martes, 12 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 61

 

Ella se obligó a romper el beso para retirarse un momento y ocuparse del cinturón y los vaqueros de Pedro. Los dedos de él se enredaron con los de ella.


–No. Déjame –le ordenó ella.


Los ojos de Pedro se nublaron por el deseo. Paula no tardó en dejar al descubierto los bóxer y la prominente erección que se estiraba contra el algodón. Ella le acarició a través de la tela y sintió cómo se tensaba. Con tanta gracia como pudo, se bajó de la cama y le quitó las botas y los calcetines para luego tirar de los vaqueros y los calzoncillos.


Era magnífico. Durante un instante, Paula se limitó a admirarlo allí, tumbado sobre la cama. Era suyo. Muy pronto, la necesidad se apoderó de ella y se quitó rápidamente sus zapatos para después despojarse de los pantalones y las braguitas.


Aunque sólo había pasado una semana desde la primera vez que la vio desnuda, la profunda belleza del cuerpo de Paula volvió a quitarle el aliento. Desde la cascada de brillante cabello negro que le caía por los cremosos hombros, hasta la deliciosa plenitud de los pechos. Desde la estrecha cintura hasta las femeninas caderas. Era una verdadera mujer. ¿Sería así cada vez que hicieran el amor? ¿Sentiría el mismo asombro y admiración por la perfección de su cuerpo?


Contuvo el aliento cuando ella volvió a sentarse sobre él a horcajas. La suave piel del interior de sus muslos era como seda. El calor que emanaba de su feminidad lo atraía. Cuando le agarró con fuerza su potente erección, él agarró la colcha y la retorció tanto como se lo permitió en un intento por resistir la necesidad de moverse entre sus dedos.


Ella lo estaba volviendo loco con sus caricias. Entonces, se inclinó hacia delante y el cabello le acarició la piel, tan suave y tan fino como un suspiro. Podría haberse dejado llevar allí mismo por el efecto tan intenso que ella ejercía sobre él, pero la gratificación inmediata jamás había sido lo suyo. No. Era mucho mejor prolongar el éxtasis, disfrutar del placer tanto como fuera humanamente posible antes de entregarse a lo inevitable.


Pedro cuestionó su resolución cuando sintió la boca de Paula contra la punta de su masculinidad. Sintió cómo la lengua se deslizaba por la ultrasensible superficie de su piel. Una y otra vez. Ella lo acogió más profundamente en la caldeada caverna de su boca mientras movía firmemente la mano. Pedro supo sin ninguna duda que ya no estaba a cargo de su cuerpo. Jamás se había entregado tan completamente a nadie. Siempre había ejercido un cierto nivel de control y había elegido cuándo dejarse llevar, pero aquello era completamente diferente. Paula tenía en su poder el placer de Pedro. Resultaba excitante y aterrador al mismo tiempo.


A medida que ella incrementó la presión de la mano y de la boca, él sintió que el clímax iba formándose dentro de él fuera de control, apartando pensamientos y reemplazándolos con el conocimiento total de que lo que viniera a continuación sería más grande, mejor y más brillante que nada de lo que hubiera conocido antes. Cada nervio de su cuerpo estaba preparado para la intensidad del placer que se estaba formando en su cuerpo. El placer que ella le daba.


Entonces, estalló dentro de él, pulso a pulso, empuje a empuje, cada uno más fuerte que el anterior. Un grito de placer se le escapó de la garganta y un profundo goce se apoderó de cada célula de su cuerpo, infundiéndole una impagable sensación de bienestar. Agarró a Paula y la tomó entre sus brazos. Alineó el cuerpo de ella con el suyo y dejó que el negro cabello le cubriera torso y hombros con su aterciopelad suavidad.



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