Media hora más tarde, Paula empezó a sentir que se relajaba un poco. Desde el otro lado de la sala, vio que Pedro estaba charlando animadamente con Mau y Sergio mientras que ella estaba sentada hablando con Juana y Karen. Pedro eligió exactamente aquel momento para mirarla. Le dedicó una ligera sonrisa y levantó la copa hacia ella a modo de silencioso brindis. Los últimos vestigios de tensión que le quedaban se desvanecieron. Todo iba bien. Lo estaba haciendo bien
Cuando Olivia pidió a todos que fueran al comedor, Paula se sorprendió mucho al ver que Alberto se acercaba a ella y la tomaba del brazo.
–Dado que tú eres la invitada de honor esta noche, te sentarás a mi lado –dijo tras guiñarle el ojo–. Además, no voy a dejar que las mujeres te monopolicen toda la noche. Yo también quiero conocerte.
Sentó a Paula a su derecha y tomó asiento en la cabecera de la larga mesa. Era un agradable compañero de mesa. No hacía más que contarle historias sobre Pedro cuando era más joven, que hacían que todos los presentes se echaran a reír. Pedro también contó algunas historias sobre su padre y sus hermanos.
No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que la familia estaba muy unida. Paula siguió representando su papel, sonriendo y riendo con todos, aunque en el fondo estaba sufriendo.
Más tarde, cuando regresaron al salón para tomar un café y una copa, Pedro se sentó sobre el brazo de la butaca en la que ella se había acomodado. Le colocó el brazo ligeramente detrás de los hombros y ella se permitió reclinarse sobre él. Se dijo que era sólo para guardar las apariencias y que estaba ayudando a Pedro a conseguir el objetivo que tanto deseaba. Sin embargo, sabía que estaba sacando todo lo que podía porque, dentro de unas pocas semanas, aquello no sería más que un distante y agradable recuerdo.
Se marcharon después de la medianoche. Intercambiaron muchas exclamaciones de afecto, muchos abrazos y promesas de organizar muy pronto otra velada tan pronto como Pedro y Paula pudieran regresar a Nueva York. Los oídos le pitaban con las amistosas frases de despedida cuando Pedro y ella se metieron por fin en la limusina.
En el oscuro compartimiento, ella dejó caer la cabeza sobre el respaldo y dejó escapar un suspiro.
–¿Cansada? –le preguntó Pedro entrelazando los dedos con los de ella.
–No, no exactamente.
–Lo has hecho estupendamente esta noche. Te adoran.
–Gracias. El sentimiento es mutuo. Por eso me preocupa que…
–¿Qué es lo que te preocupa?
–Que todo sea una mentira.
–No te preocupes, Paula. Cuando les diga que nos hemos separado, habremos conseguido nuestros objetivos. En cuanto a mis padres, se sentirán desilusionados, pero lo superarán.
De eso estaba segura, pero, ¿lo superaría ella? La pregunta aparecía una y otra vez en su pensamiento, pero sabía bien que no podía escapar a la verdad de su respuesta. Para no pensar en esto, decidió concentrarse en lo único que podía distraerla. En el momento en el que entraron en la suite, se volvió a Pedro y lo besó con el anhelo que llevaba toda la noche acumulando.