martes, 25 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 37

 


—Hola a todo el mundo —saludó Pedro cuando entró en el comedor.


Los niños empezaron en seguida a hablar, cada uno exigiendo toda su atención para sí. Él les hizo caso mientras buscaba con la mirada a Paula.


—Te he echado de menos —le dijo al oído cuando se sentó a su lado.


Se puso colorada y miró al otro lado de la mesa, devolviendo la mueca y el guiño de complicidad a Brian. Se habían encontrado por primera vez en el jardín esa tarde y se habían caído muy bien. Todo lo que había oído acerca del menor de los hermanos era cierto… era un tipo muy simpático y divertido. No estaba mal que estuviera allí para apoyarla.


Miró a Pedro mientras éste jugueteaba con los niños. Era el centro de la atención y mientras lo miraba, una sonrisa tonta le afloró al rostro. De repente sintió la tremenda necesidad de tocarle de alguna manera, tal vez sólo la mano. Pero se contuvo. Pronto, cuando terminara la cena, podría hacer realidad sus deseos.


El día había sido eterno sin él y se había dedicado a repasar mentalmente todo lo que había sucedido en la posada. Incluso ahora le resultaba imposible olvidar su contacto, su sabor. La comida le resultaba algo mediocre en comparación. Esa noche tenía un hambre de otro tipo.


En un momento, durante la cena, sus miradas se cruzaron y el tenedor de Pedro se detuvo en medio camino cuando se percató del mensaje que ella le estaba enviando. Ella no se había dado cuenta nunca antes del poder de su sexualidad y el percatarse de ella fue a la vez estimulante y un poco estremecedor.


El sonido de su nombre la trajo de nuevo a la realidad.


—¿Paula? ¿Qué piensas de esto? ¿Te interesa? —le estaba preguntando Brian.


Ella lo miró.


—Lo… lo siento, Brian. No te he oído.


Brian sonrió.


—Estaba sugiriendo que, desde que soy el encargado de los asuntos nacionales necesitamos un nuevo administrador para la oficina. Tú has seguido algunos cursos de administración empresarial ¿no?


—Sí, pero…


—¿Y alguno de ellos no eran de administración de oficinas?


—Sí, pero…


—Entonces, propongo a la señora Paula Alfonso para el puesto de administrador de oficinas en la «Alfonso Corporation».


—¡Espera un momento, Brian! No hemos hablado nunca…


—¿De qué hay que hablar, Eduardo? Paula sería perfecta para el trabajo. Tiene los conocimientos necesarios y es miembro de la familia. Es una forma ideal de mantenerla ocupada y eso me ahorrará el tener que ponerme a entrevistar gente.


Paula miró a Brian incrédula. Eso era una sorpresa completa para ella. Se volvió para verle la cara a Pedro y saber su reacción, pero su expresión pensativa no le dijo nada.


El pensamiento de estar trabajando todos los días cerca de él la excitaba. La compañía significaba mucho para él. Tal vez si aprendía algo acerca de sus negocios podría aprender además algo acerca del hombre a la vez. Su trabajo en la universidad no supondría ningún problema, ya que ya había pedido una excedencia. ¿Qué podría haber de malo en intentar lo que le estaba sugiriendo Brian? Aunque fuera por poco tiempo.


Volvió a mirar a Pedro, tratando de averiguar lo que pensaba.


—Creo que es una buena idea —dijo Pedro, preguntándose cómo iba a poder trabajar teniéndola todo el día en la oficina—. ¿Qué piensas tú, Paula?


—No lo sé, me gustaría pensarlo.


—¿Por qué no te vienes mañana? —dijo Brian—. Así podrás ver cómo es la cosa.


—Un momento, vamos a hablar ahora mismo un poco más acerca de esto —los interrumpió Eduardo—. Hay muchas, muchas cosas de las que tenemos que discutir antes de tomar una decisión acerca…


—Déjalo, Eduardo —dijo Pedro—. Está decidido. Si es que Paula está de acuerdo puede empezar mañana mismo. Yo la llevaré a la oficina ¿de acuerdo?


—De acuerdo —le contestó ella.




EL TRATO: CAPÍTULO 36

 


Pedro, después de decirle a Eduardo lo que pensaba de la forma en que se había metido donde no lo llamaban al interferir su llamada a Paula, escuchó educadamente lo que su hermano le dijo acerca de sus responsabilidades con la compañía y la familia. ¿Pero qué pasaba con sus responsabilidades para con él mismo?


—No lo vuelvas a hacer, Eduardo —le dijo Pedro señalándole con el dedo mientras se dirigía hacia la puerta—. Me voy de aquí antes de que esto se nos escape de las manos y nos digamos algo de lo que nos podríamos arrepentir más tarde.


—Esto no era parte del acuerdo.


Las palabras de Eduardo dejaron como helado a Pedro. Miró a su hermano y supo que los sucesos de la tarde le habían alterado la tensión arterial. Eduardo no podía comprender su defensa de su nueva esposa. Se dio cuenta también de que el disgusto que le producía Paula a su hermano no era algo personal. Era cuestión de negocios y, en lo que se refería a la compañía era como si le pusieran unas orejeras de burro.


Pedro quería a su hermano y sintió un momentáneo sentimiento de culpa porque lo que estaba a punto de decirle solamente le iba a preocupar más. Pero tenía que hacerlo. Volvió a su silla y le replicó con voz profunda.


—Eso ya lo sé, Eduardo. Pero no siempre se puede planear cuándo y de quién se va a enamorar uno.


Eduardo abrió mucho los ojos, sorprendido.


—¿Estás enamorado de ella?


—Estoy empezando a pensarlo.


—No puedo creer esto de ti, Pedro. De Brian, vale, pero ¿de ti?


—¿Qué es esto, Edu? ¿Por qué estás en contra de que este matrimonio funcione? ¿Por qué no me puedes ver con una esposa, una familia, como Eleonora y tú? Yo no soy una máquina. También necesito una vida, como todo el mundo.


—Nunca antes la has tenido. Supongo que estoy acostumbrado a que siempre estés aquí, conmigo, con la compañía.


—Y todavía lo estoy. Nada va a cambiar. La única diferencia es que ahora tengo alguien a quien amar, con quien compartir mi vida. ¿Es tan difícil para ti aceptarlo?


—¡Por supuesto que no! No voy a regatearte tu felicidad. Es sólo que…


Eduardo se detuvo, como si no estuviera muy seguro de cómo continuar.


—Suéltalo, Edu. Nunca antes has sido tímido conmigo. No vayas a empezar ahora.


—De acuerdo. No me quiero meter en tu vida amorosa si es que quieres seguir con el matrimonio, pero no puedo tolerar el pensamiento de tener a Paula sentada en nuestro consejo de administración con derecho a voto.


Pedro suspiró con fuerza y agitó la cabeza.


—¿Es eso todo lo que te preocupa?


—Por el momento.


—¿Y si consigo que Paula me ceda sus acciones a mí? ¿Te hará eso feliz?


—Completamente, pero ¿crees que podrás convencerla de que lo haga?


—No veo por qué no. Al contrario que tú, yo creo que ella no está interesada sólo en el dinero. Soy lo suficientemente vanidoso como para pensar que yo también tengo un poco que ver.


Pedro se levantó y se volvió a dirigir hacia la puerta, ansioso por terminar la conversación. Era ya la hora de la cena y no había visto a Paula en todo el día. Quería subir a sus habitaciones y darle un beso, cenar con ella y pasarse una velada tranquila en casa. Como cualquier otro matrimonio normal y corriente.


Cuando llegaron esa mañana, él se había marchado directamente a la oficina. Le sorprendía darse cuenta de la cantidad de tiempo que se había pasado pensando en ella, en ellos dos. Se marchó al final de la jornada laboral, en vez de quedarse hasta tarde, como solía hacer. En menos de una semana, ella había cambiado su vida. Ese pensamiento no lo preocupó, como quizás hubiera debido hacerlo. En vez de eso, se sentía como en el umbral de algo maravilloso, como si tuviera la urgente necesidad de saltar primero y pensar más tarde.


El comentario de Eduardo lo detuvo.


—Me gustaría que esto estuviera listo tan pronto como sea posible. En especial, teniendo en cuenta lo que sabe ahora Dario Carmichael. Quiero esas acciones en nuestras manos cuanto antes.


Pedro asintió. Carmichael y las acciones. ¿Es que nunca le iban a dejar en paz? Ambos estaban involucrados en una intrincada trama que ahora tenía otra víctima inocente: Paula.




EL TRATO: CAPÍTULO 35

 


Pedro apartó las manos y se sentó. Paula tardó un momento en darse cuenta de que se había detenido. Abrió los ojos y se dio la vuelta. A Pedro le brillaban los ojos y su rostro era una rígida máscara.


—Dijiste algo de unas promesas —le dijo él en voz baja—. Yo te hice una y voy a cumplirla. Si quieres que lo haga.


Paula se dio la vuelta por completo y la toalla cayó a un lado, dejándola completamente desnuda ante su vista. Sin dudar, extendió los brazos hacia él. Pedro se dejó caer y le apoyó los brazos a ambos lados del cuerpo. Quería decirle lo mucho que significaba para él, pero el fuego que ardía en su interior hizo que las palabras se le quedaran en la garganta, así que se limitó a mirarla.


Pedro, te deseo, pero no estoy usando nada…


—Deja que yo me ocupe de eso.


Cuando ella asintió, le preguntó:

—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? Porque, que Dios me ayude, si te vuelvo a tocar no voy a ser capaz de detenerme.


Paula le acarició el pecho. Vio entonces a un hombre mirándola con deseo y pasión, luchando por controlar su cuerpo. Quiso absorberlo, tocarle todas las partes que le hacían ser lo que era. La sensación era tan poderosa, tan intensa que casi la consumía. Le abarcó el rostro con las manos temblorosas.


—Ven a mí —susurró—. Quiero sentirte dentro de mí, como una parte de mí. Por favor.


Él se apartó y se desnudó rápidamente, colocándose una protección antes de volver a la cama y al interior de sus brazos abiertos. La besó. El beso fue más una promesa que una realidad. Luego, mirándola a los ojos, penetró en su receptivo calor.


Paula murmuró algo al principio de la invasión, luego levantó las caderas para aceptarle más completamente, desesperada por más de él, por todo él.


Pedro enterró el rostro en el hueco de su garganta, murmurando palabras de amor cuando los alcanzó un poco común éxtasis simultáneo.


No se movieron. No había necesidad de hacerlo. Su peso era tan bienvenido como el profundo beso que le dio. Paula no había estado más relajada en su vida y sintió cómo la realidad se deslizaba bajo la cubierta del sueño; entonces pensó que le oía susurrar:

—Te quiero.


Pero, tal vez lo había vuelto a soñar.



lunes, 24 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 34

 


Era el hombre más extraño y complejo que había conocido en su vida. Ella no había querido discutir con él porque pensaba que podría estar a la defensiva y, en vez de eso, se encontraba sorprendentemente con que estaba de acuerdo con ella, como si compartieran los mismos pensamientos y opiniones. Tenía que relajarse y disfrutar de él.


Se quitó la ropa y se metió en la bañera. El agua estaba a la temperatura justa. Cerró los ojos y se relajó; casi podía sentir cómo se evaporaban las tensiones del día.


Al cabo de un corto rato, empezó a oler algo. Abrió los ojos y se encontró con otro par de ojos oscuros mirándola.


—Dale un trago —dijo Pedro sujetando una frágil copa llena de champán cerca de su boca.


Paula lo hizo, sin separar la mirada de él.


—Lo encargué pensando que tendríamos algo que celebrar esta noche.


—Nunca antes me sirvieron el champán de esta forma —dijo ella.


—Esperaba que fuera así.


A Paula le pareció la cosa más natural del mundo el estar metida en la bañera con él sentado al lado.


—¿Qué es eso? —le preguntó ella señalando algo que él tenía entre los dedos.


—Pruébalo.


Paula lo tomó con la boca.


—¿Gambas?


—Gambas.


—Mmm. Muy bueno —le dijo ella abriendo la boca para que le diera otro trozo.


—Creía que habías comido.


Ella lo negó con la cabeza mientras masticaba.


—Estaba demasiado excitada como para comer. Estoy hambrienta.


Pedro le puso la fuente delante y ella continuó comiendo.


—Me alegro de que todo fuera bien entre vosotros.


—Y yo. Sentí como si se me quitara un peso de encima. ¿Me puedes dar otro trago?


Él le llevó la copa a los labios y Paula bebió.


—¿Sabes que le caíste bien?


Pedro sonrió.


—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo?


—Que le parecías un «tipo legal». ¡Eso es lo máximo para él!


Pedro se rió.


—¿Lo has invitado a casa?


—Sí. el fin de semana anterior al Día de Acción de Gracias. Va a pasar las vacaciones con Carolina. Luego lo volveremos a tener en Navidad, si te va bien.


—Claro. Tendremos que planear algo especial para hacer.


Pedro se terminó la copa de champán.


—¿Tiene suficiente, señora?


—Sí, gracias, señor.


Pedro la ayudó entonces a salir de la bañera y ella se envolvió en una gran toalla de baño. Luego se acercaron a la cama. Él se sentó en el borde y la hizo sentarse en sus rodillas. Empezó a pasarle la toalla por encima quitándole las gotas de agua, al parecer una a una.


—¿Qué estás haciendo?


—Secándote.


—Soy muy capaz de hacerlo por mí misma.


—Estoy seguro de que sí. Pero ésta es la primera lección de lo que te falta de educación. ¿Es que alguna vez te ha hecho esto un hombre?


—No puedo decir que sí.


—Entonces, déjame ser el primero —le dijo él rozándole con la lengua uno de los rosados pezones—. Y el último.


La tomó en brazos y la dejó sobre la cama.


Sin que ella dijera nada, la besó. Sabía a champán, gambas y a ella misma, una combinación más intoxicante que cualquier otra que hubiera probado en su vida.


—Esto no va como lo había planeado.


—¿Y cuál era el plan?


—El plan era darte un largo y relajante masaje, después del cual tú te desprenderías de todas tus ataduras y caerías rendida en mis brazos.


—Suena muy bien. ¿Debería de pelear ahora contigo para que volvamos a empezar?


—No, no creo.


Él se sentó y se dirigió al armario. A Paula se le estaba evaporando la resolución que había tomado de no hacer el amor con él y le estaba costando mucho trabajo recordar incluso la razón por la que debía de resistírsele.


Pedro volvió a la cama y la hizo tumbarse boca abajo. Algo frío le corrió por la espalda y ella gritó.


—Relájate. Sólo es loción corporal.


Las manos de Pedro la recorrieron por completo, masajeándola con fuerza.


—Me siento como un pote de mantequilla —murmuró ella con los ojos cerrados.


—Muy bien. Así es como te quiero… cremosa y lista para…


—Cuidado —le dijo ella sonriendo.


Él se rió y pasó las manos por el final de la espalda. Luego su contacto empezó a cambiar. Comenzó a acariciarla lentamente y de una forma más suave, más íntima. El cuerpo de Paula se sintió inundar por una especie de fuego.




EL TRATO: CAPÍTULO 33

 


Casi había anochecido cuando volvió Paula a la posada, y el nublado día había cumplido su promesa; estaba diluviando. Mateo se había saltado todas sus clases. Tenía de nuevo a «su» Mateo y se juraba a sí misma que nunca más dejaría que algo se interpusiera entre ellos. Había aprendido de su error. Él le había dicho que la quería y que quería seguir siendo parte de su vida.


También le había hablado de su encuentro con Pedro.


Cuando estaba a punto de subir las escaleras, suspiró y se agarró a la barandilla. La habitación principal estaba desierta y la lluvia golpeaba las ventanas; no estaba muy segura de lo que le iba a decir a Pedro. Estaba agotada. Las emociones del día la habían dejado como un trapo y no quería tener una discusión con él, pero creía que era algo necesario poner los puntos sobre las íes.


Una parte de ella estaba molesta porque se hubiera entrometido en su vida, mientras otra más razonable sólo quería agradecerle lo que le hubiera dicho a su hijastro y que le había hecho cambiar de parecer. Realmente, lo que le parecía era que él le había hecho exactamente lo que ella le había hecho a Mateo. No le había mentido, simplemente no le había dicho que había hablado con Mateo. Sería hipócrita por su parte regañarle por haberla ayudado, pero ¿qué hubiera pasado si hubiera apartado aún más a Mateo de ella? ¿Si lo hubiera perdido para siempre?


Eso le mostró con claridad cómo debía haberse sentido Mateo. Mientras lo que había hecho Pedro era algo menor en comparación, él había pensado por ella, la había manipulado, había pasado por alto su derecho a decir que no, Mateo había tenido razón en estar furioso. Dolía mucho.


Paula continuó subiendo. Lo que quería era meterse en la bañera, comer algo y meterse en la cama rodeada por un par de cálidos y fuertes brazos. Suspiró antes de abrir la puerta de la habitación.


Pedro estaba mirando por la ventana, vestido solamente con unos vaqueros.


—Hola —le dijo él.


—Hola.


—¿Cómo te fue?


—Bien. Realmente muy bien. Me abrió su corazón. Sea lo que sea lo que le haya hecho cambiar de parecer, tiene mi gratitud eterna —le dijo ella esperando que confesara.


—No trates de analizarlo.


—Realmente no tengo que hacerlo ¿No Pedro? ¿Por qué no me dijiste que lo habías visto esta mañana? —le preguntó ella acercándose.


Pedro la miró por un momento y luego apartó la mirada, bajando un vaso que ella no había visto antes.


—Así que te lo ha dicho.


—¿Es que creías que no iba a hacerlo?


—No lo sabía. Ni siquiera sabía si lo que le dije había terminado de fastidiarlo todo. Estuvo muy inexpresivo, así que, por lo que sabía, podía haber sido así.


—Ése es el asunto ¿no Pedro? ¿Qué hubiera pasado si lo hubieras empeorado? No era cosa tuya. No puedes jugar con la vida de la gente.


Pedro la miró a los ojos y ella le mantuvo la mirada.


—Sé lo que me vas a decir. Me he estado culpando a mí misma por lo que le hice a Mateo. ¿Pero no ves que me has hecho lo mismo a mí?


—Sí. Lo veo. Y lo siento. Pero en ese momento estaba furioso, no podía soportar verte como estabas y pensé que podía decirle algo al chico que funcionara. Y lo hice.


—Sí, y funcionó. Pero deberías habérmelo dicho. Deberías de haberme dado la opción de decir sí o no. Durante toda mi vida he tenido a mi alrededor gente que me ha dicho lo que tenía y no tenía que hacer. Primero en el orfanato, luego J.C. fue prácticamente mi cuidador. ¡Por Dios! No me estoy quejando. Así es como quise vivir con él. Era lo que yo necesitaba entonces —le dijo acercándose a él y deteniéndose a sólo unos centímetros—. Pero no es lo que necesito ahora.


—Lo sé, y lo siento. Debería habértelo dicho. Tal vez lo hubiera hecho si tú no me hubieras saltado encima cuando entré en el cuarto, no lo sé. De todas formas, te prometo que nunca más volveré a hacer nada a tus espaldas.


Paula le tomó la mano.


—Es curioso; prácticamente es eso mismo lo que he dicho esta tarde a Mateo. Se han hecho muchas promesas hoy. Espero que podamos mantenerlas.


—Podremos si lo intentamos. Si queremos.


Él la besó en la frente.


—Me alegro de que haya ido bien.


—Y yo.


Pedro la tomo de las manos y se las acarició.


—Estás helada; y pareces un trapo mojado.


—Gracias por el cumplido. Te lo discutiría, pero es así como me siento.


Pedro la ayudó a quitarse la chaqueta y la acompañó al cuarto de baño.


—¿Qué…?


Una vez dentro, Paula vio que la bañera estaba llena de agua caliente.


Pedro ¿estás loco?


—Cuando saliste del coche parecía que era esto lo que necesitabas. Vamos, inténtalo, tengo una sorpresa para ti.


—¿Qué clase de sorpresa?


—Paciencia —le dijo él dejándola sola.





EL TRATO: CAPÍTULO 32

 


Pedro no volvió inmediatamente a la posada. Anduvo por ahí, repasando la entrevista con Mateo una y otra vez. Suponía que podía haberlo hecho mejor. Después de todo, Mateo no era más que un muchacho, aunque no tenía mucha experiencia en tratar con los jóvenes. Pero quería ayudar a Paula como pudiera. Quería proteger a esa mujer. A su mujer.


Sonrió al darse cuenta de lo machista que sonaba, pero mientras más vueltas le daba, más le agradaba la idea. Paula, su mujer. Le encantaba cómo sonaba.


Finalmente volvió a la posada casi a la hora de comer y decidió hacer esas llamadas que había usado de excusa. Evitó llamar a Eduardo, porque todavía no le había pasado el enfado. Cuando terminó, miró el reloj y se preguntó si Paula estaría ya lista para comer.


Sabía que debía de ir a ver lo que estaba haciendo, pero se dijo a sí mismo que no podía verla llorar. Pero para decir la verdad, era el sentimiento de culpabilidad lo que lo retenía. ¿Qué pasaría si su acción era completamente perjudicial? ¿Debería decirle lo que había hecho? Ella tenía derecho a saberlo, por supuesto, pero no se le ocurría cómo iba a poder explicarle la urgente necesidad de hacer algo que había experimentado esa mañana. De ninguna forma, no creía que la explicación que se había dado a sí mismo, su afán de protección hacia ella, le fuera a ir muy bien.


Apretó los dientes y se dispuso a encontrarse con unos ojos llorosos, así que subió a su habitación.


Efectivamente, ella tenía los ojos llorosos y había un montón de pañuelos de papel usados en el suelo, pero no tenía la cara triste. Paula estaba sentada con las piernas cruzadas en mitad de la cama, con el teléfono sobre el pecho y la sonrisa más amplia que él le había visto nunca en la cara.


Se le acercó rápidamente y la abrazó.


Paula se apartó.


—¡Me ha llamado! ¡Me ha llamado! ¡No me lo puedo creer!


—¿Mateo?


—Sí. Debe de haber cambiado de opinión. No lo sé.


Pedro la observó danzando por la habitación. «Así que el chico ha llamado. No está mal», pensó.


—¿Qué te ha dicho?


—Quería hablar conmigo. Vamos a comer juntos. Creo que incluso se ha disculpado. ¡Estaba tan excitada que ni me acuerdo! Parecía tan… tan… oh, no lo sé… Tan el antiguo Mateo, mi Mateo, como era antes de que todo esto empezara.


Paula estaba tan contenta que no se dio cuenta de la reacción de Pedro a sus palabras. ¿El ser su esposa era «todo esto»? Le sorprendió que un simple comentario le pudiera afectar tan profundamente.


—He quedado con él a la una. ¿Quieres venir con nosotros? Te puede gustar conocerlo.


—No —le contestó él cautamente—. Creo que será mejor que estéis solos. Él probablemente tenga un montón de cosas que decirte y se sentirá más cómodo si yo no estoy allí.


Paula tomó su chaqueta y las llaves del coche.


—De acuerdo. ¿Nos vemos luego?


—Claro.


Él se quedó escuchando cómo sus pasos se alejaban hasta que se desvanecieron. Se acercó entonces a la ventana y la vio meterse en el coche y marcharse. La conocía desde hacía sólo unos días, pero rápidamente se había transformado en parte de su vida. ¿Sentía ella algo por él? Sabía cómo le respondía en la cama ¿pero era deseo o amor lo que estaba experimentando? Le gustaría saberlo.


Incluso más, le gustaría saber por qué era eso tan importante para él.




domingo, 23 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 31

 


Cuando llegaron a la habitación de la posada, Pedro le dijo que tenía que hacer algunas llamadas de negocios, y que iba a utilizar el teléfono del salón para no molestarla.


Realmente tenía algo que hacer, pero no tenía nada que ver con sus negocios. Casi inmediatamente estaba de vuelta en el colegio, frente al sorprendido tutor.


—¡Señor Alfonso! ¿Ha olvidado algo?


—Algo así. Me gustaría hablar con Mateo.


El tutor miró por encima del hombro de Pedro, como si buscase a Paula.


—La señora Alfonso…


—No, sólo yo.


—Sígame. Estaba muy afectado cuando volvió a su habitación. Veré si quiere hablar con usted. Podrá encontrarse con él en la misma habitación.


—Está bien.


Pedro se dirigió a la habitación y se sentó, no muy seguro de lo que le podía decir al muchacho, pero decidido a hablar con él.


Después de unos minutos que le parecieron una eternidad, Mateo apareció en la puerta. Pedro se aclaró la garganta y se le acercó con la mano extendida.


—Hola, Mateo. Yo soy Pedro Alfonso. No nos conocemos, pero tu padre y el mío eran buenos amigos.


El saludo de Mateo fue firme y Pedro se dio cuenta de que la simple mención de J.C. había sido suficiente como para conseguir que el chico se interesara.


—Sí —le contestó Mateo—. Sé quién es usted. Es el nuevo marido de Paula. ¿Lo ha enviado ella?


—No. En realidad, ni siquiera sabe que estoy aquí. Pensé que tú y yo debíamos de hablar un poco, conocernos.


Mateo lo miró a los ojos, pero no le contestó.


—Le hiciste mucho daño hoy.


Mateo se dio la vuelta.


—¿Por qué no me dejáis los dos en paz? De todas formas, eso es lo que realmente queréis.


—Eso no es cierto, Paula te quiere y te dijo la verdad acerca de nuestro matrimonio. Es un trato comercial, nada más.


Mateo volvió a mirarlo.


—No lo creo.


—Es cierto. Pregúntaselo a Patricio Bradly. Todo lo que ella ha hecho ha sido por ti. No planeó esto, pero era la mejor forma de salir de una mala situación. Puedes ver esto ¿no?


—¿Y por qué no me lo dijo? ¿Por qué tuvo que intentar hacerme ver que todo iba bien?


—No quería preocuparte más de lo que ya estabas. Pensó que el dinero, o mejor, la falta de dinero, sería demasiado para ti después de la muerte de tu padre. Puede que estuviera equivocada, pero lo hizo de corazón. Paula te quiere.


—¿Y a usted? ¿Lo quiere a usted también?


La pregunta le tomó por sorpresa y se encogió de hombros.


—No lo sé. Es un poco pronto para eso ¿No crees? —le dijo sonriendo.


—A usted le gusta. ¿No es así?


—Sí, me gusta. ¿Alguna objeción?


Mateo se le quedó mirando un momento, luego se encogió también de hombros.


—No me importa.


Pedro casi se rió ante ese farol, pero logró controlarse.


—Mateo, sé que estás herido. Sé también que has pasado mucho durante los últimos años. Ha habido cosas que no podías controlar, que te han hecho mucho daño. Pero ahora puedes controlar lo que estás sintiendo hacia Paula. Dale el beneficio de la duda. Habla con ella; cuéntale lo que sientes.


—Lo que usted quiere es que la perdone ¿no? Que perdone y olvide. Pero eso no es tan fácil como parece.


—No te estoy diciendo que sea fácil. Ni siquiera estoy diciendo que estés equivocado. Todo esto ha sido llevado muy mal. Pero ha sido un trato de negocios y, desafortunadamente, en esos tratos no se tienen en cuenta los sentimientos.


Pedro se le acercó y se puso justo delante. Le sorprendió ver que era solamente un poco más alto que el muchacho. Mateo estaba haciéndose un hombre.


—Lo que ahora necesitas tener en tu vida es a alguien en quién apoyarte, alguien a quién amar. Esa es Paula. No tires todo por la ventana; nunca encontrarás a nadie como ella.


Pedro le puso una mano sobre el hombro y se dispuso a marchar, sin saber qué más decirle, sintiendo que podía haber hecho más daño que bien con ese acto impulsivo de volver para hablar con él.


—Parece como si estuviera hablando más acerca de usted mismo que de mí —dijo Mateo.


Pedro se volvió, impresionado por la intuición del chico.


—Tal vez lo estaba haciendo.


Salió de la habitación, resistiendo la tentación de volverse para ver la reacción de Mateo.