sábado, 4 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 7





Qué pueblo tan bonito –comentó Pedro.


Habían parado y estaban sentados en una mesa en la terraza de una antigua granja reconvertida en café, tomándose un café recién hecho y mirando hacia el precioso jardín lleno de capullos en flor. Pedro no sabía nada de jardinería ni de plantas, pero sí sabía lo que le gustaba. Lo mismo le pasaba con el arte. Nunca compraba obras basándose en la reputación del artista, solo compraba lo que le gustaba.


Miró a Paula, que estaba al otro lado de la mesa, y pensó que también le gustaba mucho. Tal vez por eso su deseo hacia ella era tan fuerte. Durante la última media hora en el coche había estado pensando en que iba a estar solo con ella aquel fin de semana en un lugar que facilitaba la seducción. Y finalmente se le había ocurrido un plan que podría funcionar, siempre y cuando Paula estuviera de acuerdo con la idea.


–Entonces, Pau –dijo–, creo que ya va siendo hora de que me cuentes qué pasa con Fab Fashions. No quería hablar de trabajo durante el camino, solo quería disfrutar del maravilloso paisaje. Pero ahora que hemos parado…


Ella dejó la taza en la mesa y luego le miró con aquellos increíbles ojos marrones tan expresivos. Pedro confiaba en que los suyos no revelaran sus más íntimos pensamientos, ya que se había quitado las gafas de sol y se las había guardado en el bolsillo de la camisa.


–¿De verdad quieres oír mis ideas? –le preguntó Paula con escepticismo.


«La verdad, no», reconoció Pedro para sus adentros. Era una pérdida de tiempo. Pero formaba parte de su plan.


–Por supuesto que sí –mintió.


A ella se le iluminaron los ojos. Pedro sintió una punzada de culpabilidad, pero la apartó de sí firmemente. La culpa no casaba bien con el deseo.


–De acuerdo. Bueno, para empezar está el nombre. Fab Fashions implica que está dirigido a un público joven, cuando en realidad su objetivo son mujeres más maduras.
Hay que cambiar el nombre o cambiar el género. Yo sugiero cambiar el nombre, ya hay suficiente ropa para adolescentes. Luego habría que cambiar a los encargados de las compras. Contratar gente que no solo compre por el precio, alguien que sepa de moda y sobre lo que es cómodo de llevar. Las mujeres maduras buscan comodidad además de estilo. Y también sería buena idea comprar más prendas de tallas normales. La mayoría de las mujeres de más de cuarenta años no tienen una treinta y ocho. Y por supuesto, debería haber también una tienda online. Es una tontería no ir con los tiempos.


Pedro estaba impresionado y sorprendido. Todas sus sugerencias tenían sentido. Tal vez incluso podrían funcionar.


–Sabes de lo que hablas, ¿verdad?


–Ya te he dicho que la moda es mi auténtica pasión. Además, odio pensar que toda esa gente se vaya a quedar sin trabajo. Si los dueños de todas las tiendas cerraran en tiempos difíciles, el país se iría al garete. No siempre se trata de obtener beneficios, ¿verdad, Pedro? Todo el mundo tiene que arrimar el hombro en los malos tiempos, sobre todo las grandes empresas como la tuya.


–No es tan sencillo como parece, Pau.


Ella se molestó.


–Sabía que dirías eso.


–No he dicho que no esté preparado para hacer lo que sugieres. Lo que digo es que lo pensemos durante el fin de semana y veamos si podemos encontrar un nuevo y fabuloso nombre que suponga en sí mismo una campaña de marketing de éxito.


Paula frunció el ceño.


–Pero este fin de semana no vamos a tener tiempo. Tú tienes que ir esta noche a la despedida de soltero y mañana a la boda. Supongo que podríamos hablarlo en el camino de regreso a casa.


–Podríamos –reconoció él–. Pero cuando me entusiasmo con algo quiero ir directamente al grano –añadió con ironía. Volvió a remorderle la conciencia–. ¿Qué te parece si llamo a Andy y le pregunto si puedes quedarte en la finca el fin de semana en lugar de en un motel de Mudgee? Tienen una cabañita en la finca apartada de la casa principal que resulta muy acogedora. Podríamos alojarnos ahí juntos.


–¿Juntos?


–Tiene dos habitaciones, Pau. Por supuesto, esta noche no podríamos hablar mucho porque estaré en la despedida de Andy. Pero la boda no se celebra hasta mañana a las cuatro de la tarde. Eso nos deja mucho tiempo para hablar. Y hablando de la boda, estoy seguro de que podría conseguirte una invitación.


Si no tenía un vestido adecuado, la llevaría a Mudgee a comprarse uno.


El recelo y la tentación se reflejaron en los ojos de Paula.


–¿No le parecerá raro a Andy que le pidas que invite a su boda a una total desconocida?


–Tú no eres una desconocida, Pau. Sé más cosas de ti que de la mayoría de mis novias. Además, ahora somos socios. Le diré a Andy que eres una asistente de marketing que he contratado para que me ayude con Fab Fashions y que te ofreciste amablemente a traerme hasta aquí tras un desafortunado accidente de coche. No hay necesidad de mencionar que trabajas en una empresa de alquiler de coches, ¿verdad?


Paula sacudió la cabeza. ¿De verdad pensaba Pedro que ella no sabía lo que estaba haciendo? No era ninguna estúpida. Pero no había forma de decirle que no.


–Te gusta hacerte con el control, ¿verdad?


La sonrisa de Pedro resultó encantadora y sexy al mismo tiempo.


–¿Qué quieres que te diga? La gente me acusa de ser mandón y controlador.


Paula se rio. Era un diablo, pero completamente irresistible.


–Estoy segura de que a los padres de Andy les parecerá raro que pidas que nos alojemos juntos en esa cabaña.


–En ese caso diré que estamos saliendo.


–¡Pero no es verdad!


–Lo será a partir del domingo. Tengo intención de pedirte salir cuando volvamos a la costa.


–Puede que te diga que no.


–¿Lo harás?


–No.


Pedro sonrió.


–Estupendo. Entonces no hay ningún problema. Le diré a Andy que eres mi nueva novia.


Paula suspiró.


–Eres incorregible.


–Estoy embelesado por ti, eso es todo.


Paula se lo quedó mirando. Era ella la que estaba embelesada, Pedro solo quería llevársela a la cama.


–Creo que deberías saber de antemano que no me acuesto con ningún hombre en la primera cita.


Pedro volvió a esbozar aquel amago de sonrisa.


–Ten por seguro que siempre respetaré tus deseos –lo que significaba que estaba convencido de que lograría seducirla enseguida. Y lo peor era que estaba en lo cierto.


–Llamaré a Andy en cuanto me termine el café –afirmó Pedro. Parecía muy complacido consigo mismo.


Fue a llamar al jardín, por el que se paseó mientras hablaba. 


Paula se preguntó qué le estaría diciendo a su amigo. Y ahora que lo pensaba, dudaba que Pedro quisiera hacer realmente algo respecto a Fab Fashions. Su interés en sus ideas era una estrategia para ponerla de su lado. También se le pasó por la cabeza mientras Pedro hablaba con su amigo que seguramente ella no era la primera chica que se llevaba a la cabaña a pasar el fin de semana. Paula solo sería otra más en su larga lista de conquistas, y no le gustaba nada aquella idea.


Paula se puso de pie, le dio las gracias a la camarera y volvió al cuatro por cuatro.





CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 6




Pedro no pudo evitar experimentar una oleada triunfal cuando la escuchó aspirar con fuerza el aire. Luego vio cómo volvía a clavar la vista en la carretera como si la persiguieran los demonios.


Tal vez fuera así, pensó sombríamente. Al diablo con su conciencia. Al diablo con el sentido común. Tenía que tener a aquella chica. Y pronto.


Paula estaba molesta consigo misma por sentirse halagada por el interés de Pedro. ¿Por qué no iba gustarle?, pensó con su habitual seguridad en sí misma. Era una chica atractiva, y tenía unas piernas preciosas. De acuerdo, seguramente no podría hacerle sombra a la tal Anabela, pero ella estaba en Nueva York, y Paula allí. La verdad era que Pedro se sentiría seguramente solo en Australia, y ella estaba allí, sin novio y con la palabra «disponible» escrita en la cara.


El repentino final de la autopista arrancó de pronto a Paula de sus pensamientos. Ni siquiera había visto las señales para disminuir la velocidad. Puso los ojos en blanco, tomó la salida a la izquierda en la rotonda y se dirigió hacia Golden. 


Por suerte, Pedro guardaba ahora silencio. Sin duda estaría pensando en cómo ligar con ella mientras ella pensaba en cómo iba a actuar cuando eso sucediera.


Mientras Paula conducía en silencio se preguntó por qué no podía ser como las demás chicas, las que eran capaces de acostarse con un hombre en la primera cita, incluso nada más conocerlo en un bar o en una discoteca. Ella nunca podría hacer algo así. La idea le resultaba repulsiva. Y peligrosa. Primero tenía que conocer al hombre. Y le tenía que gustar. Y asegurarse de que a él le gustara también lo suficiente como para esperarla hasta que estuviera lista para llegar hasta el final.


A Guillermo le había hecho esperar semanas. Dudaba que Pedro esperara semanas por ella.


Aunque no quería que lo hiciera. Dios, ¿qué le estaba pasando? ¡Ella no era así! Pero nunca había conocido a ningún hombre como Pedro. No se trataba solo de su aspecto de estrella de cine, aunque resultaba difícil de ignorar. Era algo más. Una capa de confianza que llevaba sin esfuerzo y que Paula encontraba tremendamente atractiva. Y muy sexy. Estaba segura de que sería un gran amante. Muy experimentado. Muy… sabio. Sabría perfectamente qué hacer y cómo hacer para que siempre alcanzara el éxtasis.


Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al pensar en aquello. No siempre alcanzaba el éxtasis durante el sexo. 


Pero le gustaría.


–¿Cuándo vamos a hacer la primera parada? –dijo de pronto él–. Pronto tendré que tomarme un café.


Paula contuvo un gemido al darse cuenta de que una vez más se había distraído. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mente de aquellos pensamientos pecaminosos y centrarse en saber dónde estaban exactamente. Se dio cuenta enseguida de que no debían de estar lejos de la desviación hacia la autopista de Golden.


–Estamos como a media hora de Denman –afirmó. Se había estudiado la ruta y había memorizado los pueblos y los servicios del camino–. Lo he visto en Internet. Es una villa histórica del valle que tiene un pub muy agradable y un par de cafés. Si te parece que está demasiado lejos, podemos ir a Singleton, pero supondría desviarnos.


–No, Denman suena bien. No tendrás por casualidad una aspirina, ¿verdad? Debería haberme tomado un par esta mañana, pero se me ha olvidado.


Paula recordó entonces su lesión de hombro.


–Hay alguna en la guantera –dijo–. Y una botella de agua en tu puerta, por si no te las quieres tragar de golpe.


–Gracias.


–¿Te duele mucho el hombro? –le preguntó, contenta de poder hablar de un tema poco comprometido.


–Esta mañana lo tenía un poco dolorido, pero estoy bien. Podría haber conducido, pero el médico del hospital me dijo que no. No por lo del hombro, sino porque además tuve una conmoción.


–Entonces mejor que no conduzcas.


–Me alegro de no haber podido hacerlo. En caso contrario, no te habría conocido.


Paula no pudo evitar que se le hinchara el corazón de placer. 


Aunque sabía de qué iba aquello. Había visto cómo actuaban sus hermanos con las chicas a las que se querían ligar. Les había visto halagarlas. Y había visto cómo aquellas tontas se subían a su regazo y les daban lo que querían sin dudar.


Tal vez por eso ella actuaba de otro modo con los chicos que se le acercaban. Al menos así había sido hasta que apareció este hombre tan guapo.


No podía creer que estuviera planteándose la posibilidad de tener una aventura de una noche con él. Y que el mero hecho de pensarlo le acelerara el corazón como si fuera el motor de un coche de carreras.




CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 5



Paula apretó con más fuerza el volante durante un instante. 


Aunque hubiera dicho que no se le daba muy bien la escuela no significaba que fuera una ignorante. Por supuesto que conocía Kings College. Era uno de los mejores colegios privados de Sídney, muy distinto al humilde instituto al que ella había ido.


–Sí, lo conozco –dijo pensando en lo lejos que estaba aquel hombre de su liga–. Es un colegio muy bueno.


–Ahí fue donde conocí a Andy, mi mejor amigo. También estudiamos juntos Derecho en la Universidad de Sídney.
Oh, Dios. También había estudiado en la Universidad de Sídney, otra prestigiosa institución. Paula sabía lo que hacía falta para entrar ahí. Lo que demostraba que Pedro había sido muy buen estudiante.


¿Qué sería lo siguiente?, se preguntó. Seguramente esquiaba todos los inviernos en Austria. Y se llevaría a su novia a París a pasar románticos fines de semana.


Aquello último le provocó un escalofrío. Pau no había pensado que Pedro tuviera novia, una estupidez por su parte. 


Por supuesto que un hombre como él debía de tenerla. 


Aunque no estaba casado. Cuando el día anterior le pidió un nombre y un número de contacto no mencionó que hubiera ninguna esposa.


Sin embargo, cabía la posibilidad de que estuviera prometido.


–Y ahora tu mejor amigo se va a casar –dijo tratando de aparentar naturalidad, aunque se estaba muriendo de curiosidad–. ¿Tú estás casado, Pedro? –le preguntó.


–No –respondió él.


–¿Prometido?


–No.


Había ido demasiado lejos como para detenerse ahora.


–Pero tendrás una novia esperándote cuando vuelvas.


–Ya no. Tenía una novia. Pero la relación se ha terminado, igual que la tuya.


–¿Te ha dejado? –preguntó Paula sin dar crédito.


–No exactamente…


–Lo siento. Ya estoy entrometiéndome otra vez.


–No me importa –dijo Pedro –. Me gusta hablar contigo. Lo cierto es que he sido yo quien decidió poner fin a la relación. Aunque no he tenido todavía oportunidad de decírselo a Anabela. Lo decidí anoche.


«Anabela», pensó Pau elevando el labio inferior. Un nombre típico para la típica chica con la que Pedro saldría. Seguro que era guapa. Y rica.


–¿Qué pasó?


–Ella quería casarse y yo no.


–Entiendo –murmuró ella. ¿Qué les pasaba a los hombres actualmente, por qué huían del compromiso?


Paula decidió cambiar de tema. Pensó en volver a sacar los problemas de Fab Fashions, pero, por alguna extraña razón, había perdido entusiasmo en aquel proyecto. Además, seguramente sería una pérdida de tiempo. Así que se decidió por un tema recurrente de conversación. El tiempo.


–Me alegro mucho de que sea un día soleado –afirmó con falsa alegría–. No hay nada que odie más que conducir con lluvia. Aunque las últimas lluvias se han agradecido mucho. Hemos pasado un invierno muy seco. Ahora todo está verde y precioso.


Pedro giró la cabeza hacia la campiña.


–Está muy bien. Aunque no puede decirse lo mismo de esta carretera. Está en una situación deplorable para ser una autopista principal. Todo lleno de baches y de remiendos.


–Eso es porque está construida encima de unas minas de carbón –explicó Paula–. Además, ya sabes que Australia es famosa por el mal estado de sus carreteras.


–Porque el país es demasiado grande para el nivel de población que tiene. No hay impuestos suficientes para buenas infraestructuras.


–¡Que no hay impuestos suficientes! –exclamó Paula dando rienda suelta a su habitual franqueza–. ¡Somos uno de los países con más impuestos del mundo!


–No tanto. Australia ocupa el lugar número diez. La mayoría de los países europeos pagan más impuestos.


–Pero en América no –argumentó Pau–. La gente puede hacerse rica en América. En Australia eso es difícil, a menos que seas ladrón o traficante de drogas. Mi padre se mata a trabajar y solo tiene lo justo para vivir. Mis padres no han tenido unas vacaciones decentes desde hace años.


–Eso es una lástima. Todo el mundo debería tener vacaciones para que el estrés no acabe con ellos.


–Eso es lo que yo les digo.


–¿Cuántos años tienen?


–Mi padre tiene sesenta y tres y mi madre cincuenta y nueve.


–Entonces les falta poco para jubilarse.


–Mi padre dice que prefiere morir a jubilarse.


–Mi padre dice lo mismo –reconoció Pedro–. Le encanta trabajar.


«Le encanta ganar dinero, querrás decir», pensó Pau. Pero no lo dijo.


–Antes has mencionado que tenías hermanos –dijo él–. ¿Cuántos?


–Tres.


–Yo siempre he querido tener un hermano. Háblame de ellos.


Paula se encogió de hombros. Le pareció que no tenía sentido evitar el tema de su familia. De algo tenían que hablar.


–El mayor es Claudio–dijo–. Tiene treinta y seis años. Está casado y tiene dos hijos. Luego viene Fernando. Tiene treinta y cuatro y también está casado. Tiene unas gemelas de ocho años –añadió sonriendo al pensar en Ema y Emilia, dos niñas encantadoras–. Y luego está Benjamin, el más cercano a mí. Tiene veintisiete años, se ha casado hace poco y su mujer espera un hijo para principios del año que viene.


–¿No tienes hermanas?


–No.


–Así que eres la mimada de la familia.


–De mimada nada, te lo puedo asegurar –afirmó, pero era mentira. Sus hermanos la habían mimado sin miramientos. 


Se había mostrado muy protectores con ella cuando empezaron a aparecer los chicos. Ellos eran la razón por la que no tuvo novio hasta que terminó el instituto. Los espantaban a todos. Sobre todo Benjamin. Paula fue virgen hasta los veinte años.


–Supongo que también querrás tener hijos. He visto cómo sonreías al hablar de las gemelas.


–Me gustaría tener al menos dos hijos –admitió ella–. Pero casarme y tener hijos no es una prioridad para mí ahora mismo. Solo tengo veinticinco años. Primero quiero recorrer toda Australia. Por eso me compré este coche. Porque puede lidiar con las espantosas carreteras del país.


Paula le dio un golpecito cariñoso al volante.


–Mira, esa es la desviación de los viñedos de Hunter Valley –señaló–. Si vas a quedarte en la Costa Central un tiempo cuando vuelvas de la boda de tu amigo, entonces deberías visitar ese lugar. Está precioso en esta época del año y el vino es fantástico. Incluso puedes hacer un viaje en globo. Guillermo y yo lo hicimos hace poco y fue maravilloso.


–¿Has estado mucho tiempo saliendo con ese Guillermo?


–Poco más de un año.


–¿Ibais en serio?


–Bastante –admitió ella–. Sinceramente, creí que estaba enamorada de él. Pero ahora me doy cuenta de que no era así.


¿Cómo iba a serlo? Guillermo llevaba menos de un mes fuera de su vida y ya se sentía atraída por otro hombre.


–Sinceramente, Pau, creo que ese tal Guillermo es un imbécil al dejar a una chica como tú –aseguró ese otro hombre.


Paula no pudo evitar mirar a Pedro. Él giró la cabeza hacia ella. Sus miradas se habrían cruzado si no llevaran los dos gafas de sol. Sin embargo, entre ellos hubo una descarga eléctrica que dejó a Paula sin respiración. Y entonces supo de pronto que Pedro se sentía tan atraído por ella como ella por él. Y aunque la certeza de aquel interés sexual era excitante y halagadora, también la aterrorizaba.




CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 4





Pedro no tenía ni idea de qué estaba hablando.


–¿Decirme qué?


–Bueno, Pedro, lo cierto es que… –comenzó a decir torciendo el gesto–. Espero que lo entiendas.


–¿Entender qué? –la urgió al ver que no seguía.


–¿Te importa esperar a que estemos en la autopista? –Paula giró a la derecha hacia la rampa que les llevaba hacia la autopista dirección norte–. Tengo que confesarte algo.


–Adelante –dijo él con impaciencia.


–El caso es que… cuando ayer me dijiste por teléfono que te llamabas Pedro Alfonso ya sabía quién eras.


Pedro trató de asimilar lo que Paula estaba diciendo pero no lo consiguió.


–¿Qué quieres decir?


–Quiero decir que sabía que trabajas para Alfonso y Asociados y que eres el hijo de Mariano Alfonso.


Pedro no podía estar más sorprendido.


–¿Y cómo lo sabías? –preguntó más confuso que enfadado–. No pensé que mi padre fuera tan conocido en Australia. Mantiene un perfil público muy bajo. Igual que yo.


Paula exhaló un suspiro profundo.


–Tal vez lo entiendas mejor si te digo que trabajaba a tiempo parcial en una tienda de Fab Fashions en Westfield hasta el fin de semana pasado, cuando la encargada tuvo que despedirme.


–Ah –dijo Pedro viendo algo de luz. Aunque para él era un misterio saber qué hacía Paula trabajando a tiempo parcial en una tienda de moda. Le había dicho que era mecánica, ¿no?


Estaba claro que era una chica llena de sorpresas, en más de un sentido. Pedro estuvo a punto de caerse de espaldas cuando la vio aparecer. No se parecía en nada a la matrona de mediana edad que había imaginado. No solo era joven, no tendría más de veinticinco años, sino que, además, era muy atractiva. Normalmente prefería a las rubias, pero Paula le resultaba deliciosa con aquellos labios carnosos, los ojos brillantes y sus estupendas piernas. También tenía una personalidad muy interesante. Aquel novio había sido un imbécil al dejarla ir.


–Sí, bueno –continuó Paula con tono inocente–. Le pregunté a Helena, la encargada, cuál era el problema y me habló de la empresa americana que se había apoderado de Fab Fashions y que amenazaba con cerrar si no conseguía beneficios antes de final de año. Estaba tan enfadada que averigüé tu nombre y te busqué en Internet. Aunque no encontré mucho sobre ti –se apresuró a añadir–. Había sobre todo cosas de tu padre y de la empresa que fundó. En cualquier caso, cuando ayer llamó un tipo americano y me dijo que se llamaba Pedro Alfonso, estuve a punto de caerme de la silla.


Pedro no lo dudaba.


–Entonces, ¿por qué demonios has accedido a llevarme en coche? –le preguntó–. Podrías haberme dicho que me muriera.


–Dios mío, no. ¿Qué sentido habría tenido eso? Mira, lo cierto es que se me ocurrió la absurda idea de que podría sacar el tema de Fab Fashions en algún momento de camino a Mudgee. Supuse que te sorprendería la coincidencia de que hubiera trabajado para ellos, pero que no sospecharías nada. Entonces te contaría mi idea para que Fab Fashions diera más beneficios. Sé que suena muy arrogante por mi parte, pero conozco la moda. Es mi pasión de toda la vida. También he hecho un curso de diseño online y me hago mi propia ropa.


–Entiendo –dijo Pedro muy despacio.


Se dio cuenta de que Paula hablaba en serio, pero, seguramente, no había manera de salvar Fab Fashions. La venta al por menor estaba en crisis en todo el mundo. Solo les había dejado hasta finales de año porque no quería hacer el papel de ogro. Su padre quería cerrar la empresa al momento, solo la había comprado porque venía en el paquete con otras compañías que contaban con mejores perspectivas.


Pero Pedro no iba a contarle aquello a Pau. Al menos por el momento.


–Entonces, ¿por qué parecías tan sorprendida cuando nos hemos visto esta mañana? –le preguntó tratando de hacerse una composición de lugar.


Ella frunció el ceño.


–Te has quedado mirándome fijamente, Pau –continuó Pedro al ver que ella no decía nada.


–Sí… sí, ¿verdad? –parecía un poco azorada–. El caso es que había una foto de tu padre en Internet y… bueno, no te pareces mucho a él.


Pedro tuvo que sonreír. Paula no tenía ni pizca de tacto. O tal vez lo que no tenía era doblez. Sí, eso era. Paula no era mentirosa por naturaleza. Era abierta y sincera. Deseó de pronto poder hacer algo por Fab Fashions solo para complacerla.


–No –reconoció–. Me parezco a mi madre.


–Debe de ser muy guapa.


Pedro contuvo a duras penas otra sonrisa. Dios, era encantadora. Y completamente ingenua en su sinceridad. No estaba tratando de halagarle ni de coquetear con él. Y eso suponía todo un cambio. Hacía años que Pedro no conocía a una chica que no intentara hacer alguna de las dos cosas con él.


–Mi madre era guapísima cuando mi padre se casó con ella –aseguró–. Lo sigue siendo a pesar de haber superado ya los sesenta. En su momento fue una modelo bastante famosa. Pero eso terminó cuando se casó con mi padre. Tras el divorcio, regresó a Sídney y montó una agencia de modelos. También le fue muy bien. La vendió por un dineral hace un par de años. Pero tal vez ya sabías todo esto gracias a Internet, ¿no?


–Cielos, no. La única información personal que leí es que tu padre está divorciado y tiene un hijo, Pedro. Era un artículo empresarial. No mencionaba a tu madre.


Pedro supuso que aquello era cosa de su padre. Era un hombre poderoso y todavía guardaba resentimiento por lo del divorcio. No solía hablar de su exmujer, y por eso las palabras de despedida que le dijo la noche anterior al teléfono le resultaron extremadamente sorprendentes.


«Dale recuerdos a tu madre».


Era muy extraño.


–Siento mucho haber indagado en tu vida de ese modo,Pedro –dijo Paula de pronto. Tal vez había interpretado su silencio pensativo como enfado–. En cuanto te conocí supe que no tendría que haberlo hecho. Pero no era mi intención causar ningún daño. De verdad.


–No pasa nada, Pau –la tranquilizó él–. No estoy molesto. Estaba pensando en Fab Fashions –se inventó–. Me preguntaba si podríamos hacer algo al respecto. Juntos.


–Oh –murmuró ella sonriéndole.


Y aquella sonrisa le iluminó la cara de un modo que iba más allá de la belleza.


Aquella sonrisa era una fuerza de la naturaleza. Pedro sintió que se le clavaba en el alma.


«Oh…oh. Esto no es lo que necesitas en este momento», pensó.


Y luego se dijo… ¿por qué no? Había terminado con Anabela. 


¿Qué le impedía explorar aquella atracción un poco más?


Estuvo a punto de echarse a reír. Porque aquello no era solamente una atracción. Era deseo, una sensación que no le resultaba ajena. Aunque esta vez era más fuerte. Mucho más fuerte.


Imposible de ignorar.


Aunque no debería empecinarse demasiado. Pronto volvería a América. Lo único que le convendría sería una aventura corta.


Le remordió un poco la conciencia. Paula no le parecía una chica de aventuras cortas. Aunque tal vez estuviera equivocado. Tal vez estuviera dispuesta a seguirle el juego. 


Después de todo, era hijo de un multimillonario, ¿verdad? 


Aquello le hacía superatractivo para las mujeres. Y, además, Paula ya le había dicho que le encontraba guapo.


–¿De verdad escucharás lo que tengo que decir sobre Fab Fashions? –le preguntó ella con ansia.


–Sería una tontería no hacerlo –replicó él, ya que eso le daría una excusa viable para pasar más tiempo con ella mientras estuviera en Australia–. Está claro que eres una chica lista, Pau.


–No soy tan lista –aseguró ella con deliciosa modestia.


–No me lo creo.


–Mira, hay varios tipos de inteligencia. La escuela no se me daba bien. Pero siempre he sido buena con las manos.


Pedro lamentó que hubiera dicho aquello. Deslizó la mirada hacia sus manos, que estaban agarradas al volante. Diablos, quería que aquellas manos lo agarraran a él. Lo acariciaran, lo sedujeran mientras le hacía cosas deliciosas con la boca. 


Aquellos pensamientos le provocaron un torrente de sangre en las venas y le causaron una erección instantánea y bastante dolorosa.


Pedro apretó los dientes y trató de recuperar el control de su excitado cuerpo. No era un hombre al que le gustara perder el control, ni siquiera sexualmente. Le gustaba mandar en la cama, o donde hubiera escogido tener relaciones sexuales. 


Disfrutaba teniendo el control de la situación, lo que significaba que tenía que controlarse él primero, algo que había practicado y perfeccionado a lo largo de los años.


–¿Por eso te convertiste en mecánica? –le preguntó, satisfecho al darse cuenta de que sonaba normal a pesar de que su cuerpo continuaba desafiándole.


Paula se encogió de hombros, mostrando una sorprendente indiferencia ante su elección profesional.


–Mi padre tenía un taller mecánico antes de montar el negocio de alquiler de coches. No aquí, en Sídney. El caso es que todos mis hermanos se hicieron mecánicos y yo seguí sus pasos.


–Entonces, ¿cuándo os mudasteis a Costa Central?


–Hace unos años –respondió ella–. Acababa de terminar mis prácticas. Me acuerdo de que celebré mi veintiún cumpleaños aquí, así que debía de tener diecinueve o veinte. No estoy segura. ¿Por qué?


–Por hablar de algo, Pau –dijo él tratando de buscar más temas de conversación. No podía creer que siguiera teniendo una erección–. Ya veo que no estás usando el GPS. Así que supongo que conoces el camino a Mudgee.


–Es todo recto. Tenemos que seguir por la autopista hasta que lleguemos al desvío de Nueva Inglaterra dirección Brisbane.


–Parece que has hecho este camino muchas veces.


–He ido a Brisbane, pero nunca he estado en Mudgee. Lo miré anoche en Internet.


–Yo tampoco he pasado nunca por este camino –admitió Pedro.


Ella le miró con curiosidad.


–¿Nunca has estado en casa de tu mejor amigo?


–Por supuesto que sí. Muchas veces. Pero desde Sídney se va por otro camino.


–Ah, claro, no se me había ocurrido. Dijiste que estuviste interno en Sídney, ¿verdad?


–Sí, en Kings College. Está cerca de Parramatta. ¿Lo conoces?