Paula Chaves había vuelto.
Intentando contener la sorpresa que casi lo había dejado paralizado, Pedro Alfonso se dirigió hacia la mujer que lo había traicionado.
Sus empleados no le habían mentido. La verdad era que su antigua amante estaba en su playa, en su isla, admirando uno de sus yates. Y Pedro pensaba averiguar por qué había decidido volver.
—¿Qué haces aquí? —le espetó—. No esperaba volver a verte nunca. Especialmente aquí, en Strathmos.
Ella se volvió, sorprendida. Era la primera semana de noviembre y los días en la isla de Strathmos empezaban a ser fríos. Afortunadamente, el viento lanzó la melena roja sobre su cara, escondiendo su expresión por un momento. Cuando por fin lo apartó, Paula había conseguido recuperar la calma.
—Pedro —murmuró, clavando en él sus ojos pardos—. ¿Cómo estás?
—Olvídate de las formalidades. No puedo creer que hayas venido —Pedro apretó los labios—. No pude creerlo cuando me dijeron que estabas actuando en el teatro Electra.
Ella se encogió de hombros.
—Soy libre y puedo trabajar donde me parezca.
—En cualquier sitio salvo en Strathmos. Éste es mi mundo y se mueve según mis reglas.
La isla era más que su mundo; era su hogar. El mismo había creado aquel paraíso. Pero cuando volvió, después de un mes haciendo negocios por toda Europa, descubrió que Paula llevaba una semana allí.
—¿De verdad quieres que te demande por romper el contrato sin que exista una causa justa?
Pedro apretó los dientes. Él era famoso por ser un empresario justo y no le apetecía nada tener que enfrentarse con ella en los tribunales. Frustrado, miró aquel rostro que se había vuelto aún más hermoso en los tres años de separación. Tenía un aspecto diferente. El pelo más largo, los ojos más brillantes y la boca… esos labios generosos lo habían tentado más de lo que podría explicar. Pedro apartó los ojos de su boca y la miró de arriba abajo.
—Ser cantante es mejor que ser bailarina exótica.
—Han pasado tres años. Las cosas cambian.
—Yo no he cambiado —señaló él.
—No, tú no has cambiado nada —asintió Paula.
—¿Y qué es lo que quieres, una segunda oportunidad?
Ella soltó una carcajada.
—¿Una segunda oportunidad? Debes de estar loco.
Pedro arrugó el ceño. No le gustaba nada aquella nueva Paula.
—¿Por qué estás aquí?
—He venido a trabajar, ya te lo he dicho. Tú… o más bien tus validos me dieron el trabajo. Y el dinero que me ofrecieron era demasiado tentador como para decir que no.
—Ah, dinero.
—Sí, dinero. Tú heredaste un imperio de hoteles en las islas griegas antes de cumplir los veintiún años, pero eso no te da derecho a mirar a nadie por encima del hombro. Yo necesito dinero para vivir.
—He trabajado mucho para convertir unos hoteles familiares en una cadena hotelera de cinco estrellas. Y, que yo sepa, tú nunca pusiste objeción alguna al dinero que eso te proporcionaba.
—Si lo que dicen en las revistas es verdad, ahora estás tan alejado de los simples mortales como yo, los que tenemos que trabajar para ganarnos la vida, que podrías vivir en el monte Olimpo.
—No deberías creer lo que dicen las revistas —replicó él, pensando en los cotilleos que habían publicado sobre su ruptura con Melina.
—¿No? —Paula levantó una ceja—. Entonces, ¿no eres el playboy del que hablan continuamente? ¿No sales con una modelo diferente cada semana?
—Salir en las revistas favorece tanto a esas mujeres como a mí.
—Entonces, ¿es sólo una cuestión de Relaciones Publicas? ¿Para crear la ilusión de cómo viven los ricos y famosos? ¿Es eso?
—¿Por qué estás tan interesada… a menos que quieras otra oportunidad para meterte en mi cama?
Ella hizo una mueca.
—No tengo la menor intención.
—¿No te han dicho que debes ser amable con el jefe? —sonrió Pedro—. Hace tres años no te habrías atrevido a hablarme como lo haces ahora.
—Hace tres años era una cría —replicó ella. Se había movido y, al hacerlo, la camiseta ajustada que llevaba se levantó un poco, mostrando un estómago plano y bronceado. Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada.
—Pero no niegas que estás interesada…
Paula miró su reloj.
—No puedo negar que eres un hombre fascinante.
Pedro soltó una carcajada.
—No me deseas… pero admites que soy fascinante. ¿Qué mensaje estás intentando enviar?
Paula, por un momento, no supo qué decir. Y Pedro se dio cuenta de que se le había puesto la piel de gallina.
—¿Tienes frío?
—No —contestó ella.
Él tocó su brazo con un dedo.
—Si no tienes frío, ¿qué es esto?
Paula apartó el brazo a toda prisa, y Pedro la miró a los ojos. ¿Qué había en ellos? Sorpresa y algo más… ¿miedo?
—Perdona, pero tengo que irme. Quizá te apetezca ir a ver el espectáculo —replicó ella, dándose la vuelta.
Pero Pedro la tomó del brazo, obligándola a mirarlo. Y aquella vez comprobó que era miedo lo que había en sus ojos. Miedo. Un miedo poderoso y abrumador.
¿Por qué estaba allí? Había dicho que necesitaba el dinero. ¿Era ésa la única razón? ¿O, a pesar de su negativa, querría retomar la relación que habían roto tres años antes?
—Suéltame —dijo Paula, mirando los dedos que sujetaban su brazo.
Pedro apartó la mano.
—Muy bien, como quieras.
—Supongo que debería decir «encantada de verte» —murmuró ella, inclinándose para tomar las sandalias que había dejado sobre la arena.
—Pero estarías mintiendo.
—Yo no he dicho eso. No pongas palabras en mi boca.
Su boca. Pedro miró sus labios y sintió una inesperada punzada de deseo. ¿Cómo podía seguir deseando a Paula Chaves después de lo que le había hecho?
¿Y cómo podía haber olvidado lo sexy que era? Los labios generosos, las sinuosas curvas de su cuerpo, la melena roja como el fuego… ¿cómo podía haber olvidado esos detalles?
—De bailarina exótica a cantante. Me gustaría ver esa transformación. Iré a verte.