sábado, 17 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 21

 


Al irse su jefa, Paula sintió la tensión que recorría todo su cuerpo.


Una vez se fueron los últimos asistentes al funeral, ella y Pedro se quedaron solos, con Dante dormido en el coche de éste.


—Vamos, ha sido un día muy largo. Os llevo a vuestra casa.


—Sabes que voy a tener que llamar al despacho —dijo Paula.


El funeral apenas había acabado y ya estaba preocupada por el trabajo.


—Lo único que Frígida quiere que le asegures es que el bebé no interferirá con tus horas de trabajo —dijo Pedro con sorna.


—Virginia. Se llama Virginia.


Pedro no se inmutó.


—Ya sabes que tengo problemas para recordar los nombres.


—Vamos, Pedro —dijo ella, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa.


Comprobar que tenía sentido del humor fue un gran alivio para Pedro.


El cielo estaba cubierto por unas amenazadoras nubes.


—Virginia estaría más tranquila si Dante viviera conmigo —dijo él cuando iban hacia el coche.


—No.


Pedro sabía que la única manera de lograr que entrara en razón era ser brutal.


—No vas a poder criar a un niño —dejó la silla de Dante en el suelo y abrió la puerta trasera. Tras asegurar la silla, se incorporó y miró a Paula —. Te doy dos semanas antes de que te des por vencida.


Paula lo miró entornando los ojos.


—¿Crees que no voy a ser capaz? ¡Te recuerdo que era yo quien estaba cuidando de él!


Estaba claro que era una mujer con carácter. Pero la cuestión era si podría mantener un trabajo que requería toda su energía y, además, cuidar del bebé. En aquel momento presentaba un aspecto extremadamente frágil. Por un instante deseó abrazarla. Luego cambió de idea. Tenía ante sí a Paula, no a una delicada mariposa. Y le había dejado claro que no quería nada de él.


Dio un paso hacia ella.


—No pretendía retarte. No tienes que demostrarme nada. Estoy pensando en Dante —ése era el fondo de la cuestión—. No te compliques la vida. Deja que me ocupe yo de él —eso era lo que deseaba desesperadamente y lo que Miguel hubiera querido. Pero no podía decirlo. Ya le había hecho bastante daño—. Puedes venir a visitarlo tanto como quieras.


Ella lo miró angustiada.


—¿Acaso crees que no me lo he planteado? ¡No puedo hacerlo!


—¿Por qué no?


—Porque… —Paula se mordió el labio—. Por favor, no me pidas eso —la mirada de Paula trasmitía una tristeza que iba más allá del dolor.


—Sería la solución más sencilla.


Paula vaciló.


—Las soluciones sencillas no son siempre las mejores. Sonia y yo éramos inseparables. ¿Sabías que la conocí el primer día de colegio?


Pedro negó con la cabeza.


—Era menuda, como una muñequita de ojos azules con tirabuzones rubios. En comparación, yo era alta y delgada y desde el principio sentí el impulso de cuidar de ella.


Paula tenía la mirada perdida y Pedro supo que estaba reviviendo el pasado.


—¡Éramos tan distintas…! Ella era sociable, y yo, huraña.


—Fuisteis afortunadas manteniendo una amistad tan duradera.


—Sonia era más que una amiga. Era mi confidente, mi familia, la persona en la que confiaba cuando mis padres me fallaban —Paula salió de su ensimismamiento—. No puedes pedirme que renuncie a Dante.


Pedro suspiró profundamente. ¿Cómo podía romper el último vínculo que la unía a su amiga?


La custodia compartida lo había tomado por sorpresa. Paula era una mujer centrada en su carrera profesional, ¿qué habría llevado a los Mason a tomar aquella decisión? Obviamente, Sonia debía de haber insistido y ninguno de los dos había pensado que el testamento llegaría a tener que ejecutarse.


Y fuera cual fuera el contenido del testamento, era innegable que la muerte de Sonia había dejado a Paula al borde del abismo.


Pedro tomó aire y se dispuso a hacer la mayor concesión de toda su vida. A pesar de lo que creía que era mejor para Dante, aceptaría las condiciones del testamento.


—Tendremos que compartir la custodia y decidir cómo nos lo repartimos.


Paula le lanzó una mirada centelleante.


—Eso es imposible. El niño necesita estabilidad —sacudió la cabeza con furia—. Ha perdido a sus padres. Durante estos días yo soy lo único que ha permanecido constante, se ha acostumbrado a mí.


Pedro recordó lo cómodo que el bebé parecía en sus brazos.


—Mi casa es el único lugar que le resulta familiar —continuó Paula —. Cambiarlo de sitio lo confundiría aún más.


Pedro reflexionó y súbitamente exclamó:

—¡Ya lo tengo! —Paula lo miró como si hubiera perdido el juicio.


Pedro se golpeó la frente—. La respuesta es muy simple.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 20

 


Al finalizar el funeral, los asistentes permanecieron en el porche de la iglesia, tomando café. Pedro deslizó la mirada hacia Paula, que estaba con tres amigas de Sonia. El escote recto del vestido negro que lucía acentuaba la línea delicada de su cuello. Su cuerpo oscilaba al ritmo con el que mecía a Dante. Apenas habían cruzado algunas miradas.


Pedro no podía evitar sentirse culpable. Las ojeras que se apreciaban en el rostro de Paula permitían deducir que no había pegado ojo debido al desafortunado comentario que le había hecho.


Que lo hubiera enfurecido no podía servirle de excusa. Como no era excusa haberlo hecho involuntariamente. Paula adoraba a Sonia y no le perdonaría por haber insinuado que no había atendido a su amiga antes de su trágica muerte.


Dante, que descansaba sobre el hombro de Paula, le observó aproximarse con ojos muy abiertos.


—Deja que lo sujete un rato —dijo Pedro.


—¡No! —Paula se giró hacia un lado, aferrándose a Dante.


—Por favor —insistió Pedro—. Debe de resultar pesado.


Paula se apartó del grupo con el que estaba.


—Estamos perfectamente —dijo con firmeza.


Aunque sus ojos enrojecidos la contradecían, Pedro no pensaba llevarle la contraria, y menos delante de todo el mundo.


—Paula… —intentó dar con las palabras que los devolvieran a una situación menos tensa, pero fracasó.


—Márchate —dijo ella en un tenso susurro—. No pienso dejar que me quites al niño.


—Paula… —una mujer elegante de cabello corto y un exquisito traje de chaqueta se acercó y dirigió una mirada de curiosidad a Pedro—, quería expresarte mis condolencias por la pérdida de tu amiga.


—Gracias, Virginia.


—¿Y quién es este muchachito? —preguntó, refiriéndose a Dante.


—Dante, el hijo de Sonia.


—Ah —Virginia intercambió una prolongada mirada con Paula—. ¡Qué terrible! ¿Se está ocupando de él su familia?


—Sonia no tiene familia. Sus padres murieron y era hija única. Dante ha estado conmigo.


Pedro observó que la mujer hacía un gesto de desaprobación. Tomó a Dante, que se lanzó hacia él, de los brazos de Paula.


Virginia examinó a Pedro con curiosidad y Paula tuvo que presentarlos.


—Virginia, éste es Pedro Alfonso, amigo de los Mason. Pedro, Virginia Edge, socia directiva de Archer, Cameron y Edge.


—¿Pedro Alfonso? ¿De Phoenix Corporation?.—Virginia clavó la mirada en él. Pedro supo que calculaba su valor mentalmente—. No sabía que estuvieras relacionada con Phoenix, Paula.


Paula no supo cómo reaccionar.


—Somos amigos desde hace años —dijo Pedro rápidamente—. Nos conocimos en la boda de Sonia y Miguel. Yo era padrino y, ella, dama de honor.


—¡Qué romántico! —Paula le dedicó una fría sonrisa antes de volver la mirada hacia Dante—. Supongo que lo de cuidar al bebé es sólo temporal.


—Claro —intervino Pedro.


—No —replicó Victoria.


—Parece que tenéis que poneros de acuerdo —dijo Virginia, arqueando unas cejas perfectamente depiladas—. Por favor, Paula, llámame luego al despacho. Tenemos que hablar.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 19

 


Un agudo instinto maternal se apoderó de ella por sorpresa. El bebé era suyo. Suyo.


—Dante se queda aquí —dijo con fiereza.


—Paula, sé sensata…



—Estoy siendo sensata.


—Con tus horarios, no tienes tiempo para un bebé. Sonia estaba preocupada por ti. Decía que trabajabas demasiado, que estabas obsesionada con llegar a lo más alto.


—¿Ah, sí? —pensar que Sonia había hablado de ella con Pedro resultaba doloroso—. ¿Y tú? Has creado una nueva empresa de proporciones gigantescas.


—Sí, pero tengo muchos empleados y sé delegar. Al contrario que tú, nunca dejé de visitar a Miguel y a Sonia.


—¿Cómo puedes ser tan cruel? —dijo ella abriendo los ojos con espanto.


—Está bien, lo siento —Pedro se inclinó hacia ella y le tomó las manos—. Perdona, no quería…


Paula se soltó de un manotazo.


—Claro que sí querías —agachó la cabeza. Las lágrimas que llevaba dos días conteniendo empezaron a rodar.


—Paula, perdona.


Ella le ignoró y entró en el salón con paso firme, lo cruzó y abrió la puerta principal.


—¡Fuera de aquí!


—Tenemos que hablar de…


Paula mantuvo la mirada en un punto indeterminado. Sentía náuseas y no podía dejar de llorar.


—Por favor, márchate.


Pedro salió. Cuando ya estaba al otro lado, se volvió y dijo:

—Si necesitas…


—No necesito nada que tú puedas darme —dijo ella, apretando los dientes con furia.


Pedro se marchó.




viernes, 16 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 18

 


Paula dejó los papeles sobre la mesa con rabia.


—¡Habías dicho que eras el tutor de Dante! —le acusó.


—Tutela compartida contigo —dijo Pedro encogiéndose de hombros —, Como la custodia. Tenemos que hablar.


Paula no podía creer que hubiera sido tan cruel. De pronto, el temor a no ser una buena madre la asaltó con fuerza renovada. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Cruzó los brazos y se frotó los lados del cuerpo.


Tenía que confiar en sí misma.


¿Cómo organizarían la tutela y la custodia? ¿En qué habría estado pensando Sonia? Seguro que no había pensado que moriría; por eso no se había planteado los inconvenientes de criar a Dante entre dos personas y dos casas.


Con suerte, Pedro se mostraría cooperativo y, de hecho, siendo como era un hombre extremadamente ocupado, no querría atarse a un bebé. Esa idea la animó pasajeramente.


Pedro acercó su silla a la de ella lo bastante como para que Paula se tensara al oler la fragancia a limón de su colonia. Sus ojos grises la mantuvieron cautiva.


—Victoria, si no te importa quedarte con Dante un día más, podré prepararle una habitación. Espero llevármelo el jueves.


Paula salió bruscamente de su estado de hipnosis.


—¡Dante se quedará a vivir conmigo! —exclamó.


—¿Contigo? —preguntó él, mirándola con superioridad—. ¡Ni hablar!


Paula temió haber dejado vislumbrar sus inquietudes. Aunque las tuviera, aprendería. En cualquier caso, se ocuparía mejor de Dante de lo que sus padres habían cuidado de ella.


—¿Cómo vas a cuidar de un niño si no tienes ni casa? —al ver la mirada de odio que Pedro le dirigía, no se amilanó—: Te la quitó tu ex.


—Y me he comprado otra —dijo él con engañosa dulzura—. Es una casa grande, con jardín y piscina. No una caja de zapatos como ésta.


—También yo puedo comprar una casa en las afueras. Hasta ahora no la había necesitado, pero tengo dinero.


—¿Eso no aumentará el tiempo que dedicas a ir al trabajo? —Pedro sonrió con sarcasmo—. ¿O habías pensado dejar de trabajar?


—¡Claro que no!


Tenía que seguir trabajando para proporcionar a Dante todo lo que se merecía. Las buenas guarderías y los colegios privados eran caros. Pero además, a ella le gustaba trabajar, le hacía sentirse realizada y, por otra parte, tenía un buen sueldo. No concebía renunciar a lo que tanto le había costado lograr. Y aún menos, a su independencia.


—No pretenderás hacerme creer que tú dejarías tu trabajo para que Dante viva contigo —dijo Paula, retadora.


—Pero yo soy el jefe y puedo tomarme tanto tiempo libre como quiera. Y tengo servicio las veinticuatro horas del día —dijo él, mirándola con una estremecedora frialdad.


La misma frialdad por la que Paula se reafirmó en su idea de que no podía dejar a Dante bajo su custodia porque él nunca podría darle tanto amor como ella. Si sus habilidades como madre estaban en duda, las de él como padre, mucho más.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 17

 


Para cuando Pedro llegó, Paula se había duchado y estaba tomando un té. Abrió la puerta y se llevó el dedo a los labios para indicarle que no hiciera ruido y luego señaló la cocina.


—Acabo de dejarlo en la cuna —en cuanto entraron en la cocina, añadió—: Quiero ver el testamento.


Al fijarse en Pedro vio que tenía ojeras, que llevaba la corbata suelta y que presentaba el aspecto de alguien recién llegado del infierno.


Sintiendo compasión por él, Paula decidió que el testamento podía esperar.


—¿Quieres una taza de café? —le ofreció.


—No gracias, ya he tomado bastantes estimulantes.


—¿Té? Acabo de hacerme uno —dijo ella. Y sin esperar respuesta, sirvió una taza.


—¿Qué es esto? —preguntó él, mirando el líquido con desconfianza.


—Manzanilla. Tiene muchos antioxidantes. Es muy buena para combatir el estrés.


—Dudo que surta efecto.


La mirada vacía de emoción que le dirigió Pedro hizo que Victoria sintiera ganas de ofrecerle el consuelo que ella misma necesitaba, un abrazo, pero supuso que no lo aceptaría de buen grado. Y, si era sincera, tampoco tenía ganas de dárselo. Aun así, comprendía su estado de ánimo porque los dos habían perdido a sus mejores amigos. Aunque le costara imaginar que el hombre de hielo fuera capaz de tener sentimientos, el profundo dolor que había atisbado en su mirada parecía contradecirla.


La tristeza y el sinsentido de la situación le provocaron ganas de llorar, y si no lo hacía era porque seguía conmocionada por la noticia de que Pedro era el tutor de Dante. Al menos confiaba en que no le hubieran otorgado también la custodia. Él no era la persona adecuada para criar a Dante. Era demasiado… insensible. Y costara lo que costara, tendría que convencerle de que esa labor le correspondía a ella. Después de todo, aunque no lo hubiera llevado en sus entrañas, Dante en cierta forma era su bebé.


—Sentémonos —dijo, guiando a Pedro hasta la terraza llena de flores a la que se abría el salón.


Él la siguió en silencio. Una vez sentado, puso una carpeta de cuero sobre la mesa y la abrió. Impaciente, Paula prácticamente le quitó de las manos el testamento y fue pasando las hojas y leyendo el inicio de las cláusulas hasta llegar a la que hacía referencia al tutelaje y la custodia.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 16

 


Paula levantó el auricular y Dante abrió los ojos que tenía entrecerrados y volvió a succionar el biberón. Paula cambió el teléfono de mano y contestó:

—¡Hola!


—Llegaré en una hora.


El corazón de Paula se aceleró.


—¿Quién es?


—No te hagas la tonta, Paula —gruñó Pedro—. He tenido un día espantoso.


Paula guardó silencio. Podía imaginarlo. A primera hora había llamado a Virginia Edge, la socia directiva del despacho, y le había dicho que no iría a trabajar porque había fallecido su mejor amiga.


Tras una breve pausa, a la que había seguido una sucinta expresión de condolencia, Virginia le había preguntado cuándo volvería a trabajar.


En ese instante, Paula había decidido que era mejor no mencionar a Dante. Por el momento.


Virginia no comprendería la situación. Ni estaba casada, ni tenía hijos y no le entraría en la cabeza que Dante la necesitara tanto como ella a él.


Así que Paula se limitó a decir que se incorporaría tras el funeral.


Sonia había empezado a llevar a Dante a la guardería a media jornada y había vuelto a trabajar. Paula decidió que llamaría al día siguiente para avisarles de que mantendría el mismo arreglo. De esa manera ella podría organizarse y Dante retomaría su rutina. Llamaría en cuanto el dolor que le atenazaba la garganta se mitigara como para permitirle hablar.


Sonia…


Lo último que le apetecía en aquel momento era tener que enfrentarse a Pedro en menos de una hora. Así que dijo:

—Acabo de conseguir que Dante se duerma y voy a darme un baño. ¿Podríamos vernos mañana?


—Pensaba que querrías una copia del testamento de Sonia y Miguel.


—¿Cómo? —Paula creyó haber oído mal.


Pedro habló y Paula tuvo que concentrarse para entenderle.


—Se trata de un testamento conjunto. Acabo de dejar el original con mis abogados para que se ocupen de ejecutar el patrimonio.


—Podía haberme ocupado yo. No va ser muy complicado.


—Estás demasiado ocupada. Además, yo soy el albacea.


Paula sintió una punzada de dolor. Antes de que se casara, Sonia la tenía a ella como su albacea. Dante protestó y lo acunó suavemente.


—No sabía que tuvieran un testamento conjunto.


Mientras Sonia estaba embarazada, había insistido en que actualizara su testamento, pero luego había recibido dos nuevas cuentas y había estado tan ocupada que había olvidado preguntarle a su amiga si lo había hecho.


—Mi abogado lo actualizó hace un año —dijo Pedro con frialdad. No hay casi posesiones. Los dos trabajaban en la escuela pública, tenían algunos gastos…


Paula lo interrumpió.


—Y deudas —había jurado no decir nunca la parte que le correspondía en la concepción de Dante. No tenía la menor intención de mencionar la cifra astronómica que había representado, a la que había contribuido en gran medida a pesar de la oposición de Sonia y Miguel.


—Es lógico. Tenían una hipoteca pendiente, pero Miguel hizo un seguro de vida para cubrirla.


Paula sabía que Pedro había pasado horas con Miguel renovando la casa de los Masón, y que incluso había conseguido fondos de una fundación para la conservación del patrimonio histórico. La asaltó un sentimiento de culpa. Era evidente que Pedro había ayudado a sus amigos a poner sus papeles en orden mientras que ella, que era contable, no había sido capaz de proteger sus intereses. Se preguntó si el seguro también cubriría los gastos de la inseminación artificial.


Acarició la cabeza de Dante, prometiéndole en silencio que cuidaría de él y que no le faltaría nada en la vida. Ella había contribuido con sus óvulos a su llegada al mundo, así que era su responsabilidad.


—¿Sigues ahí? —la impaciente voz de Pedro la sobresaltó.


—Sí. Estaba pensado… —Dante se había quedado súbitamente dormido—. Una vez ejecutemos el patrimonio, podré invertir el dinero en beneficio de Dante.


Se produjo un silencio sepulcral.


—Siempre me he ocupado de los asuntos de Miguel —dijo Pedro finalmente.


Y ella de los de Suzy… hasta que había estado demasiado ocupada y se había desentendido. Se sintió incómoda. Aquél no era un momento de entrar en una lucha de poder. Tenía que hacer un esfuerzo para llevarse civilizadamente con Pedro, que, por otra parte, parecía haberse ocupado mejor que ella de Sonia y de Dante en los últimos tiempos.


Pero eso ya no volvería a pasar, prometió al bebé que sostenía en sus brazos.


Pedro, estoy segura de que los dos queremos lo mejor para Dante.


—Desde luego. Y como tutor del niño, me aseguraré de que así sea.


El corazón de Paula se paró.


—¿Eres el tutor de Dante? —¿cómo podía haberle hecho Sonia eso?


—Por eso mismo quiero ir a verle —dijo Pedro con aspereza—.Llegaré en media hora.




jueves, 15 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 15

 


Agosto, presente



El lunes por la tarde, Pedro salió de la morgue de Northland, donde habían llevado los cuerpos de sus amigos, y tomó una bocanada de aire fresco. Habría deseado llorar, pero los hombres no lloraban, y, además, tenía mucho que hacer.


Se sentó en el coche y se quedó inmóvil, mirando al vacío. Pensó que debía llamar a Paula, pero decidió retrasar el momento. Arrancó.


Cerca de la salida del pueblo volvió a ver las espantosas marcas de las ruedas en el asfalto y los conos dejados por la policía para marcar el punto del accidente. Siguiendo su instinto, Pedro aparcó el coche y bajó.


El césped de los bordes estaba salpicado de cristales, los coches pasaban a toda velocidad. Allí ya no quedaba nada del espíritu de Miguel, que en el fondo, era lo que Pedro había querido buscar inconscientemente al detenerse. No era justo.


Se llevó las manos a los ojos e intentó asimilar la noción de que nunca volvería a ver la sonrisa de su amigo. Ya nunca jugaría con él al squash ni vería aflorar el lado ferozmente competitivo que pocos conocían en él.


Un profundo dolor invadió a Pedro, paralizándolo.


Ni siquiera después del impacto de lo sucedido con Dana había perdido la capacidad de actuar. Se había volcado al cien por cien en poner en marcha Phoenix Corporation, iba al gimnasio, salía con mujeres por pura distracción. Y durante todo el tiempo, Miguel observaba con calma y le daba consejos que él ignoraba.


Pero Miguel ya no le daría más consejos.


Hasta pelearse con Paula tenía que ser mejor que el espantoso vacío interior que sentía. Recordó su rostro el día anterior, su desolación al conocer la noticia, y volvió a sentir el impulso de llamarla.


Se retiró los puños de los ojos y pestañeó con fuerza para combatir la opresión que sentía en el pecho. Lo único que podía hacer ya por Miguel resultaba tan banal… Portar el féretro, hacer que su testamento se ejecutara, asegurarse del bienestar de Dante.


Dante.


El niño más amado y más deseado de la historia. Cuando poco después de la boda, Miguel le había confesado que era estéril por culpa de unas paperas durante la infancia, Pedro había accedido a donar su esperma a los Mason. Apenas había tenido que pensárselo. Cualquiera que los conociera sabía que Miguel y Sonia estaban hechos para ser padres.


La preocupación de cómo se lo tomaría Dante si alguna vez lo averiguaba les había llevado a tomar la decisión de mantenerlo en secreto para siempre y Pedro había accedido. Después de todo, Dante era el hijo de sus amigos, él nunca había pretendido otra cosa.


La muerte de Sonia y Miguel no significaba que tuviera que romper su juramento, al menos hasta que Dante pudiera comprender la situación.


La nebulosa que había descendido sobre su mente empezó a aclararse. Fue hacia el coche. Por fin entraba en acción para hacer algo importante. Tenía un deber que cumplir. Haría que Dante creciera sabiendo que su padre había sido un gran hombre. Y algún día le explicaría cuánto le habían amado sus padres y las circunstancias concretas de su nacimiento.