Aunque no estaba siendo fácil. Los clientes grandes de su anterior trabajo habían preferido quedarse con una empresa de prestigio. Y en los dos años que llevaba como empresaria, la fundación era la cuenta más importante que había conseguido. La gala sería muy importante, porque asistirían a ella políticos y personajes famosos.
–Parece que te ha ido bien –comentó Pedro.
–He trabajado mucho.
–¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo con la fundación?
–Desde febrero.
–¿Y eres amiga de Ana Rodríguez y Emma Alfonso?
–No, conocí a Ana porque organicé la boda de una amiga suya. Le impresionó mi trabajo y, al buscar a alguien para organizar la gala, pensó en mí. Y a Emma casi no la conozco.
–¿Y qué sabes de la fundación?
–A parte de lo que hacen por la comunidad y de la información que me han dado para la gala, no mucho. ¿Por qué me lo preguntas?
–Por curiosidad –le dijo él, llamando a Billie, que estaba atendiendo a otra mesa, con la mano–. ¿Y qué haces en tu tiempo libre?
–La verdad es que no tengo tiempo libre.
–¿Y qué haces en tus días libres?
–No tengo días libres.
Él arqueó las cejas.
–¿Me estás diciendo que trabajas siete días a la semana?
–Normalmente, sí –contestó Paula, levantando la copa y dándose cuenta de que la tenía completamente vacía.
–Todo el mundo necesita tomarse un día libre de vez en cuando.
–Me tomo algún día, pero mi negocio está en estos momentos en una etapa crucial. La gala de la fundación va a servir para darle un impulso a mi carrera, o para terminar con ella.
Eso pareció sorprenderle.
–¿Tan importante es?
–Sí. El prometido de Ana, Guido Miller, está implicado en la organización, así que asistirán personas muy importantes. Justo la clientela que necesito para que mi empresa crezca.
–No pensé que fuese tan importante –comentó Pedro, como si la idea lo pusiese nervioso.
–No te preocupes. Lo harás bien. Te prepararé tan bien que nadie se dará cuenta de que es la primera vez que hablas en público.
Billie apareció con otra copa de vino y otra cerveza.
–Gracias –le dijo Pedro.
–Habías dicho una copa –le recordó Paula, mirando la hora en el teléfono móvil.
–¿No estás disfrutando de mi compañía?
Sí que estaba disfrutando. Estaba disfrutando de lo lindo. De hecho, se sentía cómoda hablando con él.
Tal vez porque la escuchaba de verdad. Hasta le gustaba ponerse nerviosa cuando la miraba fijamente con sus ojos azules.
Sabía que aquello no estaba bien, pero todo el mundo tenía derecho a soñar. Podía imaginarse cómo sería estar cerca de él. Aunque eso no fuese a ocurrir.
Tenía un plan.
Su vida ya estaba organizada y no había lugar en ella para un hombre como Pedro.
Aunque estaba segura de que sería divertido estar con él una noche o dos, todo en su interior le decía que no era buena idea.
–Yo no he dicho eso –le respondió–. Es solo que tengo mucho trabajo.
–¿Y qué pasaría si no lo hicieses esta noche?
Paula se sorprendió.
–¿Qué quieres decir?
–¿Se vendría abajo tu negocio? ¿Se terminaría el mundo?
Aquello era ridículo.
–Por supuesto que no.
Pedro alargó la mano por encima de la mesa y tomó la de Paula mientras la miraba a los ojos.
Paula se sintió aturdida. ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no la hacía sentirse así?
Demasiado.
–No vuelvas al trabajo –le pidió Pedro, derritiéndola con la mirada–. Pasa el resto de la tarde conmigo.