Pedro se movió y la sábana se deslizó ligeramente hacia abajo. Volvió a subirla de inmediato, pero no antes de que Paula pudiera echar un rápido vistazo.
Era obvio que su reacción no hacía más que crecer. El sentimiento de anticipación le hizo reír.
–¿Sabías que hay más de doscientos millones de burbujas en una botella de champán? Lo que significa que ahora mismo unas cien millones recorren mis venas.
Pedro apoyó la espalda contra el cabecero de la cama.
–¿Alguien se ha molestado en contarlas? –preguntó, fingiendo toda la indiferencia que pudo.
–Eso parece.
–¿Ya te has tomado tu media botella?
–Yo sola. Debería haberla compartido contigo.
Pedro movió la cabeza lentamente y sonrió. Habría disfrutado bebiendo el champán de labios de Paula… el problema era que le gustaba demasiado. Sentía que bajo el animado exterior de Paula había auténtico sufrimiento, que estaba negando su soledad y quién sabía que otras necesidades. Pero él no podía ofrecerle la seguridad que necesitaba. No quería líos emocionales. Ya le había llevado demasiado tiempo volver a sentir su propia libertad. Y no podía estar seguro de que Paula no fuera a querer más si llegaran a acostarse.
–Da igual –añadió Paula mientras se arrimaba a él–. Me habías prometido algo.
–No te lo he prometido –murmuró Pedro débilmente, agobiado por la tentación.
–Después del partido –Paula ignoró las palabras de Pedro–. He bailado como me dijiste. ¿Me has visto?
–Sí –respondió Pedro escuetamente.
–¿Y te ha gustado? –preguntó Paula con voz ronca.
Pedro tragó con esfuerzo. Aquello era una auténtica tortura.
–¿Tienes miedo a responder?
–Sí –admitió Pedro.
–¿Por qué?
–Porque no quiero hacerte daño.
–No me harás daño. Al menos si estoy… caliente, y creo que lo estoy –Paula dejó escapar una risita–. Y tampoco creo que vaya a doler tanto, ¿no? Siempre pensé que lo del dolor era algo que se decía para desanimar a las chicas, para mantenerlas puras –añadió con una risa.
–Paula –murmuró Pedro, consumido por el deseo–. No me refería al dolor físico.
–Oh –Paula se mordió el labio, pero sin dejar de sonreír.
–Hablo en serio –Pedro se irguió en la cama, enfadado, frustrado… y terriblemente excitado–. ¿De verdad serías capaz de tener una aventura de una noche? Normalmente, el primer amor y la primera experiencia sexual suelen ir de la mano, e implican más emociones de las que uno puede controlar. No quiero complicaciones emocionales. Si hiciéramos esto, te importaría mucho más a ti que a mí.
–No –negó Paula con firmeza–. Lo único que me importa es pasarlo bien, y sé que así será contigo.
Pedro cerró los ojos con fuerza, pues sabía que lo pasarían mejor que bien.
–Eres virgen. Una virgen borracha. ¿Por qué diablos estoy hablando contigo? Haz el favor de salir de aquí.
–No estoy borracha. Te deseo, y lo único que te pido es esta noche. ¿No es la fantasía de todo hombre iniciar a una mujer virgen en los placeres del sexo? –Paula suspiró y sonrió de la forma más traviesa que Pedro había visto en su vida–. ¿Por qué no me enseñas lo bueno que puede ser?