Sea como fuere, tenía que seguir el curso de acción que se había trazado. Era demasiado tarde para volverse atrás aunque quisiera, lo cual, y no dejaba de repetírselo, no era el caso.
—¡Pedro! ¡Paula! Esperad —gritó Pablo corriendo hacia ellos—. Quiero hablar con vosotros.
—¿Cómo te va? —preguntó Pedro.
—Bien. Realmente bien. ¿Has estado en las obras?
—Hace un par de días que no voy por allí.
—Yo he estado esta mañana. Es increíble lo que han avanzado.
Parece que vamos a liquidar muy pronto.
—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —preguntó Pedro.
—Cuando tú quieras —respondió Pablo.
—¿Te parece bien el doce de noviembre?
—Perfecto.
—¿En serio va tan rápido? —preguntó ella.
—Como lo oyes.
—Estupendo —dijo Pedro—. Nos veremos en la liquidación.
—Claro. Sólo tengo que hacer correr la voz e inundar los periódicos de propaganda. ¿A que es emocionante, Paula?
—Sí, mucho.
Lo decía en serio. Una vez que Pedro y su consorcio pagara la primera unidad, no habría motivos para seguir dudando. Sería una prueba de que se había comprometido tanto como el banco.
—Parece que todo ha sucedido muy deprisa —comentó ella cuando su hermano se hubo ido.
—Todo depende del punto de vista con que lo mires.
Paula le miró perpleja. Él le puso el brazo sobre los hombros y la estrechó contra sí.
—Vamos a comer. Ese relámpago me ha abierto el apetito. Necesito comida de verdad.
El restaurante estaba muy concurrido y tuvieron que esperar para conseguir un reservado. Pedro trabó conversación con algunos viejos conocidos. Paula le observó mientras contaban historias de los viejos tiempos. Parecía sentirse a sus anchas, más en casa que nunca. Eso la convenció más que ninguna otra cosa. Cuando él le cogió la mano, Paula no intentó disimular. Le creía.
—Había olvidado todas esas historias —dijo Pedro cuando se sentaron.
—Eres el único. Nadie más las ha olvidado. Todo el mundo tiene algo que contar de ti.
Pedro sonrió mientras saludaba a un grupo que se iba.
—Son buena gente.
—Parece que te sorprende descubrirlo.
—Supongo que sí. No guardo muy buenos recuerdos de Lenape Bay. Creo que los he borrado deliberadamente.
—A veces es mejor olvidarse completamente del pasado.
Pedro la miró a los ojos. Sabía exactamente a lo que se refería. Paula quería hablar de lo que sucedió entre ellos, pero él aún no estaba preparado. Quizá no lo estuviera nunca. Ya habría tiempo cuando culminara su plan.
Sin embargo, no pudo evitar preguntarse lo que había sentido Paula por él en aquel entonces. Dudaba de que pudiera entenderlo si se lo explicaba. Por eso mismo debía mantenerse fiel a sus objetivos.
Se pusieron a comer. Paula se había dado cuenta de que se sentía incómodo hablando de sus sentimientos. Para ella, lo único que demostraba era que sentía unas emociones demasiado fuertes. Había esperado quince años, podía esperar un poco más.
Después de la comida, pasearon abrazados hasta la oficina. La gente, los tenderos, los saludaban sonriendo al pasar. No obstante, a Paula ya no le importaba lo que pudieran pensar.
Pedro se paró en la puerta del edificio.
—Voy a darme una vuelta por las obras. Salgamos a cenar fuera de aquí. Solos tú y yo.
—Me parece perfecto —dijo ella.
—Pásate por casa sobre las siete. He hecho algunas obras en el piso de arriba y me gustaría que me dieras tu opinión. Nos iremos después de enseñártelas.
—Bien.
Pedro le alzó la barbilla para estudiar su rostro. Su cuerpo reaccionó como una cerilla junto a una llama. Conscientes de dónde se hallaban, la empujó hasta el vestíbulo. La abrazó atrapándola contra la pared aprovechando que no había nadie. Ella le respondió echándole los brazos al cuello y amoldándose a su cuerpo. Pensó que faltaba demasiado para que se hiciera de noche. Aparentemente, el sentía lo mismo.
Un ruido en las escaleras los avisó de que tenían compañía. Pedro se separó y fue hasta la entrada. Allí se detuvo para mirar por encima del hombro. Paula seguía apoyada en la pared, esperándole. Le apuntó con un dedo.
—¡Ah, pequeña! Guarda esos pensamientos para luego.