miércoles, 13 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 35

 


A los pocos minutos de irse su hermano, Paula lo llamó al móvil.


–¿Crees que podrías llegar antes de que Matías se acueste este noche?


–Decididamente, lo intentaré –porque a pesar de que su equipo tenía vacaciones desde Nochebuena hasta Nochevieja, él había ido unas horas a trabajar a la oficina.


–Comunícame cuándo crees que podrás llegar. Si es necesario, puedo mantener a Matías levantado un rato más.


–Lo haré. A propósito, hoy he recibido tu regalo de Navidad.


–Qué coincidencia –comentó con tono risueño–, porque yo también recibí el tuyo. Y si encima me has comprado lo mismo que yo a ti, tendré que reconsiderar seriamente nuestra relación.


–En ese caso, no tienes que preocuparte. Y he de decirte que también le compré algunas cosas a Matias. Las entregarán en Nochebuena.


–Casi olvido preguntártelo, ¿a qué hora crees que terminarás en la casa de tu madre en Navidad? Estaba pensando que luego podríamos quedar en mi casa.


–No veré a mi madre en Navidad.


–¿Por qué no? Creía que tu hermano y tú cenaríais con ella.


–Cambio de planes por parte de ella. Mi madre es así.


–Lo siento. Entonces, ¿cuáles son tus planes?


–En realidad, aún no he hecho ninguno. Julián no me preguntó qué iba a hacer, así que doy por hecho que él ya tiene otro plan. Probablemente me quede en mi piso hasta que tú llegues de la casa de tu padre. ¿Cuándo sueles irte?


–Tan pronto como puedo. Por lo general somos nosotros dos y es muy… incómodo. Aunque al ser la primera Navidad de Matías, esperará que nos quedemos más tiempo.


–¿Qué crees que va a sentir cuando se entere de lo nuestro?


–Para serte sincera, ya no me importa. El juego me ha cansado. De no ser por Matías, probablemente pasaría la Navidad en casa contigo. Junto a la chimenea y en pijama.


–Planearemos eso para el año próximo –prometió él, dándose cuenta de que esperaba con ansia que hubiera un año próximo para ellos. Y otro y otro.


En ese momento Adrián asomó la cabeza por la puerta de su despacho.


–Lamento interrumpir. ¿Podría mantener unas palabras contigo?


–Para el jefe, siempre –le indicó que pasara y notó que cerraba la puerta a su espalda.


–Señorita Maxwell, ¿puedo llamarla luego? –supo que Paula reconocería la presencia de alguien importante en su despacho.


–Claro. Luego hablamos.


Cerró el teléfono móvil y se dirigió a Adrian.


–¿Qué sucede?


–Me preguntaba si habías tenido la oportunidad de hablar con tu hermano. Los descubrimientos financieros sospechosos.


–Lo siento, pero no –últimamente había estado demasiado concentrado en su vida como para pensar mucho en eso–. Como dije el otro día, Julián y yo no hablamos. Se suponía que iba a cenar con él el día de Navidad, y mi idea era tratar de averiguar algo allí, pero los planes se vinieron abajo. Como note que empiezo a meter las narices en sus finanzas personales, despertará sus sospechas.


–Lo entiendo. Quería preguntártelo de todos modos, por las dudas. Me parece que vamos a tener que sustituir a su secretaria por una operaria de la agencia. A él se le informará que nos la envió nuestra empresa de empleo temporal.


–Creo que esa será le mejor manera de conseguir la información que necesitamos. Aunque para que quede constancia de ello, sigo creyendo que es inocente.


–Espero que así sea –Adrian se volvió para marcharse, pero se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y giró otra vez–. ¿Todo va bien contigo?


–Por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?


–Últimamente se te ve un poco… distraído. Aparte de que te has tomado más tiempo libre que de costumbre.


–¿Tienes alguna queja con el desempeño de mis funciones?


–No, en absoluto. Y por si te preocupa, no se trata de nada que vaya a tener un impacto negativo cuando se analice tu posición para presidente ejecutivo. Te considero un amigo y estaba preocupado.


Aunque Adrian no lo dijo abiertamente, Pedro supo que quería una especie de explicación. Sabía que a la inversa, a él le pasaría lo mismo.


–La verdad es que he estado saliendo con alguien –le informó a Adrian–. Es bastante informal en este punto, pero existen posibilidades reales.


–Me gustaría conocerla. ¿La traerás a la boda de Emilio?


–Por desgracia, no creo que esté disponible –aunque no era justo para ninguno, no podía llevarla.


–Primero me casé yo, ahora el que toma los votos es Emilio –sonrió–. Quizá el próximo seas tú.


–Sí, pero no nos precipitemos.


–Sentar cabeza, tener una familia, no es algo tan negativo, Pedro –comentó antes de marcharse.


Quería poder alardear sobre su hijo, mostrar fotos en la oficina y a sus amigos.


Pero Paula y él tendrían que esperar solo unos meses para ser libres.



AVENTURA: CAPITULO 34

 

El lunes por la mañana se hallaba en su despacho conectado a Internet en busca de ideas cuando llamó su madre.


–Un amigo me ha invitado a un crucero, así que no podré pasar la Navidad contigo y con tu hermano –le dijo sin mostrarse en absoluto arrepentida.


Pedro estaba seguro de que su amigo sería significativamente mayor y muy rico.


–Bueno, pues que te lo pases bien –repuso, preguntándose si había captado el alivio en su voz.


Antes de colgar, ella le deseo una feliz Navidad. Su madre, la reina de hielo. Pero aunque solo sirviera para eso, la llamada lo ayudó para darle una excelente idea para el regalo.


A la primera búsqueda, encontró exactamente lo que buscaba en Internet. ¡Era perfecto!


Concluyó los arreglos, imprimió el correo electrónico de confirmación y borró el historial de su buscador cinco minutos antes de una reunión programada con varios miembros de su equipo en la cafetería del hall de entrada.


La reunión duró todo el almuerzo y cuando estaba a punto de subir a su despacho, su secretaria lo llamó para decirle que lo esperaba su hermano.


–Ya estoy subiendo.


–Le diré que espere.


Subió hasta la última planta sintiéndose orgulloso consigo mismo por lo que consideraba el regalo ideal para Paula. Algo que ella no esperaría ni en un millón de años. Iba por el vestíbulo de su planta cuando se dio cuenta de que había olvidado el correo de confirmación en su mesa. No llevaba impreso los nombres de los pasajeros, solo el itinerario, pero solo eso sería sospechoso. Quizá tuviera suerte y Julian no mirara nada que hubiera sobre su mesa, aunque sabía que la posibilidad era remota.


Al pasar saludó a su secretaria con un gesto de la cabeza y entró en el despacho. Julian se hallaba de pie junto a la ventana. Se volvió al oír a su hermano.


–¿Cómo estás? –saludó Pedro, yendo hacia su mesa.


El correo seguía donde lo había dejado, junto a su ordenador portátil. Depositó la carpeta que llevaba encima de él y se sentó.


–Supongo que te llamó –dijo Julián.


–Supongo que hay un Papá Noel y este año me ha regalado exactamente lo que quería.


–¿Te dijo quién era su nuevo «amigo»?


–No, y yo no se lo pregunté.


–Es un barón que conoció en su último viaje a Europa. Veinte años mayor que ella. Rico desde tiempos inmemoriales.


–Vaya sorpresa.


–Supongo que no has hablado con papá.


Miró a su hermano. Desde luego que no, y por su vida que aún no sabía por qué Julián lo hacía.


–Vuelve a casarse.


–¿Cuántas veces lleva con esta?


–Cinco. Es una auxiliar de vuelo de veintiocho años. La conoció en un viaje de negocios a Nueva York. Piensa venirse aquí desde Seattle para vivir con él.


–Les doy seis meses.


–Sé que no lo quieres creer, pero se ha suavizado mucho desde que éramos críos. Cada vez que hablo con él pregunta por ti. Sé que le gustaría tener noticias tuyas.


–Eso no va a suceder.


–Cielos, Pedro, a veces creo que eres más obstinado que él –comenzó a dirigirse hacia la salida, pero se detuvo y se volvió–. A propósito, tengo que preguntártelo, ¿qué hace un hombre soltero comprando un crucero a Disneylandia para tres?


Pedro maldijo para sus adentros, aunque por fuera permaneció impasible.


–No es que sea asunto tuyo, pero no he reservado el viaje para mí. Lo hice para un amigo. Le preocupaba que su mujer lo descubriera y quería que fuera una sorpresa para Navidad.


Fue la mejor excusa que se le ocurrió.


Julian se encogió de hombros.


–Será mejor que vuelva al trabajo.


Pedro esperó haber evitado la tragedia.




AVENTURA: CAPITULO 33

 


Se volvió y lo vio. Tumbado boca arriba, los ojos aún cerrados, el torso desnudo y hermoso. La excitación, el júbilo y la esperanza borbotearon en su interior. En todo el tiempo que llevaban viéndose, ni una sola vez se había quedado a pasar la noche. Aunque se quedaran haciendo el amor hasta las cuatro de la mañana, él siempre se iba a su casa. De modo que eso solo podía significar una cosa. La noche anterior él había hablado en serio. Quería hacer que eso funcionara.


Pedro abrió los ojos y la miró.


–Como se te ha olvidado poner el despertador para ir a desayunar a la casa de tu padre, ¿por qué no nos vamos Matias, tú y yo a desayunar a alguna parte?


Era evidente que acababa de escuchar la conversación desagradable que había mantenido con su padre al respecto.


–¿Te parece una buena idea? ¿Y si alguien nos ve juntos?


–Hay una cafetería a la que voy que está próxima a la universidad. Es muy improbable que nos encontremos allí con alguien.


–De acuerdo. Suena divertido.


–¿A qué hora suele levantarse Matias?


–Lo hará de un momento a otro.


Aunque el día anterior debería haber dedicado algunas horas de trabajo en la oficina, Pedro terminó pasando todo el día con Paula y Matías. Primero fueron a desayunar, donde nadie los reconoció, luego hicieron unas compras de último minuto para el pequeño. Como la temperatura era agradable, llevaron un rato a Matías al parque. Luego, de camino a la casa de ella, compraron comida tailandesa y cenaron, y aunque vio que Paula quería que volviera a pasar la noche con ella, tenía que estar en el trabajo a primera hora de la mañana.


Se marchó después de que Matías se acostara y al entrar en su piso, le pareció menos hogar que nunca. Si las cosas con Paula y Matías salían como él esperaba, tendrían que pensar en trasladarse a una casa juntos. Una que tuviera preferiblemente un patio enorme donde Matías pudiera jugar, situada en un vecindario familiar y amigable, con abundantes parques.


Pasó el resto de la tarde comprando más juguetes que los que probablemente Matias tendría tiempo de usar alguna vez y asegurándose de que serían entregados para las fiestas. La Navidad ya la tenía comprometida para pasarla con su madre y Julián, pero planeaba estar en la casa de Paula la Nochebuena, después de la fiesta en la oficina, y la mañana de Navidad, cuando Matías abriera sus regalos. Sin embargo, tenía un ligero problema, no sabía qué comprarle a Paula. No le gustaban las joyas, aparte de que eso parecía demasiado… impersonal. ¿Qué podía regalarle un hombre a una mujer que disponía de los medios para comprarse cualquier cosa que alguna vez pudiera necesitar o desear?




martes, 12 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 32

 


Abrió y entró, sorprendida de que todas las luces estuvieran apagadas. Por el resplandor de la chimenea, pudo distinguir la forma de Pedro en el sofá. Había parecido extenuado al llegar. Debía de haberse quedado dormido.


Como se tambaleaba con los tacones altos, se quitó las botas y cruzó la habitación para no despertarlo. Pero al acercarse, vio que Matías estaba acurrucado contra su pecho, con la cabeza bajo su barbilla y profundamente dormido.


Unas lágrimas súbitas afloraron a sus ojos y un nudo le atenazó la garganta.


Era, de lejos, lo más dulce que había visto en su vida.


Se sentó en el borde del sofá, y acarició la mejilla suave de su hijo. Estaba frío, igual que Pedro. Le frotó el brazo para despertarlo.


Él abrió los ojos y la miró somnoliento.


–¿Qué hora es?


–Poco más de medianoche. Doy por hecho que Matias no podía dormir.


Pedro acarició la espalda del pequeño.


–Se despertó a eso de las diez –musitó–. Creo que lo inquietaba que tú no estuvieras aquí. No volvió a dormirse, así que me lo traje otra vez aquí conmigo.Supongo que los dos nos quedamos dormidos.


–Espero que no te haya planteado muchos problemas.


–En absoluto. ¿Te lo has pasado bien?


–Sí, ha sido estupendo –mintió–. Siempre es agradable pasar una noche con las chicas.


–Supongo que debería llevarlo a la cama.


Paula se puso de pie y los siguió a la habitación de Matías. Lo observó acostarlo sin que Matías moviera siquiera una pestaña. Ella lo arropó y le apartó el pelo de la frente.


–Buenas noches, cariño. Que tengas felices sueños.


Cerraron la puerta y regresaron al salón.


–Gracias por cuidar de él.


–No ha sido ningún problema. Nos divertimos –miró su reloj de pulsera–. Debería irme a casa. Tienes que madrugar.


Tuvo ganas de invitarlo a quedarse. Ofrecerle una copa, quizá arrojarse a sus brazos y suplicarle que le hiciera el amor.


Mayor razón para dejar que se marchara.


Fueron al recibidor.


–Quizá podría venir mañana por la tarde para ver a Matías –dijo Pedro–. Podríamos cenar juntos.


Verlo dos días seguidos era una mala idea, pero se oyó responder:

–Claro. Llegaremos de la casa de mi padre a eso de la una.


–Te llamaré entonces –se puso el abrigo, dio media vuelta y con la mano en el pomo, se detuvo. Dejó caer la mano y giró hacia ella–. No quiero irme.


Debía decirle que tenía que hacerlo. No podía tentar al destino.


–Iba a prepararme una taza de té –explicó a cambio–. ¿Te apetece una?


–Me encantaría.


–¿Qué habéis hecho Beatriz y tú esta noche? –preguntó.


–Fuimos con un par de amigas a un local que está de moda en la parte baja de la ciudad.


–¿Y qué tal?


–Tenían un DJ decente y las copas no estaban aguadas.


–Pero, ¿os lo pasasteis bien?


–Fue… divertido.


La tetera comenzó a hervir.


–¿Con qué quieres el té?


–Azúcar –quizá había conocido a alguien, pensó. O lo más probable era que estuviera dejando volar su imaginación. No había visto atisbo alguno de un hombre en la vida de Paula… aparte de Matías. ¿Vas a menudo a bares? –preguntó sin quererlo.


Puso la taza, el azucarero y una cuchara ante él sobre la encimera.


–Últimamente, no, pero estoy pensando que es hora de volver al juego.


–¿Qué juego?


–El de las citas.


¿Le estaba diciendo que se largara o quería ponerlo celoso? ¿O llevaba eso de la amistad demasiado lejos, confiándole cosas que él no quería oír?


–¿Crees que ir a bares es un buen sitio para conocer hombres?


Ella se encogió de hombros y respondió:

–Supongo que no. A ti te conocí en un lugar de esos y mira lo que me dejó.


No cabía duda de que sabía dar golpes bajos.


–Aunque pudiera no cambiaría nada –añadió Paula–. Matías es lo mejor que jamás me ha pasado.


–Es a mí a quien te gustaría eliminar de la ecuación –dijo él.


–No me refería a eso. La cuestión es que los hombres no van a los bares en busca de relaciones largas y monógamas. Lo único que tengo que hacer es mencionar que tengo un hijo para que huyan despavoridos. Luego están los hombres que fingirían que son los mejores amigos de Matias con tal de tener acceso a mi fideicomiso. Cuesta saber en quién confiar.


–Hasta que Matías se hiciera un poco mayor, quizá sería mejor que solo te concentraras en cuidarlo.


Ella rio, pero fue un sonido amargo y frío.


–Para ti es muy fácil decirlo.


–¿Cómo lo sabes? ¿Por qué das por hecho que para mí sería más fácil?


Era evidente que había tocado un punto delicado. Ella lo miró furiosa.


–Tú puedes hacer lo que quieras, cuando quieras y estar con quien te apetezca. Con un bebé al que cuidar las veinticuatro horas de los siete días de la semana, yo no dispongo de ese lujo.


Él se acercó un paso.


–Para que quede constancia, solo hay una mujer con la que quiero estar. Pero ella cree que sería demasiado complicado.


–Por favor, no digas cosas así –se volvió hacia la oscuridad de la ventana.


Se situó detrás de ella y sintió que los hombros se le tensaban al apoyar las manos sobre ellos.


–¿Por qué no?


–Porque sabes que no puedo.


Bajó las manos por sus brazos y luego las volvió a subir.


–¿Ya no me deseas?


Sabía que sí, pero quería oírselo decir. Quizá… quizá en ese momento las cosas podían ser diferentes. Tal vez realmente había cambiado.


–Te deseo –susurró ella– Demasiado. Pero sé que volverás a hacerme daño.


–Al fin estás dispuesta a reconocer que te hice daño. Es un comienzo.


–Creo que deberías marcharte.


–No quiero hacerlo –le apartó el cabello y le besó el cuello. Ella gimió suavemente y moldeó el cuerpo contra el suyo.


–No puedo dormir contigo, Pedro.


Le apartó el jersey y le dio un beso en el hombro.


Sintió que se derretía, que cedía.


–¿Quién ha mencionado algo sobre dormir?


–Por favor, no hagas esto.


–¿Y si las cosas pudieran ser diferentes esta vez?


La hizo girar hacia él.


–Quiero estar contigo, Paula. Contigo y con Matías.


–¿Y qué me dices de tu trabajo? De tu carrera.


–Durante un tiempo deberíamos mantener nuestra relación en secreto. Al menos hasta que me ofrezcan el puesto de presidente ejecutivo. Una vez que esté bajo contrato, les costará mucho deshacerse de mí. Además, no tardarán en darse cuenta de que en lo referente al trabajo, mi lealtad es para ellos.


–¿Cuándo?


–Adrian va a dimitir a principios de primavera. Doy por hecho que el nuevo presidente ejecutivo se anunciará con un mes de antelación.


–¿O sea que estamos hablando de tres o cuatro meses de movernos a hurtadillas?


–En el peor de los casos, sí. Pero podría ser antes –le acarició la mejilla–. Pasado eso, me importa un bledo quién lo sepa. Creo que al menos le debemos a Matías intentarlo, Paula. ¿No estás de acuerdo?


–Imagino que si lo hacemos por Matías… –le rodeó el cuello con los brazos–. Siempre que prometas no volver a hacerme daño.


–Lo prometo –y era una promesa que pensaba cumplir. Mientras la besaba, la alzó en vilo y la llevó al dormitorio.




AVENTURA: CAPITULO 31

 


A pesar de la música, el baile, los deliciosos margaritas, por no mencionar a los hombres que la habían invitado a bailar, no dio la impresión de poder relajarse.


–Supongo que lo de esta noche no fue una idea tan buena –dijo Beatriz de camino a casa.


Su prima sonaba tan decepcionada, que a Paula la invadió la culpa.


–Lo siento. Supongo que echo de menos a Matias.


–Desde que tuviste a Matias hemos salido muchas veces, y echarlo de menos jamás te impidió pasarlo bien –la miró–. Creo que tiene que ver más con el canguro de Matías.


–Me acosté con Pedro –ni siquiera había tenido intención de contárselo. Simplemente, lo soltó.


Beatriz hizo una mueca.


–De acuerdo. Supongo que lo vi venir.


–No se repetirá.


–Claro que no –su prima la miró.


–Lo digo en serio. Los dos acordamos que era algo que debíamos quitarnos de encima, y ahora se ha acabado.


–Es lo más idiota que he oído. ¿Quitártelo de encima? ¿Con sexo? Si tú lo amas. Acostarte con él solo hará que lo desees más –al llegar a la puerta de la casa de ella, recogió el bolso que se había caído al suelo y se lo dio junto con un beso en la mejilla–. Te quiero. Hablaremos por la mañana.


Con cierta inseguridad, se dirigió hacia la entrada de su casa. Esa noche solo había bebido tres margaritas y apenas era capaz de caminar en línea recta. Qué poco aguante había demostrado tener… en nada parecido a sus buenos tiempos.




AVENTURA: CAPITULO 30

 


Solo después de colgar y comprobar su agenda para la próxima reunión, comprendió el error que acababa de cometer. El sábado por la noche se suponía que debía asistir a una fiesta que daban Adrián y Katy. Había quedado tan encantado por la idea de pasar tiempo con su hijo, que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la idea de poder tener otro compromiso.


Emilio y su novia estarían allí, y conocía lo bastante bien a su hermano como para saber que jamás perdería la oportunidad de ganar puntos a su favor. Haciendo que él quedara como el raro. Podía volver a llamar a Paula y decirle que le sería imposible ocuparse de Matías, pero algo le dijo que eso no saldría bien.


Sabía que ser padre requeriría sacrificios. Además, Adrián le había asegurado que no pasaba nada si no iba, que era muy precipitado.


Solo esperó que lo creyera de verdad. Estaba demasiado cerca de conseguir todo lo que quería como para tirarlo por la borda.


A pesar de que Paula no había parado de repetirse de que todo iría bien, cuando sonó el timbre se levantó del sofá como impelida por un resorte. «Cielos, relájate». Se obligó a ir despacio hacia la puerta. No salía mucho, así que se había tomado su tiempo en arreglarse.


Con un nudo en la garganta, abrió. Pedro se hallaba en el porche, con un aspecto condenadamente sexy. Por lo general, cuando iba a ver a Matías vestía de manera informal, pero en ese momento aún llevaba puesto el traje.


La estudió, asimilando el ceñido jersey negro de cachemira, las mallas y las botas de tacón alto.


–Estás estupenda –alabó con sinceridad.


–Gracias –dijo, retrocediendo para que él pudiera entrar del frío. Una vez dentro, se dio cuenta del aspecto cansado que mostraba, como si llevara despierto varios días seguidos.


–Lamento llegar tarde –se disculpó él–. La reunión se prolongó demasiado. Ni siquiera he tenido tiempo de ir a casa a cambiarme.


–Pareces exhausto.


Pedro se quitó el abrigo.


–Ha sido una semana larga. Vamos a iniciar la producción de una nueva campaña publicitaria. Y todo lo que podía salir mal ha salido mal. Por suerte vamos a cerrar para las fiestas. Necesito un descanso.


Desde el otro lado del salón Matias lanzó un grito y se puso a saltar entusiasmado al ver a Pedro.


–Hola –Pedro cruzó el salón para ir a saludarlo, y lo alzó, abrazándolo–. Te he echado de menos.


Paula sintió que se le derretía el corazón.


–Hoy ha dormido más tiempo, así que podrá quedarse un rato más despierto. Solo asegúrate de que esté en la cama a las nueve. Tenemos que levantarnos temprano para ir a desayunar a la casa de mi padre.


–¿Lo hacéis a menudo?


–Un par de veces al mes. Mi padre está ocupado la mayor parte del tiempo, pero le gusta ver a su nieto.


–Y a ti, no me cabe ninguna duda.


–No, casi todo se centra en Matías. Mi padre y yo apenas nos hablamos. A menos que esté dándome un discurso sobre cómo educar a Matías, no tiene más que decir. Pero es una conversación unilateral.


–Se parece a mi madre –comentó Pedro–. Le encanta oírse hablar. ¿Tu padre está soltero? Quizá deberíamos presentarlos.


–¿Para que puedas ser mi hermanastro? Sería divertido explicarle eso a Matias.


–Es verdad –rio y señaló el árbol de Navidad–. Ha quedado bonito.


–Beatriz llegará pronto. ¿Por qué no te muestro dónde está todo para no tener que hacerla esperar? –aunque la idea de quedarse en casa con ellos ya le resultaba más atractiva.


Después de mostrarle dónde estaban los pañales limpios, las toallitas y los pijamas en caso de que el pequeño ensuciara los que llevaba, agregó:

–Te he dejado instrucciones en la cocina de cómo preparar un biberón, pero ya me has visto hacerlo –le dijo–. Tienes el número de mi móvil, así que no dudes en llamar si necesitas algo.


–Seguro que me arreglaré.


Se puso el abrigo y recogió el bolso de la mesa del recibidor. Pensó en darle un beso a Matías, pero con Pedro sosteniéndolo en brazos, podría resultar un poco incómodo. Le sopló un beso y dijo:

–Adiós, cariño, te quiero.


–Diviértete –comentó Pedro.


–Tú también –cruzó la puerta en dirección al coche de Beatriz.





lunes, 11 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 29

 


Aunque al regresar a su despacho, se preguntó si el hecho de que investigaran a Julián significaba que también hacían lo mismo con él. Pero no veía el motivo. Podía contar con los dedos de una mano las veces que había estado en la refinería. Sin embargo, como saliera a la luz la relación que tenía con Paula y Matías, no solo podría socavar sus posibilidades para llegar a ser presidente ejecutivo, sino que también lo colocaría en una posición dudosa.


Si pudiera ocultar a Paula solo unos meses más, hasta que hubiera tenido tiempo de considerar de verdad lo que hacía, al menos hasta que se hubiera tomado la decisión de la sucesión…


Al volver a su despacho vio que en el teléfono móvil que había dejado sobre la mesa tenía dos llamadas perdidas. Una de un número que no reconocía y otra de Paula. Sin mensajes.


Marcó el número de ella y contestó a la segunda llamada. De fondo podía oír los balbuceos felices de Matías. En apenas una semana el pequeñajo se había ganado el camino hacia su corazón.


–¿Has llamado? –le preguntó a Paula.


–Sí. Lamento molestarte mientras trabajas, pero había algo que quería preguntarte. ¿Tienes un minuto?


–Claro.


–Se puede decir que necesito un favor, pero quiero dejarte bien claro que nada te obliga a hacérmelo. No se lo puedo pedir a Juana. Pensé que tal vez querrías hacerlo tú a cambio.


–¿Hacer qué?


–Cuidar de Matías el sábado por la noche. Me han invitado para una noche de chicas con Beatriz y algunas amigas.


–¿Te refieres a estar él y yo solos?


–Sí. Yo no me marcharé hasta las siete y media y él se acuesta a las ocho y media, de modo que estará dormido casi todo el tiempo.


El hecho de que le confiara a Matías lo dejó sin habla unos momentos.


–Si no quieres… –agregó ella.


–No es que no quiera. Es que… estoy un poco sorprendido de que me lo pidas, teniendo en cuenta mi amplio desconocimiento de los niños.


–Bueno, Matias te adora y tú ya conoces su rutina. Además, es fácil de llevar. No puedo imaginar que te dé algún problema. Y si decides formar parte permanente de su vida, no puedes estar de visita para siempre. Tendrás que acostumbrarte a estar a solas con él. A veces por la noche.


La idea lo fascinaba y al mismo tiempo lo aterraba. No eran cosas que hubiera tomado en consideración.


–Me gustaría hacerlo –dijo al final, y a pesar de todas sus dudas, era verdad.


–¡Estupendo! ¿Puedes pasar por mi casa a las siete y media? Eso me dará tiempo de mostrarte dónde está todo antes de que Beatriz pase a recogerme.


–Sí.


–No sé lo que haréis esta noche, pero Matías y yo íbamos a decorar el árbol a eso de las siete.


Con una cena programada con su equipo de trabajo para las seis y media era imposible que pudiera terminar antes de las ocho. De modo que tal vez solo lo viera diez minutos antes de que se fuera a acostar. Lo que significaba que iría a verla a ella, no a Matías, lo que no creía que fuera una buena idea después de lo sucedido la noche anterior.


–Hoy me es imposible ayudaros con el árbol, pero tal vez pueda pasarme mañana al mediodía.


–Claro. Sería estupendo. A propósito, ¿has recibido alguna carta de Leo y Beatriz ya?


Echó un vistazo al correo del día y vio un sobre con el remitente de Leo y Beatriz. Lo abrió, pero no se trataba de una tarjeta. Era una invitación para su fiesta anual de Fin de Año. Pedro iba cada año, salvo el anterior, y solo porque supuso que se toparía con Paula. Sabía que estaba embarazada, y la idea de verla preñada con el bebé de otro hombre…


De haber sabido que era su hijo, quizá hubiera actuado de otra manera.


–Doy por hecho que tú también has recibido una invitación –comentó.


–Sí. Me preguntaba si pensabas ir.


–No podemos eliminar nuestra vida social solo por el hecho de que nos vamos a encontrar el uno con el otro. No es justo para ninguno de los dos.


–Supongo que no. Entonces, ¿vas a ir?


–Sí, iré –aunque solo fuera para probar que eso que había entre ellos no tenía por qué ser nada del otro mundo.


–Entonces, yo también –confirmó ella.