miércoles, 27 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 32






AQUELLA mañana no tenía ningún compromiso, así que Pedro y ella estaban enclaustrados en la suite. Cuando sonó el teléfono de la habitación, lo descolgó instintivamente. Era de la recepción.


—Señorita Chaves, tenemos un paquete para usted.


—¿Es grande o pequeño? —preguntó ella de forma mecánica.


—Pequeño. ¿Quiere que se lo suba alguien?


—Sí, muchas gracias.


No iba a molestar a Pedro por tan poca cosa. Tal vez ni siquiera hubiera oído el teléfono. Su habitación tenía una línea independiente.


Alguien llamó a la puerta y Paula fue a ver quién era. Miró antes por la mirilla. Reconoció al mozo del hotel que le había estado llevando el equipaje y el correo. Abrió la puerta y el mozo le hizo entrega del paquete. Paula abrió su bolso y le dio una propina.


Cerró la puerta y volvió con la bolsa de regalo a la sala de estar. Se acordó entonces de cuando Pedro le había regalado la pequeña jaula de pájaros. ¿Podría ser también suyo ese regalo?


Reconoció en la bolsa negra satinada la «L» dorada de las joyerías Larsen, la firma rival de las Chaves. Pedro no habría ido a comprar algo a una joyería de la competencia. Se preguntó si sería prudente abrirla, sin saber quién la había enviado. No había ninguna tarjeta por fuera.


Desató la cinta y quitó la tapa. Sobre el forro de terciopelo negro del interior halló una pulsera de Tanzanita y diamantes. Se quedó perpleja. Las piedras debían tener por lo menos cinco o seis quilates. Había una tarjeta en una esquina del forro. La sacó del pequeño sobre en el que estaba y la leyó.


Paula, quiero que vuelvas. M.K.


Paula oyó los pasos de Pedro por el pasillo. Por un momento, pensó esconder el regalo y la bolsa debajo del cojín del sofá. Pero, ¿qué sentido tenía? Ya había decidido devolver la pulsera.


—Se suponía que debía ser yo el que contestara a la puerta —dijo con cierta aspereza.


—Era Roger. Sabía que no había ningún problema.


—Paula, a veces las cosas que parecen más naturales e inofensivas puede resultar que no lo son.


—No tengo ganas de discutir.


Se quedó en silencio por unos instantes, luego se pasó la mano por la frente.


—Yo tampoco ¿Tengo que preguntarte de quién es?


Pedro vio la pulsera en el forro de terciopelo negro.
Era de una belleza sorprendente. No hacía falta ser un experto para saber que era una pieza muy cara.


—No hace falta —dijo ella dándole la tarjeta que había venido en la caja.


Pedro frunció el ceño al leerla.


—Piensa que puede comprar tu voluntad, ¿verdad?


Un agudo dolor le traspasó el corazón.


—¿Dices eso como un insulto? ¿No has aprendido nada de mí la última noche?


—Creo que sería mejor dejar a un lado lo de anoche.


—¿Quieres olvidarte de ello?


¿No significaba nada para él haber hecho el amor?
¿Había sido ella la única que había puesto en juego su corazón?


—No puedo olvidarme de ello, como creo que tú tampoco. Pero tenemos que hacerlo. Y no te estaba insultando. Sólo quería decir que a algunas mujeres se las conquista con regalos. Discúlpame si me he expresado mal. Él piensa que podrías estar dispuesta a perdonarlo. ¿Tú quieres reanudar la relación?


Ella estaba enamorada de Pedro. No quería estar con nadie más. Sin embargo, ¿cómo podía decirle eso cuando él sólo quería que acabase cuanto antes el trabajo que tenía con ella y marcharse de allí?


—No quiero estar con Miko. Quiero estar con un hombre que desee estar con una mujer por el resto de su vida.


Sus miradas se encontraron. Ella sostuvo su mirada. No podía dejar de mirarle. Quería que la tomara en sus brazos y la besara. Quería que hiciera otra vez el amor con ella. Pero él no parecía dispuesto a acercarse a ella ni a decirla nada.


Sonó el móvil de Pedro. Ambos se sobresaltaron.


Pedro lo sacó de una pequeña funda que llevaba en el cinturón y miró el número. Después se lo puso al oído y estuvo escuchando durante unos segundos.


—Se lo diré —dijo él finalmente, colgando a continuación.


—¿Qué es lo que tienes que decirme? ¿Era Baltazar?


—Sí, era él. Quiere que vayas a la mansión esta tarde. La familia va a reunirse de nuevo.


—¿Dijo para qué?


—Ya conoces a Baltazar. Suele ser hombre de pocas palabras.


—Como tú.


—Es una reunión familiar —dijo Pedro, pasando por alto su comentario—. Dijo que había sido Elena quien la había convocado. No parecía muy contento.


—Se supone que tú vienes también, ¿no?


—Sí, pero no es hasta las siete. ¿Qué te gustaría hacer hoy? Y no digas que ir de compras —le advirtió.


—¿Qué opciones tengo? —dijo ella sonriendo.


—Podríamos dar un paseo por las afueras de la ciudad, incluso ir al festival de rodeo de los sábados.


—¿Crees que podría ir a un rodeo sin que me reconociera nadie?


—Claro que sí. Hay montones de rubias guapas en los rodeos —dijo él sonriendo—. ¿Qué tal una peluca? ¿Tienes alguna? Te puede cambiar mucho el aspecto. Un color de pelo diferente, un estilo diferente, una peluca corta tal vez, unas gafas de sol muy grandes, unos vaqueros con agujeros en las rodillas, unas botas, una de esas blusas que llevan las jovencitas atadas con un nudo a la cintura. Parecerías una chica cualquiera de Texas yendo a pasar un día de rodeo.


La cosa parecía divertida.


—Me gustaría probarlo. Gracias por pensar en ello. No he visto un buen rodeo desde que estuve aquí el año pasado. ¿Has intentado alguna vez montar un potro salvaje?


—Lo intenté un par de veces en uno de esos toros mecánicos en un bar de carretera.


—¿Y?


—Aprendí a sostenerme muy bien. Gané incluso algunas apuestas. Bueno… Ahora tengo que trabajar, pero sólo me llevará una hora más o menos. ¿Te va bien?


—Muy bien.


Él tomó la pulsera y pasó un dedo por ella, observando el brillo que tenía a la luz del día.


—Te quedará preciosa en la muñeca.


—No me la voy a quedar. Llamaré a Roger y le pediré que se la devuelva a Miko de mi parte.


—Está intentando conquistarte de nuevo.


—No le va a funcionar.


Por un momento, ella creyó ver una señal de inquietud en los ojos de Pedro. Pero fue tan fugaz que pensó que había sido imaginación suya. Se puso de pie y se fue a la cocina. 


Él volvió a su habitación.





martes, 26 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 31





Nada más regresar a la suite después de la entrevista, Paula se fue derecha a su habitación. Y él se fue a la suya.


Ella se cambió rápidamente, quitándose el vestido y los zapatos de tacón, y se puso su caftán favorito, un torbellino de color que le hacía sentirse feliz. Descalza, lista para caer rendida en la cama, sabía, sin embargo, que tenía que hablar con Pedro sobre su agenda del día siguiente.


Salió de su habitación y vio que no estaba en el cuarto de estar, ni en la cocina. Se dirigió hacia la habitación contigua. 


La puerta estaba abierta. Dio unos ligeros golpes en ella y entró.


Al principio, se quedó parada como una estatua, sin hablar. 


Había visto ya antes el pecho desnudo de Pedro, pero no había visto… el resto. Estaba de pie, junto a un armario, totalmente desnudo, tratando de encontrar algo en uno de los cajones. Se puso tenso al verla. Todas sus cualidades físicas quedaron al descubierto: la aguda línea de su mandíbula, el pelo negro bajando por en medio del pecho, y llegando más y más abajo. Sus caderas eran estrechas, sus piernas largas y sus muslos musculosos. Todo en él era magnífico. Absolutamente magnífico.


—Estoy seguro de que hay alguna forma de salir airoso de una situación como ésta, pero en este momento no estoy seguro de cuál es —dijo él con ironía.


Ella comprendió que debía irse. Sin embargo, avanzó hacia él hasta que estuvo a su lado.


—¿Por qué no te vas en la otra dirección? —le dijo Pedro.


—¿Por qué no lo haces tú?


—La respuesta es obvia. No estoy vestido —dijo él sonriendo, aunque de forma forzada.


—Podrías ponerte algo, no creo que sea tan difícil.


—Paula, deberías irte —volvió a decirle, ahora más serio.
Su voz se había vuelto un poco más apagada y ella pudo ver por qué. Estaba empezando a excitarse.


Paula comprendió entonces la seriedad de la situación. 


Estaba en la habitación de Pedro en aquellas circunstancias. Aquello no era un juego. Ella no quería una aventura, ni quería que Pedro pudiera pensar de ella tal cosa.


—Siento haber irrumpido en tu habitación de esta manera —dijo ella dándose la vuelta hacia la puerta.


Mientras Paula salía de la habitación, oyó un cajón abrirse y cerrarse. Luego oyó la voz de Pedro maldiciendo. Apenas había dado unos pasos por el pasillo entre las dos habitaciones cuando Pedro la alcanzó.


Llevaba puestos unos calzoncillos con un cordón en la cintura. Pero ello no contribuyó a mitigar en nada el cosquilleo que ella sentía por todo el cuerpo.


—No sé qué hacer contigo —dijo él con un tono de voz que reflejaba el conflicto que sentía.


Ella no sabía qué decir. No sabía si su observación era buena o mala para ella. No sabía si quería decir que sentía algo por ella o no. La desazón de la duda se reflejó también en sus ojos.


—¿Qué pasa,Paula? —dijo Pedro, con voz muy suave, tomando la cara de ella entre sus manos.


—No quiero que pienses que actúo de esta manera con todos mis guardaespaldas.


—Me dijiste que no tuviste ninguna relación seria antes de Kutras.


—Nunca me había acostado con un hombre antes de Miko.


Pedro maldijo de nuevo y pasó el pulgar lentamente por los labios de ella.


—No creo que pueda resistir esto más —dijo como rindiéndose.


Antes de que ella pudiera decir nada, Pedro la atrajo hacia sí, inclinó su cabeza y la besó. Su beso comenzó lento y tierno. Pedro le dio unos mordisquitos en las comisuras de la boca, y luego selló sus labios con los suyos. Ella abrió los labios y le invitó a entrar en su boca. Él aceptó la invitación y aprovechó la oportunidad para explorarla como no lo había hecho antes.


Aquel beso era diferente de los anteriores. Era el portal de entrada para algo más que un beso. Era el portal de entrada a una aventura física entre ellos dos.


Pedro se apartó un poco, apoyó las manos en la pared, una a cada lado de su cabeza, y respiró profundamente.


—¿Es esto lo que quieres, Paula? ¿Es esto lo que quieres realmente?


—Sí —susurró ella, sintiendo como si estuviera aceptando un compromiso más emocional que físico.


Pedro se inclinó hacia ella y la besó de nuevo, como para asegurarse.


—¿Tu habitación o la mía?


—La tuya está más cerca.


La llevó a su cama y mantuvo su brazo alrededor de ella mientras apartaba la colcha. Era como si pensara que ella pudiera irse otra vez. Pero ella no quería ir a ningún sitio sino hacia él.


Mientras la besaba de nuevo, tomó el caftán con las manos, levantándolo primero hasta las rodillas, luego hasta los muslos, y a continuación hasta la cintura. Luego se apartó unos centímetros y se lo quitó definitivamente sacándoselo por la cabeza.


Ella estaba allí, con unas bragas y un sujetador de encaje de color violeta, sintiéndose más vulnerable que nunca. Pedro la envolvió en sus brazos.


—Eres demasiado hermosa para tocarte —dijo él.


Paula apoyó las manos sobre el pecho de él.


—No me romperé, Pedro. Te doy mi palabra. Pero tengo miedo de que... pueda no gustarte.


—No se trata de que me guste a mí, Paula. Ambos debemos darnos placer y ambos debemos recibirlo. Si tienes miedo de algo…


—Nunca tengo miedo de nada cuando estoy contigo.


Las palabras de ella liberaron todo el deseo que Pedro había estado reprimiendo dentro de sí. Le desabrochó el sujetador y lo dejó en la mesita de noche.


Luego le bajó las bragas por debajo de las piernas.


Pero no se detuvo allí. Se arrodilló delante de ella, le puso las manos en las caderas y la besó en el vientre.


Ella nunca había experimentado una sensación igual.


Especialmente cuando él la besó luego más abajo.


Pedro, ¿qué estás haciendo?


—Preparándote.


Estuvo besándola, acariciándola y tocándola, hasta casi dejarla sin aliento. Luego sucedió algo que ella no esperaba. 


Él le acarició con la lengua en su punto más sensible. Sintió miles de chispas por todo el cuerpo, y luego un estremecimiento y una sacudida. Tuvo que apoyarse en los hombros de Pedro para no caerse.


Él la tomó en brazos, sintiendo su cuerpo aún temblando, y la acostó en la cama. Luego se puso a su lado, la abrazó y le habló susurrando en la mejilla.


—Avísame cuando estés lista para continuar.


—Esto debe haber sido un orgasmo —dijo ella, como con cierto temor.


—¿Nunca habías tenido uno antes?


—Nunca —dijo ella moviendo la cabeza.


Pedro sonrió. Había una satisfacción en esa sonrisa que indicaba lo feliz que se sentía de haberle dado a ella ese regalo. Ahora era ella quien quería hacerle a él un regalo parecido.


Durante unos instantes, los dedos de ella juguetearon con el pelo de su pecho. Pero luego deslizó la mano hacia abajo. 


Tiró del cordón de los calzoncillos y los dejó caer por debajo de las piernas hasta el suelo. Cuando lo tocó, él cerró los ojos.


—Quiero estar dentro de ti.


Ella también quería sentirle dentro, y para demostrárselo flexionó las rodillas y levantó las piernas. Él tanteó la entrada con mucha delicadeza sin apenas tratar de empujar.


—No me trates como si me fuera a romper, Pedro.
Quiero sentir tu pasión.


Su primer empuje fue suave y comedido, pero luego el deseo y la pasión se adueñaron de sus actos. Ella se apretó contra él, agarrándole por los hombros, recibiendo su excitación con el placer y la satisfacción de una mujer que nunca antes había sido amada de esa manera. Sintió que su unión con Pedro se hacía más íntima, más fuerte. Cada emoción que corría por su cuerpo la llevaba a un punto de sensualidad cada vez más alto. Su primer orgasmo había sido inesperado y placentero. Pero ahora, con Pedro dentro de ella, se sentía como si él hubiera conseguido encontrar la esencia misma de lo que ella era. Le pareció que todo daba vueltas a su alrededor, y que veía, reflejados ante sus ojos, los destellos multicolores de un enorme diamante. Gritó el nombre de Pedro, dejando que su espíritu volase a reunirse con el suyo. Pedro respondió a su llamada, se liberó con un gemido, se estremeció y cayó exhausto encima de ella.


Después de un rato, él se recostó a su lado pasándole un brazo alrededor.


—Ha sido maravilloso —susurró ella.


Pero nada más decir esas palabras, vio delante de ella la cruda realidad.


Sabía que Pedro había tratado de luchar contra el deseo y la atracción que sentía por ella. Y ahora él podía arrepentirse de haberlo hecho.


—Sólo quiero que sepas que no espero nada de ti. Yo me marcharé pronto y tú volverás a tu rutina diaria. Así que... no quiero que te preocupes por lo que yo pueda sentir. Ocurrió y fue maravilloso, pero sé que nuestras vidas discurren por caminos distintos.


Pedro le puso un dedo en los labios.


—Paula, calla. No trates de analizar lo que pasó. Te estás recuperando de una relación. Yo nunca esperé sentir un deseo tan grande como el que siento por ti, pero creo que no deberíamos repetir esto. Si lo hiciésemos, sería mucho más difícil decirnos adiós.


Ella sabía que tenían que despedirse. Ella tenía su vida y él la suya.


—Debería volver a mi habitación —murmuró ella, sintiendo las lágrimas ardiendo dentro de sus ojos.


—No tienes por qué irte tan deprisa.


Sí, debía irse ya. Cuanto más tiempo se quedase, más difícil le sería marcharse.





ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 30





Paula le dirigió a Pedro una brillante sonrisa al verle sentado en el vestíbulo del Yellow Rose Spa. Le había echado de menos.


—¿Has estado esperando mucho tiempo? —le preguntó ella.


—No. Me levanté, desayuné y aquí estoy.


—¿A qué hora saliste con el coche de la ciudad? —le preguntó ahora, mirándole con cierto recelo.


—No salí de la ciudad, pasé la noche en la habitación contigua a la tuya.


—Pero, ¿por qué, Pedro? Te dije que estaría bien aquí, con Elena y Katie.


—Quería asegurarme.


Paula no sabía si enfadarse o darle un abrazo.


—Me alegro de que Katie y Elena no supieran que estabas aquí. Se habrían sentido espiadas.


—La señora Chaves lo sabía. Nos encontramos anoche por casualidad. Ella me guiñó un ojo y se llevó un dedo a los labios.


—Podías habérmelo dicho —dijo ella moviendo la cabeza—. Después de todo, podrías haber estado con nosotras en la sesión de pedicura.


—Pensé que sería mejor si no lo sabías —dijo él con los ojos en blanco—. Así te sentirías más libre.


—Creo que la libertad es sólo un estado de ánimo, ¿no es cierto? Pensaba que era libre para hacer lo que quisiera, y estaba siendo todo el tiempo vigilada.


—Vigilada no, protegida. Hay una diferencia. Después de todo, me quedé fuera de la sauna.


Paula se imaginaba a Pedro con ella en la sauna, el vapor caliente, las toallas que podrían haberse desliza-do tan fácilmente, la sensación de paz que emanaba de aquel espacio, podrían haberles llevado a una intimidad emocional, así como a una intimidad física.


—Estuvisteis mucho tiempo allí.


—Tuvimos una profunda conversación.


—¿Privada?


—Muy privada. Las mujeres tienen tendencia a desnudar su alma cuando se hallan muy a gusto.


—Tendré que recordarlo —dijo él mirándola a los ojos.


—Y los hombres, ¿cuándo desnudan su alma? —preguntó ella, con aire de curiosidad.


—Tal vez nunca. Creo que nuestras capas de protección son más gruesas. Tengo la sensación de que los hombres en las saunas sólo hablan de fútbol.


—¿No tienes un buen amigo al que contarle tus secretos?


—Tuve uno hace tiempo.


Ahora ella tenía miedo de presionarle más. Tal vez él hubiera tenido un buen amigo cuando estaba en la universidad, o tal vez cuando estaba en el Servicio Secreto. Tal vez hubiera sido su esposa. Durante las últimas veinticuatro horas, ella no había pensado sobre lo que Pedro le había contado. Sólo había pensado si podrían tener o no un futuro juntos. Pero su pasado, igual que el suyo, estaría siempre con él.


—¿Aprovechaste al menos las instalaciones del centro? —le preguntó ella.


—Llamé al servicio de habitaciones. Cuando vuelva a Nueva York no gozaré de tantas comodidades.


—¿Cómo es tu vida en Nueva York? —le preguntó ella.


—Voy a algún espectáculo con mi madre y Julia cuando vienen a verme. Pero, en cuanto a lo demás…Voy a un gimnasio, me gusta andar… Es una ciudad única, pero llevo una vida muy aburrida. No tiene nada que ver con la tuya.


—Hasta que tienes una misión. Hasta que vuelas a Los Ángeles a supervisar la seguridad o a Atlanta a probar un nuevo sistema. Me imagino que te reúnes con las personas más importantes del mundo de la industria para poder proporcionar a los Chaves los sistemas más avanzados. No creo que tu vida sea tan aburrida como quieres hacerme creer. Siempre estás señalando las diferencias entre nosotros, Pedro. Supongo que debería tomarlo como una indirecta.


—¿De qué indirecta hablas? —preguntó Pedro con el ceño fruncido.


—Tú, en realidad, no quieres tener ninguna relación conmigo. Que yo no soy más importante para ti que uno de esos multimillonarios a los que acostumbras a proteger en sus viajes de negocios.


—Todos mis clientes son igual de importantes para mí —dijo.


—De vez en cuando, Pedro, me gustaría que dejaras de ser tan diplomático y exteriorizases un poco tus sentimientos.


—Eso te divertiría ¿verdad?


—No, eso me ayudaría a comprender mejor lo que sientes realmente.


—Lo que yo sienta no tiene importancia, Paula.


—La tiene para todos los que se preocupan por ti.


Su corazón latió tres veces antes de hacerle la pregunta.


—¿Te preocupas tú por mí?


—Sí.


Eran dos personas en medio de un suntuoso vestíbulo con baldosas de cerámica, muebles de cuero y candelabros de cobre. Sin embargo, ella se sentía como si estuvieran los dos solos en medio de un inmenso océano.


—¿Dónde está tu equipaje?


Miró a su alrededor, tratando de orientarse. Señaló a un botones del hotel que estaba de pie junto a un maletín con ruedas.


—Ahí está. ¿Y el tuyo?


—Mi bolsa ya está en el coche. ¿Quieres ir andando hasta allí o prefieres quedarte esperando mientras lo acerco hasta la entrada?


En realidad, lo que le estaba preguntando era si quería ser una persona normal o si quería comportarse como una estrella de cine. Pero lo que ella deseaba era que fueran más allá. Lo que deseaba era que Pedro le abriera su corazón, que le dijera si representaba algo importante en su vida.


—Iré contigo —dijo, encaminándose hacia la puerta. Sabía que Pedro la seguiría.


Después de todo, ése era su trabajo.







ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 29






—Pensé que tu guardaespaldas también vendría —le dijo Elena a Paula bromeando.


La sauna del Yellow Rose Spa era un espacio reservado sólo para mujeres.


Paula no sabía bien qué respuesta dar. Había tenido que convencer a Pedro de que la seguridad del hotel era buena y que ella estaría muy bien, y segura, con su tía y Katie. Paula y su tía se habían llevado muy bien siempre, pero últimamente no habían tenido ocasión de estar juntas. Se alegraba de que Katie se hubiera sumado a ellas. Se sentía muy a gusto con ella. Katie era la novia de Teo desde hacía tiempo.


—No tienes que decir nada, si no quieres —le dijo su tía a Paula.


—Él es muy protector, pero estoy segura de que se alegrará de poder disponer de un día libre sin tener que estar pendiente de mí. Tiene familia en la ciudad. Pasará el día con ellos —dijo ella, tratando de imprimir el mayor desinterés posible a sus palabras.


—Ya veo.


Después de una incómoda pausa, Katie le preguntó:
—¿Por qué resultará tan difícil hablar de las relaciones entre un hombre y una mujer?


Sus ojos castaños estaban un poco tristes. Se había sujetado el pelo en la nuca con una pinza, al igual que había hecho Paula.


Las tres, envueltas en blancas y suaves toallas, estaban sentadas en los bancos de la sauna. Paula en el nivel superior, y Katie y su tía en el inferior.


—Tal vez sea difícil porque nos engañamos a nosotras mismas —dijo Paula.


—¡Nos engañamos a nosotras mismas! ¡Ésa es la verdad! —dijo Elena—. Y no importa de qué generación estemos hablando —añadió con voz de triste.


Paula había sido capaz de percibir el dolor que había en aquellas palabras, y sospechaba que provenía de las desavenencias que se habían producido recientemente entre su tía y sus hijos.


Recordó entonces el encuentro entre Patricia y Jason que había presenciado casualmente. ¿Debería decirle algo a su tía? No, sería mejor no decirle nada de momento.


—¿Cómo te va con Baltazar, Teo, Pamela, Patricia y Camilo?


—Baltazar está muy enfadado —replicó Katie—. Espero que lo supere, por su propio bien, y por el nuestro —añadió, volviéndose con un gesto de simpatía hacia Elena.


—¿Cómo le va a Teo? —le preguntó Paula a Katie.


—No sé absolutamente nada de él en los últimos días. Me tiene olvidada. Es un hombre diferente desde que se fue a Bagdad. No sé si podré seguir con él...
Siempre quise que se pareciera un poco a Baltazar. Baltazar se siente siempre muy seguro de sí mismo. Y sabe escucharte cuando le hablas.


—Mis hijos son todos muy complicados, pero Pamela y Baltazar parecen ser los que peor se lo están tomando —dijo Elena—. Y Camilo, Dios le bendiga, que debería ser el que peor lo pasase de todos, me habló ayer sobre la posibilidad de reunirse con Rex, y averiguar cómo es en realidad su padre biológico.


—¿Por qué decidiste contarlo ahora, tía Elena? —le preguntó Paula.


—Ahora que Devon ya no está con nosotros, me pareció que había llegado el momento.


—¿Quieres hablar de ello? —le preguntó Paula.


Elena miró a Paula y luego a Katie.


—Se lo contaría a todos mis hijos si les interesara saberlo. Camilo ni siquiera me ha pedido que le contara toda la historia. Tal vez tiene miedo de oírla —dijo Elena, suspirando—. Me enamoré de Rex cuando tenía dieciséis años. Nos estuvimos viendo casi todos los días durante tres años. Una noche discutimos. Yo quería casarme y tener hijos. Pero él insistió en que debíamos esperar. Quería tener antes una posición económica más sólida. Me sentí herida y puse en tela de juicio su compromiso conmigo. Me marché. Cuando, pasado el tiempo, él no me volvió a llamar, acepté una cita con Devon. Me había estado telefoneando durante meses, tratando de convencerme de que yo debía ser para él. Aquella noche, con Devon, yo seguía aún muy enfadada con Rex. Dejé que las cosas se me fueran de las manos y llegaron demasiado lejos. Nunca debería haber salido con Devon, y mucho menos permitir que algo sucediera.


Paula puso la mano en el hombro de su tía.


—Lo siento mucho, tía Elena.


—La infidelidad ya habría sido bastante pecado, pero la cosa fue más grave, me quedé embarazada... de Baltazar. Eso selló el trato. Devon me pidió que me casara con él, y yo acepté. ¿Qué otra cosa podía hacer? Al menos eso era lo que pensaba entonces. Ahora sé que debería haberme ido, haber tenido el niño y haberlo criado yo sola hasta encontrar una solución mejor. Pero no lo hice. Nunca tuve una buena relación con Baltazar, tal vez porque pensé que por culpa suya había perdido mi único y verdadero amor. Nuestra relación nunca fue lo que debería haber sido. Luego llegaron los otros y traté de convencerme a mí misma de que tenía la vida que deseaba. Pero entre Devon y yo nunca llegó a haber lo que hubo en un tiempo entre Rex y yo.


—¿Cómo volvió a entrar Rex en tu vida? —le preguntó Katie.
Elena se miró las manos que tenía sobre el regazo.


—Conforme pasaron los años, Devon se fue alejando cada vez más. Sospechaba que me era infiel, y me sentía muy sola. Pensaba a menudo en aquellos años con Rex, así que me separé de Devon por un tiempo y le llamé. Descubrí que seguía queriéndome, igual que yo a él. Tuvimos una aventura, pero por el bien de los niños, acabamos dejándola.


—¿Y te quedaste embarazada de Camilo? —preguntó Paula.


—Sí. Y para mantener a mi familia unida, le dije a Devon que el bebé era suyo. El amor nos lleva a veces a hacer ese tipo de cosas.


Elena había abierto su corazón y Paula la respetaba por ello. Sintió que ella debía ser también sincera sobre aquella foto sensacionalista que probablemente había avergonzado a la familia.


—Lo sé muy bien. Supongo que os gustaría saber si aquella foto de la prensa fue real o no.


—Sólo si quieres contárnoslo —le dijo Katie cordialmente.


—Pues sí, fue real, fue verdad —Paula contó a las dos mujeres lo que le había llevado a aquella situación—. Después de aquello, me di cuenta de que en realidad nunca
había amado a Miko. No de la forma en que se amaban mis padres. Salí de Londres sin volver la vista atrás. Todo había sido culpa mía, por no haber visto las señales. En aquella época, yo no quería ver las señales. Y ahora que he conocido a Pedro… —hizo una pausa, no muy segura de lo que quería decir a continuación.


—¿Y ahora que has conocido a Pedro? —la pinchó Elena.


Pedro es un hombre como mi padre, fiel y leal, que se preocupa por su familia. Es una buena persona. Mis sentimientos hacia él... me asustan. En tan poco tiempo, han llegado a ser tan fuertes que me pregunto si no me estaré engañando a mí misma otra vez.


Katie se sentó con las piernas flexionadas sobre el banco, abrazada a sus rodillas.


—Me da la impresión de que has aprendido la diferencia entre un hombre que sólo lo parece y un hombre de verdad. Eso está bien, Paula. No le tengas miedo a esos sentimientos.


—Creo que no tengo nada que perder, ¿verdad? —preguntó Paula.


—Sólo tu corazón —respondió Elena.


Sólo su corazón. Eso era al final lo único que contaba. 


¿Estaba dispuesta a arriesgarlo de nuevo?