martes, 12 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 17




Pedro ladeó la cabeza y la estudió.


—¿Te pongo nerviosa, Pau? —preguntó con voz ronca.


—Mmm —murmuró ella.


—¿Quieres que pare?


—Mmm —repuso con espontaneidad.


—Una mujer inteligente como tú probablemente ya se ha dado cuenta de que voy a besarla otra vez. ¿Representa eso un problema? —inquirió, mirándola fijamente.


—Podría ser el comienzo de uno —bajó la vista a sus labios cercanos y de pronto sintió la boca reseca—. No vas a aprovecharte mientras estoy lesionada y soy vulnerable, ¿verdad?


—Es gracioso, pero me parecía que era yo el vulnerable en este momento. ¿Te haces idea del efecto que causa en mí esa bata? No tendrás una bata de franela larga hasta el suelo, ¿verdad?


Paula bajó los ojos para ver que sus pechos corrían peligro de salírsele de la bata abierta. Se llevó la mano a la tela.


—No lo hacía adrede.


—Lo sé. Eso es lo que te hace más atractiva para mí —reconoció con voz ronca.


—¿Sí? —contuvo el aliento al ver que se acercaba más.


—Sí, y voy a besarte ahora.


Declaradas sus intenciones, y dándole un segundo para oponerse, Pedro probó sus labios y experimentó el mismo efecto embriagador que lo había invadido con anterioridad. 


Ahogó todo menos las sensaciones ardientes que se extendieron por las fibras de su ser. Ni sus ropas mojadas pudieron enfriarlo cuando ella pasó los brazos en torno a su cuello y le devolvió el beso. Ardía.


Cuando Paula lo acercó, con las cumbres de sus pechos contra su torso, Pedro ahondó el beso. Le apoyó la espalda sobre el sofá. Deslizó la rodilla entre sus piernas, atento siempre al tobillo que ella tenía levantado. Supo que sintió la palpitante extensión de su erección contra el muslo, pero no protestó cuando la pegó a él y se dio un festín con sus labios.


De pronto todo quedó a oscuras y en silencio y Pedro cayó en las profundidades de un beso ardoroso que hablaba de una pasión que amenazaba con estallar.


Ni siquiera podía recordar la última vez que se había involucrado de esa manera, tan dominado por el deseo. Sandi Saxon jamás lo había besado de ese modo, como si no tuviera suficiente de él.


La sensación era mutua. Pedro tampoco tenía suficiente de Paula. La necesidad de tocar y explorar su maravillosa figura lo abrumaba. Bajó la mano para pasar las yemas de los dedos sobre un pezón tenso.


Ella gimió y jadeó. Cuando jugueteó con la cima contraída con los dedos pulgar e índice, las oleadas de deseo que la recorrieron reverberaron en su propio cuerpo. Embriagado por el poder masculino que ostentaba, inclinó la cabeza para pasar la lengua por el otro pezón. Ella se arqueó hacia su mano y labios exploradores.


Había algo increíblemente satisfactorio en excitar a Paula. 


Anhelaba oír más de esos sonidos jadeantes que podía producir en ella. Se moría por posar sus manos y labios hambrientos en cada centímetro de su cuerpo. Quería conocerla por el tacto y el aroma y llevar ese inesperado momento a su conclusión natural.


No supo cómo se había perdido con tanta celeridad en una mujer. Había dedicado años a evitar encuentros que pusieran su corazón en peligro. Y de repente se encontraba de rodillas, figurada y literalmente, deseando correr otro riesgo con esa mujer que lo atraía de tantas maneras diferentes.


El sonido apagado de un teléfono al final logró registrarse en el agitado cerebro de Pedro. Maldijo la interrupción y alzó la cabeza para notar que todas las luces de la casa estaban apagadas. Reinaba un silencio y una oscuridad absolutos… salvo por su respiración agitada.


—Mi bolso —graznó Paula.


—¿Eh? —dijo, como perdido.


—Tengo el teléfono móvil en el bolso. ¿Puedes llegar hasta él?


—No veo nada —dominado por un deseo ciego, tanteó en busca del bolso.


—En el extremo de la mesita.


Al tocarlo, hurgó en él hasta sacar el teléfono. Con manos temblorosas, apretó el botón que lo activaba y luego se lo entregó a Paula. Habría dado todas sus posesiones para poder verle la cara y comprobar si parecía la mitad de atormentada y desorientada que él.


—¿Hola? —dijo mientras se juntaba la bata abierta y clavaba la vista en la oscuridad, deseando que su pulso acelerado recuperara la normalidad.


Aún no podía creer la rapidez con la que se habían desvanecido sus inhibiciones ante esa hoguera sensual que había ardido entre ellos. En cuanto Pedro la besaba, la acariciaba, se olvidaba de todo.


—¿Jefa? Soy Teresa. El sheriff ha dicho que recibió una llamada que lo informó de que la tormenta había averiado un transformador al oeste de la ciudad. ¿Te has quedado sin corriente?


Paula contempló el oscuro perfil del hombre que en ese momento estaba sentado con las piernas cruzadas en el sofá. Su transformador no tenía nada mal, aunque supuso que Teresa se refería a la falta de electricidad.


—Sí, las luces se han ido… hace poco —no sabía muy bien cuándo, ya que sus sentidos habían estado sometidos a un asedio sensual y su mundo había estallado en una cascada en tecnicolor.


—Si quieres puedes pasar la noche en mi casa —ofreció Teresa.


—Gracias, pero podré arreglarme —frunció el ceño con curiosidad cuando su cerebro desconcertado comenzó a funcionar con normalidad—. ¿Cómo es que el sheriff te habló de la avería eléctrica con tanta prontitud? —hubo una pausa y Paula sonrió ante el tartamudeo de Teresa.


—Eh, bueno, mmm…


—Reed Osborn está ahí contigo, ¿verdad? —adivinó.


—Sí.


—¿Degustando esos bollos caseros de canela que llevaste a la oficina la semana pasada?


—Así es.


—Disfruta de tu fin de semana, Teresa —murmuró—. Nos veremos el lunes.


—Siempre disfruto de mi tiempo libre. Pero si necesitas algo, jefa, cualquier cosa, no dudes en llamar. Estoy en deuda contigo y me gustaría devolverte el favor de la manera que pueda.


Ni se le pasó por la cabeza mencionarle el tobillo torcido, ya que se habría presentado de inmediato en el rancho. Su lealtad, aunque la agradecía, podía llegar a interferir con su floreciente relación con el sheriff Osborn. Por una vez en su vida, Paula quería que disfrutara de las atenciones de un hombre bueno y decente. Podía llegar a ser el comienzo de algo prometedor para Teresa.


Al colgar pudo sentir la mirada intensa de Pedro. Si esa noche servía como indicio, podrían llegar a ser dinamita juntos. Siempre y cuando se atreviera a dar el salto… y no pensaba comprometerse en nada cuando se sentía tan agitada como en ese momento.


—¿Puedo usar tu teléfono móvil? —preguntó él, sacándola de sus reflexiones—. Supongo que tus teléfonos inalámbricos de la casa no funcionan sin electricidad, y mi móvil está en la furgoneta.


—Claro —se lo entregó en la oscuridad.


—Voy a pasar la noche aquí contigo —anunció de repente.


—No creo que sea una buena idea. Nos conocemos desde hace apenas una semana. Sí, reconozco que la, mmm, energía sexual que fluye a nuestro alrededor podría generar suficiente voltaje para iluminar la casa, pero…


—No es lo que piensas —cortó con una sonrisa—.
Es por la tormenta y tu tobillo torcido. Lo último que necesitas es golpeártelo en la oscuridad. Además, ya me has pedido que no me aprovechara mientras estuvieras lesionada y vulnerable, ¿recuerdas?


—Oh —no supo si se sintió aliviada o decepcionada.


—Otra razón para que no tengas que preocuparte porque terminemos tan pronto en la cama —murmuró mientras alargaba la mano para tocarle los labios, aunque por accidente le dio en el ojo—. Lo siento.


—Está bien. No me duele tanto como el tobillo.


—Por eso me muestro tan noble —informó—. Lo más probable es que te hiciera más daño y ya me siento bastante mal por el tobillo.


—No paro de repetirte que tú no eres responsable. Y si haces esto por un equivocado sentido de culpabilidad…


En esa ocasión encontró sus labios con exacta puntería. La besó con una urgencia que ella comprendió muy bien. Pasó largo rato hasta que ambos tuvieron la necesidad de respirar.


—¿Esto te ha parecido culpabilidad, cariño? —inquirió—. Me enciendes desde la cabeza hasta los pies. Has conseguido secarme la ropa.


Pedro


—Lo sé. He vuelto a ser demasiado directo y sincero. Mi hermano jura que es uno de mis peores defectos.


—Creo que es una de tus características más admirables —afirmó ella—. Me gusta tu honestidad, aun cuando no siempre coincido con todo lo que dices.


—¿No estás de acuerdo en que podríamos incendiar la noche si nos fuéramos juntos a la cama? —preguntó pasado un momento.


Paula no estaba acostumbrada a los hombres directos. Se sentía cohibida y requirió valor para abrirse y confiarle lo que sentía.


—No cuestiono el hecho de que ambos somos pirómanos —repuso, afanándose por mostrar un tono ligero—. Lo que pasa es que no tengo costumbre de irme a la cama con un hombre. Hay un motivo para que Raul no me fuera fiel. La verdad es que…


Pedro apoyó los dedos en sus labios para silenciarla.


—No me importan tus relaciones pasadas. Me importa cómo haces que me sienta, cómo te hago sentir.


—Estoy de acuerdo, pero hay algo… —cuando los labios de él se posaron con suavidad en los suyos, sintió que se derretía en el sofá. Demasiado pronto Pedro alzó la cabeza, suspiró y se apartó.


—Jamás haré esa llamada telefónica si empiezo a besarte. Maldición, Rubita, me cuesta mucho mantener mis manos apartadas de ti.


Paula lo oyó marcar los números mientras se preguntaba qué había sido de las defensas en las que había confiado durante años. Se habían disuelto al primer contacto con él.


—¿Pablo? Soy yo —comentó Pedro cuando su hermano contestó.


—¿Alguna vez te han dicho que eres muy inoportuno?


—Doy por hecho que estás en la ciudad, a la espera de que pase la tormenta —sonrió.


—¿Y? —preguntó Pablo a la defensiva.


—¿Es este un ejemplo de tu envidiable tacto, hermano? —se burló.


—Vete al infierno. ¿Qué quieres?


—Llamaba para informarte de que la electricidad se ha ido. Paula se torció un tobillo y me voy a quedar con ella para cuidarla.


—La enemistad debe de estar disolviéndose —conjeturó Pablo.


—Sí, ahora podemos mantener una conversación sin gritarnos —no pensaba contarle que sus besos eran tan explosivos y devastadores como sus discusiones.


—Eso es un avance para ti. Me alegra oírlo. ¿Es lo único que pasa por allí en la oscuridad? Empiezo a recibir unas vibraciones muy intensas.


Había ocasiones en las que Pedro deseaba que la comunicación telepática que habían desarrollado a lo largo de los años no fuera tan aguda.


—Regresaré al rancho por la mañana —informó—. No olvides que nos hemos ofrecido voluntarios para poner las mesas y las sillas para la reunión social en la iglesia.


—Correcto. Mmm… te veré después de comer.


Pedro cortó y luego se puso de pie.


—Te recomiendo que duermas en la habitación de invitados de la planta baja. ¿Necesitas pasar por el cuarto de baño antes de que te meta en la cama?


La oscuridad no logró ocultar del todo el bochorno que sentía Paula, pero no puso objeción cuando él la alzó en brazos y la llevó por el pasillo.


—Ten cuidado por dónde pisas —advirtió—. El tobillo me palpita como mil demonios. Si me lo golpeara contra la pared, me niego a ser responsable de tus tímpanos cuando grite.


—Quizá primero debería haberte preguntado dónde tenías una linterna —indicó mientras avanzaba con cautela.


—En el cajón de la mesita de noche de mi dormitorio, arriba —explicó—. Primera puerta de la derecha.


—¿Qué lado de la cama?


—Izquierdo.


Pedro logró llevarla al cuarto de baño de la planta baja sin golpearle el tobillo contra la pared, luego la dejó de pie.


—Vuelvo en seguida.


Fue a tientas por el pasillo y esperó la iluminación breve de un relámpago antes de aventurarse por las escaleras. 


Avanzó a ciegas por el dormitorio para sacar la linterna.


En cuanto pudo ver su entorno, se tomó un momento para inspeccionar la habitación de Paula. Aún no estaba restaurada, pero el cuarto era espacioso. La cama exhibía un edredón colorido y muchos cojines. No había ni una sola foto familiar. Lo entristeció pensar que había crecido yendo de un lado a otro, sin sentir jamás que podía contar con alguien en una situación apurada.


Él tenía muchos recuerdos de amor de su infancia, y Paula prácticamente ninguno.


También coincidió en que el papel de la pared era espantoso. Bajó para llevarla a la cama.


—Voy a entrar, estés o no lista —anunció antes de abrir la puerta del cuarto de baño.


Ella se apoyó en el lavabo con el pie izquierdo levantado. 


Tenía la cara blanca como el almidón. De inmediato comprendió que el tobillo la estaba matando.


—¿Has tomado algún analgésico? —preguntó.


—Sí, pero aún no ha tenido tiempo para surtir efecto.


—Traeré otra bolsa con hielo en cuanto te acueste —la alzó con cuidado en brazos y se dirigió a la habitación de invitados—. Mañana, cuando vaya a la ciudad, traeré unas muletas. Haz una lista de cualquier cosa que puedas necesitar —«¿qué te parece una caja de preservativos?», dijo una voz en su mente. «¡Ni pienses en ello, Alfonso! De acuerdo, pero no hace daño estar preparado, por las dudas».


Ella le tomó la mano mientras la arropaba con el edredón.


—¿Pedro?


—¿Sí? —carraspeó para desterrar los pensamientos lascivos.


—Agradezco de verdad tu amabilidad y ayuda. Yo… bueno, no tengo mucha práctica en eso de ser agradecida, de modo que si no te doy las gracias muy a menudo, solo es por falta de experiencia.


—De nada —se inclinó para rozarle los labios y se irguió de inmediato. Cuando regresó con una bolsa nueva con hielo y se despidió con otro beso, sintió unas sensaciones agradables en el corazón—. Estaré arriba en tu cama si necesitas algo. Grita y bajaré en el acto —murmuró.


—Gracias —la voz le crepitó como electricidad estática en una línea telefónica.


—Buenas noches, Rubita —dio media vuelta y se fue.





lunes, 11 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 16




Con un cubo de comida en cada mano, Pedro se dirigió hacia los primeros corrales y jaulas que había a unos cien metros de la casa. La lluvia había parado, pero en la distancia aún se veían relámpagos. Respiró hondo el aire húmedo y agradeció ese soplo de vida a los pastizales, necesario para la cosecha. Los últimos dos años la madre naturaleza no había sido amable con los rancheros y granjeros.


Se detuvo de repente cuando escuchó un gruñido procedente de la jaula en sombras que tenía delante. Miró con aprensión al oso pardo que se movía en su reducido espacio. Entonces notó que le faltaba la mitad de una pata delantera. El oso lisiado olisqueó el aire y, al captar el olor desconocido de él, gruñó con tono amenazador.


—Muy bien, amigo, no huelo igual que Pau, pero te traigo comida, así que no muerdas la mano que te alimenta —con cautela abrió la trampilla para llenarle el cuenco. El animal, al que Pau había bautizado Winnie Pooh, lo observó un minuto entero antes de acercarse a probar los víveres.


Repitió el proceso en la segunda jaula con un oso, y descubrió que el animal llamado Teddy tenía la misma minusvalía que Winnie. Hizo todas las rondas, alimentando a los refugiados de Paula. Había cuatro pumas en mal estado, tres lobos que cojeaban, dos zorros, dos felinos, tres mapaches de aspecto inusual, diversos pavos, un jabalí y un par de especies que no pudo reconocer. Eso sin contar la jaula de las aves, construida cerca de unos manzanos enanos.


Mientras realizaba las rondas con el ganso pisándole los talones, se preguntó qué impulsaba a Paula a cuidar de esos animales. Comprendía por qué no se los podía devolver a su entorno natural. Cada uno tenía una imperfección que le dificultaba poder protegerse de los depredadores o conseguir comida por sus propios medios.


Quizá el zoo no fuera lo suyo, pero respetaba a Paula por sus esfuerzos para cuidar y proteger a esos animales.


Cuando el trueno volvió a sonar y las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre las hojas de las copas de los árboles, corrió al granero para dejar los cubos, darle pienso al ganso y regresar a la casa. El cielo se abrió en el momento en que pisaba el porche de atrás.


Había pasado muchos años a caballo y en tractores como para poder predecir cuándo se avecinaba una tormenta seria. Y esa iba a ser la madre de todas. Su rancho iba a pasar de la sequía a la casi inundación en una noche.


En cuanto entró en la cocina le crujió el estómago, recordándole que ya era hora de cenar. Fue a inspeccionar la nevera. Para su diversión y desagrado, descubrió que el congelador estaba lleno de bandejas con comida precocinada.


Recordó los tiempos en los que Pablo y él se habían alimentado con ese tipo de comida. Hacía unos años habían hecho un trato para turnarse en la cocina de lunes a jueves, de modo que no tuvieran que comer siempre fuera.


Encontró una docena de huevos, pan, queso y leche. 


Mientras preparaba el desayuno para la cena, pensó en la comida deliciosa que estaría disfrutando su hermano en la cafetería de Cathy. Quizá tendría que haber probado con la bonita restauradora antes de concederle a su hermano los derechos en exclusiva.


Hasta el momento, Pablo y él habían evitado las situaciones potencialmente incómodas de los gemelos, aunque les había costado. Eso sin contar una pelea por una preciosidad con coletas en quinto curso. Sabía que en ese momento podría estar siendo atendido por una cocinera maravillosa como Cathy, aunque reconoció que estaba mucho más interesado en la dueña del refugio.


La vivaz rubia agitaba algo en él que era incapaz de descubrir. Aunque en ocasiones era dura, quisquillosa y se mostraba a la defensiva, admiraba y respetaba la independencia en una mujer. Al ser capaz de repasar sus dos primeros enfrentamientos con Paula, rio entre dientes por los incidentes en los que los insultos volaron como balas. 


Desde el principio habían provocado reacciones encendidas el uno en el otro.


Tarareando una canción country, se puso a trabajar en la cena. La electricidad titubeó unos momentos, pero logró preparar los huevos y las tostadas antes de que la tormenta se abatiera en toda su plenitud.


—La cena está servida —anunció al llevar dos platos al salón. Al verla agitarse bajo la manta, el corazón le dio un vuelco—. Eh, dormilona, si voy a cumplir todos tus deseos, lo menos que puedes hacer es despertar y valorar mis esfuerzos.


Paula parpadeó como una criatura que saliera de un túnel. Al ver la comida, apartó la manta y alargó un brazo ansiosa.


—¿Has cocinado? —preguntó adormilada—. ¡Tiene una pinta maravillosa!


Él gimió para sus adentros cuando la manta se cayó y pudo ver una porción generosa de escote a través de la ligera bata. Esa maldita cosa podría representar su perdición si no iba con cuidado.


—Cielos, comida de verdad —comentó ella después de llevarse el primer bocado a los labios—. Hace meses que no pruebo algo casero.


Pedro se obligó a apartar la vista cuando ella se apoyó en un codo para acomodar el plato, revelando en parte los montículos blancos de sus pechos.


El lado lascivo de su naturaleza le suplicó en silencio que se apoyara un poco hacia la izquierda para poder admirar la totalidad del deslumbrante paisaje.


Pero su lado caballeroso opuso una firme objeción.


—Dios, está delicioso —alabó ella después de dar el segundo bocado a la tortilla francesa.


—Gracias. Mi hermano y yo nos turnamos en la cocina. Ya llevo varios años cocinando. Fue una lucha dura después de perder a nuestros padres en un accidente aéreo. Es un milagro que no hayamos quemado la cocina aquel primer año.


—¿Cuidasteis de vosotros mismos? —lo observó pensativa—. ¿Cuántos años teníais?


—Dieciocho —repuso, y masticó un trozo de tostada.


—¿No había ningún familiar o abuelo que os acogiera?


—Teníamos un tío soltero en las fuerzas armadas que pasaba a vernos en sus permisos, pero Pablo y yo estábamos decididos a mantener en marcha el rancho. Ya poseíamos los conocimientos necesarios, aunque necesitamos tiempo para aprender la parte financiera. 
Fuimos a ver a rancheros expertos de la zona para solicitarles consejo y logramos superar la crisis sin perder el rancho. Luego nos turnamos semestres para ir a la universidad y poder completar nuestra educación, tal como hubieran querido nuestros padres. Tardamos siete años, pero nos licenciamos como ingenieros agrónomos.


Paula se movió incómoda. No tenía la costumbre de hablar de su pasado con nadie, pero reconocía que se sentía más cómoda con Pedro de lo que había estado con nadie… jamás. De hecho, nunca le había revelado muchas cosas a Raul porque el momento jamás parecía el oportuno y tenía la impresión de que él no estaba muy interesado.


—Yo ni siquiera sé quiénes son mis padres —confesó—. Pasé mi infancia de un hogar adoptivo a otro. Luego hui de una situación nada agradable porque el hombre que se suponía que era mi padre adoptivo comenzó a tomar un interés diferente en su papel —él soltó un juramento explícito que reflejaba exactamente lo que Paula pensaba.


—Si te puso una mano encima, lo buscaré y descuartizaré a ese hijo de perra.


Que a Pedro le importara lo suficiente como para defender su honor la invadió con una sensación cálida.


—Agradezco la oferta, pero lo vi venir y escapé. Al terminar el instituto me puse a trabajar como camarera, luego llegué a la conclusión de que si quería llegar a alguna parte en el mundo necesitaba más educación.


Se relajó cuando él asintió y sonrió. Agradeció que no emitiera juicios. Desde luego, no había entrado en detalles sobre llevar una vida precaria, no había mencionado a los hombres que esperaban como buitres para aprovecharse de una mujer vulnerable.


—Supongo que es una forma dura de crecer —comentó al alargar la mano para apartarle unos bucles.


—No lo sabes bien.


—Cuando te apetezca quitarte ese peso de encima, estoy dispuesto a escuchar, Pau. Quiero que lo sepas.


—Gracias —musitó con la cabeza baja, jugueteando con la bata.


Tras haber oído la versión resumida de su vida, supuso que estaba acostumbrada a seguir sus propios dictámenes. 


También sabía que se sentía muy unida a los animales perdidos que vivían en sus cuarenta acres de tierra, y sospechaba que se consideraba como ellos.


Lo abrumó una sensación de ternura y compasión por aquella mujer. Entendía por qué consideraba necesario mantener una fachada fuerte y distante. Sin duda esa actitud había sido esencial para superar todos los obstáculos de su vida. Unos incidentes que habían dejado impresiones profundas y duraderas estructuraban su vida y la volvían cautelosa. Deseó haber estado cerca de ella para facilitarle el camino, a pesar de que el suyo no había sido un cuento de hadas. Pero, ¿una mujer joven sola? Sin duda había tenido que sortear innumerables trampas que la habían vuelto desconfiada.


—¿De dónde sacaste todos tus animales? —preguntó mientras acercaba el vaso con té helado.


—Algunos me los trasladó la Coordinadora, otros me fueron traídos por desesperación. No te creerías cuántas personas compran animales exóticos pensando que los pueden domesticar. Los felinos son mascotas bonitas… hasta que crecen. Entonces la gente se encuentra con un león adulto y no sabe qué hacer con él. Hace falta un entrenamiento especial para cuidar de ellos y, sin seminarios intensivos, la persona media se encuentra perdida.


—Doy por hecho que tú tienes ese entrenamiento.


—Sí —corroboró—. También me han enseñado a buscar síntomas de enfermedad. El veterinario local pasa una vez al mes para comprobar la condición de los animales.


—Me dejas impresionado.


—Pensé que desaprobabas a mis inadaptados exóticos —preguntó sorprendida.


—No he dicho que me entusiasmara vivir al lado de tu zoo —se encogió de hombros—, pero admiro tu dedicación, en especial después de lo que he visto en persona. Imagino que un puma al que le falta una pata no se arreglaría bien en su entorno natural. Es como un chico joven luchando por abrirse paso en la jungla de las calles, supongo. Diría que existe una similitud interesante.


—De acuerdo, Freud —se movió incómoda—, de modo que has deducido que me veo reflejada en mis animales y que siento una gran afinidad con ellos.


—¿Cómo no hacerlo? Si no recuerdo mal, la primera vez que nos vimos me mostraste los dientes —rio de buen humor y le guiñó un ojo—. No digo que yo no buscara pelea.


—Me recordaste a un león. Fue una respuesta adquirida combatir el fuego con el fuego —repuso Paula.


Pedro dejó el plato vacío sobre la mesita y se puso de rodillas a su lado.


—¿Qué te parece si dejamos atrás nuestro terrible comienzo? Estoy dispuesto a reconocer que no te pareces en nada a mi ex novia cazafortunas. Desde luego, espero no parecerme en nada a tu ex novio.


—Te concedo que no te pareces a él —murmuró.


Él vio que Paula se ponía nerviosa cuando se tocaba un tema personal. La habitación se redujo al espacio que ocupaba ella y le hizo difícil respirar. Era tan atractiva… Si antes no lo había notado, en ese momento tuvo que reconocer que estaba metido hasta el cuello.





EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 15





Paula se puso de costado en el sofá e hizo una mueca de dolor. El tobillo iba a representar un inconveniente serio.


Y hablando de inconvenientes, el beso la había golpeado con la fuerza de una bomba nuclear. Se dijo que no tenía tiempo para entregarse a una relación seria o llegar a conocer a un hombre. El despacho de contabilidad era caótico varios meses al año. Y en el rancho siempre había tareas y reparaciones que necesitaban su atención. ¿De dónde podría sacar tiempo para un hombre?


«Muy bien, Chaves, responde esta pregunta. A pesar de todas tus excusas, ¿cómo vas a soslayar los efectos de ese beso espontáneo? ¿Eh? Pedro Alfonso puede tener un temperamento explosivo, ser terco y vehemente, pero te derritió los sesos con ese beso. ¿Lo quieres negar? Y también intenta convencerte de que no has averiguado
más de Pedro Alfonso en una semana que de ese taimado jugador de béisbol en seis meses».


—De acuerdo, Pepe no se parece en nada a Raul —reconoció para sí misma—. Sí, es terriblemente atractivo, pero también posee personalidad.


Aunque podía ser un diablo, reconoció que era honesto, sincero y trabajador; asimismo, se había enfrentado a la humillación y al rechazo y había sobrevivido a que le rompieran el corazón. También era de fiar. Había ido a alimentar a unos animales a los que quería ver a kilómetros de distancia. Estaba dispuesto a realizar las tareas que Paula era incapaz de hacer físicamente. Eso indicaba algo sobre su personalidad y carácter, algo que ella admiraba mucho.


Sin embargo, una voz en su interior le advertía que tuviera cautela. Aún existía la posibilidad de que quisiera conquistarla para convencerla de trasladar su refugio. 


Sospechaba que en ese momento lo dominaba la culpabilidad.


Después de unos minutos de concentrada deliberación, decidió darle el beneficio de la duda. No se mostraría hostil adrede para protegerse a sí misma. Dejaría que conociera un poco a la verdadera Paula Chaves.


Sí, podía hacerlo. Además, le gustaba cómo la cuidaba. 


Hacía mucho tiempo, si lo había habido alguna vez, que no se sentía protegida y atendida. Aunque pudiera resultarle incómodo y antinatural, dejaría que Pedro la ayudara en sus momentos de necesidad.


Se arrebujó bajo la manta y cerró los ojos para descansar un poco. Pedro se ocupaba de las cosas. Podía relajarse unos minutos.





EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 14




«Ha sido un error de proporciones gigantescas», se amonestó al poner la marcha atrás de la furgoneta y salir por el camino. Cuando regresara, sabía que ese beso iba a flotar entre los dos. Lo más probable era que tuviera que disculparse, pero no lamentaba haber descubierto que su sabor era dulce y apasionado y que el deseo lo había golpeado entre los ojos cuando ella le devolvió el beso.


Movió la cabeza y suspiró. Después del episodio humillante con Sandi Saxon, siempre había dejado bien claras cuáles eran sus intenciones con las mujeres que entraban y salían de su vida. No era que hubiera habido muchas. La verdad era que había sido un período de sequía también para Pedro. Quizá por eso se había activado como una bomba de relojería al besar a Paula.


En esos tiempos, si una mujer lo atraía, lo decía. También establecía límites, porque no tenía ganas de volver a tener una relación seria. Quería que eso quedara entendido desde el principio.


Con la mente dispersa, salió a la lluvia para ocuparse de la rueda que tantos problemas le había causado a Paula. 


Luego enganchó el coche con una cadena fuerte y lo remolcó hasta su casa.


Miró la hora. Habían pasado treinta minutos y aún no sabía si estaba preparado para encarar de nuevo a Paula. Sin embargo, no se podía postergar lo inevitable. Mantendría la ecuanimidad. Si ella quería que hablaran del beso explosivo y abrasador que había sacudido su mundo, que lo hiciera.


Abrió la puerta delantera y se encontró con el traje estropeado de Paula sobre la mesita de centro. Menos mal que se había tapado con la manta. No quería volver a verla con esa tenue bata, ya que temía lo que podía tramar su imaginación.


—La rueda está arreglada, pero necesitarás una nueva —comentó con tono casual—. ¿Necesitas algo antes de que prepare la cena?


—Bueno, sí, pero dudo de que quieras hacerlo —murmuró, desviando la vista.


—Tus deseos son órdenes, Rubita —«sí, sigue así, Alfonso. Mantén la situación ligera e impersonal, y quizá ambos consigamos relajarnos».


—Mis animales aún no han comido —anunció.


Pedro se dio un golpe en la frente con la palma de la mano.


—Ahora voy a tener que alimentar a la causa de todas nuestras diferencias.


Paula sonrió, pero no pudo mantener contacto visual durante más de unos segundos. Imaginó que se sentía tan incómoda como él por ese beso lleno de electricidad.


—¿No te encanta la ironía de la situación, Alfonso? —preguntó.


—Sí, y cuando un oso me devore, espero que te encargues de mi pobre ganado. Creo que apreciaría aún más la ironía de eso.


—De verdad lamento el trabajo extra y los contratiempos que te causaron mis animales —se disculpó—. Comprendo que tenemos un problema, y traté de solucionarlo trasladando algunas de las jaulas más al oeste. Pero como llueve y no puedo caminar, pasará un tiempo hasta que sea capaz de alejar a los animales más sonoros de tus vallas.


—Te agradezco el esfuerzo. ¿Dónde está la comida y cuánta cantidad hay que darle a cada animal? —Paula recogió un bloc y un bolígrafo de la mesita y se puso a escribir una lista con las raciones específicas—. Santo cielo, tus gastos de comida deben de ser pasmosos —comentó al ver que Paula no paraba de escribir.


—La Coordinadora cubre casi todo, pero el resto sale de mi bolsillo. No es que me importe. Los animales son mi afición y se han convertido en una especie de familia.


—Un marido podría ser más barato —comentó.


Paula sacó el extracto de la tarjeta de crédito y se lo pasó.


—¿De verdad lo crees? Mi ex novio hurgó en mi cartera y apuntó el número de la tarjeta para cargar un crucero para dos en ella. Cuando empezamos a salir, descubrí que le gustaba más gastar mi dinero que el suyo —hizo una mueca—. Siendo contable de profesión, tendría que haber imaginado que me daría cuenta.


—Vaya pareja que hacemos —bufó Pedro—. Tu ex novio quería conseguir tu dinero y mi ex novia no pensó que yo pudiera ganar el suficiente para mantenerla como deseaba. Si alguna vez me encuentro al borde de algo que parezca amor, el dinero no va a entrar en la ecuación. Si no me ama por quién soy y lo que soy, si no aprueba las cosas que defiendo, si no me devuelve la misma lealtad, entonces no quiero saber nada del asunto.


—Lo mismo digo yo —afirmó ella—. Me desagradó quedar como una tonta.


—¿Lo ves? A pesar de nuestros conflictos, tenemos algo en común. Los dos nos equivocamos en nuestra búsqueda de lo verdadero. Y en cuanto… —cerró la boca. Se había prometido que no iba a sacar el tema del beso—. En cuanto a la lista de los animales… —concluyó.


Paula se la entregó.


—Si quieres un paraguas, hay uno en el porche de atrás —informó.


—No creo que pueda mojarme más de lo que ya lo estoy —dijo al dirigirse hacia la puerta de atrás.