lunes, 6 de julio de 2020
A TODO RIESGO: EPILOGO
25 de diciembre
—Novia embarazada… Despejen el camino —pronunciaba la enfermera mientras empujaba la silla de ruedas en la que estaba sentada Paula.
Dario corría a su lado, tomándola de una mano en un desesperado intento por aliviar el dolor de sus contracciones. El sacerdote lo seguía apresuradamente, con una Biblia en la mano, esperando terminar la ceremonia que el advenimiento del bebé había interrumpido. Por fin entraron en el paritorio.
—Puedo volver más tarde —terció el reverendo Forrester, algo azorado—. Continuaremos más cómodamente con la ceremonia cuando os encontréis de vuelta en casa.
Paula aspiró profundamente, sujetándose el vientre con las dos manos.
—Ni hablar. Dese prisa. Si he llegado hasta aquí, quiero terminar de una vez.
En aquel instante apareció el doctor Brown.
—Parece que vamos a tener un bebé navideño. Mejor regalo, imposible —se puso los guantes esterilizados—. ¿Quién necesita una cigüeña cuando Santa Claus anda metido en el asunto?
—Un bebé navideño y una boda navideña —exclamó la enfermera—. Paula se estaba vistiendo para la boda cuando se puso de parto. El sacerdote los ha seguido hasta aquí.
—¿Una boda? Entonces sigan con la ceremonia, pero rápido —le hizo un guiño a Forrester—. Los bebés tienen su propia agenda.
—Lo entiendo —repuso el reverendo, ajustándose las gafas de montura de alambre—. Si Dario y Paula están de acuerdo, prescindiré de la retórica habitual.
—Por mí estupendo —le aseguró Dario.
—Y por mí también —añadió Paula, entre jadeos.
—En ese caso, ¿quieres a Paula Chaves como esposa, en la salud y en la…?
—Sí, quiero —lo interrumpió Dario, mientras los gritos de Paula amenazaban ya con ahogar la voz del sacerdote.
—Yo también quiero —dijo ella, aferrándose a las manos de Dario.
—Creo que con esto debería bastar —pronunció el doctor Brown, aprestándose a la tarea—. Y ahora retírese, reverendo, si no quiere que lo tome como ayudante.
El reverendo Forrester dio un paso atrás, nervioso.
—Ya firmarán la licencia más tarde. Me temo que ahora mismo tienen las manos ocupadas…
—Respire y empuje, Paula—la urgió el médico—. Respire y empuje. El bebé está en camino.
El bebé. Una niña. Aquellas palabras resonaron en su cerebro como una deliciosa melodía.
Incluso en medio del dolor, fue consciente de que nunca en toda su vida viviría un momento tan dulce y maravilloso.
—Lo vamos a conseguir, Juana. Ya lo verás.
Pero la mejor recompensa vino después, cuando finalmente el médico le entregó a la niña. El corazón le rebosaba de alegría. Acarició su cabecita con los labios.
—Quiero que se llame Juana. Sé que su madre nos está viendo ahora mismo. Lo sé.
Dario deslizó un dedo por la diminuta mejilla del bebé.
—Si Juana nos está viendo, entonces tiene que estarte muy agradecida, Paula.
—Y a cierto valiente, guapo y tenaz agente del FBI que acudió en nuestro rescate.
—Bueno, ya soy padre —esbozó una enorme sonrisa—. Esto hay que celebrarlo, ¿Qué te apetece?
—Lo único que me apetece eres tú.
—Estupendo, porque ya me tienes. Para siempre —se inclinó para besarla suavemente en los labios, pero alzó la mirada cuando el reverendo Forrester asomó la cabeza por la puerta.
—Casi me olvidaba: os declaro marido y mujer. Feliz Navidad. Ya puedes besar a la novia.
Y la besó, mientras Juana les hacía saber que, con toda probabilidad, aquella noche no los iba a dejar dormir.
A TODO RIESGO: CAPITULO 70
Paula abrió los ojos y miró a su alrededor.
—Bienvenida.
Extrañada, volvió la cabeza para distinguir a Pedro entre las sombras, contemplándola. Y la invadió un alivio inmenso, inefable.
—Estás vivo.
—Estás hablando con un agente del FBI. ¿Pensabas acaso que un tipo como ese me iba a disparar a mí primero? —se sentó en el borde de la cama y le acarició delicadamente una mejilla—. Por supuesto, conté con un poco de ayuda. Has demostrado que tienes una cabeza tan dura como la mía.
Paula se llevó una mano a la sien, y de repente recordó. El golpe con la cabeza y el disparo.
—¿Quién recibió el disparo?
—Mateo, pero solo en la mano que tenía el arma. Ahora está en la cárcel. La policía local se lo llevó. Junto con el cadáver de Lautaro Collier.
—Pobre Lautaro.
—Te faltó poco.
—Sí. Me desmayé, ¿no?
—Perdiste el sentido. Tuve que maniatar a Mateo haciendo tiras con la ropa que encontré en la cúpula y llevarte abajo antes de poder llamar a la policía —le acercó un vaso de agua a los labios—. Toma un sorbo. Tienes la voz ronca.
—Eso es porque he estado perfeccionando mi técnica de grito.
—Ya lo he oído.
—Lo de salvarme se está convirtiendo en un hábito para ti.
—Un hábito que espero termine de una vez. Amarte es el único hábito que quiero tener de ahora en adelante.
—¿Amarme?
Se inclinó para besarle la frente.
—Amarte, si tú me dejas.
—¿Sabes? Tomé un par de decisiones durante tu ausencia de hoy, Pedro. Voy a quedarme con el bebé.
—¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de idea?
—El diario de mi madre, en primer lugar. Lo encontré en una de las cajas de la cúpula y estuve leyendo algunas partes antes de que Mateo apareciera en escena. El secreto de mi identidad ya había durado demasiado. Ya era hora de que lo desvelara.
—Es verdad.
—Pero el diario no fue el único motivo. Quiero conservar a la criatura. La otra noche estabas en lo cierto. Ya la amo más que a mi vida. Ansío cuidarla, criarla, educarla. Tenía miedo de fracasar en el intento. Solo que en esta ocasión no habrá secretos. Cuando sea lo suficientemente mayor para entenderlo, le contaré lo de Juana y Benjamin.
—Estoy muy orgulloso de ti. Yo también tengo noticias frescas, aunque no creo que te guste mucho oírlas. He descubierto la identidad de tu padre.
—Leandro Sellers.
—¿Cómo lo supiste?
—Por Mateo, aunque no estoy al tanto de toda la historia.
—Carlos Sellers me la contó a mí. Es un hombre muy lúcido para la edad que tiene, y a pesar de su pésima salud. Al parecer tu madre y el padre de Juana tuvieron una aventura. Él amaba a Mariana, pretendía abandonar a su esposa y casarse con ella, pero por esas mismas fechas Johana Sellers descubrió que estaba embarazada de Juana. Carlos y ella lo presionaron y Leandro decidió seguir casado.
—Y nadie me contó la verdad.
—A causa del trato que tu madre hizo con Carlos Sellers. Él consintió en pagar los gastos de tu mantenimiento y educación hasta que cumplieras los dieciocho años, y financiarte luego los estudios universitarios siempre y cuando tu madre mantuviera el nombre de su hijo en el anonimato y te ocultara la verdadera identidad de tu padre.
—¿Así que era de allí de donde procedía el dinero de que dispuso siempre mi madre?
—Sí. Johana descubrió que Carlos le estaba enviando cheques a tu madre y le prohibió volver a pisar su casa. Poco después de que muriera Leandro, ella le dijo que Juana conocía la verdad y que no quería volver a verlo jamás.
—Y al mismo tiempo le contó a Juana que había muerto, cuando no era cierto. En aquel entonces ella estaba estudiando en el extranjero y no pudo asistir al funeral.
—Por lo visto, Johana nunca perdonó ni a su marido ni a tu madre aquella desdichada aventura. Pero ahora que Carlos Sellers se halla al borde de la muerte, quiere verte para pedirte perdón por todo. Ya había registrado tu nombre en su testamento y planeaba repartir sus bienes entre Juana, Mateo y tú. Todavía no se había enterado de la muerte de Juana y yo no se lo dije. No quería darle un disgusto tan grande en estos momentos.
—Tantos secretos, tantos engaños… en una sola familia —apretó la mano de Pedro—. Al menos pude conocer a Juana: ella siempre fue como una hermana para mí. Y ahora he descubierto que era mi hermanastra.
—Lo que significa que, de alguna manera, su hija está emparentada contigo.
—Y ahora compartiré mí vida con ella. Pero no creo que Mateo supiera que el bebé era de Juana.
—No. Por lo poco que dijo mientras esperábamos a que llegara la policía, me pareció que no lo sabía. Solo iba por Juana y por ti.
—Qué curioso. El destino y un asesino llamado Marcos Caraway hizo que nuestros caminos se encontraran. Si no hubiera sido por él, tú nunca habrías venido a Orange Beach y probablemente yo ahora estaría muerta.
Pedro se tumbó a su lado, acariciándole la mejilla con un dedo.
—Y el destino decretó también que, nada más verte, me enamoraría de ti.
—Te amo, Pedro Alfonso, Dario Cason o quienquiera que seas. Te amaré para siempre.
—¿Para siempre? Debes de estar delirando.
—Delirando del placer de estar viva y de tenerte a ti.
—Entonces esto hay que celebrarlo. Porque me parece que me voy a convertir en papá.
—¿No crees que antes deberías convertirte en marido?
—Absolutamente. ¿Qué te parece una boda navideña en la playa?
—Me gustaría, aunque no sé qué tipo de vestido me sentaría bien…
—No importa lo que lleves. Serás la novia más hermosa del mundo. Sin duda.
El bebé dio una patadita a modo de aprobación mientras Pedro la estrechaba en sus brazos, besándola. Y Paula comprendió que la palabra «siempre», aplicada al amor que sentía por aquel hombre, nunca sería suficiente.
domingo, 5 de julio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 69
Paula chilló de nuevo mientras Mateo intentaba tirarla por la barandilla. Unos pocos centímetros más y perdería completamente el equilibrio, pero él se estaba tomando la tarea con aterradora parsimonia. Como si quisiera torturarla lentamente y volverla loca antes de terminar de asesinarla.
—Levanta las manos y apártate de Paula. ¡Ya!
La brusca voz masculina se alzó por encima del murmullo del mar. Pedro. Estaba allí. Intentó volver la cabeza para verlo, pero Mateo se lo impidió de forma que lo único que podía ver era la arena del suelo.
—Lo siento, poli, pero no me voy a apartar —sujetando a Paula con una mano, sacó un arma con la otra—. Si quieres guerra, la tendrás. Aunque me dispares, todavía tendré tiempo para dispararte yo a ti y tirar a Paula al vacío. De cualquier forma, tú pierdes.
—Tal vez pierda, pero tú estarás muerto —le advirtió Pedro, acercándose—. Te tengo a tiro.
Solo que él también estaba a tiro de Mateo, pensó Paula. Dos hombres muertos y el cuerpo de una mujer embarazada estampada contra el suelo. Aquel no era ni mucho menos el final que había imaginado. Tenía un brazo retorcido detrás de la espalda. Y con el otro no tenía fuerza suficiente para hacer daño. Pero un solo segundo de ventaja era todo lo que necesitaba Pedro.
Bajó la cabeza y sintió que su cuerpo basculaba hacia delante, a punto de caer por la barandilla.
Luego, tomando impulso y sacando fuerzas de flaqueza, echó la cabeza violentamente hacia atrás y golpeó a Mateo.
Tal fue la violencia del golpe que empezó a perder el sentido, justo en el momento en que el eco del disparo repercutía en su cerebro. No supo quién había disparado, pero sintió la sangre corriéndole por un brazo mientras se derrumbaba en el suelo… a los pies de Mateo.
A TODO RIESGO: CAPITULO 68
Pedro bajó del coche. Ya casi había oscurecido, pero afortunadamente Paula no estaba sola. La camioneta del carpintero estaba aparcada en el sendero de entrada, al lado del coche patrulla de Lautaro Collier.
—Ya estoy aquí —gritó nada más abrir la puerta. Esperó una respuesta, pero la casa se hallaba sumida en un absoluto silencio. Probablemente Paula estaría descansando en su dormitorio, pero… ¿dónde estaba Lautaro Collier?
La contestación a esa pregunta le estalló en la cara cuando entró en la cocina y lo vio doblado sobre la mesa, con los brazos colgando y el cuerpo desmadejado. Tenía una cuerda anudada alrededor del cuello. Con el corazón latiéndole a toda velocidad, sacó su pistola y empezó a subir las escaleras a la carrera.
—¡Paula, Paula! —su propia voz resonaba en sus oídos, desgarrada por el pánico. El carpintero. Mateo Cox. ¿Él también estaba muerto o sería el otro heredero de los Sellers?
Fue de habitación en habitación, buscando, medio esperando que Mateo le saltara encima desde detrás de cada puerta cerrada. Pero lo único que encontró fueron habitaciones vacías y un horror creciente. No podía haber llegado demasiado tarde.
Una ráfaga de aire frío le azotó el rostro cuando pasó al lado de la escalera que subía hacia la cúpula. Alzó la mirada. Sí, la puerta estaba abierta.
Voló escaleras arriba, obligándose a creer que Paula estaba allí, indemne, esperándolo. Ya casi había llegado a lo alto cuando la oyó gritar: un horrible chillido que le destrozó los nervios acabando con sus últimos restos de autocontrol.
A TODO RIESGO: CAPITULO 67
—No te sorprendas tanto, Paula. El mundo es un pañuelo. Nunca se sabe quién puede presentarse en tu casa con una sierra de cortar madera. O con una bomba.
Las palabras de Mateo penetraron en la conciencia de Paula envueltas en una sensación de pánico.
—¿De qué estás hablando?
—Lo sabes perfectamente. Puedo ver el brillo de terror de tus ojos —agarró sus brazos, clavándole los dedos en la carne—. Y sabes lo que va a pasar ahora, ¿verdad?
—¿Por qué haces todo esto?
—Porque soy Mateo Sellers Cox, el legítimo heredero de la fortuna de nuestro abuelo. Y tú, mi preciosa fulana embarazada, eres la basura que entró en nuestra familia por la puerta de atrás. Por eso tengo que matarte.
Sus palabras carecía de sentido para Paula, pero lo cierto era que aquel hombre estaba decidido a matarla a ella y al bebé. Era alto, fuerte, musculoso. Miró a su alrededor buscando algo que pudiera utilizar como defensa. No había nada. Tendría que usar el cerebro. Tenía que pensar en una forma de detenerlo.
—Me merezco la fortuna familiar de los Sellers, y ya es hora de que obtenga lo que merezco.
Dinero. Eso era. Pensaba que estaba intentando obtener dinero por el bebé.
—Quédate con todo el dinero que quieras —le suplicó—. Yo no reclamaré un céntimo por el bebé.
—¿El bebé? A mí no me preocupa el bebé. Es contigo con quien no tengo intención alguna de compartir el dinero. Además, tú ya has tenido tu parte.
—De verdad, no te entiendo. No sé de qué estás hablando.
—Estoy hablando de tu madre, que se acostó con un hombre casado y luego le fue sacando el dinero para mantener la historia en secreto.
—¿Tú sabes quién es mi padre?
—Oh, claro. Siempre lo supe. Era el gran secreto de la familia. Johana Sellers me habría matado si lo hubiese aireado. Así que no dije nada, para protegerte a ti, a tu madre y a Leandro Sellers.
—¿Leandro Sellers?
—Sí. No me digas que no lo sabías.
El padre de Juana. No le extrañaba que su abuela no hubiese querido que fueran buenas amigas. Ni que a Johana Sellers no le hubiera gustado que su hija escogiera a Paula como confidente.
—Juana y tú os lo llevasteis todo. Yo era el hijo de la oveja negra de la familia y nunca tuve nada. Pero ahora cambiarán las cosas. Yo soy el único superviviente de la familia Sellers.
—Pero tu apellido es Cox. Pedro revisó tus antecedentes.
—Cox es el apellido de mi padrastro. Lo único que me dio.
Lentamente las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar.
—Tú fuiste quien puso la bomba y mató a Juana y a Benjamin. Lo hiciste por dinero.
—¿Quién, yo? La explosión fue un accidente. ¿Es que no lees los periódicos?
Furia, rabia, odio, desprecio: Paula sintió de repente todo eso, mezclado en una náusea que hacía que le resultara imposible mirar siquiera a aquel hombre.
—No te preocupes, Paula. No tengo intención de ponerte a ti ninguna bomba. Simplemente nos vamos a acercar a la barandilla de la terraza. Es una pena que estés tan torpe y tan poco ágil. Te caerás accidentalmente por la barandilla. Te caerás, caerás…y tu cuerpo se estrellará contra la arena.
Comenzó a empujarla hacia la puerta. Paula intentó resistirse, pero él le retorció el brazo detrás de la espalda hasta arrancarle lágrimas de dolor. Abrió la puerta con la otra mano y la obligó a caminar por la estrecha terraza.
El viento le azotaba la cara, y jadeó para recuperar el aliento.
—Mira hacia abajo, Paula. Fíjate en lo lejos que está el suelo. Pero llegarás muy rápido, te lo aseguro. Qué triste. Igual de triste que cuando Leonardo se saltó la tapa de los sesos.
—También lo mataste, ¿verdad? Lo mataste para desviar hacia él las investigaciones.
—Y para despistar a ese poli con el que vives. Una bonita historia la de vuestro encuentro. La mayor parte de la gente se lo tragó. Y yo también, hasta que sumé dos y dos y al fin me di cuenta de por qué nunca salías de casa sin él. Debí haber adivinado que ningún hombre se enamoraría de una mujer que parece un tonel.
Ningún hombre se enamoraría de una mujer embarazada. Solo Pedro. Había visto más allá de su cuerpo, había descubierto en ella algo que amar. Y ahora tenía que encontrar una manera de seguir viva. Por él y por el bebé. Y por la oportunidad que tenía de vivir una felicidad que jamás había soñado que podría encontrar.
—Y ahora incluso el poli te ha abandonado.
—Lautaro Collier está abajo. Descubrirá que has venido. Nunca te saldrás con la tuya.
Mateo se echó a reír. Era la risa de un loco.
—Lautaro Collier no dirá nada. Ni ahora ni nunca.
Lo había matado. Y si había matado a un policía armado, ¿qué oportunidad tenía ella contra él?
—Cuando encuentren el cadáver de Lautaro, lo relacionarán contigo.
—Te equivocas, Paula. Nunca encontrarán el cuerpo. Me lo llevaré conmigo cuando me vaya.
—Tú no eres pariente de Juana. Nunca accederás al dinero de los Sellers —estaba intentando ganar tiempo, lanzándole acusaciones para que siguiera hablando hasta que llegara Pedro.
—Oh, claro que soy pariente suyo. El sobrino, la rama pobre de la familia. Mi padre era la oveja negra que se fue un día de casa y nunca más volvió. Mi madre también se marchó y ya no volvió a tener nada que ver ni con mi abuelo ni con los padres de Juana. A ella nunca le cayeron bien ni Leandro ni Johana. Pero yo me di cuenta de todo, hice un montón de viajes para ver a mi abuelo durante los últimos años, lo cual es mucho más de lo que Juana hizo. Él me aseguró que yo figuraba en el testamento.
Cuando muera, solo tendré que hacer acto de presencia para recoger el cheque.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—Empecé a volver hace años, mucho antes de imaginar que las cosas acabarían así. Estuve trabajando para la gente del pueblo sin decirles jamás que de niño yo había vivido aquí. Y todo el mundo sabe que El Palo del Pelícano pertenece a los Chaves. La antigua casa de playa con su preciosa cúpula central…
Paula miró hacia abajo, mareándose. Con un pequeño empujón perdería el equilibrio para caer al vacío. El viento aullaba sin cesar, ahogando todos los sonidos excepto el latido acelerado de su propio corazón.
Mateo la agarró con más fuerza y Paula comprendió que todo estaba a punto de terminar. Para ella y para el bebé. Pedro descubriría su cuerpo y pensaría que se había caído. Nadie sabría nunca la verdad, y Mateo Cox se escaparía con sus múltiples crímenes a sus espaldas.
La felicidad que tan cerca había estado de alcanzar se le escapaba entre los dedos. Mateo la apretó contra sí, deslizando las manos desde sus brazos hasta sus senos.
—Un empujoncito, Megan, y todo habrá acabado.
sábado, 4 de julio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 66
Paula colgó el teléfono. Por fin había hecho la llamada a la agencia de adopción: la llamada que había estado postergando durante dos semanas. Se sentía deprimida, agotada. Y muy sola, a pesar de que Lautaro Collier estaba en el piso de abajo, leyendo la novela policíaca que había traído consigo.
Pedro pensaba que ella no podía comprometerse con ninguna relación debido a su pasado, y quizá tuviera razón. Pero incluso aunque acordaran seguir juntos, sabía que no funcionaría. Sus vidas eran demasiado distintas.
Acabarían separándose y ella volvería a quedarse sola. Siguiendo un impulso, como si se viera arrastrada por el pasado, empezó a subir los escalones del final del pasillo.
—Me voy a la cúpula —avisó a Lautaro por el hueco de la escalera—. Dile a Pedro que estoy arriba, por favor, si llega antes de que baje.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, gracias. Estaré bien.
—Si me necesitas, da un grito. Subiré en un momento.
El sol estaba a punto de ponerse cuando abrió la puerta y entró en la habitación de la cúpula.
Todavía jadeando por el esfuerzo de la subida, contempló las cajas. No podía levantar las que estaban en lo alto de las filas, pero Pedro le había bajado unas cuantas al suelo, por si se le ocurría revisarlas.
Escogió la que tenía la etiqueta «Mariana». Estaba llena de ropa, y fue sacando las prendas una a una: faldas y suéteres de los sesenta, del mismo tipo que actualmente se cotizaban tanto en las tiendas. Siguió rebuscando en la caja hasta que tropezó con un libro. Tenía las pastas de un color verde desvaído, desgastado en los bordes. Era un diario.
El libro contenía palabras y pensamientos del pasado: era como un atisbo del corazón y del alma de una mujer que todavía seguía siendo una extraña para Paula. Quizá la lectura de unas pocas páginas la ayudara a ver claro en sí misma. Con manos temblorosas, abrió la cubierta y leyó el primer renglón:
Hoy me matriculé en el festival de misses. Todavía no se lo he contado a mi madre. Se llevará un disgusto cuando se entere, porque dice que no es propio de una joven dama exhibir su cuerpo de esa manera. Pero yo no solo quiero participar, sino ganar. Este premio y muchos más. Quiero llegar hasta la cumbre y que me corone Miss América. Ese será mi billete para Broadway.
Paula fue pasando las páginas hasta que la palabra «embarazada» llamó su atención. La escritura del párrafo era desigual, y en algunos casos la tinta estaba disuelta, como si unas lágrimas hubieran caído sobre el papel
La regla se me ha retrasado dos semanas. Todavía no se lo he contado a nadie más que a Sandra, pero sé que estoy embarazada. Mi madre me matará cuando se lo diga, sobre todo si descubre quién es el padre. Ella nunca entenderá que yo lo amo y que él me ama a mí. Es la malvada esposa suya la que se interpone entre nosotros.
Pero sobre todo es a papá a quien más pena me da decírselo. Le romperé el corazón y ya no podré seguir siendo su preciosa hijita…
Por primera vez en su vida, Paula pudo imaginarse perfectamente cómo se habría sentido su madre en aquel entonces. Joven.
Temerosa. Embarazada de un hombre casado.
Lo que significaba que todo lo que le había contado acerca de su padre había sido mentira.
Continuó leyendo como si estuviera en una especie de trance.
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas mientras leía los acontecimientos que habían seguido a aquella revelación. Su madre había quedado devastada por el rechazo del hombre al que amaba. Había tenido que soportar el dolor que había infligido a su padre y las recriminaciones de su madre. Había crecido con demasiada rapidez: de niña mimada se había convertido, en tan solo unos meses, en madre soltera. A pesar de sus sufrimientos, Mariana había ocultado a su madre la identidad de su amante, sin siquiera escribir su nombre en el diario. Y, temerosa, avergonzada, deprimida, había optado por tener el bebé. Había querido a Paula, aunque se había sentido abrumada por la perspectiva de convertirse en madre.
Paula cerró el diario, sintiendo una profunda ternura por Mariana que jamás antes había sentido. Aquella mujer había sido su madre: el resultado de todo lo que le había sucedido, una personalidad formada por un padre que la había mimado demasiado y una comunidad que, para su desgracia, valoraba la belleza física por encima de todo.
Esa era su madre, pero no era ella. Se rodeó el vientre con las dos manos, aliviada.
—Estaba equivocada, pequeñita. Yo soy mucho más fuerte de lo que fue mi madre. No te entregaré a nadie… nunca. Te quiero muchísimo y seré una buena madre para ti. Lo seré. E incluso aunque cometa errores, lo superaré y tú también.
Joaquin pensaría que estaba loca por renunciar a su carrera, pero no le importaba lo que pensara. Quería tener aquel bebé y quería tener la oportunidad de ser feliz con Pedro. Quería todo eso, y estaba decidida a conseguirlo.
Unos pesados pasos resonaron en la escalera que conducía a la cúpula. Debía de ser Pedro.
Paula se incorporó para acercarse a la puerta, con el corazón rebosante de alegría. Apenas podía esperar para anunciarle su decisión.
Abrió la puerta, pero era Mateo Cox quien subía hacia ella.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Terminar lo que empecé en Atlanta… hace un mes.
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