lunes, 6 de julio de 2020

A TODO RIESGO: EPILOGO




25 de diciembre


—Novia embarazada… Despejen el camino —pronunciaba la enfermera mientras empujaba la silla de ruedas en la que estaba sentada Paula.


Dario corría a su lado, tomándola de una mano en un desesperado intento por aliviar el dolor de sus contracciones. El sacerdote lo seguía apresuradamente, con una Biblia en la mano, esperando terminar la ceremonia que el advenimiento del bebé había interrumpido. Por fin entraron en el paritorio.


—Puedo volver más tarde —terció el reverendo Forrester, algo azorado—. Continuaremos más cómodamente con la ceremonia cuando os encontréis de vuelta en casa.


Paula aspiró profundamente, sujetándose el vientre con las dos manos.


—Ni hablar. Dese prisa. Si he llegado hasta aquí, quiero terminar de una vez.


En aquel instante apareció el doctor Brown.


—Parece que vamos a tener un bebé navideño. Mejor regalo, imposible —se puso los guantes esterilizados—. ¿Quién necesita una cigüeña cuando Santa Claus anda metido en el asunto?


—Un bebé navideño y una boda navideña —exclamó la enfermera—. Paula se estaba vistiendo para la boda cuando se puso de parto. El sacerdote los ha seguido hasta aquí.


—¿Una boda? Entonces sigan con la ceremonia, pero rápido —le hizo un guiño a Forrester—. Los bebés tienen su propia agenda.


—Lo entiendo —repuso el reverendo, ajustándose las gafas de montura de alambre—. Si Dario y Paula están de acuerdo, prescindiré de la retórica habitual.


—Por mí estupendo —le aseguró Dario.


—Y por mí también —añadió Paula, entre jadeos.


—En ese caso, ¿quieres a Paula Chaves como esposa, en la salud y en la…?


—Sí, quiero —lo interrumpió Dario, mientras los gritos de Paula amenazaban ya con ahogar la voz del sacerdote.


—Yo también quiero —dijo ella, aferrándose a las manos de Dario.


—Creo que con esto debería bastar —pronunció el doctor Brown, aprestándose a la tarea—. Y ahora retírese, reverendo, si no quiere que lo tome como ayudante.


El reverendo Forrester dio un paso atrás, nervioso.


—Ya firmarán la licencia más tarde. Me temo que ahora mismo tienen las manos ocupadas…


—Respire y empuje, Paula—la urgió el médico—. Respire y empuje. El bebé está en camino.


El bebé. Una niña. Aquellas palabras resonaron en su cerebro como una deliciosa melodía. 


Incluso en medio del dolor, fue consciente de que nunca en toda su vida viviría un momento tan dulce y maravilloso.


—Lo vamos a conseguir, Juana. Ya lo verás.


Pero la mejor recompensa vino después, cuando finalmente el médico le entregó a la niña. El corazón le rebosaba de alegría. Acarició su cabecita con los labios.


—Quiero que se llame Juana. Sé que su madre nos está viendo ahora mismo. Lo sé.


Dario deslizó un dedo por la diminuta mejilla del bebé.


—Si Juana nos está viendo, entonces tiene que estarte muy agradecida, Paula.


—Y a cierto valiente, guapo y tenaz agente del FBI que acudió en nuestro rescate.


—Bueno, ya soy padre —esbozó una enorme sonrisa—. Esto hay que celebrarlo, ¿Qué te apetece?


—Lo único que me apetece eres tú.


—Estupendo, porque ya me tienes. Para siempre —se inclinó para besarla suavemente en los labios, pero alzó la mirada cuando el reverendo Forrester asomó la cabeza por la puerta.


—Casi me olvidaba: os declaro marido y mujer. Feliz Navidad. Ya puedes besar a la novia.


Y la besó, mientras Juana les hacía saber que, con toda probabilidad, aquella noche no los iba a dejar dormir.




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