sábado, 4 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 5



Paula apretó con más fuerza el volante durante un instante. 


Aunque hubiera dicho que no se le daba muy bien la escuela no significaba que fuera una ignorante. Por supuesto que conocía Kings College. Era uno de los mejores colegios privados de Sídney, muy distinto al humilde instituto al que ella había ido.


–Sí, lo conozco –dijo pensando en lo lejos que estaba aquel hombre de su liga–. Es un colegio muy bueno.


–Ahí fue donde conocí a Andy, mi mejor amigo. También estudiamos juntos Derecho en la Universidad de Sídney.
Oh, Dios. También había estudiado en la Universidad de Sídney, otra prestigiosa institución. Paula sabía lo que hacía falta para entrar ahí. Lo que demostraba que Pedro había sido muy buen estudiante.


¿Qué sería lo siguiente?, se preguntó. Seguramente esquiaba todos los inviernos en Austria. Y se llevaría a su novia a París a pasar románticos fines de semana.


Aquello último le provocó un escalofrío. Pau no había pensado que Pedro tuviera novia, una estupidez por su parte. 


Por supuesto que un hombre como él debía de tenerla. 


Aunque no estaba casado. Cuando el día anterior le pidió un nombre y un número de contacto no mencionó que hubiera ninguna esposa.


Sin embargo, cabía la posibilidad de que estuviera prometido.


–Y ahora tu mejor amigo se va a casar –dijo tratando de aparentar naturalidad, aunque se estaba muriendo de curiosidad–. ¿Tú estás casado, Pedro? –le preguntó.


–No –respondió él.


–¿Prometido?


–No.


Había ido demasiado lejos como para detenerse ahora.


–Pero tendrás una novia esperándote cuando vuelvas.


–Ya no. Tenía una novia. Pero la relación se ha terminado, igual que la tuya.


–¿Te ha dejado? –preguntó Paula sin dar crédito.


–No exactamente…


–Lo siento. Ya estoy entrometiéndome otra vez.


–No me importa –dijo Pedro –. Me gusta hablar contigo. Lo cierto es que he sido yo quien decidió poner fin a la relación. Aunque no he tenido todavía oportunidad de decírselo a Anabela. Lo decidí anoche.


«Anabela», pensó Pau elevando el labio inferior. Un nombre típico para la típica chica con la que Pedro saldría. Seguro que era guapa. Y rica.


–¿Qué pasó?


–Ella quería casarse y yo no.


–Entiendo –murmuró ella. ¿Qué les pasaba a los hombres actualmente, por qué huían del compromiso?


Paula decidió cambiar de tema. Pensó en volver a sacar los problemas de Fab Fashions, pero, por alguna extraña razón, había perdido entusiasmo en aquel proyecto. Además, seguramente sería una pérdida de tiempo. Así que se decidió por un tema recurrente de conversación. El tiempo.


–Me alegro mucho de que sea un día soleado –afirmó con falsa alegría–. No hay nada que odie más que conducir con lluvia. Aunque las últimas lluvias se han agradecido mucho. Hemos pasado un invierno muy seco. Ahora todo está verde y precioso.


Pedro giró la cabeza hacia la campiña.


–Está muy bien. Aunque no puede decirse lo mismo de esta carretera. Está en una situación deplorable para ser una autopista principal. Todo lleno de baches y de remiendos.


–Eso es porque está construida encima de unas minas de carbón –explicó Paula–. Además, ya sabes que Australia es famosa por el mal estado de sus carreteras.


–Porque el país es demasiado grande para el nivel de población que tiene. No hay impuestos suficientes para buenas infraestructuras.


–¡Que no hay impuestos suficientes! –exclamó Paula dando rienda suelta a su habitual franqueza–. ¡Somos uno de los países con más impuestos del mundo!


–No tanto. Australia ocupa el lugar número diez. La mayoría de los países europeos pagan más impuestos.


–Pero en América no –argumentó Pau–. La gente puede hacerse rica en América. En Australia eso es difícil, a menos que seas ladrón o traficante de drogas. Mi padre se mata a trabajar y solo tiene lo justo para vivir. Mis padres no han tenido unas vacaciones decentes desde hace años.


–Eso es una lástima. Todo el mundo debería tener vacaciones para que el estrés no acabe con ellos.


–Eso es lo que yo les digo.


–¿Cuántos años tienen?


–Mi padre tiene sesenta y tres y mi madre cincuenta y nueve.


–Entonces les falta poco para jubilarse.


–Mi padre dice que prefiere morir a jubilarse.


–Mi padre dice lo mismo –reconoció Pedro–. Le encanta trabajar.


«Le encanta ganar dinero, querrás decir», pensó Pau. Pero no lo dijo.


–Antes has mencionado que tenías hermanos –dijo él–. ¿Cuántos?


–Tres.


–Yo siempre he querido tener un hermano. Háblame de ellos.


Paula se encogió de hombros. Le pareció que no tenía sentido evitar el tema de su familia. De algo tenían que hablar.


–El mayor es Claudio–dijo–. Tiene treinta y seis años. Está casado y tiene dos hijos. Luego viene Fernando. Tiene treinta y cuatro y también está casado. Tiene unas gemelas de ocho años –añadió sonriendo al pensar en Ema y Emilia, dos niñas encantadoras–. Y luego está Benjamin, el más cercano a mí. Tiene veintisiete años, se ha casado hace poco y su mujer espera un hijo para principios del año que viene.


–¿No tienes hermanas?


–No.


–Así que eres la mimada de la familia.


–De mimada nada, te lo puedo asegurar –afirmó, pero era mentira. Sus hermanos la habían mimado sin miramientos. 


Se había mostrado muy protectores con ella cuando empezaron a aparecer los chicos. Ellos eran la razón por la que no tuvo novio hasta que terminó el instituto. Los espantaban a todos. Sobre todo Benjamin. Paula fue virgen hasta los veinte años.


–Supongo que también querrás tener hijos. He visto cómo sonreías al hablar de las gemelas.


–Me gustaría tener al menos dos hijos –admitió ella–. Pero casarme y tener hijos no es una prioridad para mí ahora mismo. Solo tengo veinticinco años. Primero quiero recorrer toda Australia. Por eso me compré este coche. Porque puede lidiar con las espantosas carreteras del país.


Paula le dio un golpecito cariñoso al volante.


–Mira, esa es la desviación de los viñedos de Hunter Valley –señaló–. Si vas a quedarte en la Costa Central un tiempo cuando vuelvas de la boda de tu amigo, entonces deberías visitar ese lugar. Está precioso en esta época del año y el vino es fantástico. Incluso puedes hacer un viaje en globo. Guillermo y yo lo hicimos hace poco y fue maravilloso.


–¿Has estado mucho tiempo saliendo con ese Guillermo?


–Poco más de un año.


–¿Ibais en serio?


–Bastante –admitió ella–. Sinceramente, creí que estaba enamorada de él. Pero ahora me doy cuenta de que no era así.


¿Cómo iba a serlo? Guillermo llevaba menos de un mes fuera de su vida y ya se sentía atraída por otro hombre.


–Sinceramente, Pau, creo que ese tal Guillermo es un imbécil al dejar a una chica como tú –aseguró ese otro hombre.


Paula no pudo evitar mirar a Pedro. Él giró la cabeza hacia ella. Sus miradas se habrían cruzado si no llevaran los dos gafas de sol. Sin embargo, entre ellos hubo una descarga eléctrica que dejó a Paula sin respiración. Y entonces supo de pronto que Pedro se sentía tan atraído por ella como ella por él. Y aunque la certeza de aquel interés sexual era excitante y halagadora, también la aterrorizaba.




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