. La clase de mujer que atraía a los hombres como polillas.


Y nunca se había sentido tan afortunado, a pesar de las dudas porque aún no había aceptado casarse con él.


–Silvio ha dicho que pueden volver otro día. Es estupendo, ¿verdad?


–Estupendo, sí –asintió él–. Pero ya están aprendiendo mucho de ti.


Las clases de Paula eran un éxito. No solo los niños sino sus padres estaban entusiasmados. Además, él mismo había visto los resultados y eran fantásticos.


–Yo solo soy una aficionada.


–Una aficionada con mucho talento.


–Halagador –dijo ella, con los ojos brillantes.


Seguía preocupándole que fuese al barrio de favelas porque le gustaría tenerla a salvo siempre, pero sabía que era imposible dar marcha atrás.


Max apareció entonces a su lado y Paula bajó una mano para acariciar sus orejas.


El perro cerró los ojos, encantado.


Pedro apretó los labios. ¿Qué veía en ese chucho? Él podría regalarle un perro de raza, pero Paula había elegido un chucho que seguía pareciéndolo por mucho que lo bañase y lo peinase.


–¿Por qué no te gusta? –le preguntó ella.


–No tengo tiempo para mascotas.


–Pero no es solo eso, ¿verdad? Es algo que tiene Max.


–No sé a qué te refieres.


–Es porque viene de la calle, ¿verdad? ¿Por eso no puedes ni mirarlo?


Solo en ese momento se dio cuenta de que todo lo que Pedro poseía era de la mejor calidad, todo de los mejores materiales, algunos muebles hechos a mano especialmente para él.


Pero no había antigüedades, todo era nuevo, como si hubiera sido comprado el día anterior. Muchas de las piezas eran de famosos artistas y artesanos…


Solo lo mejor. Ningún mueble normal o antiguo.


Paula tuvo entonces una terrible premonición.


–¿Qué ocurre? ¿Por qué me miras así?


–Todo lo que tienes es lo mejor, ¿verdad? Solo lo mejor.
Incluso la cocina en la que trabajaba Beatriz haría que un restaurante con varias estrellas Michelín se sintiera orgulloso.


–¿Y qué? Me gusta la calidad.


–La calidad –repitió ella. Esa era una de las palabras favoritas de su tío, especialmente cuando la regañaba por mezclarse con gente «común».


–No hay nada malo en querer tener cosas bonitas.


–Depende de por qué las quieras. ¿Es por eso por lo que insistes en casarte conmigo?


–¿De qué estás hablando?


–Yo tengo pedigrí, soy una princesa. Soy algo de «calidad» –Paula no podía disimular su amargura–. ¿Cuántos hombres se casan con una princesa?


–¿Crees que me importa el título?


–Sé que quieres a mi hijo, pero tal vez haya algo más.


Una vocecita le decía que estaba equivocada, que Pedro era diferente, ¿pero cómo iba a confiar en él si se había equivocado tantas veces?


–¿Qué quieres decir?


–Tu reacción cuando visité el barrio de favelas fue desproporcionada, especialmente llevando guardaespaldas –algo brilló en los ojos de Pedro y el corazón de Paula se rompió–. Creo que la razón por la que no te gusta Max es que porque viene de allí. Dime la verdad: ¿me quieres como un trofeo para añadir a tu colección?


Creía conocer a Pedro, creía que compartían algo frágil y precioso, algo que la hacía más feliz que nunca. Había empezado a confiar en él, a tener esperanzas.


–No sé de qué estás hablando –murmuró él, sin mirarla.


–Si quieres esconderte de tu pasado estar conmigo no va a ayudarte. Recuerda que la mayoría de la gente cree que no soy un objeto de cualidad sino alguien manchado.


–¡No hables así! –Pedro se levantó, sus ojos oscuros brillando como un volcán–. No digas eso sobre ti misma.


Paula intentó mirarlo con desdén. Había aprendido el truco de su tío y lo utilizaba cuando quería esconder su dolor, pero con Pedro no podía hacerlo.


–¿Por qué no? –le preguntó, desesperada–. Es lo que cree todo el mundo, aunque no me lo digan a la cara. Puede que me consideres la guinda del pastel para tu colección, pero tengo defectos y eso me resta valor.


Pedro tomó su cara entre las manos.


–No vuelvas a decir eso, no puedo soportarlo, ¿me entiendes? Te equivocas, tú no eres así.


¿Por qué no veía ella lo que veía él? Una mujer que merecía admiración y respeto, una mujer diferente a todas las que había conocido.


Paula parpadeó, negándose a llorar. Era de esperar que echase mano del orgullo en aquellas circunstancias, pero a Pedro se le rompía el corazón.


El instinto le decía que la abrazase y le hiciera el amor para borrar cualquier duda de su mente, pero ella necesitaba escucharlo de sus labios.


–Has empezado a creer las mentiras de tu tío, que siempre intentó convertirte en lo que no eres. Pero tú eras demasiado fuerte para eso, no dejes que gane ahora socavando tu confianza. Para tu información, cualquier hombre se sentiría orgulloso de casarse contigo y no porque seas una princesa sino porque eres cariñosa, preciosa, inteligente, divertida. Tienes que haberte dado cuenta de que atraes a la gente.


Era doloroso ver las dudas que nublaban sus ojos.


–Yo no…


–Tú sabes cuánto te deseo, Paula –Pedro tomó sus manos y las puso sobre su pecho para que sintiera los latidos de su corazón.


–Quieres a mi hijo –dijo ella–. ¿Pero me quieres a mí o el caché que da casarse con una princesa? Si el estatus social es tan importante para ti, ese sería un gran logro para un chico de las favelas.


–Quiero que seamos una familia –las palabras le salieron de lo más hondo–. Quiero estar con nuestro hijo y contigo. Tú lo sabes, has sentido la química que hay entre nosotros desde el principio.


–¿Te refieres al sexo? La gente no se casa por eso. ¿Y qué otra razón podría haber?


Pedro miró esos ojos brillantes y se dio cuenta de que había visto antes ese mismo anhelo… años antes, cuando rompió con una amante que había empezado a quererlo demasiado.


Tal vez Paula no lo sabía, pero era emoción lo que quería de él. Abandonada por su familia y su país, Paula necesitaba amor.


Lo único que no podía darle.


Por un momento pensó mentir, pronunciar las palabras que ella quería escuchar para ahorrarle el dolor, pero no podía hacerlo. Paula se daría cuenta y se convencería a sí misma de que mentía por la peor de las razones.


Pedro estaba asustado por primera vez en mucho tiempo. 


Haría cualquier cosa por ella salvo dejarla ir.


No tenía nada que darle más que la verdad.


–¿Crees que me rodeo de cosas bellas y caras para escapar de mi pasado? –empezó a decir. Tenía que compartir con ella lo que había escondido al mundo o perderla para siempre–. Pues tienes razón, es por eso. Empecé sin nada más que la ropa que llevaba puesta, pero jamás volví a mirar atrás. En cuanto pude, empecé a rodearme de cosas hermosas, de lujos, buenos trajes, buenos coches, hermosas casas. ¿Por qué no? Soy humano, Paula.


–No te estoy juzgando.


–No me avergüenza disfrutar de mi éxito. Mi prioridad ha sido siempre conseguir beneficios para el negocio y tener suficiente capital para optimizar cualquier oportunidad, por eso pasé de ser guía turístico a propietario de una empresa de viajes. Me hice famoso por organizar las mejores experiencias de vacaciones, llevando a la gente a sitios donde nadie más podía llevarlos. Siempre me había gustado la ropa limpia, las casas bonitas y no veo ninguna razón para no disfrutar de ello. Además, desarrollé el gusto por el arte moderno, posiblemente después de visitar tantas galerías, y cuando tuve dinero compré los cuadros que me gustaban, como compraba coches o casas.


Pedro hizo una pausa, recordando su acusación.


–No lo había pensado hasta ahora, pero tienes razón. Me gustan las cosas hermosas para no tener ningún recordatorio de mi pasado. Y estoy rodeado de personas que comparten mis recuerdos, pero jamás hablamos de ello.


–¿Ernesto? ¿Beatriz?


Pedro asintió con la cabeza.


–Todos mis empleados vienen de las favelas.


–Ahora entiendo que te sean tan fieles. Les has dado la oportunidad que necesitaban.


Pedro se encogió de hombros. Era fácil echar una mano cuando tenías dinero. Paula había dado en el clavo: no le gustaba Max porque era del mismo sitio y destacaba las diferencias entre ellos: la refinada princesa y el chico de las favelas.


Pedro, ¿qué ocurre? Me estás apretando demasiado.


De inmediato, él aflojó la presión, pero no la soltó. Nunca había hablado de su infancia, pero si quería conservar a Paula…


–Crees que no puedo soportar recordar de dónde vengo, pero lo llevo en los huesos. Es algo que nunca se olvida.


¿Cuántas mujeres le habían preguntado por su pasado?


Pedro soltó sus manos para acercarse a la ventana.


–Apenas recuerdo a mi madre y no tengo ni idea de quién era mi padre. Nunca tuve una casa. Vivía… –tragó saliva–. ¿Has visto las fotos de niños rebuscando en la basura? Uno de esos niños era yo.


De repente, estaba allí de nuevo, espirando el olor de la basura bajo la lluvia, el suelo cubierto de barro bajo sus pies, la ropa empapada pegada a su delgado cuerpo.


–Solía dormir con el estómago vacío –Pedro parpadeó cuando Paula apretó su mano–. Crees que había sobrestimado el peligro que había para ti y tal vez sea cierto, pero donde yo crecí… vi tanta violencia, tantos muertos sin sentido.


–Esas cicatrices –murmuró ella.


Pedro asintió con la cabeza. Se negaba a entrar en detalles sobre la rivalidad entre matones, drogas y cosas aún peores.


–Vi la muerte de cerca muchas veces y tuve suerte de salir con vida. Muchos niños no lo hicieron. El barrio que visitaste es más seguro que el sitio en el que yo crecí, pero algo dentro de mí grita cuando te veo allí.


–Lo siento –Paula apoyó la cabeza en su espalda.


–Pero tú quieres ayudar a esos niños.


Odiaba verla allí, ¿pero cómo no iba a estar orgulloso de que Paula quisiera hacer algo por los niños?


–¿Crees que estoy siendo egoísta?


–No, al contrario. Creo que eres una mujer maravillosa, generosa y encantadora. Y te quiero en mi vida –Pedro se volvió para abrazarla.


–¿De verdad?


–Desde luego que sí. Tu estatus social y tu sangre real nunca me han importado –Pedro levantó la cara para mirarla a los ojos–. Te quiero por razones personales y me importa un bledo lo que piensen los demás. ¿Lo entiendes?


Paula lo miró en silencio durante unos segundos y luego se puso de puntillas para decirle al oído:
–Lo entiendo.


El brillo de sus ojos hizo que su corazón se hinchase de emoción.






LA PRINCESA: CAPITULO 21




El segundo viaje a las favelas puso a prueba la paciencia de Pedro.


–Habíamos acordado que era demasiado peligroso –le espetó, entrando en el cuarto de baño mientras ella estaba inclinada sobre la bañera.


Sin corbata y en mangas de camisa tenía un aspecto tan vital, tan sexy que a Paula se le encogió el estómago.


–Le he hecho caso a Ernesto y hemos ido con más seguridad –en privado pensaba que tantas medidas de seguridad eran una exageración, pero no iba a discutir.


–No debería haberte llevado.


–No te metas con él, solo está haciendo su trabajo. Si hubiese intentando detenerme habría ido sin él –no habría sido la primera vez que se evadía de sus guardaespaldas. De hecho, era una experta–. Además, me han recibido estupendamente. He ayudado con las clases e baile y he hablado con el coordinador para revivir el proyecto de fotografía.


No estaba cualificada para impartir clases, pero sabía un poco de fotografía, lo suficiente como para ayudar a los jóvenes que querían tomar parte en el proyecto.


–Pero eso significa ir allí de manera regular.


Paula no se molestó en responder. Sabía que Pedro se enfadaría, pero estaba decidida a hacerlo. Por ella misma, para ayudar a los demás, para hacer algo útil.


Por Pedro también; por el niño huérfano que había sido, luchando para sobrevivir en aquel ambiente hostil. ¿Quién lo había ayudado a él?


Desde que le abrió la puerta de su pasado se había encontrado imaginándolo en esas calles. ¿Era la soledad, la pobreza, lo que lo había convertido en el hombre que era, despiadado, implacable, guardando celosamente su corazón?


–¿Me quieres explicar qué haces con eso? –Pedro señaló al perro al que Paula estaba lavando.


–El pobre necesita un hogar.


–No este hogar –replicó Pedro.


–Entonces buscaré otro para él –Paula hizo una pausa, más nerviosa de lo que esperaba. Había pensado que podría convencerlo–. No tendré ningún problema en encontrar un sitio donde reciban bien a un pobre perro abandonado.


–¿Qué es lo que quieres, Paula?


–Nadie podría acusarme de ser sutil –intentó bromear ella–. El pobre necesita un hogar y yo… en fin, tiene una carita preciosa.


No era solo su necesidad de cuidar de alguien después de haber estado tan sola. Había mirado esos ojitos marrones y había sentido una hermandad con él. Otro ser abandonado, alguien que no tenía sitio en ninguna parte y no esperaba que nadie lo quisiera.


Pedro se acercó y el perro se echó a temblar.


–No lo asustes –le advirtió.


Si podía cuidar de un perro tal vez podría cuidar de su hijo.


 Además, el animal confiaba en ella y no podía defraudarlo.


–No puedes decirlo en serio. Míralo, es un chucho. Si quieres un perro, al menos compra uno de raza.


–No quiero un perro de raza.


–¿Por qué no? Te pegaría más.


–¿Porque soy una princesa?


–Es lo que eres, Paula. No tiene sentido pretender otra cosa.


–¿Eso es lo que crees que hago? ¿Pretender ser alguien que no soy? –exclamó ella, dolida. ¿Eso era lo que creías que hacía al ir a las favelas?


–No, claro que no. Pero míralo –Pedro señaló al animal–. Da igual que lo laves, siempre será un chucho, un perro de la calle.


Estaba tenso, rígido. Solo lo había visto así cuando insistió en que se fuera del barrio de favelas.


¿Porque le avergonzaba que viese dónde había crecido?


No parecía posible. Nunca había conocido a un hombre más seguro de sí mismo que Pedro Alfonso.


Sin embargo, hablaba tan a menudo de su linaje real, como si temiese las comparaciones…


–Seguramente tendrá alguna enfermedad.


Paula negó con la cabeza mientras lo enjuagaba.


–He llevado a Max al veterinario y me ha dicho que está perfectamente.


–¿Max?


–Me recuerda a mi tío abuelo, el príncipe Maximilian –a pesar de la tensión, Paula sonrió–. La misma nariz larga, los mismos ojos marrones.


Su tío abuelo Max había sido un erudito, más feliz entre sus libros que dedicándose a la política, pero siempre había tenido tiempo para ella. Incluso escondiéndola cuando se saltaba las clases de historia de su aburrido tutor. Claro que la historia era mucho más interesante cuando la contaba el tío Max.


Paula parpadeó, sorprendida al sentir que sus ojos se empañaban al recordar esos momentos de felicidad.


Pedro la observaba en silencio.


–¿De verdad te gusta ese animal?


El pobre Max mojado no era gran cosa, pero tenía carácter y personalidad. Incluso ella estaba sorprendida del lazo que había entre ellos dos. Había sido una decisión impulsiva, pero sabía por instinto que hacía bien.


–Me gusta mucho.


–Muy bien, puede quedarse, pero no quiero que entre en el dormitorio.


Pedro salió del baño antes de que Paula pudiese darle las gracias.


–¿Has oído eso, Max? Puedes quedarte.


Los dos habían encontrado santuario con Pedro. Sus razones no eran puramente altruistas ya que quería convencerla para que se casase con él, pero Paula tenía experiencia suficiente como para saber que los actos contaban más que las palabras.


Y se preguntaba si Pedro sabría lo que significaba ese acto de generosidad.







LA PRINCESA: CAPITULO 20





Paula abrió los ojos. Pedro dormía a su lado, casi tumbado sobre ella, como intentando fundirse con su cuerpo.


Eso era lo que había sentido mientras hacían el amor. 


Quería fundirse con él mientras la llevaba al éxtasis una y otra vez.


Paula esbozó una sonrisa. Estaba compensando todos esos años de abstinencia sexual, uno de los beneficios de tener un amante como Pedro.


Su sonrisa desapareció entonces. Como amante, pero…


¿Podría ser un buen marido?


Por primera vez se permitió a sí misma la posibilidad de contemplarlo en serio, olvidando la ansiedad que le producía la idea de atarse a un hombre. ¿Pedro sería más controlador que el desconocido aristócrata con el que su tío quería casarla?


Pedro Alfonso era dominante y estaba acostumbrado a salirse con la suya, pero nunca intentaría manipularla como su tío y nadie podría acusarlo de ser un padre frío como lo había sido su propio padre.


Cuantas más cosas sabía de él, más se preguntaba cómo podía haber pensado que era un hombre frío. Pedro era un hombre de sangre caliente, apasionado, y no solo en la cama. Cuando hablaban del niño sus ojos brillaban, revelando una profundidad de sentimientos que al principio la había asustado… Paula parpadeó. Pero que en aquel momento la tranquilizaba.


Le gustaba que estuviese tan preocupado por el bebé, le daba tranquilidad saber que si algo le pasaba a ella, Pedro cuidaría del niño.


La hacía sentir menos sola.


En el pasado había tenido a Stefano y perderlo había destrozado su vida. Por eso se había negado a abrirle su corazón a nadie, pero Pedro había tirado todas sus defensas. Estaba allí, firmemente plantado en su vida, apartando la oscuridad que la había envuelto durante tanto tiempo.


Y la reacción a su visita a las favelas…


Paula torció el gesto al recordar su expresión cuando habló del peligro. Recordaba sus cicatrices y lo que le había contado. El instinto le decía que era algo más que un peligro físico.


Claramente, Pedro había reaccionado de manera visceral. 


Tal vez si lo entendiese mejor, si conociese su pasado, podría confiar en él lo suficiente como para aceptar su oferta de matrimonio.


Había estado tan concentrada en su independencia y en los cambios provocados por el embarazo…


Sentía curiosidad por Pedro. Le fascinaba el hombre que poco a poco se iba revelando, pero en realidad no sabía nada sobre él. Era taciturno y no le gustaba hablar de su pasado, pero podría haber intentado sonsacarlo. Él se había mostrado muy comprensivo con su pasado. ¿Y qué le había dado ella a cambio?


Pedro era una parte de su vida. Como padre de su hijo, mucho más que eso.


Cada vez que hacían el amor sentía un lazo entre ellos que no tenía que ver solo con el hijo que esperaba.


Paula lo abrazó.


Una pareja. Ese era un concepto nuevo para ella.


Quizá por primera vez había encontrado un hombre en el que podía confiar.