Iban en el ferri de vuelta de la Estatua de la Libertad. Paula aún se sentía perdida en las sensaciones de gozo que habían explorado juntos. Si Pedro le hubiera sugerido que dejaran de visitar la ciudad y se quedaran en la suite del hotel durante el resto del día, a ella no le habría importado.
Habían dormido poco durante la noche y parte de aquella mañana. Entre un sueño y otro, los dos habían disfrutado de sus cuerpos de todas las maneras que ella podría haber imaginado. Habría pensado que el deseo que sentía hacia él habría disminuido con el tiempo, pero cada vez lo deseaba más. Incluso en aquellos momentos, acurrucada contra él, el cuerpo le vibraba con energía contenida.
Su asombro por el increíble monumento que acababa de visitar palidecía en comparación a lo que sentía cada vez que él la tocaba. Tanto si era una caricia íntima directamente sobre el clítoris, como precursora de un nuevo orgasmo, como si era algo tan sencillo como apartarle un mechón de cabello de la mejilla, cuando Pedro la tocaba ella ardía instantánea e irrevocablemente por él.
Pedro bajó la cabeza y le dio un beso en la sien.
–¿Estás disfrutando del día?
–Mucho –dijo ella con una sonrisa.
–Tengo algo más planeado para ti.
–Espero que sea algo que también te implique a ti.
–Esta noche, sí, pero cuando regresemos al hotel tendré que dejarte durante un par de horas.
–¿Podría acompañarte? –preguntó Paula, aunque intuía la respuesta.
–Esta vez no. Es sólo por negocios. No debería tardar más de un par de horas.
–¿Negocios en sábado?
–No se puede evitar.
Paula estudió su rostro. Era como si él se hubiera convertido en otra persona. Pedro Alfonso el ejecutivo, no el amante que tan fácilmente la había llevado a un estado de frenesí en tantas ocasiones a lo largo de la noche.
–Si se trata de negocios, ¿por qué no puedo acompañarte? –insistió ella.
–Por lo que tengo planeado para ti. No quiero que te aburras. No te preocupes de nada más que de ser la prometida perfecta –dijo él. Se llevó la mano izquierda de Paula a los labios y le besó con fuerza el dedo anular.
Con lo de que tuviera el mejor aspecto posible, Pedro se refería evidentemente a su físico. Cuando la dejó frente al spa del hotel le quedaban cuatro horas antes de que tuvieran que marcharse al apartamento de los padres de Pedro. ¿Acaso no confiaba en que pudiera presentarse bien ante su familia? Aquel pensamiento nubló un poco la felicidad que la había envuelto durante el último día y medio.
El irrefutable recordatorio de que su relación era una farsa, a pesar de la afinidad física que había entre ambos, era una llamada de atención muy necesaria. Ella estaba representando un papel y tendría que tener el mejor aspecto posible para llevarlo a cabo. Desgraciadamente, ella ya había arriesgado más de lo que había pensado al enamorarse de él.
Bien. Si quería una mujer pulida y perfecta, eso era exactamente lo que iba a tener. Paula trató de contener su desilusión, pero no le resultó fácil. Después de que la depilaran, la masajearan y la maquillaran, se sintió aún más tensa.
A pesar de la certeza de Pedro de que podrían llevar a cabo su mentira delante de su familia, Paula se sentía casi a punto de vomitar. Ni siquiera la copa de champán francés que le habían ofrecido mientras le hacían la pedicura había conseguido aplacar sus nervios.
¿Y si su familia la odiaba sólo con verla? Él no estaría más cerca de su objetivo. Peor aún. ¿Y si la adoraban? ¿Esperaría Pedro que mantuvieran su engaño aún más tiempo? Su corazón ya estaba demasiado enganchado. Sabía que no iba a poder alejarse de él sin sufrir. Sin embargo, sabía también que quedarse con él durante más tiempo resultaría aún más dañino. A pesar de todo, una parte de su ser no dejaba de aferrarse a la distante posibilidad de que lo que había entre ellos pudiera hacerse real. Que el cuento de hadas fuera auténtico.
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