—¡Ah, aquí estás, querida! —dijo Eleonora—. Ven por aquí, todo el mundo se muere de ganas de conocerte.
Paula murmuró algo, pero la siguió. Trató de ver a Pedro, pero no estaba por ninguna parte. Tenía que detener eso. Lo conocía sólo desde hacía unas horas y se estaba transformando rápidamente en una obsesión. Era necesario que encontrara la mejor forma de tratar con un hombre que estaba tan claramente fuera de sus círculos habituales. Era un hombre sofisticado, sarcástico, exigente, y nada parecido a nadie que hubiera conocido anteriormente. Lo más fácil podría ser ignorarlo. Cerró los ojos por un momento y se repitió mentalmente que no existía.
Con ese pensamiento sólidamente implantado en la mente, Paula alcanzó su reserva interior de encanto y logró sonreír a un montón de gente que le presentaba Eleonora. Una hora más tarde, estaba agotada y segura de que no había nadie a quien no hubiera saludado. Le parecía como si Eleanora la estuviera arrastrando más que guiándola.
Paula estaba a punto de pedirle un momento de respiro, cuando se percató de un hombre alto y pelirrojo que estaba al lado de una mujer muy atractiva. Le hacía señas a Eleonora para que se les acercara.
—Oh, querida —dijo Eleonora—. Me había olvidado de él. Y de ella. Ven, es mejor que te los presente ahora mismo y terminemos cuanto antes.
—¡Eleanora! —dijo el hombre dándole la mano—. ¡Me encanta volverte a ver! Gracias por invitarme a esta fabulosa celebración! Yo creía que era «persona non grata» por aquí.
—¡Dario! No seas tonto. Sean cuales sean las diferencias que tengáis en los negocios Eduardo y tú, se dejan en la puerta. Ya lo sabes. ¡Hemos sido amigos durante años!
—Bueno, te lo agradezco sinceramente. Por favor, preséntanos a esta hermosa novia.
Paula estaba estudiando al hombre mientras hablaba. Era tan alto como Pedro, pero mucho más grande, más ancho. Su cabello rojizo y los brillantes ojos azules estaban como fuera de lugar en su ruda complexión, lo que sugería que trabajaba a la intemperie, o que, por lo menos, se pasaba mucho tiempo allí. El traje que llevaba estaba bien cortado y era caro, pero parecía como si no pegase con su gran tamaño. La miró directamente a los ojos cuando le ofreció la mano.
—Paula, éste es Dario Carmichael, un viejo amigo y socio de los Alfonso. Y esta adorable joven es Johanna Cassidy.
—Felicidades por tu matrimonio. Ya era hora de que atraparan al escurridizo Pedro. Ya pensábamos que era una causa perdida —dijo Johanna.
—Eso es que no conoces bien a Pedro si piensas que se puede dejar atrapar por alguien —contestó Eleonora—. Él no hace nada que no quiera. Sólo hay que verlos juntos para saber que ha sido cosa del amor. ¿Por qué habrá tenido que apartarlos Eduardo allá en el altar?
Paula casi se atragantó con el champán y se ruborizó hasta la raíz del cabello. Se maravilló por la rápida defensa de Eleonora y, cuando trataba de pensar cómo seguiría la cosa, observó un destello en los ojos de Dario.
—Perdonadme —dijo Johanna—. Ahí está Pedro y quiero darle mi enhorabuena personalmente.
Johanna se dirigió directamente hacia el bar, donde estaba Pedro hablando con un grupo de hombres. En ese mismo momento, una señora mayor saludó con un gesto a Eleonora.
—Vais a tener que perdonarme a mí también. Ahí está la señora Naughton y tengo que hablar con ella.
Antes de que Paula pudiera abrir la boca, Dario le contestó:
—Ve con ella, Eleonora. Me encantará entretener a la señora Alfonso, si ella me lo permite.
Paula asintió y Eleonora se marchó, dejándola con ese hombre bien parecido y bastante perturbador. Levantó la copa de champán y le dio otro sorbo. Se quedó helada cuando vio a Johanna. Tenía sus largos brazos pasados posesivamente por el cuello de Pedro y le sonreía mientras se apoyaba en él con todo el cuerpo. Pedro le había puesto las manos en la cintura, a la vez sujetándola y manteniendo cierta distancia entre ellos, aunque Paula no podía decir cuánta. De todas formas, a juzgar por su expresión, Paula no pensaba que alguna vez la hubiera echado de su cama. La cuestión era ¿lo haría ahora que estaba casado?
Trató de decirse a sí misma que eso no debía de preocuparle, que no tenía derecho para pedir o esperar algo así de él con el tipo de arreglo al que habían llegado. Si él tenía algo con Johanna ¿por qué no continuarlo? Su matrimonio era un trato de negocios, así de sencillo, y su vida privada era cosa suya, de nadie más.