Consideras imprescindible tener una experiencia directa de las cosas
Paula, que giraba sobre sí misma en la pista de baile con los brazos en cruz, oyó ruido de pisadas que subían aceleradamente las escaleras, y se paró en seco. Corrió hacia la barra pero se dio cuenta de que si el intruso quería dinero iría directamente a la caja registradora. También se dio cuenta de que tenía el móvil en el despacho y que no podría usarlo. Pero no pensaba dejarse vencer por el pánico.
Miró a su alrededor buscando un arma y se fijó en el dispensador de bebidas. Podía usar la manguera para cegar al intruso con soda y correr a dar la alarma. Se plantó a la altura de la puerta y apuntó, pero cuando se abrió, la figura del intruso, su altura, el ancho de sus hombros, le resultaron extremadamente familiar.
–¿Qué demonios estás haciendo? –gritaron los dos al unísono.
Paula no sabía si el corazón se le había parado o si le latía tan deprisa que no lo notaba.
–Me has dado un susto de muerte –dijo, tomando aire.
¿Por qué estaba allí Pedro, todavía con traje, pero sin corbata y aspecto desaliñado?
–Deberías haber cerrado y estar en casa.
–No te preocupes que no te van a retirar la licencia.
–No lo digo por eso. No es seguro que estés aquí sola. Debías haberte ido con los demás.
–Estaba ordenando papeles.
–Ya lo harás mañana. Además, oyes una música espantosa.
–¿No te gusta el country?
–Desde luego que no –la mirada de Pedro se suavizó–. Por cierto, ¿qué pensabas hacer con eso? –señaló la manguera que sujetaba en las manos.
Paula tuvo la malvada tentación de usarla. La cola dejaría demasiada marca, así que tendría que ser limonada. Dobló los dedos alrededor del gatillo y alzó las manos. Pedro entornó los ojos y abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, Paula apretó el botón dirigiendo el chorro a su pecho. En unos segundos, tenía la camisa empapada. Pedro se quedó paralizado, sin dar la menor pista de cómo iba a reaccionar mientras el líquido le pegaba la camisa al pecho.
–Deberías organizar un concurso de camisas mojadas –dijo ella, a punto de estallar en una carcajada. Alzó la manguera de nuevo.
–Ni se te ocurra –masculló él.
Paula sintió que se le ponía la carne de gallina, pero sin dejar de sonreír, le mojó la cara y el cabello. Y luego él corrió hacia ella y de un salto pasó al otro lado de la barra, le quitó la manguera al tiempo que con el otro brazo sujetaba a Paula con fuerza contra su costado. Ella intentó soltarse, pero él la asió con firmeza.
–¿Sabes que eres una lianta con L mayúscula? –la amenazó con la manguera–. Te voy a empapar.
Paula giró la cabeza hacia él y se encontró con su pecho. Al instante, sintió un golpe de calor y cómo brotaba su lado más salvaje.
–Ya estoy mojada –dijo en tono provocativo, al tiempo que alzaba los párpados y lo miraba con picardía.
Él se quedó paralizado y deslizó la mirada por sus labios y sus pechos. Cuando volvió a mirarla a los ojos, Paula sintió la satisfacción de que ardían de deseo. Pedro la abrazó y, al sentir su firme cuerpo, Paula susurró:
–Sí.