domingo, 14 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 22




La ciudad está preciosa a esta hora de la noche –dijo Paula.


La vista desde la terraza siempre había sido espectacular, pero Pedro nunca había encontrado tiempo para disfrutarla hasta que Paula fue a vivir con él.


Había muchas cosas que no había apreciado hasta entonces.


Miró su pelo dorado, cayendo sobre los hombros, su expresión soñadora, el movimiento de sus pechos bajo el top verde mar…


Había conocido a muchas mujeres bellas, pero ninguna hacía que se le encogieran los pulmones.


–Me encanta esta ciudad.


–¿Ah, sí? ¿Por qué?


Paula se encogió de hombros.


–Es vibrante, llena de vida, no se parece nada a Bengaria. Ocurren tantas cosas… y la gente de São Paulo tiene tanta energía. Además, me gusta mucho la comida. Si no tengo cuidado, acabaré engordando más de lo que debo.


Pedro negó con la cabeza. Solo un amante sabría que apenas había engordado un par de kilos. Solo sus pechos eran más grandes… y él no iba a quejarse.


Se alegraba de que le gustase la ciudad porque no pensaba dejarla escapar, aunque ella aún no se hubiera hecho a la idea.


–Mi tío me ha invitado a la coronación.


Pedro apretó el vaso de cerveza.


–¿Piensas ir?


–No lo sé. Al principio pensé que no, pero no estoy segura. No quiero ver a mi tío, pero a veces siento que estoy escondiéndome aquí, temiendo volver a casa para enfrentarme con la vida. Y eso no me gusta.


–Pensé que ya no veías Bengaria como tu hogar.


–No fui feliz allí, pero es mi casa.


–¿Entonces? ¿Crees que le debes a tu tío asistir a la coronación?


–No, no es eso. Me preguntaba si debería enfrentarme con él de una vez.


–¿Para qué? ¿Para que pueda darte una charla sobre tu irresponsable comportamiento?


Todo en él se rebelaba ante la idea de que se fuera, aunque se tratase de un viaje corto.


Si se iba a Bengaria, podría quedarse allí. Parecía contenta viviendo con él, pero nada de lo que hacía o decía indicaba que lo amase.


¿Era eso lo que quería, que Paula estuviese enamorada de él?


Eso resolvería todos los problemas. Daba igual que él no supiera nada sobre el amor o sobre las relaciones, ella tenía cariño suficiente por los dos… los tres contando con su hijo.


Algunas veces se había preguntado si él podría aprender a amar.


–¿Crees que ir a Bengaria sería un error?


Era la primera vez que Paula le pedía consejo.


¿Estaba haciéndose ilusiones o era un paso adelante?


Pedro midió sus palabras para no parecer dictatorial como su tío. Paula podría ser convencida, pero no recibía órdenes.


–Creo que deberías pensar cómo utilizaría tu tío tu presencia en Bengaria. ¿Quieres ser su peón otra vez?


Paula apretó los labios. Ella era orgullosa y no querría ser un peón en manos de un hombre al que despreciaba.


–¿Por qué no lo decides más adelante? Cuéntame qué tal el día. Hace horas que no te veo.


Había estado deseando volver a casa para cenar con ella y charlar de lo que habían hecho durante el día. Y eso era algo que no le había pasado con nadie.


–He llevado a los niños a la galería de Silvio. Deberías haber visto lo contentos que estaban.


–Seguro que sí.


Pedro recordaba la primera vez que salió del barrio en el que había crecido, la emoción y el miedo que sentía.


Los niños que Paula había tomado bajo su ala jamás habrían soñado con nada tan elegante como la galería de Silvio, que siendo uno de los fotógrafos más famosos del conteniente, y seguramente del mundo, podía pedir lo que quisiera por sus fotografías.


–Tengo que darte las gracias por presentármelo –Paula enredó los dedos con los suyos y Pedro se maravilló una vez más de lo delicada que era su piel–. Yo admiraba su trabajo desde hace años, pero…


–No tienes que darme las gracias.


Pedro casi sentía celos de su amistad con Silvio, pero sabía que solo estaba interesada en su trabajo. Cualquier cosa que fortaleciese los lazos de Paula con Brasil, como su amistad con Silvio, era algo que pensaba animar. Además, ver su entusiasmo mientras hablaba sobre sus jóvenes alumnos era como ver una flor abriéndose bajo el sol.


Algo se movía en su pecho cuando Paula sonreía.


Siempre había sido vibrante, llena de vida, pero la conocía lo bastante bien como para saber que parte de esa alegría era un disfraz.


Y él sabía mucho sobre eso. Cuando era más joven había tenido que aprender a hacer el papel de joven empresario de éxito, aunque apenas tenía dinero para comer. Tenía que convencer a todos de que podían confiar en él…


La mujer a la que había conocido en la jungla estaba haciendo un papel. La auténtica Paula era asombrosa, casi incandescente. La clase de mujer que atraía a los hombres como polillas.


Y nunca se había sentido tan afortunado, a pesar de las dudas porque aún no había aceptado casarse con él.


–Silvio ha dicho que pueden volver otro día. Es estupendo, ¿verdad?


–Estupendo, sí –asintió él–. Pero ya están aprendiendo mucho de ti.


Las clases de Paula eran un éxito. No solo los niños sino sus padres estaban entusiasmados. Además, él mismo había visto los resultados y eran fantásticos.


–Yo solo soy una aficionada.


–Una aficionada con mucho talento.


–Halagador –dijo ella, con los ojos brillantes.


Seguía preocupándole que fuese al barrio de favelas porque le gustaría tenerla a salvo siempre, pero sabía que era imposible dar marcha atrás.


Max apareció entonces a su lado y Paula bajó una mano para acariciar sus orejas.


El perro cerró los ojos, encantado.


Pedro apretó los labios. ¿Qué veía en ese chucho? Él podría regalarle un perro de raza, pero Paula había elegido un chucho que seguía pareciéndolo por mucho que lo bañase y lo peinase.


–¿Por qué no te gusta? –le preguntó ella.


–No tengo tiempo para mascotas.


–Pero no es solo eso, ¿verdad? Es algo que tiene Max.


–No sé a qué te refieres.


–Es porque viene de la calle, ¿verdad? ¿Por eso no puedes ni mirarlo?


Solo en ese momento se dio cuenta de que todo lo que Pedro poseía era de la mejor calidad, todo de los mejores materiales, algunos muebles hechos a mano especialmente para él.


Pero no había antigüedades, todo era nuevo, como si hubiera sido comprado el día anterior. Muchas de las piezas eran de famosos artistas y artesanos…


Solo lo mejor. Ningún mueble normal o antiguo.


Paula tuvo entonces una terrible premonición.


–¿Qué ocurre? ¿Por qué me miras así?


–Todo lo que tienes es lo mejor, ¿verdad? Solo lo mejor.
Incluso la cocina en la que trabajaba Beatriz haría que un restaurante con varias estrellas Michelín se sintiera orgulloso.


–¿Y qué? Me gusta la calidad.


–La calidad –repitió ella. Esa era una de las palabras favoritas de su tío, especialmente cuando la regañaba por mezclarse con gente «común».


–No hay nada malo en querer tener cosas bonitas.


–Depende de por qué las quieras. ¿Es por eso por lo que insistes en casarte conmigo?


–¿De qué estás hablando?


–Yo tengo pedigrí, soy una princesa. Soy algo de «calidad» –Paula no podía disimular su amargura–. ¿Cuántos hombres se casan con una princesa?


–¿Crees que me importa el título?


–Sé que quieres a mi hijo, pero tal vez haya algo más.


Una vocecita le decía que estaba equivocada, que Pedro era diferente, ¿pero cómo iba a confiar en él si se había equivocado tantas veces?


–¿Qué quieres decir?


–Tu reacción cuando visité el barrio de favelas fue desproporcionada, especialmente llevando guardaespaldas –algo brilló en los ojos de Pedro y el corazón de Paula se rompió–. Creo que la razón por la que no te gusta Max es que porque viene de allí. Dime la verdad: ¿me quieres como un trofeo para añadir a tu colección?


Creía conocer a Pedro, creía que compartían algo frágil y precioso, algo que la hacía más feliz que nunca. Había empezado a confiar en él, a tener esperanzas.


–No sé de qué estás hablando –murmuró él, sin mirarla.


–Si quieres esconderte de tu pasado estar conmigo no va a ayudarte. Recuerda que la mayoría de la gente cree que no soy un objeto de cualidad sino alguien manchado.


–¡No hables así! –Pedro se levantó, sus ojos oscuros brillando como un volcán–. No digas eso sobre ti misma.


Paula intentó mirarlo con desdén. Había aprendido el truco de su tío y lo utilizaba cuando quería esconder su dolor, pero con Pedro no podía hacerlo.


–¿Por qué no? –le preguntó, desesperada–. Es lo que cree todo el mundo, aunque no me lo digan a la cara. Puede que me consideres la guinda del pastel para tu colección, pero tengo defectos y eso me resta valor.


Pedro tomó su cara entre las manos.


–No vuelvas a decir eso, no puedo soportarlo, ¿me entiendes? Te equivocas, tú no eres así.


¿Por qué no veía ella lo que veía él? Una mujer que merecía admiración y respeto, una mujer diferente a todas las que había conocido.


Paula parpadeó, negándose a llorar. Era de esperar que echase mano del orgullo en aquellas circunstancias, pero a Pedro se le rompía el corazón.


El instinto le decía que la abrazase y le hiciera el amor para borrar cualquier duda de su mente, pero ella necesitaba escucharlo de sus labios.


–Has empezado a creer las mentiras de tu tío, que siempre intentó convertirte en lo que no eres. Pero tú eras demasiado fuerte para eso, no dejes que gane ahora socavando tu confianza. Para tu información, cualquier hombre se sentiría orgulloso de casarse contigo y no porque seas una princesa sino porque eres cariñosa, preciosa, inteligente, divertida. Tienes que haberte dado cuenta de que atraes a la gente.


Era doloroso ver las dudas que nublaban sus ojos.


–Yo no…


–Tú sabes cuánto te deseo, Paula –Pedro tomó sus manos y las puso sobre su pecho para que sintiera los latidos de su corazón.


–Quieres a mi hijo –dijo ella–. ¿Pero me quieres a mí o el caché que da casarse con una princesa? Si el estatus social es tan importante para ti, ese sería un gran logro para un chico de las favelas.


–Quiero que seamos una familia –las palabras le salieron de lo más hondo–. Quiero estar con nuestro hijo y contigo. Tú lo sabes, has sentido la química que hay entre nosotros desde el principio.


–¿Te refieres al sexo? La gente no se casa por eso. ¿Y qué otra razón podría haber?


Pedro miró esos ojos brillantes y se dio cuenta de que había visto antes ese mismo anhelo… años antes, cuando rompió con una amante que había empezado a quererlo demasiado.


Tal vez Paula no lo sabía, pero era emoción lo que quería de él. Abandonada por su familia y su país, Paula necesitaba amor.


Lo único que no podía darle.


Por un momento pensó mentir, pronunciar las palabras que ella quería escuchar para ahorrarle el dolor, pero no podía hacerlo. Paula se daría cuenta y se convencería a sí misma de que mentía por la peor de las razones.


Pedro estaba asustado por primera vez en mucho tiempo. 


Haría cualquier cosa por ella salvo dejarla ir.


No tenía nada que darle más que la verdad.


–¿Crees que me rodeo de cosas bellas y caras para escapar de mi pasado? –empezó a decir. Tenía que compartir con ella lo que había escondido al mundo o perderla para siempre–. Pues tienes razón, es por eso. Empecé sin nada más que la ropa que llevaba puesta, pero jamás volví a mirar atrás. En cuanto pude, empecé a rodearme de cosas hermosas, de lujos, buenos trajes, buenos coches, hermosas casas. ¿Por qué no? Soy humano, Paula.


–No te estoy juzgando.


–No me avergüenza disfrutar de mi éxito. Mi prioridad ha sido siempre conseguir beneficios para el negocio y tener suficiente capital para optimizar cualquier oportunidad, por eso pasé de ser guía turístico a propietario de una empresa de viajes. Me hice famoso por organizar las mejores experiencias de vacaciones, llevando a la gente a sitios donde nadie más podía llevarlos. Siempre me había gustado la ropa limpia, las casas bonitas y no veo ninguna razón para no disfrutar de ello. Además, desarrollé el gusto por el arte moderno, posiblemente después de visitar tantas galerías, y cuando tuve dinero compré los cuadros que me gustaban, como compraba coches o casas.


Pedro hizo una pausa, recordando su acusación.


–No lo había pensado hasta ahora, pero tienes razón. Me gustan las cosas hermosas para no tener ningún recordatorio de mi pasado. Y estoy rodeado de personas que comparten mis recuerdos, pero jamás hablamos de ello.


–¿Ernesto? ¿Beatriz?


Pedro asintió con la cabeza.


–Todos mis empleados vienen de las favelas.


–Ahora entiendo que te sean tan fieles. Les has dado la oportunidad que necesitaban.


Pedro se encogió de hombros. Era fácil echar una mano cuando tenías dinero. Paula había dado en el clavo: no le gustaba Max porque era del mismo sitio y destacaba las diferencias entre ellos: la refinada princesa y el chico de las favelas.


Pedro, ¿qué ocurre? Me estás apretando demasiado.


De inmediato, él aflojó la presión, pero no la soltó. Nunca había hablado de su infancia, pero si quería conservar a Paula…


–Crees que no puedo soportar recordar de dónde vengo, pero lo llevo en los huesos. Es algo que nunca se olvida.


¿Cuántas mujeres le habían preguntado por su pasado?


Pedro soltó sus manos para acercarse a la ventana.


–Apenas recuerdo a mi madre y no tengo ni idea de quién era mi padre. Nunca tuve una casa. Vivía… –tragó saliva–. ¿Has visto las fotos de niños rebuscando en la basura? Uno de esos niños era yo.


De repente, estaba allí de nuevo, espirando el olor de la basura bajo la lluvia, el suelo cubierto de barro bajo sus pies, la ropa empapada pegada a su delgado cuerpo.


–Solía dormir con el estómago vacío –Pedro parpadeó cuando Paula apretó su mano–. Crees que había sobrestimado el peligro que había para ti y tal vez sea cierto, pero donde yo crecí… vi tanta violencia, tantos muertos sin sentido.


–Esas cicatrices –murmuró ella.


Pedro asintió con la cabeza. Se negaba a entrar en detalles sobre la rivalidad entre matones, drogas y cosas aún peores.


–Vi la muerte de cerca muchas veces y tuve suerte de salir con vida. Muchos niños no lo hicieron. El barrio que visitaste es más seguro que el sitio en el que yo crecí, pero algo dentro de mí grita cuando te veo allí.


–Lo siento –Paula apoyó la cabeza en su espalda.


–Pero tú quieres ayudar a esos niños.


Odiaba verla allí, ¿pero cómo no iba a estar orgulloso de que Paula quisiera hacer algo por los niños?


–¿Crees que estoy siendo egoísta?


–No, al contrario. Creo que eres una mujer maravillosa, generosa y encantadora. Y te quiero en mi vida –Pedro se volvió para abrazarla.


–¿De verdad?


–Desde luego que sí. Tu estatus social y tu sangre real nunca me han importado –Pedro levantó la cara para mirarla a los ojos–. Te quiero por razones personales y me importa un bledo lo que piensen los demás. ¿Lo entiendes?


Paula lo miró en silencio durante unos segundos y luego se puso de puntillas para decirle al oído:
–Lo entiendo.


El brillo de sus ojos hizo que su corazón se hinchase de emoción.






3 comentarios:

  1. Cuántas revelaciones en los 3 caps. Espero que Paula acepte casarse y vea que Pedro la quiere tanto como a su hijo.

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  2. Me encanta que de a poco se digan las cosas. Muy buena nove!

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  3. Solo quiero que se casen y se olviden del pasado y de todo lo malo.. que sean felices

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