martes, 26 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 30





Paula le dirigió a Pedro una brillante sonrisa al verle sentado en el vestíbulo del Yellow Rose Spa. Le había echado de menos.


—¿Has estado esperando mucho tiempo? —le preguntó ella.


—No. Me levanté, desayuné y aquí estoy.


—¿A qué hora saliste con el coche de la ciudad? —le preguntó ahora, mirándole con cierto recelo.


—No salí de la ciudad, pasé la noche en la habitación contigua a la tuya.


—Pero, ¿por qué, Pedro? Te dije que estaría bien aquí, con Elena y Katie.


—Quería asegurarme.


Paula no sabía si enfadarse o darle un abrazo.


—Me alegro de que Katie y Elena no supieran que estabas aquí. Se habrían sentido espiadas.


—La señora Chaves lo sabía. Nos encontramos anoche por casualidad. Ella me guiñó un ojo y se llevó un dedo a los labios.


—Podías habérmelo dicho —dijo ella moviendo la cabeza—. Después de todo, podrías haber estado con nosotras en la sesión de pedicura.


—Pensé que sería mejor si no lo sabías —dijo él con los ojos en blanco—. Así te sentirías más libre.


—Creo que la libertad es sólo un estado de ánimo, ¿no es cierto? Pensaba que era libre para hacer lo que quisiera, y estaba siendo todo el tiempo vigilada.


—Vigilada no, protegida. Hay una diferencia. Después de todo, me quedé fuera de la sauna.


Paula se imaginaba a Pedro con ella en la sauna, el vapor caliente, las toallas que podrían haberse desliza-do tan fácilmente, la sensación de paz que emanaba de aquel espacio, podrían haberles llevado a una intimidad emocional, así como a una intimidad física.


—Estuvisteis mucho tiempo allí.


—Tuvimos una profunda conversación.


—¿Privada?


—Muy privada. Las mujeres tienen tendencia a desnudar su alma cuando se hallan muy a gusto.


—Tendré que recordarlo —dijo él mirándola a los ojos.


—Y los hombres, ¿cuándo desnudan su alma? —preguntó ella, con aire de curiosidad.


—Tal vez nunca. Creo que nuestras capas de protección son más gruesas. Tengo la sensación de que los hombres en las saunas sólo hablan de fútbol.


—¿No tienes un buen amigo al que contarle tus secretos?


—Tuve uno hace tiempo.


Ahora ella tenía miedo de presionarle más. Tal vez él hubiera tenido un buen amigo cuando estaba en la universidad, o tal vez cuando estaba en el Servicio Secreto. Tal vez hubiera sido su esposa. Durante las últimas veinticuatro horas, ella no había pensado sobre lo que Pedro le había contado. Sólo había pensado si podrían tener o no un futuro juntos. Pero su pasado, igual que el suyo, estaría siempre con él.


—¿Aprovechaste al menos las instalaciones del centro? —le preguntó ella.


—Llamé al servicio de habitaciones. Cuando vuelva a Nueva York no gozaré de tantas comodidades.


—¿Cómo es tu vida en Nueva York? —le preguntó ella.


—Voy a algún espectáculo con mi madre y Julia cuando vienen a verme. Pero, en cuanto a lo demás…Voy a un gimnasio, me gusta andar… Es una ciudad única, pero llevo una vida muy aburrida. No tiene nada que ver con la tuya.


—Hasta que tienes una misión. Hasta que vuelas a Los Ángeles a supervisar la seguridad o a Atlanta a probar un nuevo sistema. Me imagino que te reúnes con las personas más importantes del mundo de la industria para poder proporcionar a los Chaves los sistemas más avanzados. No creo que tu vida sea tan aburrida como quieres hacerme creer. Siempre estás señalando las diferencias entre nosotros, Pedro. Supongo que debería tomarlo como una indirecta.


—¿De qué indirecta hablas? —preguntó Pedro con el ceño fruncido.


—Tú, en realidad, no quieres tener ninguna relación conmigo. Que yo no soy más importante para ti que uno de esos multimillonarios a los que acostumbras a proteger en sus viajes de negocios.


—Todos mis clientes son igual de importantes para mí —dijo.


—De vez en cuando, Pedro, me gustaría que dejaras de ser tan diplomático y exteriorizases un poco tus sentimientos.


—Eso te divertiría ¿verdad?


—No, eso me ayudaría a comprender mejor lo que sientes realmente.


—Lo que yo sienta no tiene importancia, Paula.


—La tiene para todos los que se preocupan por ti.


Su corazón latió tres veces antes de hacerle la pregunta.


—¿Te preocupas tú por mí?


—Sí.


Eran dos personas en medio de un suntuoso vestíbulo con baldosas de cerámica, muebles de cuero y candelabros de cobre. Sin embargo, ella se sentía como si estuvieran los dos solos en medio de un inmenso océano.


—¿Dónde está tu equipaje?


Miró a su alrededor, tratando de orientarse. Señaló a un botones del hotel que estaba de pie junto a un maletín con ruedas.


—Ahí está. ¿Y el tuyo?


—Mi bolsa ya está en el coche. ¿Quieres ir andando hasta allí o prefieres quedarte esperando mientras lo acerco hasta la entrada?


En realidad, lo que le estaba preguntando era si quería ser una persona normal o si quería comportarse como una estrella de cine. Pero lo que ella deseaba era que fueran más allá. Lo que deseaba era que Pedro le abriera su corazón, que le dijera si representaba algo importante en su vida.


—Iré contigo —dijo, encaminándose hacia la puerta. Sabía que Pedro la seguiría.


Después de todo, ése era su trabajo.







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