Cuando el matrimonio se alejó, la joven le reprochó a Pedro su comportamiento.
—Muy gracioso. Con que querida, ¿eh?
—Pensé que lo encontrarías divertido…
—Pues, me parece estúpido por tu parte. ¿Acaso quieres vengarte de mí por haberte traído a Montana?
—No, claro que no.
—Ah…
Alfonso sonrió y la atrajo hacia sí, sujetándola por el cuello de su chaqueta. Se había dado cuenta de que, cuando estaba confusa, Paula balbuceaba un Ah y se cerraba en banda.
—Pero ahora que lo dices… ¿Todavía quieres pegarme? —dijo Pedro, irónicamente.
—Más que nunca —contestó Paula, intentando zafarse de sus manos—. Has de saber, Pedro, que no estoy interesada en tener un romance de verano contigo. No tengo ganas de perder mi valioso tiempo. Y menos con un tipo como tú.
Alfonso suspiró. El problema que existía entre los dos, salía de nuevo a la luz…
Paula tenía raíces, y muy profundas. Estaba íntimamente ligada a aquella tierra y a su familia, mientras que él era un hombre mucho más independiente y poco amante de vínculos tan fuertes como aquellos. El hogar no le sugería nada que no fueran amargas peleas, falta de dinero y puntos de visa no compartidos.
¡En realidad, Paula y él eran tan opuestos!
Él quería vivir en Nueva York, y ganar mucho dinero en un breve plazo de tiempo. La futura ranchera prefería las vacas y el compromiso. El problema era que Pedro se sentía increíblemente atraído por ella y a Alfonso le daba la impresión de que aquella atracción era mutua.
—¿Pedro? —dijo Paula.
—Estaba pensando cómo podría yo, comprar el rancho. La verdad es que no sé nada de los precios que tienen las propiedades aquí en Montana. Pero lo que está claro es que con un sueldo de profesora, no podrías pagar la finca.
Paula elevó los hombros y sus ojos dejaron traslucir cierta inquietud.
—De momento trabajo como profesora para realizar el pago inicial. Y el resto lo pagaré mediante un plan conjunto entre mi abuelo y el banco. El hecho de tener un sueldo en el rancho me hace estar más cerca, en el caso de que el abuelo quiera jubilarse y poner en venta la propiedad.
—¿Y si no te vende el rancho? —preguntó el corredor de bolsa.
Paula torció la boca con cierto gesto de amargura.
—Aún sigue diciendo que preferiría vendérselo a un extraño. Pero yo confío en que cambie de opinión. No en vano, la tierra ha pertenecido a la familia desde hace cien años. Realmente, no quiero que se la quede un desconocido. Yo quiero vivir aquí con mis hijos y que ellos puedan heredarla algún día.
—Pero Paula, tienes que ser más sensata. No puedes jugártelo todo a la misma carta, porque si no consiguieses tus objetivos, se te rompería el corazón.