miércoles, 13 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 66

 

Media hora más tarde, Paula empezó a sentir que se relajaba un poco. Desde el otro lado de la sala, vio que Pedro estaba charlando animadamente con Mau y Sergio mientras que ella estaba sentada hablando con Juana y Karen. Pedro eligió exactamente aquel momento para mirarla. Le dedicó una ligera sonrisa y levantó la copa hacia ella a modo de silencioso brindis. Los últimos vestigios de tensión que le quedaban se desvanecieron. Todo iba bien. Lo estaba haciendo bien


Cuando Olivia pidió a todos que fueran al comedor, Paula se sorprendió mucho al ver que Alberto se acercaba a ella y la tomaba del brazo.


–Dado que tú eres la invitada de honor esta noche, te sentarás a mi lado –dijo tras guiñarle el ojo–. Además, no voy a dejar que las mujeres te monopolicen toda la noche. Yo también quiero conocerte.


Sentó a Paula a su derecha y tomó asiento en la cabecera de la larga mesa. Era un agradable compañero de mesa. No hacía más que contarle historias sobre Pedro cuando era más joven, que hacían que todos los presentes se echaran a reír. Pedro también contó algunas historias sobre su padre y sus hermanos.


No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que la familia estaba muy unida. Paula siguió representando su papel, sonriendo y riendo con todos, aunque en el fondo estaba sufriendo.


Más tarde, cuando regresaron al salón para tomar un café y una copa, Pedro se sentó sobre el brazo de la butaca en la que ella se había acomodado. Le colocó el brazo ligeramente detrás de los hombros y ella se permitió reclinarse sobre él. Se dijo que era sólo para guardar las apariencias y que estaba ayudando a Pedro a conseguir el objetivo que tanto deseaba. Sin embargo, sabía que estaba sacando todo lo que podía porque, dentro de unas pocas semanas, aquello no sería más que un distante y agradable recuerdo.


Se marcharon después de la medianoche. Intercambiaron muchas exclamaciones de afecto, muchos abrazos y promesas de organizar muy pronto otra velada tan pronto como Pedro y Paula pudieran regresar a Nueva York. Los oídos le pitaban con las amistosas frases de despedida cuando Pedro y ella se metieron por fin en la limusina.


En el oscuro compartimiento, ella dejó caer la cabeza sobre el respaldo y dejó escapar un suspiro.


–¿Cansada? –le preguntó Pedro entrelazando los dedos con los de ella.


–No, no exactamente.


–Lo has hecho estupendamente esta noche. Te adoran.


–Gracias. El sentimiento es mutuo. Por eso me preocupa que…


–¿Qué es lo que te preocupa?


–Que todo sea una mentira.


–No te preocupes, Paula. Cuando les diga que nos hemos separado, habremos conseguido nuestros objetivos. En cuanto a mis padres, se sentirán desilusionados, pero lo superarán.


De eso estaba segura, pero, ¿lo superaría ella? La pregunta aparecía una y otra vez en su pensamiento, pero sabía bien que no podía escapar a la verdad de su respuesta. Para no pensar en esto, decidió concentrarse en lo único que podía distraerla. En el momento en el que entraron en la suite, se volvió a Pedro y lo besó con el anhelo que llevaba toda la noche acumulando.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 65

 

Cuando Pedro entró en la suite diez minutos antes de que tuvieran que marcharse, Paula seguía sin estar segura de poder cumplir con su cometido aquella noche. Mientras él se duchaba, ella le preparó la ropa que él le había dicho que se iba a poner. Pedro salió del baño seguido de una nube de vapor y el inimitable aroma que Paula asociaría con él para siempre.


Se sentó en la cama y observó cómo él se preparaba. Entonces, le pareció una ironía que a ella le hubiera dado cuatro horas para prepararse para aquella noche y que él se conformara sólo con diez minutos.


–¿Qué tiene tanta gracia? –le preguntó él mirándola a través del espejo mientras se colocaba la corbata.


–Bueno, que te pareció que yo necesitaba mucho tiempo para prepararme para esta noche.


–¿Disfrutaste en el spa? Yo pensaba que a todas las mujeres les gustaba que las mimaran físicamente.


–Claro que me gustó, pero no pude dejar de preguntarme cuánto trabajo te pareció que yo necesitaba.


Pedro la agarró del brazo y la acercó contra su cuerpo.


–¿Tanto te preocupa eso?


–Bueno, no puedo decir que eso me preocupe, pero…


–Por lo que a mí respecta no necesitas cuidado alguno. Eres muy hermosa. Sabía que esta noche te estaba poniendo muy nerviosa y pensé que te vendría bien relajarte de ese modo.


–Preferiría haber estado contigo.


–Te habrías aburrido como una ostra. Créeme. Ahora –dijo él mientras miraba el reloj–, es mejor que nos vayamos o mi madre me despellejará.


A pesar de su nerviosismo, Paula no tardó en relajarse cuando estuvo en el interior de la casa de los Alfonso en el Upper East Side. Olivia, la madre de Pedro, se negó a presentaciones ceremoniosas y la abrazó con fuerza en cuanto Paula se quitó el abrigo.


–Bienvenida a la familia, Paula. Todos nos moríamos de ganas de verte –le dijo Olivia afectuosamente–. Ven para que te presente a todo el mundo. Es mejor que terminemos pronto con las presentaciones. Así, te podrás relajar y disfrutar del resto de la velada.


Paula sintió un afecto inmediato por la madre de Pedro. Ella le agarró por el brazo y la alejó de Pedro para llevarla al salón principal del apartamento. Estaba elegantemente decorado en tonos verdes y crema, que se acentuaban con estampados animales, por lo que la sala podría haber ocupado la portada de las revistas de decoración con las que Pau soñaba en ocasiones. El suelo de madera estaba pulido hasta brillar como un espejo, pero transmitía al mismo tiempo el ambiente de una casa en la que se vivía y se disfrutaba y que no sólo era un escaparate de riqueza y distinción.


–Este es Mauro, el hermano mayor de Pedro. Y esta es su esposa, Juana.


Paula se quedó muy asombrada por lo mucho que se parecían Mauro y Pedro, sobre todo en la intensidad de la mirada. Se sentía como si estuviera siendo analizada, pero él sonrió por fin y extendió la mano.


–Llámame Mau –insistió mientras le estrechaba con fuerza la mano.


–Mau, encantada de conocerte –comentó Paula con una sonrisa. Entonces, se volvió hacia la rubia que estaba al lado de Mauro–. Y encantada de conocerte a ti también, Juana.


–Bienvenida al clan –comentó Juana con una sonrisa–. ¿Estás segura de que sabes en lo que te estás metiendo?


–En absoluto –replicó Paula.


–Seguramente es lo mejor –dijo otro hombre que se acercó a ellos–. Soy Sergio, el hijo mediano. El más guapo y, con mucho, el miembro más popular de la familia.


–Eso no es cierto –le interrumpió una morena elegantemente peinada, que se levantó del sofá en el que había estado sentada.


El atuendo que la mujer llevaba puesto era algo suelto, por lo que Paula se dio cuenta enseguida de que estaba embarazada. Comprendió lo unida que estaba aquella familia… y lo impostora que era ella.


La morena se colocó al lado de su marido.


–Tendrás que excusar las ilusiones de grandeza de Sergio. Yo soy Karen y este –añadió mientras se golpeaba suavemente el vientre–, es Noah.


–Enhorabuena a ambos –comentó Paula con una sonrisa–. Debéis de estar muy emocionados.


–Emocionados, aterrados… Todo –respondió Karen con una carcajada.


–¿Quién es esta? ¿Por qué no me la han presentado aún?


Un hombre de más edad, alto y delgado, con cabello gris y gafas, se materializó a través de una puerta.


–Es Paula, la prometida de Pedrol –dijo Olivia mientras empujaba ligeramente a Paula–. Paula, este es Alberto, el padre de Pedro y, a pesar de sus pecados, mi esposo.


Resultaba evidente que existía un profundo amor y respeto entre la pareja.


–Entonces, ¿esta es la mujer que milagrosamente va a llevar a mi hijo al altar?


Alberto observó a Paula a través de sus gafas, se sintió como si estuviera bajo un microscopio, pero le sujetó la mirada sin ceder ni un segundo.


–No sé si milagrosamente –dijo suavemente–, pero sí, soy Paula Chaves y me alegro mucho de conocerle, señor Alfonso.


El hombre esbozó una amplia sonrisa.


–Llámame Al. En esta casa no hay ceremonias. Además, si voy a ser tu suegro, no creo que te puedas pasar el resto de la vida llamándome señor Alfonso, ¿no te parece? Bueno, ¿qué te apetece beber?



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 64

 


Iban en el ferri de vuelta de la Estatua de la Libertad. Paula aún se sentía perdida en las sensaciones de gozo que habían explorado juntos. Si Pedro le hubiera sugerido que dejaran de visitar la ciudad y se quedaran en la suite del hotel durante el resto del día, a ella no le habría importado.


Habían dormido poco durante la noche y parte de aquella mañana. Entre un sueño y otro, los dos habían disfrutado de sus cuerpos de todas las maneras que ella podría haber imaginado. Habría pensado que el deseo que sentía hacia él habría disminuido con el tiempo, pero cada vez lo deseaba más. Incluso en aquellos momentos, acurrucada contra él, el cuerpo le vibraba con energía contenida.


Su asombro por el increíble monumento que acababa de visitar palidecía en comparación a lo que sentía cada vez que él la tocaba. Tanto si era una caricia íntima directamente sobre el clítoris, como precursora de un nuevo orgasmo, como si era algo tan sencillo como apartarle un mechón de cabello de la mejilla, cuando Pedro la tocaba ella ardía instantánea e irrevocablemente por él.


Pedro bajó la cabeza y le dio un beso en la sien.


–¿Estás disfrutando del día?


–Mucho –dijo ella con una sonrisa.


–Tengo algo más planeado para ti.


–Espero que sea algo que también te implique a ti.


–Esta noche, sí, pero cuando regresemos al hotel tendré que dejarte durante un par de horas.


–¿Podría acompañarte? –preguntó Paula, aunque intuía la respuesta.


–Esta vez no. Es sólo por negocios. No debería tardar más de un par de horas.


–¿Negocios en sábado?


–No se puede evitar.


Paula estudió su rostro. Era como si él se hubiera convertido en otra persona. Pedro Alfonso el ejecutivo, no el amante que tan fácilmente la había llevado a un estado de frenesí en tantas ocasiones a lo largo de la noche.


–Si se trata de negocios, ¿por qué no puedo acompañarte? –insistió ella.


–Por lo que tengo planeado para ti. No quiero que te aburras. No te preocupes de nada más que de ser la prometida perfecta –dijo él. Se llevó la mano izquierda de Paula a los labios y le besó con fuerza el dedo anular.


Con lo de que tuviera el mejor aspecto posible, Pedro se refería evidentemente a su físico. Cuando la dejó frente al spa del hotel le quedaban cuatro horas antes de que tuvieran que marcharse al apartamento de los padres de Pedro. ¿Acaso no confiaba en que pudiera presentarse bien ante su familia? Aquel pensamiento nubló un poco la felicidad que la había envuelto durante el último día y medio.


El irrefutable recordatorio de que su relación era una farsa, a pesar de la afinidad física que había entre ambos, era una llamada de atención muy necesaria. Ella estaba representando un papel y tendría que tener el mejor aspecto posible para llevarlo a cabo. Desgraciadamente, ella ya había arriesgado más de lo que había pensado al enamorarse de él.


Bien. Si quería una mujer pulida y perfecta, eso era exactamente lo que iba a tener. Paula trató de contener su desilusión, pero no le resultó fácil. Después de que la depilaran, la masajearan y la maquillaran, se sintió aún más tensa.


A pesar de la certeza de Pedro de que podrían llevar a cabo su mentira delante de su familia, Paula se sentía casi a punto de vomitar. Ni siquiera la copa de champán francés que le habían ofrecido mientras le hacían la pedicura había conseguido aplacar sus nervios.


¿Y si su familia la odiaba sólo con verla? Él no estaría más cerca de su objetivo. Peor aún. ¿Y si la adoraban? ¿Esperaría Pedro que mantuvieran su engaño aún más tiempo? Su corazón ya estaba demasiado enganchado. Sabía que no iba a poder alejarse de él sin sufrir. Sin embargo, sabía también que quedarse con él durante más tiempo resultaría aún más dañino. A pesar de todo, una parte de su ser no dejaba de aferrarse a la distante posibilidad de que lo que había entre ellos pudiera hacerse real. Que el cuento de hadas fuera auténtico.




martes, 12 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 63

 


Agarró uno de los preservativos y abrió el envoltorio. Se lo colocó y volvió inmediatamente a los brazos de Paula. Se colocó con las rodillas sobre la cama y le levantó las caderas hacia su cuerpo para luego colocar las piernas de Paula sobre sus muslos.


La punta acarició la húmeda entrada de su cuerpo. Apartó la mirada del lugar en el que se unían sus cuerpos y le miró el rostro mientras la penetraba. Ella se tensó, lo que le hizo dudar un instante, que ella aprovechó para relajarse y aceptarlo. El control que él tuvo que ejercer hizo que el sudor le cubriera la espalda. Entonces, se hundió en ella por completo.


El rubor cubrió el pecho de Paula mientras se movía debajo de él, animándole en silencio a que continuara. Entreabrió los labios cuando él se retiró para luego volver a penetrarla.


–Más –susurró ella–. No pares…


Completamente decidido a darle placer, Pedro comenzó a moverse dentro de ella. Al principio lo hizo lentamente y luego fue incrementando la presión hasta que sintió que se iba a romper en mil pedazos. Las manos de Paula le agarraban con fuerza los antebrazos. Le clavaba las uñas en la piel a medida que él acrecentaba la velocidad. La respiración se fue haciendo cada vez más entrecortada, con gritos de placer, hasta que su cuerpo sufrió un espasmo y ella se dejó ir con un sonido de satisfacción. Sus sonidos, el tacto de su piel, la fuerza de su orgasmo empujaron a Pedro hacia el abismo y más allá. Sus caderas se convulsionaron en el momento en el que el éxtasis de Paula fluía a través de él y lo obligaba a entregarse a las sensaciones.




A entregarse a ella.

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 62

 


Las palabras no podían describir adecuadamente cómo ella le había hecho sentir o lo profundo de su confusión en lo que se refería a ella. Fuera del dormitorio, era una mujer seria y compuesta, que se comportaba con una aire de tranquila eficacia, como si se moviera en un mar de tranquilidad. Sin embargo, en el dormitorio, era algo completamente diferente. Y esa lencería… Sintió la tentación de pedirle que volviera a ponérsela tan sólo para poder volver a quitársela una y otra vez.


Le acarició la espalda justo por encima del redondeado trasero. A pesar de la intensidad de su clímax, sentía que su cuerpo volvía a cobrar vida y aquella vez gozaría con el hecho de que sería él quien le proporcionara placer.


Continuó explorando lentamente su cuerpo.


–Tienes la piel muy suave –murmuró–. Me hace desear besarte por todas partes…


–¿Y qué te lo impide? –respondió ella con una lenta sonrisa.


–Absolutamente nada –contestó él. Se inclinó hacia delante para capturar aquella sonrisa con los labios antes de mordisquearle de nuevo el cuello e inhalar el dulce y embriagador aroma de su piel.


Decidió que nada en el mundo podía igualarse a ella. Cuando un hombre pasaba las señales de advertencia que ella emitía, descubría las muchas capas que la convertían en la mujer que era y los regalos que podía ofrecer a un hombre como él, un hombre que estuviera dispuesto a llevarla al borde del placer, un hombre que pudiera adorarla tal y como ella se merecía.


Le trazó el cuello con la lengua y sonrió cuando ella dejó escapar un suave gemido. A continuación, siguió la línea de la clavícula, justo desde debajo del hombro hasta llegar a la base de la garganta. Bajo él, Paula se retorcía y se apretaba contra la colcha, ofreciéndole orgullosamente los senos. Como no estaba dispuesto a desperdiciar oportunidad alguna, Pedro recorrió uno de ellos con la lengua, recorriéndolo en espiral hasta llegar al abultado pezón.


La respiración de Paula se fue haciendo más entrecortada a medida que él llegaba a su objetivo. Se detuvo durante unos segundos mientras que él detenía la boca sobre la rosada punta.


–Por favor… –suplicó ella.


–Tus deseos son órdenes para mí –replicó Pedro. Sopló suavemente sobre el erecto pezón y luego lo delineó suavemente con la punta de la lengua. Ella se arqueó aún más hasta que por fin consiguió que él le diera lo que deseaba. Se introdujo el pezón en la boca y lo chupó con fuerza.


Pau gritó de placer mientras que le hundía los dedos en el cabello y le sujetaba la cabeza. Tal extrema sensibilidad empujó aún más su cuerpo, pero Pedro se controló. Aquella vez, sólo importaba ella.


Alivió la presión de la lengua y transfirió la atención de su boca al otro pezón. Una vez más siguió el mismo camino en espiral. Una vez más sintió cómo el cuerpo de Paula se tensaba, cómo se arqueaba su espalda hasta que él, por fin, cedía y le entregaba su boca.


Paula estaba al borde del orgasmo tan sólo por lo que él le había hecho en los pezones. Había oído hablar de ello, pero jamás lo había experimentado con una mujer. El modo en el que ella respondía, su abandono, tensaba aún más el control que estaba ejerciendo sobre su cuerpo, pero centró de nuevo su atención en ella. Comenzó a moldearle los senos con una reverencia que jamás había experimentado antes.


El orgasmo de Pau, cuando llegó, le puso rígido el cuerpo entero. Pedro descansó la cabeza un instante sobre los senos de ella y sintió cómo la rápida respiración volvía muy pronto a la normalidad.


–Yo jamás había hecho eso antes –dijo ella, asombrada.


Le colocó las manos sobre los hombros y le acarició suavemente la piel. Para Pedro, cualquier caricia que viniera de Paula lo volvía loco. Se colocó encima de ella de manera que estuvieron cara a cara. Paula le colocó las manos sobre la espalda y se las fue deslizando hasta llegar al trasero. Aquella ligera caricia lo excitó profundamente.


–¿Te apetece? –le preguntó.


Paula lo pensó unos segundos antes de que una sonrisa le iluminara el rostro.


–Sí, completamente…


–Bien. En ese caso no nos detengamos ahí.


Pedro agarró la caja de preservativos que había colocado bajo la almohada antes de que se marcharan a ver Nueva York y la abrió. Los paquetes cayeron sobre la colcha.


–¿Tantos? –comentó Paula.


–Tan pocos –bromeó él.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 61

 

Ella se obligó a romper el beso para retirarse un momento y ocuparse del cinturón y los vaqueros de Pedro. Los dedos de él se enredaron con los de ella.


–No. Déjame –le ordenó ella.


Los ojos de Pedro se nublaron por el deseo. Paula no tardó en dejar al descubierto los bóxer y la prominente erección que se estiraba contra el algodón. Ella le acarició a través de la tela y sintió cómo se tensaba. Con tanta gracia como pudo, se bajó de la cama y le quitó las botas y los calcetines para luego tirar de los vaqueros y los calzoncillos.


Era magnífico. Durante un instante, Paula se limitó a admirarlo allí, tumbado sobre la cama. Era suyo. Muy pronto, la necesidad se apoderó de ella y se quitó rápidamente sus zapatos para después despojarse de los pantalones y las braguitas.


Aunque sólo había pasado una semana desde la primera vez que la vio desnuda, la profunda belleza del cuerpo de Paula volvió a quitarle el aliento. Desde la cascada de brillante cabello negro que le caía por los cremosos hombros, hasta la deliciosa plenitud de los pechos. Desde la estrecha cintura hasta las femeninas caderas. Era una verdadera mujer. ¿Sería así cada vez que hicieran el amor? ¿Sentiría el mismo asombro y admiración por la perfección de su cuerpo?


Contuvo el aliento cuando ella volvió a sentarse sobre él a horcajas. La suave piel del interior de sus muslos era como seda. El calor que emanaba de su feminidad lo atraía. Cuando le agarró con fuerza su potente erección, él agarró la colcha y la retorció tanto como se lo permitió en un intento por resistir la necesidad de moverse entre sus dedos.


Ella lo estaba volviendo loco con sus caricias. Entonces, se inclinó hacia delante y el cabello le acarició la piel, tan suave y tan fino como un suspiro. Podría haberse dejado llevar allí mismo por el efecto tan intenso que ella ejercía sobre él, pero la gratificación inmediata jamás había sido lo suyo. No. Era mucho mejor prolongar el éxtasis, disfrutar del placer tanto como fuera humanamente posible antes de entregarse a lo inevitable.


Pedro cuestionó su resolución cuando sintió la boca de Paula contra la punta de su masculinidad. Sintió cómo la lengua se deslizaba por la ultrasensible superficie de su piel. Una y otra vez. Ella lo acogió más profundamente en la caldeada caverna de su boca mientras movía firmemente la mano. Pedro supo sin ninguna duda que ya no estaba a cargo de su cuerpo. Jamás se había entregado tan completamente a nadie. Siempre había ejercido un cierto nivel de control y había elegido cuándo dejarse llevar, pero aquello era completamente diferente. Paula tenía en su poder el placer de Pedro. Resultaba excitante y aterrador al mismo tiempo.


A medida que ella incrementó la presión de la mano y de la boca, él sintió que el clímax iba formándose dentro de él fuera de control, apartando pensamientos y reemplazándolos con el conocimiento total de que lo que viniera a continuación sería más grande, mejor y más brillante que nada de lo que hubiera conocido antes. Cada nervio de su cuerpo estaba preparado para la intensidad del placer que se estaba formando en su cuerpo. El placer que ella le daba.


Entonces, estalló dentro de él, pulso a pulso, empuje a empuje, cada uno más fuerte que el anterior. Un grito de placer se le escapó de la garganta y un profundo goce se apoderó de cada célula de su cuerpo, infundiéndole una impagable sensación de bienestar. Agarró a Paula y la tomó entre sus brazos. Alineó el cuerpo de ella con el suyo y dejó que el negro cabello le cubriera torso y hombros con su aterciopelad suavidad.



lunes, 11 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 60

 

Se llevó los dedos a los botones de la blusa y se los abrió uno a uno antes de despojarse de la prenda. Llevaba puesto uno de sus nuevos sujetadores, uno que había elegido ella misma con un descaro que jamás la había poseído antes. Nunca se había sentido cómoda con su cuerpo, pero cuando se probó aquel sujetador, se había sentido increíble. El encaje de color café con leche, aplicado sobre raso negro, despertaba un lado decadente que jamás había sabido que existiera. El corte de la prenda era perfecto. Dejaba al descubierto gran parte del seno, tapando casi exclusivamente los pezones.


–¿Te gusta? –le preguntó.


Pedro deslizó los dedos sobre el encaje, haciendo que aquel breve contacto la torturara de puro placer. Estuvo a punto de tocarle el pezón y ella se echó a temblar de placer.


–Me gusta mucho –gruñó Pedro–, pero me gusta más lo que hay dentro.


Antes de que ella pudiera detenerlo, Pedro le desabrochó el sujetador y se lo quitó, para dejarla completamente desnuda a su ansiosa mirada.


–Sí… Así está mucho mejor.


Pedro se incorporó debajo de ella para agarrarle los pechos con las manos y enterrar el rostro entre ellos. Paula sintió el calor del aliento de Pedro contra la piel y echó la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda para no ocultarle nada. Él trazó la línea de un pezón con la lengua mientras que apretaba el otro entre los dedos. Las sensaciones que ella experimentó creaban una intensidad que se dirigía al centro de su deseo. Ya no tenía sentimiento alguno de vergüenza o reparo sobre su cuerpo. En vez de eso, lo único que sentía era la abrumadora sensación de que aquello era lo correcto.


Y quería más.


De algún modo, consiguió encontrar la capacidad para agarrar la parte inferior del jersey de Pedro y comenzó a tirar de él. De mala gana, Pedro la soltó para dejar que ella lo despojara tanto del jersey como de la camisa que llevaba puestos. Paula sintió que temblaba cuando ella le arañó ligeramente los hombros y el torso.


La abrazó con fuerza y Paula contuvo el aliento al sentir la cálida piel de Pedro contra la suya. La deliciosa presión del torso contra los senos. Él le mordía delicadamente la sensible piel del cuello y hacía que ella se abrazara con fuerza a él y que le clavara las uñas como resultado del profundo deseo que había cobrado vida dentro de ella y que amenazaba con consumirla.


Pedro le cubrió el cuello y los hombros de besos y le volvió a colocar las manos una vez más sobre los senos. Le encantaba sentir los fuertes dedos de él sobre su cuerpo. Le encantaba el modo en el que él le hacía sentirse…


Le encantaba él.


Lo amaba.


Tal vez nunca podría decirle la verdad de sus sentimientos, pero podría demostrárselos con cada caricia, con cada gesto. Le colocó las manos sobre los hombros y lo empujó sobre la cama. Entonces, se tumbó encima de él. Sus labios encontraron los de él y se unieron a ellos. Las lenguas bailaban una danza sagrada de mutua adoración.