La tribuna estaba enfrente de una iglesia al otro lado del pueblo. Al verlos llegar, Pablo les hizo señas frenéticas de que ocuparan los asientos que tenía reservados.
La multitud empezaba a impacientarse. Todas las fuerzas vivas de Lenape Bay los contemplaron mientras subían los escalones. Paula se preguntó lo que pensarían de ellos. ¿Sabían que eran amantes? Se riñó mentalmente. Tenía que dejar de sentirse avergonzada cada vez que pensaba en su relación con Pedro, porque mantenían una relación. Le gustara o no, no podían andar escondiéndose. De todas maneras, después del beso en Main Street toda la ciudad debía estar al cabo de la calle.
Paula se dirigió a los asistentes abandonando el discurso que tenía preparado y resumiendo los cambios que se habían producido en Lenape Bay durante el año anterior. Incluso se las arregló para mencionar el proyecto de Maiden Point cuando enumeró los atractivos y los logros del pueblo.
Su actitud había cambiado. Estaba empezando a aplicar el «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Había un sentimiento de entusiasmo general hacia la nueva urbanización. Tenía que reconocer que la ciudad había revivido desde que Pedro había vuelto. Quizá su hermano tuviera razón y fuera cierto que había cambiado. Tenía que olvidar su hostilidad y el pasado. Al fin y al cabo todo el mundo cometía errores, pero tenía derecho a rehacer su vida.
Quince años era mucho tiempo para que no cambiara una persona. Pedro ya no era un chiquillo impulsivo y su madurez se demostraba en la manera en que se vestía y hablaba con la gente. Tenía un aire de dominio del que había carecido de adolescente. Pero seguía siendo un enigma. Se preguntó si sería capaz de hacer el amor con ella durante toda la noche y mentirle durante el día. ¿Tan buen actor era?
Cuando le llegó a Pedro el turno de hablar, sus miradas se cruzaron. Paula sintió que se le detenía el corazón, tantos sentimientos había en aquella mirada.
Pedro hizo un discurso lleno de promesas y optimismo de cara al futuro. Renovó su compromiso con el pueblo, pero Paula sentía que se estaba dirigiendo a ella en particular. Las emociones le contrajeron el estómago viéndole encandilar a los asistentes. Se le formó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Le amaba. Que Dios la ayudara pero era la verdad.
Quizá nunca había dejado de amarle. Quizá todos aquellos años no fueran más que un disfraz, una mentira para convencerse a sí misma de que estaba satisfecha con su vida. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. No era el momento de rumiar el pasado. Era el comienzo de una nueva vida y ella estaba más que preparada para darle la bienvenida con los brazos abiertos.
El aplauso que siguió a la intervención de Pedro fue demoledor. Debido al entusiasmo de la multitud, los organizadores suprimieron el resto de los discursos y, sin más dilaciones, dio comienzo el desfile. Paula y Pedro se pusieron a la cabeza y comenzaron a andar hacia el centro del pueblo. Pedro parecía pasárselo en grande. Paula se lo comentó y aprovechó para felicitarle por su discurso.
—¿Nunca te has planteado meterte en política?
—¿No me digas que estás preocupada por tu empleo?
—Puede que tenga que preocuparme si te quedas.
—¿Todavía no estás convencida?
Paula, tras dudarlo un momento, hizo un gesto negativo. Pedro se inclinó para susurrarle al oído.
—Si después de lo que pasó anoche no…
—Pedro… —le advirtió ella.
—De acuerdo —dijo riéndose—. No te pondré en evidencia delante de tus conciudadanos, alcaldesa Wallace.
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