jueves, 16 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 31





Pedro la miraba constantemente y la besaba. 


Sus labios eran tan suaves y sus besos tan apasionados, que se sentía completamente viva.


Contuvo el aliento y lo miró. La bronceada piel del musculoso torso de Pedro relucía con el agua del mar.


—No dejes nunca de besarme…


Sin previo aviso, él la tomó en brazos y la levantó contra su torso desnudo.


—Tengo intención de pasarme el resto de mi vida besándote.


Regresaron así a la casa. Pedro subió las escaleras de dos en dos como si ella no
pesara nada y la llevó a su dormitorio. Paula temblaba tanto de deseo, que ni siquiera consiguieron llegar a la cama. Al pasar frente a las puertas del balcón, con su maravillosa vista del Egeo, Pedro la besó. Ella se giró hacia su cuerpo y le rodeó la cintura con las piernas. El beso se intensificó.


Él la empujó contra la puerta corredera y le quitó la braguita del bikini. Ella hizo lo mismo con el bañador que él llevaba. Se besaron frenéticamente, acariciándose por todas partes. 


Al besarle la piel, Paula notó el aroma a sal y a mar.


Pedro lanzó un gruñido y la hizo tumbarse sobre la alfombra. La brisa del mar les refrescaba la piel. Él comenzó a besarle el valle que tenía entre los senos y siguió bajando hasta llegar a la húmeda feminidad. Paula gimió de placer cuando Pedro le separó las piernas y comenzó a estimularla con la lengua hasta que ella creyó que iba a volverse loca.


Con cada lametazo, ella se tensaba más y más, hasta que se sintió abrumada por su propio deseo. Sintió que Pedro le hundía la lengua y movió frenéticamente las caderas sabiendo que estaba a punto de explotar.


—No —susurró, apartándolo de sí—. Dentro de mí…


Pedro no necesitó más invitación. Se tumbó sobre el suelo y la levantó sobre él para hacer luego que se sentara. Durante un instante, ella no pudo moverse, dado que él la llenaba plenamente.


Entonces, él volvió a levantarla con sus fuertes brazos y le dijo:
—Móntame…


Paula obedeció. Gimió de gozo mientras se movía encima de él, controlando el ritmo. Lo sujetaba con fuerza en su interior, dejando que sus cuerpos se unieran como si fueran uno solo. Los dos estaban sin aliento, cubiertos de sudor y jadeando.


Con un último movimiento, ella explotó por fin.


—Te amo —gritó—. ¡Te amo!





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