jueves, 16 de julio de 2020
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 32
—Te amo…
Pedro miró a Paula cuando ella pronunció las palabras. Se sintió tan profundamente unido a ella que ya no podía negarlo.
«Te amo».
Hacer el amor con ella en Atenas había sido explosivo, pero aquello era mucho más. Comprendió por qué aquello no se parecía en nada a lo que había experimentado antes. Por qué el placer había sido tan intenso. Al escuchar cómo ella pronunciaba aquellas dos palabras, no pudo contenerse más y se vertió en ella con un grito. Entonces, entendió que estaba enamorado de ella.
Miró a su hermosa esposa y comprendió que la amaba. Ella le había devuelto a la vida. Le había hecho sentir cosas y verlo todo bajo una luz diferente.
La amaba. Sabía que se moriría si la perdía.
Rezó para que pudieran permanecer así siempre, ocultos al mundo, sin temer que ella pudiera recordar.
De repente, ella gritó de un modo que no tenía nada que ver con el placer. Se cubrió el rostro y se apartó de él.
—¡Paula —exclamó él. Se incorporó y la tomó entre sus brazos.
Entonces, vio que ella tenía el rostro lleno de lágrimas.
—Acabo de recordar algo más —gimió.
—¿El qué? —preguntó él, completamente aterrorizado.
—Recuerdo haber robado los papeles de tu caja fuerte. Se los di a Luis Skinner, tal y como tu dijiste. Entonces, salí huyendo de Atenas y no dejé de correr nunca. No quería que me encontraras. Te odiaba… ¿Por qué? ¿Por qué te odiaba tanto?
Pedro sintió que se le hacía un nudo en la garganta. La miró fijamente, pero sin poder hablar.
—Dime por qué te odiaba.
—Yo… No lo sé —mintió. Deseaba proteger a su esposa.
Paula se cubrió el rostro y se apartó de él.
—No importa —dijo él tomándola entre sus brazos una vez más—. El pasado no importa. Ya no. Lo único que importa es el futuro. Nuestro hijo.
Paula lo miró fijamente.
—¿Me amas, Pedro? —susurró ella.
Él no había esperado aquella pregunta. Se preparó para decirle que sí, que claro que la amaba, pero no pudo pronunciar las palabras.
Nunca antes se las había dicho a nadie.
«Te amo y me aterra poder perderte».
Cuando él no respondió. Paula contuvo el aliento. Pedro vio la tristeza reflejada en el rostro de su esposa y supo que le había hecho daño en el momento en el que ella más apoyo necesitaba.
—Paula… —susurró. Se inclinó para besarla, pero se detuvo.
Había pensado que llevándola a Mithridos, a un lugar que ella no había visto antes, podría protegerla de sus recuerdos.
Decidió que no habían sido las vistas de Venecia o de Atenas lo que le habían hecho recordar.
Había recordado lo primero después de que él la besara en el puente Rialto. Inmediatamente después de hacerle el amor en Atenas, Paula había recordado detalles de la muerte de su padre.
Y en aquel momento, después de hacer el amor por segunda vez, había recordado que lo odiaba.
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 31
Pedro la miraba constantemente y la besaba.
Sus labios eran tan suaves y sus besos tan apasionados, que se sentía completamente viva.
Contuvo el aliento y lo miró. La bronceada piel del musculoso torso de Pedro relucía con el agua del mar.
—No dejes nunca de besarme…
Sin previo aviso, él la tomó en brazos y la levantó contra su torso desnudo.
—Tengo intención de pasarme el resto de mi vida besándote.
Regresaron así a la casa. Pedro subió las escaleras de dos en dos como si ella no
pesara nada y la llevó a su dormitorio. Paula temblaba tanto de deseo, que ni siquiera consiguieron llegar a la cama. Al pasar frente a las puertas del balcón, con su maravillosa vista del Egeo, Pedro la besó. Ella se giró hacia su cuerpo y le rodeó la cintura con las piernas. El beso se intensificó.
Él la empujó contra la puerta corredera y le quitó la braguita del bikini. Ella hizo lo mismo con el bañador que él llevaba. Se besaron frenéticamente, acariciándose por todas partes.
Al besarle la piel, Paula notó el aroma a sal y a mar.
Pedro lanzó un gruñido y la hizo tumbarse sobre la alfombra. La brisa del mar les refrescaba la piel. Él comenzó a besarle el valle que tenía entre los senos y siguió bajando hasta llegar a la húmeda feminidad. Paula gimió de placer cuando Pedro le separó las piernas y comenzó a estimularla con la lengua hasta que ella creyó que iba a volverse loca.
Con cada lametazo, ella se tensaba más y más, hasta que se sintió abrumada por su propio deseo. Sintió que Pedro le hundía la lengua y movió frenéticamente las caderas sabiendo que estaba a punto de explotar.
—No —susurró, apartándolo de sí—. Dentro de mí…
Pedro no necesitó más invitación. Se tumbó sobre el suelo y la levantó sobre él para hacer luego que se sentara. Durante un instante, ella no pudo moverse, dado que él la llenaba plenamente.
Entonces, él volvió a levantarla con sus fuertes brazos y le dijo:
—Móntame…
Paula obedeció. Gimió de gozo mientras se movía encima de él, controlando el ritmo. Lo sujetaba con fuerza en su interior, dejando que sus cuerpos se unieran como si fueran uno solo. Los dos estaban sin aliento, cubiertos de sudor y jadeando.
Con un último movimiento, ella explotó por fin.
—Te amo —gritó—. ¡Te amo!
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 30
La luz del sol resultaba brillante, casi cegadora, contra la palaciega villa de blancas paredes. Mientras observaba el cielo y el mar, a Paula le pareció que jamás había visto tantas tonalidades de azul. Se estiró en la hamaca que había Junto a la piscina y decidió que el cielo parecía unirse al mar. Dejó a un lado su libro sobre embarazos y observó cómo el Egeo lamía la blanca arena de la playa.
Sólo llevaban allí unas pocas horas, pero ella ya se había puesto un bikini de color amarillo y una hermosa túnica de color rosa. Afortunadamente, tenía en su armarlo ya gran cantidad de prendas cómodas y atractivas.
Cerró los ojos y gozó con la calidez que los rayos del sol le transmitían a la piel.
Además, ella no era la única a la que parecía gustarle. De repente, abrió los ojos de par en par y contuvo la respiración. Se colocó las manos sobre el vientre, justo por encima de la braguita del bikini.
¿Acababa de sentir…? ¿Había sido eso…?
—Buenos días, koukla mu…
Miró hacia atrás y vio que Pedro estaba en la terraza. Sólo llevaba un bañador y tenía una bandeja con dos vasos de agua con gas y dos platos de sándwiches y fruta.
Ella le sonrió, aunque no tenia demasiada hambre.
Al menos, no de comida.
Centró la atención en su musculoso torso, sus fuertes brazos y sus potentes piernas cubiertas de vello oscuro… No comprendía del todo la razón por la que, con tanta urgencia, se habían trasladado hasta allí desde Atenas, pero se había mostrado tan cariñoso y tan encantador, que le había resultado imposible negarse a su deseo por llevarla a casa.
Desde que llegaron a la isla aquella mañana, se había tomado muchas molestias para que se sintiera allí como en su casa. Paula no podía creer que fuera la dueña de aquella isla, que estaba frente a las costas de Turquía y a la que se podía acceder sólo en barco o helicóptero.
Los muchos criados que se ocupaban de la enorme villa resultaban casi invisibles.
Su marido bajó con la bandeja y le dio un dulce beso en la mejilla.
—¿Te gusta?
—Es como un sueño, Pedro. Un cuento de hadas. Me encanta.
—Bien —dijo él mientras se sentaba en la hamaca que había al lado de la de Paula—. Quiero que seas feliz. Quiero que críes a nuestros hijos aquí.
—¿Hijos? ¿Cuántos hijos?
—¿Dos?
—¿Seis? —bromeó ella.
—Creo que podremos alcanzar un acuerdo. Tres.
—Está bien. Soy tan feliz aquí, que creo que no querré marcharme nunca.
—Así será.
—Bueno, ¿qué es lo que tienes en mente? ¿Una luna de miel que no acabe nunca?
Pedro se inclinó para besarla tierna y dulcemente en los labios.
—Exactamente.
Se levantó de nuevo y se dirigió a la mesa con la bandeja. Colocó los platos e hizo lo mismo con cubiertos y servilletas. Entonces, se llevó las dos copas de agua mineral a las hamacas y le entregó una a Paula.
Luego, levantó la suya.
—Por la mujer más hermosa del mundo.
Paula se sonrojó y golpeó suavemente la copa contra la de él.
—Por el hombre más maravilloso del mundo. Gracias por decirme la verdad. Gracias por perdonarme. Gracias por dejarlo todo atrás y por traerme a casa.
Pedro frunció el ceño y apartó la mirada.
Entonces, echó la cabeza hacia atrás y se bebió el agua de un trago. Paula dio un sorbo y, entonces, se incorporó de un salto sobre la hamaca. Inmediatamente, se puso las manos sobre el vientre.
—¡Creo que acabo de sentir cómo se movía el bebé!
—¿Si? —preguntó él. Entonces, le colocó las manos sobre el vientre, por encima de la transparente bata rosa—. No siento nada.
—Tal vez me haya equivocado. Soy nueva en esto… —dijo. Entonces, volvió a sentir algo parecido a las burbujas de champán en el vientre—. ¿Has sentido eso?
—No.
Se quitó la túnica y se colocó las manos de Pedro contra la piel desnuda.
Entonces, observó cómo el se concentraba, conteniendo hasta la respiración como si no hubiera nada más importante para él en todo el mundo que sentir cómo su hijo se movía dentro de ella.
Paula recorrió el hermoso rostro de Pedro con la mirada. Le parecía imposible que hubiera ninguna mujer más afortunada que ella en el amor.
«Sin embargo, aún no te ha dicho que te quiere».
Decidió que no necesitaba escuchar esas palabras. Los actos de Pedro demostraban lo mucho que ella le importaba. Las palabras se las lleva el viento.
Podría vivir sin ellas.
—Sigo sin sentir nada…
—Lo sentirás, aunque creo que podría tardar un poco. El libro que estaba leyendo dice que podría pasar otro mes antes de que se le pueda sentir desde el exterior, pero me gusta que te preocupes por nuestro hijo tanto. Yo te…
«Te quiero». Estuvo a punto de pronunciar aquellas palabras, pero no lo hizo.
No cuando él no se las había dicho a ella.
—Creo que me apetecería comer algo.
—Tus deseos son órdenes para mí —replicó él.
Se pasaron el día en la playa, paseando por la arena y descansando.
miércoles, 15 de julio de 2020
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 29
Aquélla era la verdadera Paula. La persona que habría sido si hubiera crecido sin penas ni sufrimiento. Aquélla era la mujer en la que se habría convertido si él no se lo hubiera arrebatado todo cuando sólo tenía catorce años.
De repente, no pudo respirar. El aire lo ahogaba.
Se sintió como si se estuviera asfixiando. Se quitó con fuerza la corbata. Si Paula recuperaba algún día la memoria…
No solo lo odiaría, sino también al hijo que llevaba en las entrañas.
En aquel momento, ella se volvió para mirarlo como si hubiera notado el peso de la mirada de Pedro. Sonrió inmediatamente y sus ojos mostraron adoración y amor. Era la mujer más deseable que él hubiera conocido nunca. La amante perfecta.
La perfecta esposa. La perfecta madre. En aquel momento. Pedro tomó una dolorosa decisión.
Se dirigió hacia el mercado y, sin decir palabra, tomó a Paula entre sus brazos y la besó apasionadamente. Ella le devolvió el beso y se echó a reír.
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?
—Nada.
Efectivamente, pensaba asegurarse de que no volviera a ocurrirle nada nunca más. La estrechó con fuerza contra su cuerpo, como si no tuviera intención de dejarla escapar y le dio un beso en el cabello. No podía perderla. No podría soportarlo. Sabía que no se la merecía, pero no podía dejar que volviera a ser la persona que había sido antes de perder la memoria, una mujer amargada que centraba su existencia en la búsqueda de venganza.
Por primera vez en su vida, a Pedro no le importó la justicia, sino que rezó para pedir piedad.
¿Adónde podía llevarla? ¿Dónde podría estar segura, lejos de todo lo que pudiera recordarle la verdad? ¿A qué lugar podía llevarla para que ningún recuerdo pudiera asaltarla nunca?
La sacó del mercado.
—¿Adónde vamos?
—A casa —dijo él, de repente—. Te llevo a casa.
—¿Al ático?
—No. A Mithridos. A mi isla.
Para salvar a su familia, para salvarlos a todos.
Pedro tenía que rezar, y esperar, que ella nunca recordara nada.
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 28
La observó una vez más y vio que estaba en un puesto, examinando una selección de patucos de bebé.
Seguramente, Damian le habría contado a su hija que él era inocente.
Habría insistido en que él era a quien le había hecho daño. Le habría dicho que Pedro se había enfrentado a él para sacar beneficio. Damian había sido un hombre encantador y manipulador.
Así, había conseguido estafarles a sus propios accionistas diez millones de dólares antes de que una fuente interna hubiera alertado a Pedro del robo.
¿Le creería Paula si el le contaba la verdad?
Sí, seguramente le perdonaría. Comenzó a caminar hacia ella y, entonces, se detuvo en seco. Tendría que contarle la verdad sobre unos padres a los que idolatraba, dos personas que ya estaban muertas. Eso le rompería el corazón.
¿Importaría eso? Si recuperaba la memoria, lo odiaría de todos modos. No importaba si le contaba la verdad o no. Después de pasarse una vida amando a su padre, ninguna explicación que pudiera darle podría competir con eso. Justa o injustamente, ella le odiaría por haber destruido sus recuerdos más queridos.
Si ella volvía a recuperar la memoria, Pedro la perdería para siempre. Tan sencillo como eso.
Pedro cerró los ojos. La última vez que vio a Damian Hunter, éste estaba completamente borracho en un hotel de Nueva York.
—Me has arruinado, canalla —le dijo Damian—. Yo te lo enseñé todo, te saqué del arroyo y éste es tu modo de pagármelo.
—Les estabas robando a tus accionistas —le replicó Pedro fríamente.
Se alejó de él sin sentir culpabilidad alguna.
Sabía que había hecho lo correcto.
Damian Hunter había infringido la ley y tenía lo que se merecía. No se sintió culpable ni siquiera después de que Damian Hunter cayera al río Hudson con su Mercedes.
Había estafado… y no sólo a sus accionistas.
Jamás se le había ocurrido pensar en la hija que Damian dejaba atrás.
Jamás se había ocupado de su viuda.
Durante el primer año que Pedro pasó en los Estados Unidos, fue a la casa de los Hunter en Massachusetts para celebrar el Día de Acción de Gracias con ellos.
Recordaba perfectamente cómo Barbara besaba a Damian antes de servir el pavo. Su hija, Pau, era entonces sólo una niña regordeta.
Paula había cambiado mucho desde entonces, pero en esos momentos el embarazo había redondeado su figura y él podía ver por primera vez la semejanza con la niña que había sido entonces… Dios mío, era el quien tenía amnesia, aunque, en su caso, por elección.
El escándalo que siguió a la muerte de Damian debió de terminar con todo el dinero. Barbara Hunter regresó a Inglaterra. Tras amar a Damian casi hasta la locura, se casó con Arturo Craig para asegurarse así un futuro para su hija.
No podía ser que hubiera muerto por problemas de corazón. No. Ya nadie moría por un corazón roto.
Miró de nuevo a Paula. Durante diez años, había moldeado su carácter y había cambiado su aspecto para poder pagarle con la misma moneda.
Había asistido al baile benéfico del brazo del mayor rival de él para poder seducirlo y luego darle una puñalada en el corazón.
Nunca en su vida habría podido imaginar que existiera un odio así.
No era de extrañar que hubiera estrellado su coche cuando descubrió que estaba embarazada. No era de extrañar que su traumatizada mente se hubiera quedado en blanco. Había sido por pura supervivencia, como una persona gravemente herida que entra en coma.
La observó mientras ella reía en el puesto con dos pares de patucos en las manos, uno rosa y otro azul. Al verla reír, reconoció perfectamente en ella la niña que había sido. Parecía tan viva, tan inteligente, tan inocente…
Durante todo aquel tiempo, había creído que aquella versión de Paula era una ilusión. Se había equivocado.
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