jueves, 26 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 6

 


Candelabros de cristal colgaban del techo abovedado del club Apolo, el casino reservado para los clientes más importantes, con pinturas de héroes y mitos griegos que Paula conocía bien. Pero el sofisticado ambiente le advertía que las apuestas serían muy altas.


Pedro la llevó a una mesa frente a la que había un grupo de hombres con trajes de chaqueta de diseño italiano y dos mujeres, una rubia y una morena, enjoyadas de arriba abajo. Allí no hablaba nadie. Sólo el sonido de las fichas chocando entre sí rompía el solemne silencio.


Pedro colocó un fajo de billetes sobre la mesa y la elegante crupier, con un vestido negro hasta los pies, le entregó un montón de fichas.


—Son para ti.


—No puedo jugarme esa cantidad de dinero —protestó Paula.


—Antes eso no te preocupaba.


—¿Y si lo pierdo todo?


—Habrá más, no te preocupes.


¿Y qué esperaría él a cambio? ¿Sexo? Obviamente, eso era lo que había ocurrido en el pasado.


—¡No! He olvidado cómo se hace esto. No recuerdo las reglas…


—Inténtalo.


Pedro, no quiero hacerlo.


—Muy bien. Veremos si puedo penetrar el velo de esa memoria de otra manera. Quédate con las fichas, por si quieres jugar más tarde…


—No me apetece jugar esta noche.


—¿Te apetece una copa?


Paula asintió con la cabeza. Tan cerca, podía ver las arruguitas que tenía alrededor de los ojos, el brillo que había en ellos…


—¿Paula? —oyó una voz masculina.


Sorprendida, volvió la cabeza.


—Me había parecido que eras tú —el hombre que se acercaba a ellos tenía el pelo oscuro y estaba muy bronceado. Paula no lo reconoció.


Afortunadamente, la conversación fue interrumpida por la mujer rubia, que se levantó para saludarlo de forma más que amistosa.


—¿Lo has invitado a venir? —preguntó Pedro en voz baja.


—¿Cómo? Pero si no sé quién es…


—No creo que a Jean-Paul le haga gracia haber sido olvidado tan pronto.


—¿Quién es?


—Jean-Paul Moreau.


—¿Quién?


—Tu amante —contestó Pedro, su rostro impenetrable—. El hombre al que eché de nuestra cama hace tres años.



VENGANZA: CAPITULO 5

 


—¿Cómo nos conocimos? —sentada frente a Pedro en una esquina del restaurante El Vellocino De Oro, con un plato de calamares a la plancha delante de ella, Paula estaba decidida a descubrir la verdad.


—En el festival de cine de Cannes —contestó él—. Pensé que eras una actriz.


Eso explicaría ciertas cosas. Pedro nunca antes había salido con una bailarina exótica.


—¿Y qué pasó después?


—Eras preciosa, divertida… Yo disfrutaba mucho de tu compañía, así que te invité a pasar un fin de semana en La Caverna de Poseidón —contestó Pedro, nombrando uno de sus más famosos hoteles—. Tú aceptaste. Y cuando tuve que venir a Strathmos por un asunto de negocios, viniste conmigo. Después de todo, es aquí donde vivo la mayor parte del año.


Y entonces sonrió. Con una sonrisa que transformó su rostro, suavizando sus rasgos por primera vez.


Paula dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato y se movió en la silla, incómoda. Que todo hubiera sido tan fácil para él la molestaba.


—Y me diste un trabajo en el hotel, ¿no?


—¿Quieres postre?


—No, gracias.


—¿Café?


Ella negó con la cabeza, impaciente.


Pedro se levantó entonces y apartó amablemente su silla.


—Era mucho menos sofisticado trabajar que ser la novia del jefe —le dijo al oído—. Y tú me hiciste creer que te estabas tomando un descanso de los escenarios.


—¿Cómo?


—No supe que eras una bailarina exótica hasta un mes después de conocerte.


Paula lo miró, sorprendida.


—¿No te lo dije?


—No. Estabas encantada en Strathmos, y supongo que pensaste que era mejor esconderme eso hasta que fuese inevitable decirme la verdad.


—¿No me marché de aquí por decisión propia?


—¿Por qué ibas a hacerlo? Lo tenías todo. Un hotel maravilloso en el que vivir, una tarjeta de crédito sin límite… y unas relaciones sexuales que parecían satisfacerte.


Paula caminó a toda prisa hacia la puerta, sin fijarse en un hombre de pelo oscuro que la saludaba con la mano.


—De modo que no trabajaba…


—Si lo que quieres decir es que ya no bailabas medio desnuda en un bar, no. Ya no trabajabas. En lugar de eso, me tenías a mí.


—Te tenía a ti —repitió ella—. ¿Y que conseguías tú a cambio?


—Tener a una mujer guapa en mi cama.


—Y supongo que no se te ocurrió pensar que quizá yo quería algo más.


—¿Algo más?


—Una carrera…


—Tu carrera era ser mi amante. Ir de fiesta, recorrer los mejores hoteles del mundo… No necesitabas trabajar. Te aseguro que hacer las cosas a mi manera era mejor para ti.


«A mi manera». Paula tenía la impresión de que en el mundo de Pedro Alfonso todo se hacía a su manera.


—¿Me querías?


—¿Quererte? —repitió él, sorprendido.


—Sí. ¿Me querías o lo único que te interesaba era tenerme en tu cama?


—Mira, Paula, lo nuestro no tenía nada que ver con el amor. Éramos dos adultos que lo pasaban bien juntos. En fin, no éramos precisamente Romeo y Julieta.


—Si hubiéramos sido Romeo y Julieta, habríamos muerto al final —dijo Paula, con los dientes apretados.


—¿Por qué te enfadas? Lo que quiero decir es que no éramos dos crios que se creían enamorados.


—¿Yo te quería? —preguntó ella entonces.


—¿Por qué esa fijación con el amor? —exclamó Pedro—. Desde luego, nunca dijiste que me quisieras. No estabas conmigo por amor. Y yo tampoco.


Paula se mordió los labios.


—No puedo creerlo. Yo no habría vivido esa clase de vida a menos que hubiera estado enamorada de ti. Va en contra de todo aquello en lo que creo…


Pedro hizo una mueca de incredulidad.


—Pues nunca dijiste que me quisieras. Y si eso es lo que crees ahora, es que has cambiado.


—Quizá sea así.


—Paula… —empezó a decir Pedro, poniendo una mano en su brazo—. Yo te acepté tal y como eras. Hasta que me resultó imposible.


—¿Por qué?


—¿De verdad no te acuerdas?


—¡No! —exclamó ella, angustiada—. ¿Qué estoy haciendo? —suspiró luego, enterrando la cara entre las manos.


—Intentando recuperar la memoria, creo. Y quizá esto te ayude —murmuró Pedro. Su voz sonaba extrañamente ronca, y eso llamó su atención.


Paula levantó la cabeza. Él estaba cerca, más cerca de lo que pensaba, y su corazón se aceleró.


—¿Sí?


Pedro entendió. Significaba «sí» a muchas más cosas. Incluso a lo que ella más temía.


En cuanto sus labios la rozaron, Paula supo que su vida no volvería a ser la misma. Aquel beso estaba lleno de fuego, de pasión. El roce de su lengua provocó una especie de corriente eléctrica. Adrenalina. Y algo mágico.


Paula contuvo el aliento. No se movía para que la magia no desapareciera… y cuando Pedro introdujo la lengua en su boca, cerró los ojos y se abandonó.


Al sentir los dedos de Pedro Alfonso acariciando sus hombros, sus terminaciones nerviosas se volvieron locas. Debió de ser eso porque, sin pensar, se apretó contra él hasta notar el indiscutible bulto de su erección a través de la suave tela del vestido. Fue una sorpresa… una señal de que el magnate había perdido el control. Y eso era increíblemente satisfactorio.


Hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido en el pasado, Pedro la deseaba como un loco.


—¿Te acuerdas de esto?


Paula negó con la cabeza.


—Creo que los dos deberíamos calmarnos un poco —suspiró él entonces—. Vamos al casino… antes te gustaba.


—Muy bien —consiguió decir Paula, aunque le temblaban las rodillas.



VENGANZA: CAPITULO 4

 


¡Paula le había dado plantón!


Y ni siquiera se había molestado en decírselo ella misma. Le había dejado el recado a su compañera de camerino. La rabia que había sentido al saber que Paula Chaves estaba en Strathmos, viviendo y trabajando en uno de sus hoteles, lo abrumó de nuevo.


Paula decía haber perdido la memoria. ¿Cómo había ocurrido y qué tenía eso que ver con él? ¿Y por qué había vuelto a la isla?


Pedro miró hacia el escenario, el escote del vestido impreso en su memoria. No quería aceptar que no había dejado de pensar en ella desde que la vio en la playa. Y ahora Paula lo dejaba plantado deliberadamente…


Furioso, se levantó, abandonando en la mesa la botella de Bollinger que había pedido, ya que a Paula siempre le había gustado el champán, y fue a buscarla.


Pero no estaba en su camerino. Y tampoco estaba en el bar. Ni en la plaza que daba entrada al teatro.


Pero cuando iba a entrar de nuevo, vio una solitaria figura dirigiéndose a la playa…


Inclinando los hombros para neutralizar la fuerza del viento que se había levantado, Pedro aceleró el paso. Con ese pelo rojo era fácil localizar a Paula Chaves aunque fuese en vaqueros.


—Si le doy una orden a un empleado, espero que sea obedecida —le dijo, cuando llegó a su lado.


Paula se dio la vuelta.


—Pensé que era una invitación. Una que yo no había aceptado, por cierto.


—Ni rechazado.


—Dame una buena razón para que tome una copa contigo.


Él parpadeo. Normalmente, las mujeres no dudaban en aceptar su invitación. De hecho, incluso se colaban en fiestas para verlo.


—Porque quiero hablar contigo.


—¿De qué? —preguntó Paula.


—De esa supuesta pérdida de memoria.


—No es verdad. Me habías invitado a una copa antes de saberlo.


Era cierto. Lo que Pedro quería saber era por qué había ido a Strathmos. Tenía que ser por algo más que por el dinero. El instinto le decía que tenía algo que ver con esa supuesta amnesia. No quería admitir que le tocaba el orgullo que no se acordase de él.


¿O sería una trampa? ¿Sería la amnesia una mentira para no tener que enfrentarse con su traición? ¿O un último esfuerzo por hacer que se interesase por ella de nuevo?


—¿Has olvidado que coqueteaste con todos los hombres que se cruzaban contigo, tuvieran dieciocho u ochenta años, en el Baile de la Rosa? ¿No recuerdas lo que hubo entre nosotros?


—¿Tan difícil te resulta aceptar eso? Tengo amnesia.


—Ah, qué conveniente.


Paula intentó decir algo, pero no le respondía la voz. De modo que se encogió de hombros.


—¿Qué tipo de amnesia?


—¿Eso importa? El hecho es que no puedo recordar nada de lo que pasó hace tres años. Es sólo… un borrón.


—Eso explica que hayas tenido la poca vergüenza de volver.


—No es fácil para mí estar aquí, te lo aseguro. Pero tengo que averiguar cosas sobre mi vida. Cómo era antes… Es muy raro, porque recuerdo muchas cosas de antes de conocerte. Casi todo, creo. Y sé lo que pasó… después. Es el tiempo que estuvimos juntos lo que no recuerdo.


—¿Y como ha pasado eso? ¿Tuviste un accidente, te diste un golpe en la cabeza? ¿Qué han dicho los médicos? ¿Saben si algún día recuperarás la memoria?


—No lo sé y no quiero hablar de ello —contestó Paula—. Me molesta.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—Sí, lo entiendo. Debe de dar un poco de miedo.


No tanto como él. Incluso cuando se mostraba amable, como ahora, daba una sensación de… peligro.


Paula sintió un escalofrío. Pedro no seguiría siendo amable mucho tiempo. Era un hombre duro, decidido, despiadado. Un hombre que trabajaba como nadie, una leyenda.


—Cena conmigo.


La inesperada invitación sorprendió a Paula.


—No sé…


—¿Por qué no? ¿Tanto miedo te doy?


—No me asustas en absoluto —contestó ella.


—Pues demuéstralo cenando conmigo.


Un reto. Qué infantil. La oscura intensidad de su mirada le dijo que no estaba preparada para cenar con él, pero no tenía elección si quería averiguar todo lo que se había propuesto averiguar.


—No, esta noche. Es muy tarde.


Él iba a decir algo cuando sonó su móvil. Pedro murmuró una disculpa mientras lo sacaba del bolsillo y empezó a hablar en griego…


—¿Mañana por la noche? —le preguntó, después de colgar.


—Muy bien, mañana cenaré contigo —asintió Paula.



miércoles, 25 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 3

 


Paula salió al escenario sin dejar de pensar en Pedro Alfonso. Pero tenía que calmarse. Tenía que apartar de su mente la turbadora escena del camerino.


La charla de los espectadores terminó en cuanto la luz del foco central cayó sobre ella. Para entonces, la mayoría de los clientes había terminado de cenar y, siendo viernes por la noche, el local estaba lleno.


Por un momento, los nervios se le agarraron al estómago. Pero enseguida dio un paso adelante. Aquél era un sitio que le gustaba. Un sitio especial donde su voz, su mente y su cuerpo se mezclaban con la música.


Sólo al final de la segunda canción vio el rostro de Pedro entre la gente. Estaba solo y su mirada no revelaba nada.


Paula tembló al pensar que después tendría que tomar una copa con él. El recuerdo de lo que había sentido en la playa cuando la tocó. Y el miedo que le daba aquel hombre…


Apartando la mirada, Paula siguió intentando que el público disfrutase de sus canciones. Al final, durante la última nota, todos se quedaron un momento en silencio y luego empezaron a aplaudir. Paula les lanzó un beso e hizo una reverencia, la larga melena cayendo sobre su cara. Cuando se incorporó, apartándose el pelo de la cara, los aplausos se convirtieron en silbidos de admiración y peticiones de bis.


—Muy bien. Una composición de Andrew Lloyd Webber, una de mis favoritas. Si alguna vez han perdido a alguien, esta canción es para ustedes.


Paula empezó a cantar Memory. Su voz atravesaba la sala, clara y pura. Apenas se dio cuenta de que la gente contenía el aliento pero, cuando llegó a la nota final, el público se volvió loco.


Sonriendo, Paula volvió a saludar. Pero no podía dejar de mirar a Pedro… pensando en la letra de la canción. Un nuevo día. Sus ojos se encontraron y la sonrisa de Paula desapareció.


No habría un nuevo día para ellos. El pasado era una barrera infranqueable.


Paula estaba temblando cuando llegó al camerino. Sentía como si acabara de tener una pelea a dos asaltos con Rocky Balboa. Lucie, su compañera, había vuelto y estaba tumbada en el sofá.


—El jefe quiere verte —le dijo.


—¿Mauricio?


—No, el jefazo. Pedro Alfonso. Me ha dicho: «Recuérdale que quiero tomar una copa con ella». No me habías dicho nada sobre esa invitación.


Paula debería haber sabido que Pedro no iba a dejarla escapar. Que querría una explicación después de la bomba que había soltado antes de salir del camerino.


—Vino a verme unos minutos antes de salir al escenario —Lucie no sabía nada sobre su relación con Pedro, y ella no pensaba contárselo—. Pero estoy agotada.


En realidad, estaba asustada por su propia reacción. Lo último que quería era sentir algo por Pedro Alfonso. Y necesitaba tiempo para lidiar con esa inesperada complicación.


Cuando se enfrentase con él sería en sus términos, en su espacio. No en territorio del magnate griego.


—Así que puedes decirle que hoy no me apetece —terminó.


Rechazarlo sería lo mejor. Eso haría que Pedro quisiera verla desesperadamente.


—Paula, no seas tonta. En los ocho meses que llevo trabajando aquí, Pedro Alfonso no ha invitado a nadie a una copa. ¿Y tú te niegas? —Lucie se levantó del sofá y empezó a pasear por el camerino.


—Estoy cansada.


—No te entiendo. Esta vez ni siquiera ha venido a Strathmos con una mujer. Dicen que ha roto con… —Lucie mencionó el nombre de una conocida modelo—. ¿Por qué no pruebas suerte? Evidentemente, está interesado por ti.


Paula no se molestó en contestar. Tomó unas toallitas limpiadoras y empezó a quitarse el maquillaje a toda prisa. Pedro iría a buscarla, y ella no tenía intención de estar allí.


Unos segundos después, Lucie salió del camerino murmurando algo sobre la suerte que tenían las demás.


Pero Paula sabía que la invitación de Pedro no tenía nada que ver con la suerte. Su reacción en la playa había dejado bien claro que no quería verla allí.


Y ella debía ir con pies de plomo. 


Llevaba un año intentando ponerse en contacto con él y, por fin, había conseguido un contrato para trabajar en Strathmos.


Sólo tenía dieciocho días para descubrir lo que quería y para encontrar la forma de hacerlo pagar por todo el dolor que le había causado. De modo que no podía dejarse asustar por el roce de su mano.




VENGANZA: CAPITULO 2

 


Media hora después, llevando sólo unas braguitas y una camisola de seda, Paula estaba frente al espejo del camerino que compartía con Lucie La Vie, una cómica que hacía un número en uno de los bares anexos al teatro Electra.


Encontrarse con Pedro Alfonso en la playa había sido una sorpresa. Ni siquiera sabía que hubiese vuelto a Strathmos. Ella llevaba una semana allí, esperándolo y temiendo el encuentro. Quería estar preparada… vestida para la ocasión. Quería enseñarle lo que se estaba perdiendo. En lugar de eso, iba en pantalón corto, sin maquillaje y con las piernas llenas de arena. Y, desde luego, no había esperado quedarse sin palabras.


Mirándose al espejo, Paula se preguntó qué pensaría Pedro de la transformación. El maquillaje le daba a su piel una perfección falsa, escondiendo las pecas que cubrían su nariz. El maquillaje de ojos acentuaba su mirada, y el carmín rojo, la sensualidad de sus labios.


Pedro le gustaban las mujeres bellas y exóticas. Sus amantes más recientes habían sido modelos famosas. Y, según decían las revistas que había estudiado, seguía sin sentar la cabeza.


Paula se examinó frente al espejo. Estaba guapísima, exótica. Y Pedro estaría entre el publico, examinándola.


Su plan tendría que…


Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos.


—Diez minutos, Paula.


—Ah, gracias —murmuró ella, pasándose una mano por el pelo para intentar sujetar los salvajes rizos. No recordaba la última vez que un hombre le había acariciado el pelo…


Entonces recordó la mano de Pedro en su brazo, sus largos dedos…


Un segundo después la puerta se abrió y Pedro Alfonso entró en el camerino con la fuerza y la energía de un huracán.


—¡No puedes entrar aquí! —exclamó Paula, conteniendo el deseo de taparse con las manos. A pesar del escote, la camisola escondía todo lo que tenía que esconder.


Pedro cerró la puerta y se cruzó de brazos.


—No te preocupes. No voy a ver nada que no haya visto antes.


Paula tragó saliva. Era un hombre magnífico. La chaqueta blanca parecía hecha a medida. Su pelo brillaba como el oro viejo y sus ojos, de color turquesa, lanzaban destellos. Era un hombre seguro de sí mismo, millonario y poderoso.


Y aquél era el hombre al que pensaba darle una lección que nunca podría olvidar…


—¿Qué quieres?


—Que tomes una copa conmigo después del espectáculo.


Paula intentó esconder su satisfacción. Sí, había merecido la pena ir a Strathmos. Unos años antes Pedro Alfonso la había impresionado con su personalidad y su atractivo mediterráneo. Pero ya no le interesaban nada los tipos dominantes.


Sin embargo, no quería aceptar enseguida. No quería que Pedro perdiese interés. Y tampoco debía olvidar por un momento cuál era su objetivo.


—¿Te importa esperar fuera hasta que me haya vestido?


Pedro frunció el ceño y Paula sonrió. Era un hombre acostumbrado a la admiración, la adulación, a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Pero ella no lo haría.


—He venido al Palacio de Poseidón a cantar —le recordó.


—¿Sólo a cantar? Yo no estoy tan seguro. Quizá has mentido antes. Quizá quieres volver a mi cama…


—Ya te he dicho que no.


—¿No te gustaría volver a vivir a lo grande, como antes?


Qué arrogante era. Paula se dio la vuelta y lo fulminó con la mirada. Pero era tan alto que tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás.


—Hablas como si hubiera sido una mantenida. Pero entonces también trabajaba para ti.


—¿Compartir mi cama durante seis meses era un trabajo?


De nuevo, Paula sintió el deseo de taparse, de comprobar que la camisola no revelaba sus oscuros pezones. Nerviosa, se levantó para ir a una esquina del camerino, donde había varios trajes colgados de un biombo.


De espaldas a Pedro, se puso un vestido de lentejuelas rojas. Y cuando se volvió, la expresión en el rostro del hombre la dejó sin habla.


Pedro también estaba sin habla. El vestido abrazaba sus curvas como un amante apasionado y el escote era tan provocativo…


—Mi carrera siempre ha sido importante para mí.


Y la fama también, seguramente.


—Si tú lo dices… pero yo diría que eso cambió cuando conseguiste lo que querías.


—¿Y qué es lo que quería?


—Un hombre rico que pudiera darte todos los caprichos. Una tarjeta de crédito sin límite para comprar ropa, joyas… —Pedro miró entonces el topacio que Paula llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda—. Elegiste ese anillo en Mónaco. ¿No te acuerdas?


—No, me temo que no —contestó ella, sacando un par de guantes de encaje negro de un cajón.


Al otro lado de la puerta, Mauricio Lyme, el gerente del teatro, la llamó.


—Tengo que irme —dijo Paula.


—Espera, esta conversación no ha terminado. Claro que te acuerdas. Esa noche fuimos al Baile de la Rosa y coqueteaste con todos los hombres que se cruzaban en tu camino…


¿Hombres? ¿Qué hombres?


—Eso no es verdad…


—¿Ha habido tantos hombres que ya no distingues a unos de otros? Esa noche llevabas puesto ese anillo… un anillo que yo te regalé. ¿No te acuerdas de eso? —le preguntó Pedro, irónico—. Pero seguro que te acuerdas de lo que pasó en la cama después.


A Paula se le encogió el estómago. Fuera, Mauricio volvió a llamarla.


—No me acuerdo —repitió, abriendo la puerta—. No recuerdo nada de esa noche en el Baile de la Rosa. Y no recuerdo nada sobre ti. He perdido la memoria, Pedro.



VENGANZA: CAPITULO 1

 


Paula Chaves había vuelto.


Intentando contener la sorpresa que casi lo había dejado paralizado, Pedro Alfonso se dirigió hacia la mujer que lo había traicionado.


Sus empleados no le habían mentido. La verdad era que su antigua amante estaba en su playa, en su isla, admirando uno de sus yates. Y Pedro pensaba averiguar por qué había decidido volver.


—¿Qué haces aquí? —le espetó—. No esperaba volver a verte nunca. Especialmente aquí, en Strathmos.


Ella se volvió, sorprendida. Era la primera semana de noviembre y los días en la isla de Strathmos empezaban a ser fríos. Afortunadamente, el viento lanzó la melena roja sobre su cara, escondiendo su expresión por un momento. Cuando por fin lo apartó, Paula había conseguido recuperar la calma.


Pedro —murmuró, clavando en él sus ojos pardos—. ¿Cómo estás?


—Olvídate de las formalidades. No puedo creer que hayas venido —Pedro apretó los labios—. No pude creerlo cuando me dijeron que estabas actuando en el teatro Electra.


Ella se encogió de hombros.


—Soy libre y puedo trabajar donde me parezca.


—En cualquier sitio salvo en Strathmos. Éste es mi mundo y se mueve según mis reglas.


La isla era más que su mundo; era su hogar. El mismo había creado aquel paraíso. Pero cuando volvió, después de un mes haciendo negocios por toda Europa, descubrió que Paula llevaba una semana allí.


—¿De verdad quieres que te demande por romper el contrato sin que exista una causa justa?


Pedro apretó los dientes. Él era famoso por ser un empresario justo y no le apetecía nada tener que enfrentarse con ella en los tribunales. Frustrado, miró aquel rostro que se había vuelto aún más hermoso en los tres años de separación. Tenía un aspecto diferente. El pelo más largo, los ojos más brillantes y la boca… esos labios generosos lo habían tentado más de lo que podría explicar. Pedro apartó los ojos de su boca y la miró de arriba abajo.


—Ser cantante es mejor que ser bailarina exótica.


—Han pasado tres años. Las cosas cambian.


—Yo no he cambiado —señaló él.


—No, tú no has cambiado nada —asintió Paula.


—¿Y qué es lo que quieres, una segunda oportunidad?


Ella soltó una carcajada.


—¿Una segunda oportunidad? Debes de estar loco.


Pedro arrugó el ceño. No le gustaba nada aquella nueva Paula.


—¿Por qué estás aquí?


—He venido a trabajar, ya te lo he dicho. Tú… o más bien tus validos me dieron el trabajo. Y el dinero que me ofrecieron era demasiado tentador como para decir que no.


—Ah, dinero.


—Sí, dinero. Tú heredaste un imperio de hoteles en las islas griegas antes de cumplir los veintiún años, pero eso no te da derecho a mirar a nadie por encima del hombro. Yo necesito dinero para vivir.


—He trabajado mucho para convertir unos hoteles familiares en una cadena hotelera de cinco estrellas. Y, que yo sepa, tú nunca pusiste objeción alguna al dinero que eso te proporcionaba.


—Si lo que dicen en las revistas es verdad, ahora estás tan alejado de los simples mortales como yo, los que tenemos que trabajar para ganarnos la vida, que podrías vivir en el monte Olimpo.


—No deberías creer lo que dicen las revistas —replicó él, pensando en los cotilleos que habían publicado sobre su ruptura con Melina.


—¿No? —Paula levantó una ceja—. Entonces, ¿no eres el playboy del que hablan continuamente? ¿No sales con una modelo diferente cada semana?


—Salir en las revistas favorece tanto a esas mujeres como a mí.


—Entonces, ¿es sólo una cuestión de Relaciones Publicas? ¿Para crear la ilusión de cómo viven los ricos y famosos? ¿Es eso?


—¿Por qué estás tan interesada… a menos que quieras otra oportunidad para meterte en mi cama?


Ella hizo una mueca.


—No tengo la menor intención.


—¿No te han dicho que debes ser amable con el jefe? —sonrió Pedro—. Hace tres años no te habrías atrevido a hablarme como lo haces ahora.


—Hace tres años era una cría —replicó ella. Se había movido y, al hacerlo, la camiseta ajustada que llevaba se levantó un poco, mostrando un estómago plano y bronceado. Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada.


—Pero no niegas que estás interesada…


Paula miró su reloj.


—No puedo negar que eres un hombre fascinante.


Pedro soltó una carcajada.


—No me deseas… pero admites que soy fascinante. ¿Qué mensaje estás intentando enviar?


Paula, por un momento, no supo qué decir. Y Pedro se dio cuenta de que se le había puesto la piel de gallina.


—¿Tienes frío?


—No —contestó ella.


Él tocó su brazo con un dedo.


—Si no tienes frío, ¿qué es esto?


Paula apartó el brazo a toda prisa, y Pedro la miró a los ojos. ¿Qué había en ellos? Sorpresa y algo más… ¿miedo?


—Perdona, pero tengo que irme. Quizá te apetezca ir a ver el espectáculo —replicó ella, dándose la vuelta.


Pero Pedro la tomó del brazo, obligándola a mirarlo. Y aquella vez comprobó que era miedo lo que había en sus ojos. Miedo. Un miedo poderoso y abrumador.


¿Por qué estaba allí? Había dicho que necesitaba el dinero. ¿Era ésa la única razón? ¿O, a pesar de su negativa, querría retomar la relación que habían roto tres años antes?


—Suéltame —dijo Paula, mirando los dedos que sujetaban su brazo.


Pedro apartó la mano.


—Muy bien, como quieras.


—Supongo que debería decir «encantada de verte» —murmuró ella, inclinándose para tomar las sandalias que había dejado sobre la arena.


—Pero estarías mintiendo.


—Yo no he dicho eso. No pongas palabras en mi boca.


Su boca. Pedro miró sus labios y sintió una inesperada punzada de deseo. ¿Cómo podía seguir deseando a Paula Chaves después de lo que le había hecho?


¿Y cómo podía haber olvidado lo sexy que era? Los labios generosos, las sinuosas curvas de su cuerpo, la melena roja como el fuego… ¿cómo podía haber olvidado esos detalles?


—De bailarina exótica a cantante. Me gustaría ver esa transformación. Iré a verte.




VENGANZA: SINOPSIS

 


¿Cómo se atrevía a aparecer de nuevo en su vida la mujer a la que había echado de su cama?


Paula Chaves había perdido la memoria y buscaba respuestas que le aclararan los misterios de su pasado. El empresario griego Pedro Alfonso estaba encantado de recordarle a su ex amante el romance que habían vivido juntos.


Pero mientras trataba de vengarse de Paula por haberlo traicionado, Pedro descubrió algo más que una increíble pasión. La mujer que estrechaba entre sus brazos no era su antigua amante. ¡Era su hermana gemela y pretendía vengarse de él!