sábado, 4 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 4





Pedro no tenía ni idea de qué estaba hablando.


–¿Decirme qué?


–Bueno, Pedro, lo cierto es que… –comenzó a decir torciendo el gesto–. Espero que lo entiendas.


–¿Entender qué? –la urgió al ver que no seguía.


–¿Te importa esperar a que estemos en la autopista? –Paula giró a la derecha hacia la rampa que les llevaba hacia la autopista dirección norte–. Tengo que confesarte algo.


–Adelante –dijo él con impaciencia.


–El caso es que… cuando ayer me dijiste por teléfono que te llamabas Pedro Alfonso ya sabía quién eras.


Pedro trató de asimilar lo que Paula estaba diciendo pero no lo consiguió.


–¿Qué quieres decir?


–Quiero decir que sabía que trabajas para Alfonso y Asociados y que eres el hijo de Mariano Alfonso.


Pedro no podía estar más sorprendido.


–¿Y cómo lo sabías? –preguntó más confuso que enfadado–. No pensé que mi padre fuera tan conocido en Australia. Mantiene un perfil público muy bajo. Igual que yo.


Paula exhaló un suspiro profundo.


–Tal vez lo entiendas mejor si te digo que trabajaba a tiempo parcial en una tienda de Fab Fashions en Westfield hasta el fin de semana pasado, cuando la encargada tuvo que despedirme.


–Ah –dijo Pedro viendo algo de luz. Aunque para él era un misterio saber qué hacía Paula trabajando a tiempo parcial en una tienda de moda. Le había dicho que era mecánica, ¿no?


Estaba claro que era una chica llena de sorpresas, en más de un sentido. Pedro estuvo a punto de caerse de espaldas cuando la vio aparecer. No se parecía en nada a la matrona de mediana edad que había imaginado. No solo era joven, no tendría más de veinticinco años, sino que, además, era muy atractiva. Normalmente prefería a las rubias, pero Paula le resultaba deliciosa con aquellos labios carnosos, los ojos brillantes y sus estupendas piernas. También tenía una personalidad muy interesante. Aquel novio había sido un imbécil al dejarla ir.


–Sí, bueno –continuó Paula con tono inocente–. Le pregunté a Helena, la encargada, cuál era el problema y me habló de la empresa americana que se había apoderado de Fab Fashions y que amenazaba con cerrar si no conseguía beneficios antes de final de año. Estaba tan enfadada que averigüé tu nombre y te busqué en Internet. Aunque no encontré mucho sobre ti –se apresuró a añadir–. Había sobre todo cosas de tu padre y de la empresa que fundó. En cualquier caso, cuando ayer llamó un tipo americano y me dijo que se llamaba Pedro Alfonso, estuve a punto de caerme de la silla.


Pedro no lo dudaba.


–Entonces, ¿por qué demonios has accedido a llevarme en coche? –le preguntó–. Podrías haberme dicho que me muriera.


–Dios mío, no. ¿Qué sentido habría tenido eso? Mira, lo cierto es que se me ocurrió la absurda idea de que podría sacar el tema de Fab Fashions en algún momento de camino a Mudgee. Supuse que te sorprendería la coincidencia de que hubiera trabajado para ellos, pero que no sospecharías nada. Entonces te contaría mi idea para que Fab Fashions diera más beneficios. Sé que suena muy arrogante por mi parte, pero conozco la moda. Es mi pasión de toda la vida. También he hecho un curso de diseño online y me hago mi propia ropa.


–Entiendo –dijo Pedro muy despacio.


Se dio cuenta de que Paula hablaba en serio, pero, seguramente, no había manera de salvar Fab Fashions. La venta al por menor estaba en crisis en todo el mundo. Solo les había dejado hasta finales de año porque no quería hacer el papel de ogro. Su padre quería cerrar la empresa al momento, solo la había comprado porque venía en el paquete con otras compañías que contaban con mejores perspectivas.


Pero Pedro no iba a contarle aquello a Pau. Al menos por el momento.


–Entonces, ¿por qué parecías tan sorprendida cuando nos hemos visto esta mañana? –le preguntó tratando de hacerse una composición de lugar.


Ella frunció el ceño.


–Te has quedado mirándome fijamente, Pau –continuó Pedro al ver que ella no decía nada.


–Sí… sí, ¿verdad? –parecía un poco azorada–. El caso es que había una foto de tu padre en Internet y… bueno, no te pareces mucho a él.


Pedro tuvo que sonreír. Paula no tenía ni pizca de tacto. O tal vez lo que no tenía era doblez. Sí, eso era. Paula no era mentirosa por naturaleza. Era abierta y sincera. Deseó de pronto poder hacer algo por Fab Fashions solo para complacerla.


–No –reconoció–. Me parezco a mi madre.


–Debe de ser muy guapa.


Pedro contuvo a duras penas otra sonrisa. Dios, era encantadora. Y completamente ingenua en su sinceridad. No estaba tratando de halagarle ni de coquetear con él. Y eso suponía todo un cambio. Hacía años que Pedro no conocía a una chica que no intentara hacer alguna de las dos cosas con él.


–Mi madre era guapísima cuando mi padre se casó con ella –aseguró–. Lo sigue siendo a pesar de haber superado ya los sesenta. En su momento fue una modelo bastante famosa. Pero eso terminó cuando se casó con mi padre. Tras el divorcio, regresó a Sídney y montó una agencia de modelos. También le fue muy bien. La vendió por un dineral hace un par de años. Pero tal vez ya sabías todo esto gracias a Internet, ¿no?


–Cielos, no. La única información personal que leí es que tu padre está divorciado y tiene un hijo, Pedro. Era un artículo empresarial. No mencionaba a tu madre.


Pedro supuso que aquello era cosa de su padre. Era un hombre poderoso y todavía guardaba resentimiento por lo del divorcio. No solía hablar de su exmujer, y por eso las palabras de despedida que le dijo la noche anterior al teléfono le resultaron extremadamente sorprendentes.


«Dale recuerdos a tu madre».


Era muy extraño.


–Siento mucho haber indagado en tu vida de ese modo,Pedro –dijo Paula de pronto. Tal vez había interpretado su silencio pensativo como enfado–. En cuanto te conocí supe que no tendría que haberlo hecho. Pero no era mi intención causar ningún daño. De verdad.


–No pasa nada, Pau –la tranquilizó él–. No estoy molesto. Estaba pensando en Fab Fashions –se inventó–. Me preguntaba si podríamos hacer algo al respecto. Juntos.


–Oh –murmuró ella sonriéndole.


Y aquella sonrisa le iluminó la cara de un modo que iba más allá de la belleza.


Aquella sonrisa era una fuerza de la naturaleza. Pedro sintió que se le clavaba en el alma.


«Oh…oh. Esto no es lo que necesitas en este momento», pensó.


Y luego se dijo… ¿por qué no? Había terminado con Anabela. 


¿Qué le impedía explorar aquella atracción un poco más?


Estuvo a punto de echarse a reír. Porque aquello no era solamente una atracción. Era deseo, una sensación que no le resultaba ajena. Aunque esta vez era más fuerte. Mucho más fuerte.


Imposible de ignorar.


Aunque no debería empecinarse demasiado. Pronto volvería a América. Lo único que le convendría sería una aventura corta.


Le remordió un poco la conciencia. Paula no le parecía una chica de aventuras cortas. Aunque tal vez estuviera equivocado. Tal vez estuviera dispuesta a seguirle el juego. 


Después de todo, era hijo de un multimillonario, ¿verdad? 


Aquello le hacía superatractivo para las mujeres. Y, además, Paula ya le había dicho que le encontraba guapo.


–¿De verdad escucharás lo que tengo que decir sobre Fab Fashions? –le preguntó ella con ansia.


–Sería una tontería no hacerlo –replicó él, ya que eso le daría una excusa viable para pasar más tiempo con ella mientras estuviera en Australia–. Está claro que eres una chica lista, Pau.


–No soy tan lista –aseguró ella con deliciosa modestia.


–No me lo creo.


–Mira, hay varios tipos de inteligencia. La escuela no se me daba bien. Pero siempre he sido buena con las manos.


Pedro lamentó que hubiera dicho aquello. Deslizó la mirada hacia sus manos, que estaban agarradas al volante. Diablos, quería que aquellas manos lo agarraran a él. Lo acariciaran, lo sedujeran mientras le hacía cosas deliciosas con la boca. 


Aquellos pensamientos le provocaron un torrente de sangre en las venas y le causaron una erección instantánea y bastante dolorosa.


Pedro apretó los dientes y trató de recuperar el control de su excitado cuerpo. No era un hombre al que le gustara perder el control, ni siquiera sexualmente. Le gustaba mandar en la cama, o donde hubiera escogido tener relaciones sexuales. 


Disfrutaba teniendo el control de la situación, lo que significaba que tenía que controlarse él primero, algo que había practicado y perfeccionado a lo largo de los años.


–¿Por eso te convertiste en mecánica? –le preguntó, satisfecho al darse cuenta de que sonaba normal a pesar de que su cuerpo continuaba desafiándole.


Paula se encogió de hombros, mostrando una sorprendente indiferencia ante su elección profesional.


–Mi padre tenía un taller mecánico antes de montar el negocio de alquiler de coches. No aquí, en Sídney. El caso es que todos mis hermanos se hicieron mecánicos y yo seguí sus pasos.


–Entonces, ¿cuándo os mudasteis a Costa Central?


–Hace unos años –respondió ella–. Acababa de terminar mis prácticas. Me acuerdo de que celebré mi veintiún cumpleaños aquí, así que debía de tener diecinueve o veinte. No estoy segura. ¿Por qué?


–Por hablar de algo, Pau –dijo él tratando de buscar más temas de conversación. No podía creer que siguiera teniendo una erección–. Ya veo que no estás usando el GPS. Así que supongo que conoces el camino a Mudgee.


–Es todo recto. Tenemos que seguir por la autopista hasta que lleguemos al desvío de Nueva Inglaterra dirección Brisbane.


–Parece que has hecho este camino muchas veces.


–He ido a Brisbane, pero nunca he estado en Mudgee. Lo miré anoche en Internet.


–Yo tampoco he pasado nunca por este camino –admitió Pedro.


Ella le miró con curiosidad.


–¿Nunca has estado en casa de tu mejor amigo?


–Por supuesto que sí. Muchas veces. Pero desde Sídney se va por otro camino.


–Ah, claro, no se me había ocurrido. Dijiste que estuviste interno en Sídney, ¿verdad?


–Sí, en Kings College. Está cerca de Parramatta. ¿Lo conoces?




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