lunes, 15 de junio de 2015
LA PRINCESA: CAPITULO 23
Estás preciosa –Pedro la miró de arriba abajo con un brillo de admiración en los ojos. Desde el pelo dorado a las sandalias de tacón de aguja, era la perfección hecha mujer.
Intentó buscar alguna señal del embarazo, pero después de varios meses seguía siendo esbelta. Aunque él estaba deseando que se le notase.
Se sentía posesivo, no quería compartirla con nadie. Quería conservarla a su lado, lejos de los hombres que babeaban cuando la veían.
–Gracias –Paula dio una vueltecita, su vestido multicolor revelando unas piernas torneadas, bronceadas y preciosas.
Pedro se excitó al pensar en las cosas que preferiría hacer esa noche.
Pero era la noche de Paula.
–Tengo algo para ti –dijo con voz ronca, sacando una caja de terciopelo del cajón de la mesilla.
Ella era obstinadamente independiente y no sabía cómo iba a reaccionar, de modo que no las tenía todas consigo.
¿Qué le pasaba? Había hecho regalos a otras mujeres, pero nunca habían significado nada. Aquel regalo, sin embargo, era importante. No solo lo había elegido personalmente sino que había hecho que lo diseñaran para ella.
Vio que Paula arqueaba las cejas al reconocer el logo de la caja. Era uno de los joyeros más importantes del mundo.
–No hay necesidad. No tienes que comprarme nada.
–Lo sé –Pedro sostuvo su mirada, pero por primera vez en muchas semanas no sabía lo que estaba pensando. ¿La conexión entre ellos habría sido un espejismo?, se preguntó–. Pero cuando lo vi, pensé en ti.
Era cierto. Y no hacía falta revelarle que había hablado con el diseñador sobre Paula y su estilo para que lo personalizase.
Por fin, ella tomó la caja y cuando abrió la tapa la oyó contener el aliento. Pero no decía nada.
¿Se habría equivocado?
Paula lo miró entonces con los ojos brillantes como un cielo de verano y Pedro se sintió más importante que nunca.
–Es precioso –murmuró. Le gustaría abrazarla, pero se dijo a sí mismo que debía esperar–. Nunca había visto nada parecido.
Eso era exactamente lo que él quería porque nunca había conocido a una mujer como ella.
–¿Te gusta entonces?
–¿Que si me gusta? Es fabuloso. ¿Cómo no iba a gustarme?
–Entonces, puedes ponértelo esta noche.
–¿Por qué, Pedro? ¿Por qué un regalo tan caro?
–Para celebrar tu primera exposición. El dinero no tiene importancia, tú sabes que puedo permitírmelo.
–No es mi exposición –a pesar de las dudas en sus ojos, Paula esbozó una sonrisa–. Esta noche se exponen las fotografías de los chicos.
–Según Silvio, esta exposición es posible gracias a tu trabajo. Y me ha dicho que tiene grandes planes para ti.
–Entonces es un regalo por mi trabajo con los chicos.
Pedro vaciló. Ella quería más, ¿pero qué podía decir? ¿Que verla contenta, con un propósito en la vida, lo hacía mas feliz que nunca?
¿Que quería conservar eso y conservarla a ella?
¿Que quería poner un anillo en su dedo?
–Has trabajado mucho y has logrado muchas cosas –dijo por fin–. Lo que haces por esos niños es maravilloso. Les enseñas un oficio, les das confianza. Estás abriendo un mundo nuevo para ellos.
–¿De verdad? –no parecía posible que los ojos de Paula brillasen aún más.
Pedro asintió con la cabeza, emocionado al ver cuánto significaban para ella sus palabras. Paula era tan activa, tan llena de energía, que a veces era fácil olvidar la carga de dudas con la que vivía.
–Como fotógrafa en ciernes, tienes que estar guapa en la exposición.
–Para hacer bien el papel, ¿no?
Pedro levantó su barbilla con un dedo.
–Mucho más que eso, Paula. Yo…
Tenía la abrumadora certeza de que esperaba que dijese algo profundo, algo sobre sus sentimientos.
Pero ese era un terreno muy peligroso. Paula se había convertido en una parte vital de su futuro. Su hijo y ella iluminaban su mundo como nunca había creído posible. Sin embargo, no podía decirlo en voz alta. No era capaz de hacerlo.
–Estoy orgulloso de ti. Eres una mujer muy especial y será un honor para mí que te pongas mi regalo esta noche.
Había un brillo de desilusión en sus ojos mientras asentía con la cabeza, pero Pedro se dijo a sí mismo que todo estaba bien.
–Gracias –dijo por fin.
Pedro sacó el collar, mirando las brillantes piedras de color naranja a la luz de la lámpara.
–Me recuerdan a ti –murmuró–. Brillantes, exuberantes, pero con una innata integridad.
Paula no miraba el collar sino a él.
–¿De verdad?
–Desde luego que sí –Pedro le puso el collar y la empujó suavemente hacia el espejo–. Son puro verano, como tú.
–¿Qué clase de gemas son?
–Topacios imperiales, de unas minas de Brasil.
Era una joya moderna, los topacios mezclados con diamantes en un engaste asimétrico. Era sexy y muy femenino. Como ella.
–Eres la mujer más bella que he conocido nunca.
Al menos, podía admitir eso.
Paula abrió la boca para protestar, pero Pedro puso un dedo sobre sus labios.
–Ponte los pendientes.
En silencio, ella lo hizo.
–Y la pulsera.
Pedro la apretó contra su pecho, mirando el reflejo de los dos en el espejo.
–¿Te gustan? ¿Estás contenta?
Paula asintió con la cabeza y él se dijo a sí mismo que era suficiente. Había hecho bien al no darle el anillo, pero se negaba a esperar mucho más para hacerla suya.
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