Paula hacía lo posible para regular el ritmo de su corazón, pero era difícil, teniendo a Pedro medio desnudo a su lado.
Había visto a varios hombres en tal estado, pero Alfonso le había alterado singularmente la respiración.
Si tuviese una lista como la de Pedro, uno de los requisitos sería: no demasiado sexy. No estaba interesada en un hombre que reuniese las características de las fantasías sexuales de cientos de mujeres. No quería estar excesivamente pendiente de la vida social de su pareja…
Aclarándose la voz, Paula contestó a Pedro:
—No quiero casarme con alguien que muera de hipertensión antes de cumplir los cincuenta, por haber intentado aumentar su patrimonio a toda costa.
—¿Qué tiene de malo querer ganar dinero? —quiso saber Alfonso.
—Nada. De hecho, estoy muy involucrada en cierto proyecto y me interesa mucho esa cuestión. Pero lo que no quiero es mantener relaciones sexuales por las noches con un talonario de cheques.
—¿Qué más requisitos aparecerían en tu lista?
—Algún día le compraré el rancho a mi abuelo. A mi marido le tendría que gustar la idea tanto como a mí.
—¿Ves cómo tú también tienes una lista, aunque no esté escrita? —dijo el joven triunfante, mirándola irónicamente.
—Te equivocas. Entre tus requisitos figuran aptitudes estúpidas como: buena anfitriona. Tu mujer ideal sería alta, delgada, rubia, reservada, elegante, sofisticada… es decir Gabriela .
—No me gusta Gabriela —dijo el joven con énfasis.
—Entonces, ¿por qué fuiste su acompañante en varias ocasiones?
—La acompañé, simplemente, en algunas recepciones de trabajo.
—¡Ah…!
—Créeme, nunca me casaría con alguien cuyo único objetivo en la vida fuese cazar a un marido. Si tengo una pareja, me gustaría que fuera divertida y agradable.
Estaba tan serio, que Paula tuvo que contar hasta diez para no dejarse atrapar por su encanto. Ella se dio cuenta una vez más, de que el joven no tenía la más mínima intención de casarse. Además, su propia falta de experiencia en la vida social, la hacía ser vulnerable. Si hubiese tenido más relaciones sentimentales. Pedro no le habría impresionado tanto. Por otra parte, ella sería muy exigente con un futuro marido: le tendría que gustar compartir su vida con ella, en su rancho.
Su rancho de Montana… ¡Como si fuese tan fácil comprarle el rancho a su abuelo, siendo una mujer! Todo el mundo la presionaba para que encontrase pareja. Incluso ella misma veía difícil casarse algún día, cuando estuviera al mando del Bar Nothing Ranch.
—¿Por qué estás tan seria? —preguntó Pedro con curiosidad.
—Mmm, por nada.
—Venga, cuéntame cosas del rancho de tu familia —dijo Alfonso, mientras ella comprobaba como el joven podía leerle el pensamiento.
—Es precioso. Mi madre es hija única, por lo tanto mi abuelo no tiene un heredero directo. Mis hermanos Camilo y Daniel no tienen mucho interés por la vida en el rancho. Lorena tampoco. Luego, quedo yo. Pero mi abuelo, que está chapado a la antigua, es muy reacio a dejarme la propiedad. Dice que el nuevo milenio le pilla muy viejo, para modernizar sus ideas.
—O sea, que sois Lorena, Camilo, Daniel y tú.
—Sí. Aunque mi madre quería un quinto hijo, después de que naciera Lorena, mi padre pensó que eran suficientes cuatro vástagos.
Pedro hizo una mueca de rechazo: para él un bebé ya era una molestia, o sea que cuatro hijos le parecían un exceso completo.
—¿Tu abuelo ha pensado en retirarse?
—Sí, de vez en cuando. Dice que le gustaría vender el rancho y marcharse con mi abuela a un lugar cálido, donde el invierno sea menos duro que en Montana.
—Claro… —dijo Alfonso mientras seguía curándole las heridas a Paula.
La joven no podía evitar sentir el agradable olor que emanaba de su atlético cuerpo. Tras unos instantes que a Paula le parecieron una eternidad, Pedro terminó con los primeros auxilios.
—¡Ya estás lista!
—Supongo que querrás que te devuelva la camisa —dijo la joven, aún dolorida por el batacazo.
—Si te digo que sí, ¿me vas a pegar?
—Evidentemente.
—Pues, entonces quédatela por el momento… —dijo Alfonso cubriendo cuidadosamente las curas de la espalda, con la prenda masculina.
De nuevo, la joven tuvo que hacer un esfuerzo, al sentir el suave encanto de Pedro.
Quizá fuese su propia naturaleza la que le advertía, que si quería tener hijos tendría que darse prisa en crear una familia. En efecto, los hombres podían ser padres a cualquier edad, pero eso no servía para las mujeres.
—No te preocupes por el aspirador. Contrataré a alguien que venga a ocuparse de la casa.
—No —dijo Paula, tercamente—. No voy a dejar que otra persona ocupe el lugar de mi hermana.
—¿Quién ha dicho que voy a prescindir de Lorena?
Paula se quedó pensando un rato y exclamó:
—Ya lo tengo. Si nos vamos a Montana los dos mataríamos dos pájaros de un tiro. Tú tendrías un lugar donde pasar las vacaciones, y no habría que preocuparse por tu casa. No descansarías en una exótica playa del Caribe, pero el rancho puede ser la mejor solución para eliminar el estrés. Además, está de moda pasar el tiempo libre ensuciándose con los caballos.
—No me importa mancharme, pero…
—Es la mejor solución. El abuelo estará encantado con un invitado más.