miércoles, 15 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 28




La observó una vez más y vio que estaba en un puesto, examinando una selección de patucos de bebé.


Seguramente, Damian le habría contado a su hija que él era inocente.


Habría insistido en que él era a quien le había hecho daño. Le habría dicho que Pedro se había enfrentado a él para sacar beneficio. Damian había sido un hombre encantador y manipulador. 


Así, había conseguido estafarles a sus propios accionistas diez millones de dólares antes de que una fuente interna hubiera alertado a Pedro del robo.


¿Le creería Paula si el le contaba la verdad?


Sí, seguramente le perdonaría. Comenzó a caminar hacia ella y, entonces, se detuvo en seco. Tendría que contarle la verdad sobre unos padres a los que idolatraba, dos personas que ya estaban muertas. Eso le rompería el corazón.


¿Importaría eso? Si recuperaba la memoria, lo odiaría de todos modos. No importaba si le contaba la verdad o no. Después de pasarse una vida amando a su padre, ninguna explicación que pudiera darle podría competir con eso. Justa o injustamente, ella le odiaría por haber destruido sus recuerdos más queridos.


Si ella volvía a recuperar la memoria, Pedro la perdería para siempre. Tan sencillo como eso.


Pedro cerró los ojos. La última vez que vio a Damian Hunter, éste estaba completamente borracho en un hotel de Nueva York.


—Me has arruinado, canalla —le dijo Damian—. Yo te lo enseñé todo, te saqué del arroyo y éste es tu modo de pagármelo.


—Les estabas robando a tus accionistas —le replicó Pedro fríamente.


Se alejó de él sin sentir culpabilidad alguna. 


Sabía que había hecho lo correcto.


Damian Hunter había infringido la ley y tenía lo que se merecía. No se sintió culpable ni siquiera después de que Damian Hunter cayera al río Hudson con su Mercedes.


Había estafado… y no sólo a sus accionistas.


Jamás se le había ocurrido pensar en la hija que Damian dejaba atrás.


Jamás se había ocupado de su viuda.


Durante el primer año que Pedro pasó en los Estados Unidos, fue a la casa de los Hunter en Massachusetts para celebrar el Día de Acción de Gracias con ellos.


Recordaba perfectamente cómo Barbara besaba a Damian antes de servir el pavo. Su hija, Pau, era entonces sólo una niña regordeta.


Paula había cambiado mucho desde entonces, pero en esos momentos el embarazo había redondeado su figura y él podía ver por primera vez la semejanza con la niña que había sido entonces… Dios mío, era el quien tenía amnesia, aunque, en su caso, por elección.


El escándalo que siguió a la muerte de Damian debió de terminar con todo el dinero. Barbara Hunter regresó a Inglaterra. Tras amar a Damian casi hasta la locura, se casó con Arturo Craig para asegurarse así un futuro para su hija.


No podía ser que hubiera muerto por problemas de corazón. No. Ya nadie moría por un corazón roto.


Miró de nuevo a Paula. Durante diez años, había moldeado su carácter y había cambiado su aspecto para poder pagarle con la misma moneda.


Había asistido al baile benéfico del brazo del mayor rival de él para poder seducirlo y luego darle una puñalada en el corazón.


Nunca en su vida habría podido imaginar que existiera un odio así.


No era de extrañar que hubiera estrellado su coche cuando descubrió que estaba embarazada. No era de extrañar que su traumatizada mente se hubiera quedado en blanco. Había sido por pura supervivencia, como una persona gravemente herida que entra en coma.


La observó mientras ella reía en el puesto con dos pares de patucos en las manos, uno rosa y otro azul. Al verla reír, reconoció perfectamente en ella la niña que había sido. Parecía tan viva, tan inteligente, tan inocente…


Durante todo aquel tiempo, había creído que aquella versión de Paula era una ilusión. Se había equivocado.




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