martes, 20 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 23

 


Paula se quedó mirando cómo se hundía el teléfono de Pedro.


–A mí me dan ganas de hacer lo mismo prácticamente todos los días –le dijo–. Aunque yo suelo imaginar que lo tiro por alguna ventana del hotel.


Él respiró hondo y se pasó la mano por el pelo. Los últimos rayos de sol se reflejaban en su piel mojada, en la perfección de los músculos de los brazos y de las piernas. El bañador le tapaba lo esencial, pero estaba tan mojado que resultaba muy revelador.


Dios, ¿qué tenía, doce años? No era la primera vez que veía un hombre casi desnudo, ni tampoco habría sido la primera que lo viera completamente desnudo. Claro que ninguno de los que había visto era tan… apetecible.


«Recuerda que estás hablando del hijo de tu posible prometido». La idea hizo que se sintiera culpable, bueno quizá no tanto.


–Ha sido muy infantil por mi parte –reconoció él como si estuviese decepcionado consigo mismo.


–¿Te sientes mejor? –le preguntó ella.


Se quedó pensándolo unos segundos y luego esbozó una ligera sonrisa.


–La verdad es que sí. De todas maneras tenía que cambiarlo por uno nuevo.


–Entonces has hecho bien.



–¿Qué haces aquí?


Se puso a secarse con la toalla que tenía en la mano, pasándosela por los brazos, por el pecho, por el vientre…


Dios, lo que habría dado por ser esa toalla en esos momentos.


«Es tu hijo político, Paula».


–Mia se durmió bastante temprano y yo estaba un poco inquieta –le explicó–. Pensé que me haría bien dar un paseo.


–¿Después de todo lo que hemos andado hoy? Deberías estar agotada.


–Estoy acostumbrada a estar de pie todo el día, así que lo de hoy no ha sido nada. Además, estoy intentando acostumbrarme al nuevo horario y, si me acuesto tan temprano, no lo conseguiré nunca. Pero sí que estoy agotada. No he dormido bien desde que llegamos.


–¿Por qué? –dejó la toalla sobre el respaldo de una silla.


Lo vio sentarse y recostarse sin un ápice de vergüenza. Claro que no tenía nada de lo que avergonzarse y no había nada más atractivo que un hombre tan cómodo consigo mismo, especialmente si tenía tan buen aspecto.


–No dejo de despertarme para ver si oigo a Mia, luego me doy cuenta de que está en otra habitación y, claro, tengo que levantarme a ver si está bien. Después de todo eso, me cuesta volver conciliar el sueño. Pensé que a lo mejor conseguía relajarme dando un paseo.


–¿Por qué no te tomas una copa conmigo? –le propuso Pedro–. Eso también te ayudará a relajarte.


Nunca había bebido mucho y, desde que tenía una niña a su cargo, prácticamente no había probado el alcohol. Pero ahora tenía una niñera que atendería a Mia si se despertaba, así que quizá le hiciera bien soltarse un poco el pelo por una vez.


Y quizá así Pedro se pusiese algo de ropa.


–De acuerdo –dijo y, como por arte de magia, apareció el mayordomo.


–Tenemos prácticamente de todo y George puede prepararte lo que desees.


Trató de recordar qué le gustaba beber y se decantó por un vodka con tónica y un toque de lima.


–Muy bien –asintió el mayordomo ante su petición y luego se dirigió a Pedro–. ¿Alteza?


–Lo mismo para mí. ¿Y podrías decirle a Cleo que necesito un teléfono nuevo con otro número?


George volvió a asentir y desapareció caminando como si cada paso supusiese un verdadero esfuerzo.


–Si me perdonas un momento –le pidió Pedro al tiempo que se levantaba de la silla–. Voy a cambiarme antes de quedarme frío.


Quería que se vistiera, pero no podía negar que ahora le daba lástima.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 22

 


Pedro se impulsó para hacer el último largo y comenzó a mover los brazos en el agua. Le pesaban más de la cuenta gracias a los treinta minutos extra que llevaba nadando mientras reflexionaba sobre la conversación que había tenido con Paula. Si lo que decía era cierto y su padre y ella no habían tenido relaciones íntimas, ¿qué otra cosa lo había fascinado tanto? Quizá su juventud y la posibilidad de poder empezar de cero de nuevo.


Su madre le había confesado una vez que su padre y ella habrían querido formar una gran familia, pero debido a ciertas complicaciones en el parto de Pedro, no habían podido tener más hijos. Quizá para él Paula era otra oportunidad de tener la familia que siempre había querido y no había podido tener. Porque sin duda una madre tan competente como Paula querría tener más hijos.


O quizá había visto lo mismo que había visto él ese día. Una mujer inteligente, divertida y un poco rara. Y, por supuesto, hermosa.


«¿Tanto que tenías que comprarle un regalo?».


Lo cierto era que no tenía la menor idea de por qué le había comprado los pendientes.Quizá fuera porque entre ellos había surgido una especie de… conexión. Pero eso no era lo importante, lo que le había dicho era cierto. Si su padre la hubiera visto mirar así los pendientes, se los habría comprado de inmediato. Pedro lo había hecho para hacer feliz a su padre, nada más.


Pero la cara que había puesto al abrir la bolsa y ver lo que había dentro…


Se había mostrado tan impresionada y tan agradecida que por un momento había creído que iba a echarse a llorar. Y todo por un regalo tan insignificante. Si lo que le interesase fuese el dinero, ¿no habría despreciado cualquier cosa que no fuera de oro y diamantes? Y si estuviese utilizando a su padre, ¿por qué iba a reconocer que no estaba enamorada de él? ¿Por qué iba a haber hablado de ello siquiera?


Quizá, inconscientemente, le había hecho aquel regalo a modo de prueba. Una prueba que había superado brillantemente.


Se salió por fin de la piscina y se secó mientras lamentaba perder tanto tiempo pensando.


Miró al horizonte con un suspiro. El sol estaba a punto de ocultarse y había teñido el cielo de rojo y naranja. La brisa de la inminente noche le enfrió aún más la piel mojada. Lo cierto era que por mucho que no quisiese que le gustase Paula, tenía la sensación de que no iba a poder impedirlo. Nunca había conocido a nadie como ella.


Agradeció que el timbre del teléfono lo apartara de aquellos pensamientos y fue a responder pensando que sería su padre, pero al ver quién era maldijo entre dientes. No tenía ningún interés en lo que pudiera decirle su ex, que no parecía dispuesta a darse por aludida después de tres semanas de rehuir sus incesantes llamadas y mensajes.


¿Qué había visto en ella al principio? ¿Cómo era posible que alguien que lo había fascinado de tal modo ahora le causara tanto rechazo?


La bella y sexy Carmen lo había perseguido de tal modo que había terminado por claudicar. Tenía todo lo que él habría buscado en una esposa, o eso había creído, y al formar parte de una acaudalada familia, no le había preocupado que estuviese interesada en su dinero. Después de solo seis meses de relación, él mismo había empezado a pensar en compromiso y en boda, pero entonces había descubierto el terrible error que había cometido con ella. La primera semana después de la ruptura había sido difícil, pero poco a poco había ido dándose cuenta de que lo que sentía por ella era más un encaprichamiento basado en la atracción física que verdadero amor. La única explicación racional que encontraba a su fugaz enamoramiento era el golpe que había supuesto la muerte de su madre.


Y le parecía despreciable que ella se hubiese aprovechado de semejante coyuntura. Despreciable e imperdonable. Aún se estremecía al pensar en lo que habría pasado si le hubiese pedido matrimonio o si hubiesen llegado a casarse. Estaba muy decepcionado consigo mismo por haber permitido que las cosas llegasen tan lejos y por haberse dejado cegar por su atractivo sexual. Y lo cierto era que luego el sexo no había sido tan increíble porque, por mucho que le diera ella físicamente, emocionalmente el estar con ella lo dejaba… vacío. Quizá lo que le había hecho seguir con ella había sido la necesidad inconsciente de encontrar una conexión más profunda, pero viéndolo con perspectiva, no podía creer que hubiese sido tan estúpido.


Oyó el aviso que indicaba que le había llegado un mensaje de texto, de ella, claro.


–Ya está bien –protestó con furia y tiró el teléfono a la piscina. Pero al levantar la mirada del agua, se dio cuenta de que no estaba solo.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 21

 


Paula pensaba que volverían directamente al palacio, pero Pedro pidió al conductor que se detuviera frente a una de las tiendas en las que habían estado antes y se bajó del coche. Apenas tardó unos minutos en volver, con una bolsita que se metió en el bolsillo del pantalón antes de subirse a la limusina.


Mia se durmió en el trayecto hasta el palacio y, al llegar allí, Pedro la sacó de su sillita y del coche antes de que Paula tuviera oportunidad de hacerlo.


–Ya la llevo yo –le dijo ella.


–No te preocupes –respondió Pedro.


No solo la llevó hasta su habitación, también la acostó en la cunita y la arropó bien, como habría hecho un padre, si Mia lo tuviese. La escena hizo que Paula pensara en todas las experiencias que se había perdido ya su hija en su corta vida. Ella sabía lo que era perder a una madre y verse privada de dicha relación y por eso esperaba con todo su corazón que Gabriel pudiera llenar ese vacío y que los meses que Mia había pasado sin un padre no le dejarán ningún tipo de trauma.


–Se ha portado de maravilla –comentó Pedro, mirando a la niña con una sonrisa en los labios.


–Normalmente es muy tranquila. Ayer la viste en su peor momento.


Paula avisó a Karina para que estuviese pendiente por si Mia se despertaba mientras ella se echaba un rato y no pudo evitar pensar que, después de todo, no estaba nada mal eso de tener niñera. Pedro la acompañó hasta la puerta de su habitación.


–Gracias por enseñarme el pueblo. Lo he pasado muy bien.


–¿Y te sorprende? –le preguntó él.


–Sí. Estaba preparada para que fuera un desastre.


Sonrió hasta que le aparecieron los dos hoyuelos en las mejillas. Y a ella se le aceleró el corazón. Era tan atractivo.


–¿Demasiada sinceridad para ti?


–Creo que empiezo a acostumbrarme.


Bueno, ya era algo.


–A mi padre le gustaría que mañana te llevara al Museo de Historia –anunció entonces.


–Ah.


–¿Ah?


–Es que aún no me he recuperado del viaje y pensaba que estaría bien pasar un día tranquilo, tumbada en la piscina. A Mia le encanta el agua y yo necesito tomar un poco el sol. Además no quiero que te sientas obligado a estar con nosotras o a llevarnos a ninguna parte. Seguro que tienes cosas que hacer.


–¿Estás segura?


–Totalmente.


–Entonces podemos ir al museo otro día.


–Encantada.


Pedro empezó a darse la vuelta para marcharse, pero entonces se detuvo y volvió a mirarla.


–Casi se me olvida –dijo sacándose del bolsillo la bolsa de la tienda del pueblo–. Esto es para ti.


Paula la agarró, completamente perpleja.


–¿Qué es?


–Míralo.


Al abrir la bolsa y ver lo que había dentro se quedó sin respiración.


–Pero… ¿cómo lo has sabido?


–Vi cómo los mirabas.


Sacó los pendientes de la bolsa y volvió a observarlos, maravillada. Estaban hechos a mano con dos pequeñas esmeraldas rodeadas por hilos de plata. Se había enamorado de ellos nada más verlos, pero los ciento cincuenta euros que costaban estaban completamente fuera de su presupuesto.


Pedro, son preciosos –levantó la mirada hasta sus ojos–. Pero no lo entiendo.


Él se encogió de hombros con gesto relajado.


–Si hubieses ido con mi padre, estoy seguro de que te los habría comprado allí mismo, así que pensé que es lo que habría querido que hiciera yo.


No pudo evitar pensar que era un gesto importante. Muy significativo.


–No sé ni qué decir. Muchas gracias.


–Vamos, no es nada.


Era mucho.


Siempre le molestaba que Gabriel le comprara cosas porque tenía la sensación de que él creía que debía hacerlo para ganarse su cariño. Pero Pedro no tenía ninguna necesidad de hacerle un regalo; lo había hecho porque había querido. De corazón.


A punto de llorar de alegría y sin saber muy bien por qué le parecía tan importante, sonrió y le dijo:

–Tengo que irme. Gabriel estará a punto de llamarme por Skype.


–Claro. Hasta mañana.


Se quedó mirándolo hasta que lo vio desaparecer al final del pasillo. Había esperado hacerse amiga de Pedro porque sabía lo importante que era para Gabriel y ahora parecía que el deseo iba a hacerse realidad.




lunes, 19 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 20

 


En lugar de ofenderse, Pedro se echó a reír, lo cual desconcertó a Paula.


–¿Te resulta divertido? –le preguntó.


–Lo que me resulta divertido es que me lo digas a la cara. ¿Alguna vez te callas lo que piensas?


–A veces –como por ejemplo cuando no le había dicho que aquellos pantalones de lino gris le marcaban el trasero maravillosamente o que la camisa blanca hacía resaltar su piel bronceada. Tampoco le había mencionado que le daban ganas de acariciar esa ligera sombra de barba que tenía en la cara, o que cada vez que lo veía sonreír, sentía el deseo de… no importaba–. De niña, siempre que expresaba una idea, mi padre la echaba por tierra y hacía que me sintiera muy tonta. Y yo no soy tonta. Tardé un tiempo en llegar a esa conclusión. Ahora digo lo que pienso y no me preocupa lo que piense la gente porque la mayoría no me importa lo más mínimo. En lo que se refiere a mi valía como persona, la única opinión que me importa es la mía. Me ha costado bastante llegar a verlo así, pero la verdad es que estoy bastante satisfecha conmigo misma. Mi vida no es perfecta, por supuesto, y sigue preocupándome equivocarme, pero sé que soy una persona inteligente, así que, si cometo un error, aprenderé de ello.


–¿Entonces qué vas a hacer? –le preguntó él–. Con mi padre, quiero decir. Si se niega a ir contra sus principios.


–Espero que, si pasamos más tiempo juntos, pueda estar segura de que lo que estoy haciendo está bien.


–Tú misma lo has dicho, eres muy mujer muy hermosa y parece que mi padre está loco por ti, así que estoy seguro de que no te costaría mucho convencerlo para que dejara a un lado sus principios.


¿De verdad le estaba sugiriendo que sedujera a Gabriel? ¿Y por qué sentía escalofríos al oírle decir que era hermosa? Había escuchado aquellas palabras en boca de tantos hombres, que casi habían perdido el significado. Pero, ¿por qué era distinto con él? ¿Por qué le importaba lo que pensara de ella?


–Yo jamás haría eso –declaró con firmeza–. Respeto demasiado a tu padre.


Paula aprovechó una pequeña interrupción de Mia para poner fin a aquella charla tan extraña y tan poco apropiada. Daba igual lo que dijese o hiciese, parecía que la situación con Pedro se hacía cada vez más rara.


–Debería volver al palacio para acostar a Mia. Y a mí tampoco me vendría mal echarme un rato –seguía con el horario de Los Ángeles y, a pesar de lo cansada que estaba, había dormido muy mal la noche anterior.


Recogieron juntos los restos del picnic y, para sorpresa de Paula, Pedro agarró a Mia en brazos mientras ella doblaba la manta. Pero lo que más le sorprendió fue la naturaleza con que la agarraba y que, cuando fue a hacerlo, Mia se abrazó a él y apoyó la cabecita en su hombro.


Pequeña traidora, pensó, pero no pudo evitar sonreír.


–Parece que le gusta estar contigo –le dijo a Pedro, a quien no parecía molestarle la idea.


NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 19

 


–¿Y por qué no ibas a casarte con él? –le preguntó Pedro y Paula titubeó.


–A menos que prefieras no hablar de ello –matizó Pedro, aunque con una desconfianza en la mirada que daba a entender que pensaba que tenía algo que ocultar.


Su relación con Gabriel no era asunto suyo, pero si no respondía resultaría sospechosa. Claro que la respuesta podría alimentar la mala imagen que tenía de ella.


–Mi relación con Gabriel es… complicada.


–¿En qué sentido? Tú lo quieres, ¿verdad? –en su voz había cierto tono de acusación.


Justo cuando pensaba que las cosas iban bien y que podría estar cambiando de opinión respecto a ella, volvía a la carga con el empeño de dejarla en evidencia. Quizá debiera darle lo que buscaba. Seguramente a esas alturas no iba a cambiar nada.


–Lo quiero, sí –declaró–. Pero no estoy segura de estar enamorada de él.


–¿Qué diferencia hay?


–Tu padre es una persona increíble. Es inteligente, amable y lo respeto enormemente. Lo quiero como amigo y quiero que sea feliz. Sé que lo sería si me casase con él, o eso es lo que me ha dicho. Y, como comprenderás, me encantaría que Mia tuviese un padre.


–¿Pero? –se adelantó Pedro al tiempo que estiraba las piernas y se recostaba sobre los brazos como si se preparase para escuchar una buena historia.


–Pero también yo quiero ser feliz. Me lo merezco.


–¿Y mi padre no te hace feliz?


–Sí, pero… –suspiró. No había otra manera de salir de aquella–. ¿Qué opinas de las relaciones íntimas antes del matrimonio?


Pedro no dudó ni un segundo.


–Me parecen inmorales.


La respuesta la sorprendió.


–Vaya, nunca había conocido a un hombre de veintiocho años que fuera virgen.


Él frunció el ceño bruscamente.


–Yo no he dicho que sea…


Se quedó callado, consciente de que él mismo se había acorralado. La expresión de su rostro era digna de ver.


–Ya entiendo, lo que dices es que es inmoral que tu padre tenga relaciones íntimas antes de casarse, pero si lo haces tú, está bien. ¿No es eso?


–Mi padre pertenece a otra generación y piensa de un modo diferente.


–En eso tienes razón y esa es una de las raíces del problema.


–¿Qué quieres decir?


–Creo que dos personas deben saber si son compatibles sexualmente antes de casarse porque, admitámoslo, el sexo es un factor muy importante para que una relación dure. ¿No crees?


–Supongo que sí.


–¿Supones? Sé sincero. ¿Te casarías con una mujer con la que no te hubieras acostado?


Pedro titubeó solo un instante antes de responder.


–Probablemente no.


–Bueno, pues Gabriel es tan tradicional que ni siquiera quiere besarme hasta que no estemos prometidos oficialmente. Y no quiere ni oír hablar de sexo antes de casarnos.


–¿De verdad pretendes hacerme creer que mi padre y tú nunca habéis…? –parecía incapaz de decirlo, lo cual resultaba divertido.


–¿Tanto te sorprende? Tú mismo has dicho que es de otra generación. No se acostó con tu madre hasta la noche de bodas y ni siquiera entonces le resultó fácil, por lo que me ha dicho.


Pedro cerró los ojos con fuerza.


–Perdona. ¿Demasiada información?


–Sí.


–Ahora que lo pienso, no sé por qué te estoy contando todo esto, es evidente que no es asunto tuyo. Y nada de lo que diga va a hacer que cambies la opinión que tienes de mí.


–¿Entonces por qué me lo cuentas?


–Puede que sea porque llevo toda la vida aguantando que me juzguen injustamente y estoy harta. No debería importarme si te gusto o no, pero por algún motivo, me importa.


Pedro la miró como si no supiera qué pensar.


–No es que no me gustes.


–Pero no te fías de mí. Aunque supongo que es lógico porque yo tampoco me fío de ti.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 18

 


Al menos Pedro había podido disfrutar de su madre durante veintiocho años. Eso no hacía que la pérdida fuera menos dolorosa. Sabía que esas cosas sucedían a menudo, pero le pareció terriblemente injusto que perdiera a su madre a una edad tan temprana y por culpa de una enfermedad tan común y aparentemente leve.


–¿Y tú? –le preguntó ella–. ¿Dónde has vivido?


–He estado en muchos lugares –respondió Pedro–, pero nunca he vivido en otro sitio que no fuera el palacio.


–¿Nunca has querido independizarte? ¿Vivir por tu cuenta?


Lo había deseado más veces de las que podría recordar. La gente solía relacionar realeza con lujo y excesos, pero las responsabilidades que conllevaba pertenecer a la familia real podían llegar a ser asfixiantes. Antes de hacer nada o tomar cualquier decisión, siempre tenía que pensar en su título y considerar en qué modo podría afectar a su imagen.


–Mi lugar está junto a mi familia –respondió a Paula–. Es lo que se espera de mí.


Mia comenzó a mover los brazos para reclamar su atención, así que le hizo una caricia bajo la barbilla que la hizo reír.


–Si yo hubiese tenido que vivir con mi padre todos estos años, ahora llevaría camisa de fuerza –aseguró Paula con amargura.


–¿No os lleváis bien?


–Con mi padre solo hay una manera de hacer las cosas, la suya. Digamos que no aprueba algunas de las decisiones que he tomado.


–¿Puedo preguntarte cuáles?


Paula suspiró antes de responder.


–En realidad creo que ninguna. Resulta irónico; hay gente que me detesta porque cree que soy demasiado perfecta y sin embargo mi padre está convencido de que no hay una sola cosa que haya hecho bien.


–Seguro que se alegra de que vayas a casarte con un rey.


–Podría decirle que soy la nueva Madre Teresa y le encontraría algún inconveniente. De todas maneras, no se lo he dicho. La única persona que sabe dónde estoy es mi mejor amiga, Jessy.


–¿Y por qué lo mantienes en secreto?


–No quería decirle nada a nadie hasta estar segura de que realmente voy a casarme con Gabriel.




domingo, 18 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 17

 


Pedro había creído tener calada a Paula, pero después de pasar el día con ella en el pueblo, comenzaba a preguntarse si la idea que se había hecho de ella sería acertada.


El primer indicio había sido cuando había llegado a su puerta a las diez de la mañana exactas, dando por hecho que tendría por delante una espera de quince o veinte minutos mientras ella se terminaba de arreglar. Era una especie de juego que les gustaba a las mujeres pero Paula abrió la puerta vestida con unas discretas bermudas de algodón, un suéter sin mangas, unas cómodas sandalias y un sombrero de paja, lo que sin duda quería decir que estaba preparada para salir. Con la cámara de fotos colgada al cuello, la bolsa de bebé en un hombro y su hija apoyada en la cadera, parecía más una turista que una cazafortunas ansiosa por convertirse en reina.


Sus sospechas no hicieron sino crecer cuando vio el modo en que compraba, o más bien el modo en que no lo hacía. Con la intención de cuidar del rey, Tatiana había avisado a Pedro de que su padre había pedido una tarjeta de crédito para Paula con un límite completamente desorbitado. Pero después de haber estado por lo menos en una docena de tiendas de todo tipo, en las que la había visto admirar la ropa de diseño y mirar con verdadero deseo un modesto par de pendientes artesanos, solo había comprado una camiseta para su hija, una postal que quería enviarle a su mejor amiga de Los Ángeles y una novela romántica de bolsillo, un placer inconfesable, según le había explicado con una ligera sonrisa. Y todo ello lo había pagado en efectivo. La sorpresa había sido aún mayor cuando la había oído hablar con uno de los dependientes y había descubierto que hablaba su idioma con absoluta fluidez.


–No me habías dicho que hablaras varieano –le dijo al salir de la tienda.


–No me lo habías preguntado –respondió ella encogiéndose de hombros.


Tenía razón y eso le desconcertó un poco más, como el resto de cosas que estaba descubriendo de ella. Era una mujer de mundo con una amplia cultura, pero en sus ojos aparecía un deleite infantil y una enorme curiosidad cada vez que veía algo nuevo. Le hizo un millón de preguntas y su entusiasmo era tan contagioso, que incluso él empezó a ver el pueblo con otros ojos.


Era inteligente, aunque caprichosa y a veces incluso un poco voluble. Serena y elegante, pero al mismo tiempo encantadoramente torpe, pues de vez en cuando se chocaba contra el umbral de alguna puerta, con algún otro peatón o se tropezaba con sus propios pies. Pero en lugar de enfadarse, Paula se echaba a reír o pedía disculpas a quien fuera.


También tenía la interesante costumbre de decir exactamente lo que pensaba en el mismo momento en que lo pensaba, lo que hacía que a veces se pusiera en vergüenza a sí misma o otra persona.


Veinticuatro horas antes habría estado encantado de no tener que volver a verla, pero ahora, sentado frente a ella en una manta, a la sombra de un olivo junto al muelle, comiendo salchichas, queso y pan tostado, con Mia balanceándose a su lado, debía admitir que estaba experimentando una desconcertante combinación de perplejidad, desconfianza y fascinación.


–Deduzco que tenías hambre –comentó mientras la veía meterse en la boca el último trozo de queso.


–Tengo tendencia a la hipoglucemia, así que tengo que comer cinco o seis veces al día. Por suerte, tengo un metabolismo muy rápido que no me deja engordar. Un motivo más para que me odien las mujeres.


–¿Por qué habrían de odiarte?


–¿Estás de broma? ¿Una mujer con mi aspecto, que puede comer todo lo que quiera sin engordar ni un gramo? Hay gente que lo considera un delito imperdonable, como si yo pudiera controlar mi belleza o la gestión de las calorías que hace mi cuerpo. No sabes las veces que deseé ser más normal durante la adolescencia.


El hecho de que reconociera su propia belleza debería haberla hecho parecer arrogante, pero lo decía con tal desprecio, que sintió cierta lástima por ella.


–Yo pensaba que todas las mujeres deseaban ser guapas –dijo él.


–Y así es la mayoría de las veces, lo que no quieren es que otras mujeres lo sean también. No les gusta tener competencia. En el instituto yo era muy popular, así que no tenía amigos de verdad.


En su enésima caída, Mia acabó sobre la pierna de Pedro, levantó la mirada hacia él y sonrió, él no pudo evitar sonreír también. Tenía la sensación de que sería tan bella como su madre.


–Las chicas se sentían intimidadas por mí. Cuando por fin se daban cuenta de que no era ninguna esnob y empezaba a entablar relación con gente, llegaba el momento en el que mi padre volvía a trasladarnos y tenía que empezar de nuevo en otra escuela.


–¿Os mudabais a menudo?


–Por lo menos una vez al año. Mi padre es militar.


Le costaba creerlo. La había imaginado en un barrio residencial, con una madre guapa y superficial y un padre ejecutivo que la malcriaba. Parecía que se había equivocado en muchas cosas.


–¿En cuántos lugares has vivido? –le preguntó.


–En demasiados. Mi padre viajaba mucho. Vivimos en Alemania, Bulgaria, Israel, Japón e Italia y, dentro de Estados Unidos, en once bases de ocho estados diferentes. Todo eso antes de cumplir los diecisiete años. En el fondo creo que todos esos traslados no eran más que una manera de afrontar la muerte de mi madre.


Le sorprendió que también hubiera perdido a su madre.


–¿Cuándo murió?


–Cuando yo tenía cinco años. De una simple gripe.


La muerte de su madre, la injusticia que suponía, lo había dejado envuelto en una nube negra de la que sentía que nunca podría salir. Sin embargo Paula parecía tener siempre una actitud positiva.


–Solo tenía veintiséis años –siguió contándole.


–Era muy joven.


–Fue muy inesperado. Fue empeorando cada vez más y cuando fue al médico para que le dieran algún tratamiento, resultó que tenía neumonía. Mi padre estaba destinado en el Golfo Pérsico. Creo que nunca se ha perdonado el no haber estado con ella.