jueves, 16 de julio de 2020
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 30
La luz del sol resultaba brillante, casi cegadora, contra la palaciega villa de blancas paredes. Mientras observaba el cielo y el mar, a Paula le pareció que jamás había visto tantas tonalidades de azul. Se estiró en la hamaca que había Junto a la piscina y decidió que el cielo parecía unirse al mar. Dejó a un lado su libro sobre embarazos y observó cómo el Egeo lamía la blanca arena de la playa.
Sólo llevaban allí unas pocas horas, pero ella ya se había puesto un bikini de color amarillo y una hermosa túnica de color rosa. Afortunadamente, tenía en su armarlo ya gran cantidad de prendas cómodas y atractivas.
Cerró los ojos y gozó con la calidez que los rayos del sol le transmitían a la piel.
Además, ella no era la única a la que parecía gustarle. De repente, abrió los ojos de par en par y contuvo la respiración. Se colocó las manos sobre el vientre, justo por encima de la braguita del bikini.
¿Acababa de sentir…? ¿Había sido eso…?
—Buenos días, koukla mu…
Miró hacia atrás y vio que Pedro estaba en la terraza. Sólo llevaba un bañador y tenía una bandeja con dos vasos de agua con gas y dos platos de sándwiches y fruta.
Ella le sonrió, aunque no tenia demasiada hambre.
Al menos, no de comida.
Centró la atención en su musculoso torso, sus fuertes brazos y sus potentes piernas cubiertas de vello oscuro… No comprendía del todo la razón por la que, con tanta urgencia, se habían trasladado hasta allí desde Atenas, pero se había mostrado tan cariñoso y tan encantador, que le había resultado imposible negarse a su deseo por llevarla a casa.
Desde que llegaron a la isla aquella mañana, se había tomado muchas molestias para que se sintiera allí como en su casa. Paula no podía creer que fuera la dueña de aquella isla, que estaba frente a las costas de Turquía y a la que se podía acceder sólo en barco o helicóptero.
Los muchos criados que se ocupaban de la enorme villa resultaban casi invisibles.
Su marido bajó con la bandeja y le dio un dulce beso en la mejilla.
—¿Te gusta?
—Es como un sueño, Pedro. Un cuento de hadas. Me encanta.
—Bien —dijo él mientras se sentaba en la hamaca que había al lado de la de Paula—. Quiero que seas feliz. Quiero que críes a nuestros hijos aquí.
—¿Hijos? ¿Cuántos hijos?
—¿Dos?
—¿Seis? —bromeó ella.
—Creo que podremos alcanzar un acuerdo. Tres.
—Está bien. Soy tan feliz aquí, que creo que no querré marcharme nunca.
—Así será.
—Bueno, ¿qué es lo que tienes en mente? ¿Una luna de miel que no acabe nunca?
Pedro se inclinó para besarla tierna y dulcemente en los labios.
—Exactamente.
Se levantó de nuevo y se dirigió a la mesa con la bandeja. Colocó los platos e hizo lo mismo con cubiertos y servilletas. Entonces, se llevó las dos copas de agua mineral a las hamacas y le entregó una a Paula.
Luego, levantó la suya.
—Por la mujer más hermosa del mundo.
Paula se sonrojó y golpeó suavemente la copa contra la de él.
—Por el hombre más maravilloso del mundo. Gracias por decirme la verdad. Gracias por perdonarme. Gracias por dejarlo todo atrás y por traerme a casa.
Pedro frunció el ceño y apartó la mirada.
Entonces, echó la cabeza hacia atrás y se bebió el agua de un trago. Paula dio un sorbo y, entonces, se incorporó de un salto sobre la hamaca. Inmediatamente, se puso las manos sobre el vientre.
—¡Creo que acabo de sentir cómo se movía el bebé!
—¿Si? —preguntó él. Entonces, le colocó las manos sobre el vientre, por encima de la transparente bata rosa—. No siento nada.
—Tal vez me haya equivocado. Soy nueva en esto… —dijo. Entonces, volvió a sentir algo parecido a las burbujas de champán en el vientre—. ¿Has sentido eso?
—No.
Se quitó la túnica y se colocó las manos de Pedro contra la piel desnuda.
Entonces, observó cómo el se concentraba, conteniendo hasta la respiración como si no hubiera nada más importante para él en todo el mundo que sentir cómo su hijo se movía dentro de ella.
Paula recorrió el hermoso rostro de Pedro con la mirada. Le parecía imposible que hubiera ninguna mujer más afortunada que ella en el amor.
«Sin embargo, aún no te ha dicho que te quiere».
Decidió que no necesitaba escuchar esas palabras. Los actos de Pedro demostraban lo mucho que ella le importaba. Las palabras se las lleva el viento.
Podría vivir sin ellas.
—Sigo sin sentir nada…
—Lo sentirás, aunque creo que podría tardar un poco. El libro que estaba leyendo dice que podría pasar otro mes antes de que se le pueda sentir desde el exterior, pero me gusta que te preocupes por nuestro hijo tanto. Yo te…
«Te quiero». Estuvo a punto de pronunciar aquellas palabras, pero no lo hizo.
No cuando él no se las había dicho a ella.
—Creo que me apetecería comer algo.
—Tus deseos son órdenes para mí —replicó él.
Se pasaron el día en la playa, paseando por la arena y descansando.
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