Esa sensación fue una sorpresa para Paula. Cuando estuvo casada, se había olvidado de esa parte de su vida, había permanecido como una esposa virgen. Cuando era más joven había pensado algunas veces en romances apasionados, pero nunca se los había permitido demasiado tiempo. Esos pensamientos eran una locura, teniendo en cuenta todo lo que J.C. había hecho por ella. Aunque a veces, en medio de la noche, se despertara con el cuerpo agitado. Era un precio muy pequeño por todo lo que tenía.
«Tenía». La palabra tuvo la virtud de hacer volver a Paula a donde estaba. Observó al hombre volver a llenar el vaso.
De repente, Pedro se dio cuenta de su presencia. Se volvió hacia ella y se quedó mirando la sorprendente y etérea forma que había al otro lado de la habitación. «Encantadora», pensó.
—Hola.
Su voz era tan suave como parecía, y tan invitadora. Él notó un ramalazo de calor que le recorría las entrañas y que no tenía nada que ver con el whisky. Respiró profundamente para disiparlo y recuperar el control. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que la seguía mirando y de que todavía no le había contestado.
—Hola. Siento que me vea así, pero necesitaba un trago —le dijo señalando el vaso que acababa de rellenar—. ¿Es usted una invitada?
Paula dudó un momento.
—Algo parecido. ¿Y usted?
Él sonrió.
—Algo parecido.
Se quedaron durante un momento estudiándose el uno al otro. Paula sintió cómo se ruborizaba cuando se dio cuenta de la forma en que él la recorría con la mirada. A pesar de toda su educación y supuesta sofisticación, todavía tenía muy poca experiencia en hablar con los hombres, con los hombres jóvenes.
Pedro no se lo podía creer. Se estaba ruborizando de verdad. Pero las mujeres ya no se ruborizaban ¿no? Ciertamente, ninguna de las que él conocía. Y teniendo en cuenta esos pechos, lo que tenía delante era definitivamente una mujer. No, pensó, no sólo una mujer, sino toda una señora. Una señora que intentaba, aunque no lo consiguiera por completo, parecer serena. Los puños cerrados y el color de sus mejillas la traicionaban. De repente se dio cuenta de que quería conocer más a esa persona. ¿Por qué demonios tenía que ir a conocer a alguien así precisamente ese día?
—¿Quiere beber algo? —le preguntó.
—Sí, gracias.
—¿Qué prefiere?
—Escocés, si hay.
—Hay; pero me temo que no hay hielo.
—Sólo está bien.
Ella se le acercó y aceptó el vaso. Sus dedos se rozaron. Ella trató de tomar el vaso, pero él siguió sosteniéndolo. Sus miradas se encontraron y ella se sintió como si él la atrajera hacia sí cada vez más cerca. Realmente no se había movido ni un centímetro.
—Por favor, no se tome esto a mal, pero es usted una mujer realmente hermosa.
El rostro de Paula ardió con esas palabras y apartó la mirada de esos oscuros y penetrantes ojos.
—¿Está nerviosa? —le preguntó él.
—Sí. Mucho.
—¿La estoy poniendo nerviosa?
—¡Sí! ¡Mucho!
Paula se rió de su propia expresión y él la acompañó.
Paula se dio cuenta entonces de que ese hombre le gustaba.
No haciendo caso al buen juicio, Pedro se olvidó de la cautela. Lo que iba a hacer era una locura; pero se trataba de sus emociones y no tenía mucha práctica en contenerlas.
—¿Me haría usted el honor de cenar conmigo algún día?
La sonrisa de Paula se heló en sus labios cuando se percató de lo mucho que le gustaría hacerla. Pero algo así era imposible. Dentro de poco menos de una hora iba a ser la señora de Pedro Alfonso y a pesar de que no lo conocía, se iba a ver obligada a hacer el papel de su devota esposa. Ya era el momento de decirle a ese hombre quién era antes de que se creara una situación embarazosa.
Entonces él la tomó de la mano y le resultó más difícil hablar.
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