miércoles, 13 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 65

 

Cuando Pedro entró en la suite diez minutos antes de que tuvieran que marcharse, Paula seguía sin estar segura de poder cumplir con su cometido aquella noche. Mientras él se duchaba, ella le preparó la ropa que él le había dicho que se iba a poner. Pedro salió del baño seguido de una nube de vapor y el inimitable aroma que Paula asociaría con él para siempre.


Se sentó en la cama y observó cómo él se preparaba. Entonces, le pareció una ironía que a ella le hubiera dado cuatro horas para prepararse para aquella noche y que él se conformara sólo con diez minutos.


–¿Qué tiene tanta gracia? –le preguntó él mirándola a través del espejo mientras se colocaba la corbata.


–Bueno, que te pareció que yo necesitaba mucho tiempo para prepararme para esta noche.


–¿Disfrutaste en el spa? Yo pensaba que a todas las mujeres les gustaba que las mimaran físicamente.


–Claro que me gustó, pero no pude dejar de preguntarme cuánto trabajo te pareció que yo necesitaba.


Pedro la agarró del brazo y la acercó contra su cuerpo.


–¿Tanto te preocupa eso?


–Bueno, no puedo decir que eso me preocupe, pero…


–Por lo que a mí respecta no necesitas cuidado alguno. Eres muy hermosa. Sabía que esta noche te estaba poniendo muy nerviosa y pensé que te vendría bien relajarte de ese modo.


–Preferiría haber estado contigo.


–Te habrías aburrido como una ostra. Créeme. Ahora –dijo él mientras miraba el reloj–, es mejor que nos vayamos o mi madre me despellejará.


A pesar de su nerviosismo, Paula no tardó en relajarse cuando estuvo en el interior de la casa de los Alfonso en el Upper East Side. Olivia, la madre de Pedro, se negó a presentaciones ceremoniosas y la abrazó con fuerza en cuanto Paula se quitó el abrigo.


–Bienvenida a la familia, Paula. Todos nos moríamos de ganas de verte –le dijo Olivia afectuosamente–. Ven para que te presente a todo el mundo. Es mejor que terminemos pronto con las presentaciones. Así, te podrás relajar y disfrutar del resto de la velada.


Paula sintió un afecto inmediato por la madre de Pedro. Ella le agarró por el brazo y la alejó de Pedro para llevarla al salón principal del apartamento. Estaba elegantemente decorado en tonos verdes y crema, que se acentuaban con estampados animales, por lo que la sala podría haber ocupado la portada de las revistas de decoración con las que Pau soñaba en ocasiones. El suelo de madera estaba pulido hasta brillar como un espejo, pero transmitía al mismo tiempo el ambiente de una casa en la que se vivía y se disfrutaba y que no sólo era un escaparate de riqueza y distinción.


–Este es Mauro, el hermano mayor de Pedro. Y esta es su esposa, Juana.


Paula se quedó muy asombrada por lo mucho que se parecían Mauro y Pedro, sobre todo en la intensidad de la mirada. Se sentía como si estuviera siendo analizada, pero él sonrió por fin y extendió la mano.


–Llámame Mau –insistió mientras le estrechaba con fuerza la mano.


–Mau, encantada de conocerte –comentó Paula con una sonrisa. Entonces, se volvió hacia la rubia que estaba al lado de Mauro–. Y encantada de conocerte a ti también, Juana.


–Bienvenida al clan –comentó Juana con una sonrisa–. ¿Estás segura de que sabes en lo que te estás metiendo?


–En absoluto –replicó Paula.


–Seguramente es lo mejor –dijo otro hombre que se acercó a ellos–. Soy Sergio, el hijo mediano. El más guapo y, con mucho, el miembro más popular de la familia.


–Eso no es cierto –le interrumpió una morena elegantemente peinada, que se levantó del sofá en el que había estado sentada.


El atuendo que la mujer llevaba puesto era algo suelto, por lo que Paula se dio cuenta enseguida de que estaba embarazada. Comprendió lo unida que estaba aquella familia… y lo impostora que era ella.


La morena se colocó al lado de su marido.


–Tendrás que excusar las ilusiones de grandeza de Sergio. Yo soy Karen y este –añadió mientras se golpeaba suavemente el vientre–, es Noah.


–Enhorabuena a ambos –comentó Paula con una sonrisa–. Debéis de estar muy emocionados.


–Emocionados, aterrados… Todo –respondió Karen con una carcajada.


–¿Quién es esta? ¿Por qué no me la han presentado aún?


Un hombre de más edad, alto y delgado, con cabello gris y gafas, se materializó a través de una puerta.


–Es Paula, la prometida de Pedrol –dijo Olivia mientras empujaba ligeramente a Paula–. Paula, este es Alberto, el padre de Pedro y, a pesar de sus pecados, mi esposo.


Resultaba evidente que existía un profundo amor y respeto entre la pareja.


–Entonces, ¿esta es la mujer que milagrosamente va a llevar a mi hijo al altar?


Alberto observó a Paula a través de sus gafas, se sintió como si estuviera bajo un microscopio, pero le sujetó la mirada sin ceder ni un segundo.


–No sé si milagrosamente –dijo suavemente–, pero sí, soy Paula Chaves y me alegro mucho de conocerle, señor Alfonso.


El hombre esbozó una amplia sonrisa.


–Llámame Al. En esta casa no hay ceremonias. Además, si voy a ser tu suegro, no creo que te puedas pasar el resto de la vida llamándome señor Alfonso, ¿no te parece? Bueno, ¿qué te apetece beber?



1 comentario:

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