sábado, 4 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 6




Pedro no pudo evitar experimentar una oleada triunfal cuando la escuchó aspirar con fuerza el aire. Luego vio cómo volvía a clavar la vista en la carretera como si la persiguieran los demonios.


Tal vez fuera así, pensó sombríamente. Al diablo con su conciencia. Al diablo con el sentido común. Tenía que tener a aquella chica. Y pronto.


Paula estaba molesta consigo misma por sentirse halagada por el interés de Pedro. ¿Por qué no iba gustarle?, pensó con su habitual seguridad en sí misma. Era una chica atractiva, y tenía unas piernas preciosas. De acuerdo, seguramente no podría hacerle sombra a la tal Anabela, pero ella estaba en Nueva York, y Paula allí. La verdad era que Pedro se sentiría seguramente solo en Australia, y ella estaba allí, sin novio y con la palabra «disponible» escrita en la cara.


El repentino final de la autopista arrancó de pronto a Paula de sus pensamientos. Ni siquiera había visto las señales para disminuir la velocidad. Puso los ojos en blanco, tomó la salida a la izquierda en la rotonda y se dirigió hacia Golden. 


Por suerte, Pedro guardaba ahora silencio. Sin duda estaría pensando en cómo ligar con ella mientras ella pensaba en cómo iba a actuar cuando eso sucediera.


Mientras Paula conducía en silencio se preguntó por qué no podía ser como las demás chicas, las que eran capaces de acostarse con un hombre en la primera cita, incluso nada más conocerlo en un bar o en una discoteca. Ella nunca podría hacer algo así. La idea le resultaba repulsiva. Y peligrosa. Primero tenía que conocer al hombre. Y le tenía que gustar. Y asegurarse de que a él le gustara también lo suficiente como para esperarla hasta que estuviera lista para llegar hasta el final.


A Guillermo le había hecho esperar semanas. Dudaba que Pedro esperara semanas por ella.


Aunque no quería que lo hiciera. Dios, ¿qué le estaba pasando? ¡Ella no era así! Pero nunca había conocido a ningún hombre como Pedro. No se trataba solo de su aspecto de estrella de cine, aunque resultaba difícil de ignorar. Era algo más. Una capa de confianza que llevaba sin esfuerzo y que Paula encontraba tremendamente atractiva. Y muy sexy. Estaba segura de que sería un gran amante. Muy experimentado. Muy… sabio. Sabría perfectamente qué hacer y cómo hacer para que siempre alcanzara el éxtasis.


Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al pensar en aquello. No siempre alcanzaba el éxtasis durante el sexo. 


Pero le gustaría.


–¿Cuándo vamos a hacer la primera parada? –dijo de pronto él–. Pronto tendré que tomarme un café.


Paula contuvo un gemido al darse cuenta de que una vez más se había distraído. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mente de aquellos pensamientos pecaminosos y centrarse en saber dónde estaban exactamente. Se dio cuenta enseguida de que no debían de estar lejos de la desviación hacia la autopista de Golden.


–Estamos como a media hora de Denman –afirmó. Se había estudiado la ruta y había memorizado los pueblos y los servicios del camino–. Lo he visto en Internet. Es una villa histórica del valle que tiene un pub muy agradable y un par de cafés. Si te parece que está demasiado lejos, podemos ir a Singleton, pero supondría desviarnos.


–No, Denman suena bien. No tendrás por casualidad una aspirina, ¿verdad? Debería haberme tomado un par esta mañana, pero se me ha olvidado.


Paula recordó entonces su lesión de hombro.


–Hay alguna en la guantera –dijo–. Y una botella de agua en tu puerta, por si no te las quieres tragar de golpe.


–Gracias.


–¿Te duele mucho el hombro? –le preguntó, contenta de poder hablar de un tema poco comprometido.


–Esta mañana lo tenía un poco dolorido, pero estoy bien. Podría haber conducido, pero el médico del hospital me dijo que no. No por lo del hombro, sino porque además tuve una conmoción.


–Entonces mejor que no conduzcas.


–Me alegro de no haber podido hacerlo. En caso contrario, no te habría conocido.


Paula no pudo evitar que se le hinchara el corazón de placer. 


Aunque sabía de qué iba aquello. Había visto cómo actuaban sus hermanos con las chicas a las que se querían ligar. Les había visto halagarlas. Y había visto cómo aquellas tontas se subían a su regazo y les daban lo que querían sin dudar.


Tal vez por eso ella actuaba de otro modo con los chicos que se le acercaban. Al menos así había sido hasta que apareció este hombre tan guapo.


No podía creer que estuviera planteándose la posibilidad de tener una aventura de una noche con él. Y que el mero hecho de pensarlo le acelerara el corazón como si fuera el motor de un coche de carreras.




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