martes, 29 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 23




Paula miró por la diminuta ventana de la cocina y suspiró aliviada. La camioneta de Pedro no estaba. Llevaba ya varios días jugando al escondite con él, y parecía entender las reglas no escritas entre ellos, ya que nunca se acercaba a ella durante el día cuando habría sido un blanco fácil. Era un alivio que Pedro estuviera respetando su territorio, porque Celina no había hecho el menor intento de volver a relevarla. Aunque Paula sabía que si realmente lo necesitaba, podía pedirle que fuera en su rescate.


Lo malo eran las noches, cuando Pedro se dedicaba a tocar aquella sensual música solo para ella, haciendo que tuviera que taparse la cabeza con la almohada para no rendirse a su encanto. Aunque no servía de mucho.


Afortunadamente, parecía que no había ningún peligro a la vista y podía aprovechar para salir hasta el coche. Quería aprovechar la soleada mañana de domingo para llevar a los niños al zoo, así que los vistió y los condujo al coche a toda prisa. Cuando estaba abriendo las puertas, oyó que otro vehículo se acercaba.


-¡Mira, mami, es Pedro! -anunció Abril, entusiasmada.


-Muy bien, cariño. Entra en el coche -dijo ella intentando alejarse de allí cuanto antes. 


Consiguió que los gemelos se pusieran en sus sitios sin protestar por las prisas, pero justo entonces se le cayó de las manos la cesta del picnic-. Maldita sea.


-Te he oído -protestó Marcos desde el asiento trasero.


-Pues no lo repitas -con dedos temblorosos, intentó volver a meterlo todo en la cesta antes de que Pedro saliera de la furgoneta.


-¿Necesitas ayuda?


Demasiado tarde.


-Gracias, pero no hace falta.


-¡Hola, Pedro! Nos vamos al zoo. ¿Por qué no vienes con nosotros? -invitó Abril pegando saltitos dentro del coche, sin darse cuenta de la mirada de reprobación de su madre.


-¡Sí, ven, es muy divertido! -intervino Marcos-. La última vez vimos a las pirañas comer ratas muertas.


-Estoy segura de que el señor Alfonso tiene muchas cosas que hacer. Con el ruido que hacéis todos los días, probablemente va atrasado con… bueno, con lo que quiera que haga.


-La verdad es que mi trabajo va estupendamente, no tengo nada atrasado.


Era obvio que había decidido olvidarse de las normas.


-No queremos estropearte el día, ¿verdad, niños?


Ninguno de los tres hizo el menor caso su dura mirada.


-Deberías ver cómo comen esos bichos.


-Sí, creo que voy a aceptar la invitación -dijo sonriendo a Paula-. Déjalo, yo llevaré la cesta.


-No hay ningún sándwich de más -advirtió ella en un último intento.


-No importa. Después de ver cómo los has recogido del suelo, no creo que me pierda mucho -continuó hablando en voz mucho más baja, creyendo que así los niños no lo oirían-. Como sigas huyendo, voy a acabar pensando que eres una cobarde. ¿Dónde están tus famosas agallas? ¿Es que tienes miedo de que vuelva a besarte o es que…?


-¿Besaste a mamá? ¿Por qué? -preguntó Abril, desconcertada.


-Pues porque es divertido -respondió Pedro sin darle demasiada importancia.


-¿Como tirarse por el tobogán? -quiso saber Marcos.


Paula los miró por el retrovisor; estaba claro que les resultaba incomprensible que a alguien le pudiera resultar divertido besar a su mamá.


-Algo parecido -dijo Pedro-. Solo que mucho, mucho mejor -añadió mirándola de reojo y provocándole un escalofrío tan fuerte como una descarga eléctrica.


Paula agradeció enormemente que el zoo estuviera tan cerca, porque una vez allí seria más fácil distraer a los niños… y a Pedro. Al final no pudieron ver las pirañas, pero sí vieron leones, monos, focas y un largo etcétera. 


Después hicieron un picnic durante el cual, mientras Paula luchaba por no dejarse intimidar por la mirada llena de deseo de Pedro, los niños discutían sobre cuál era su animal favorito.


-A mí lo que más me gusta son las pirañas, me encanta verlas comer ratas -explicó Marcos con entusiasmo.


-¿Por qué no habláis de otro animal? -les pidió Paula, a quien cada vez le costaba más tragarse el sándwich, y no solo por lo desagradable de la conversación.


-Las focas son más inteligentes -opinó Abril.


-Sí, pero no puedes verlas despedazar…


-¡Ya está bien! -exclamó de nuevo dejando el sándwich por imposible.


-¿Qué pasa? -preguntó Marcos sin comprender qué estaba haciendo mal.


-Necesitas un par de consejos sobre cómo conversar con una dama -intervino Pedro-. Regla número uno: nunca hables de ratas delante de una mujer.


Paula se mordió la lengua para no hacer el obvio comentario de que Pedro no debería preocuparse de no hablar de ratas, sino de no comportarse como una. Sin embargo, Marcos lo escuchaba fascinado.


-¿Y cuál es la segunda regla?


-Lo siento, compañero, pero tienes que crecer un poco más para que podamos continuar con las lecciones. Pero cuando sea el momento, te contaré todo lo que debas saber. ¿Trato hecho?


-¡Trato hecho!


-Y entre tanto, ¿por qué no me contáis un secreto vosotros a mí? -les dijo Pedro con una sonrisa que Paula pensó estaba más dedicada a conseguir información que a demostrarles cierto cariño-. ¿Cómo hacéis para entrar en mi sótano?


-Tenemos un túnel secreto -respondió Marcos en tono misterioso.


-¿Un túnel? -repitió Pedro, sorprendido.


-Es un viejo conducto de calefacción -aclaró Paula.


-¿Y tú también cabías?


-Es un conducto bastante ancho, ¿de acuerdo? - contestó algo ofendida.


-Tendré que pensar si me compensa cerrarlo o no. A lo mejor tiene algún beneficio mantenerlo abierto. Puede que alguna vez os apetezca volver a colaros -añadió haciéndole un guiño a Paula.


-No tengo la menor intención de volver a pasar por ahí, y ellos tampoco -dijo mirando a los gemelos con gesto amenazador. Le pareció oír que Pedro emitía una queja, pero prefirió no darle importancia.


Observó maravillada cómo él se recostaba apoyándose en los codos y se quedaba mirándola.


-Entonces a Marcos le gustan las pirañas, a Abril las focas…, ¿y a su mamá?


«A su mamá le gustas tú». Aquellas palabras cruzaron su mente con tal intensidad, que Paula tuvo miedo de haberlas dicho en voz alta sin darse cuenta.


-A mí me gusta el castillo de la mariposa -respondió tan rápido como pudo.


-¿El qué?


-Así es como llamamos al Centro de Interpretación de la Naturaleza.


-Eres una romántica empedernida -dijo él riéndose.


-No tengo tiempo para romanticismo -«¡vaya mentira!» Allí estaba, rodeada de avispas, después de haber comido un triste sándwich y, no obstante, la escena le parecía idílica solo porque Pedro estaba allí a su lado. Aun así, había tenido la desfachatez de negar que era una romántica.


-El romanticismo no tiene nada que ver con el tiempo, sino con la actitud. Bueno, vamos a ver el castillo de la mariposa.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 22




Aquella noche Paula intentó no pensar en Pedro cuando estaba en la cama, pero parecía estar en cada rincón de su cerebro. 


También había estado con ella en la cena, por eso se había ido en cuanto le había sido posible sin parecer grosera.


-No pienses en Pedro… No pienses en Pedro -se dijo a sí misma con la mirada perdida en la blanca pared que la separaba de él. Intentó enumerar todas las esposas de Enrique VIII, pero se perdió cuando iba por la tercera.


Como si Pedro pudiera percibir su debilidad, empezó a tocar una música suave y melancólica que no la ayudó en absoluto. Las dulces y sexys notas de la melodía le acariciaban la piel como si fueran manos. Estaba haciéndole el amor sin ni siquiera tocarla. Entonces paró la música.


-Piensa en nosotros, Paula -dijo él desde el otro lado.


Paula se revolvió en la cama con impotencia.


-Como si pudiera pensar en otra cosa.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 21




Pasaron dos semanas sin que Paula supiera nada de Pedro, ni oyera ni un solo ruido procedente de su apartamento. Tuvo que recordarse que eso era exactamente lo que ella le había pedido que hiciera. Estaba mejor sin él. 


Al menos eso era lo que se esforzaba en decirse a sí misma mientras se arreglaba para ir a una de las citas a ciegas que le preparaba Malena. 


Al menos esa vez iba a contar con la presencia de su amiga y su marido. Solo había accedido a ir porque tenía la esperanza de que le sirviera de antídoto contra Pedro. No podía quedarse allí una noche más, con los cinco sentidos puestos en averiguar si él estaba en casa y diciéndose que en realidad no le importaba.


Quizá sí que le siguiera importando un poco, pero aquello era como un virus: en un par de días se habría deshecho de él por completo.


-Estás muy guapa, mami -le dijo Abril desde la puerta de su dormitorio.


Paula se alejó del espejo y levantó a la niña en brazos.


-Gracias, cariño. Tú eres guapísima -«pero no crezcas muy rápido», continuó diciéndole en silencio, «los cuentos de hadas no existen, la vida real es mucho más difícil».


-¿Podemos pintar con las manos cuando estemos con la niñera? -le pidió Abril sin saber por qué su mamá la apretaba tanto pero no decía nada. Paula pensó que los niños parecían saber cuándo estaba en baja forma para así pedirle algo.


-No, solo con los lápices.


Justo entonces sonó el timbre de la puerta y Paula acudió a abrir convencida de que sería la mencionada niñera. Pero en lugar de una adolescente mascando chicle, se encontró con un montón de globos atados a una curiosa escultura en forma de árbol. Los globos eran transparentes y cada uno de ellos tenía dentro un papelito doblado.


¿Sería un regalo para los gemelos?, se preguntó mientras rebuscaba en la base de la escultura hasta encontrar un sobre. La tarjeta solo contenía dos palabras: «La verdad», y la firmaba Pedro. Paula pinchó el primer globo mientras pensaba que le iba a hacer falta algo más que una oferta de paz como aquella para conseguir que lo perdonara. Era una rata y no iba a obtener clemencia solo porque le hubiera preparado una bonita sorpresa. Le había mentido y se había reído de ella. Aún más, se había quedado con el lugar destinado a ser su tienda.


-¿Qué crees que es? -preguntó Marcos mirando el papelito que se había quedado en el suelo después de que el globo explotara.


Paula lo miró unos segundos antes de agacharse y desdoblarlo. Era un certificado de nacimiento, el de Pedro. Allí figuraban todos los detalles de su nacimiento. Explotó el siguiente globo.


«Nunca fui a la universidad, pero me gustaría haberlo hecho», decía la tarjeta. Algo peligrosamente parecido a las lágrimas empezaba a agolpársele en los ojos. No quería que aquella treta la ablandara, pero sabía que no servía de nada luchar esa batalla. Siguió leyendo con tanto interés, que ni siquiera se enteró cuando los niños le abrieron la puerta a la niñera.


Una vez hubo leído todos los mensajes de los globos, estaba en posesión de todos los sueños y lamentos de Pedro: su madre había muerto cuando él tenía solo ocho años y todavía seguía hablando con ella en sueños. Nunca había estado enamorado, pero había alguien a quien deseaba ver con todas sus fuerzas.


Todavía le quedaba una última nota que se había guardado en el bolsillo. Salió de allí después de darle las instrucciones pertinentes a la niñera y se marchó hacia una cena en la que no tenía el menor interés.


Consiguió llegar hasta el coche sin leer la nota, tenía mucho miedo de volver a creer en él. 


Cuando estaba metiendo la llave en la puerta del coche, oyó una voz profunda de alguien que se encontraba a su espalda.


-Te echo de menos.


Allí estaba, apoyado en el capó de su camioneta, que estaba aparcada detrás de su coche. Paula lo miró sin saber qué decir, incapaz de pronunciar una palabra.


-Sé que lo estropeé todo. Iba a contártelo aquella noche. De verdad.


-Te creo -respondió ella en un susurro. 


Pero ya no importaba porque lo que realmente le dolía era que se le hubiera ocurrido hacerle algo así.


-¿Podemos hablar unos minutos? -le pidió acercándose a ella.


-No, me están esperando. Tengo una cita -añadió, pero se arrepintió inmediatamente de ser tan vengativa.


-Te desearía que lo pasaras bien, pero te estaría mintiendo -dijo con tensión en la voz- Espero que vuelvas pronto a casa y que cuando te metas en la cama, pienses que yo estoy justo al otro lado de la pared. Quiero que pienses en mí, en nosotros.


Volvió a meter la llave y esa vez abrió la puerta.


-No hay ningún «nosotros» -la puerta chirrió y él puso un gesto de dolor, quizá por el ruido de la puerta, quizá por su comentario.


-Yo podría arreglarte eso -le ofreció apoyándose en la puerta.


Paula suspiró y se metió en el coche.


-Puede ser, pero no puedes arreglarlo todo.


Pedro se inclinó y le hizo una caricia en la cara que la hizo temblar como una hoja a punto de caer.


-Pero podría intentarlo, preciosa. Te aseguro que lo intentaría.


No había dejado de temblar cuando llegó al restaurante y eso que había conducido varios kilómetros desde donde había dejado a Pedro… y parecía que también había dejado su corazón.



lunes, 28 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 20





Pedro.


Por una décima de segundo, además de la sorpresa, Pedro notó una tremenda alegría al oír aquella voz junto a él. Cierto era que algo en su mente le decía que Paula no debía estar allí, pero al mismo tiempo era un placer tenerla a su lado.


Se volvió sonriendo, pero cuando vio la expresión de su rostro, una expresión llena de enfado y dolor que le encogió el corazón, se le vino encima todo el peso de las mentiras que le había contado.


-Puedo explicártelo…


Ella levantó la mano para detenerlo.


-No te molestes. Creo que puedo imaginármelo yo solita.


Paula parpadeó varias veces y Pedro no supo si era para retirarse el polvo de los ojos, o por algo mucho peor que había provocado su estúpida broma.


-¿Te lo has pasado bien a mi costa? -le preguntó acercándose a él, los niños sin embargo permanecieron pegados a la cortina, haciéndolo sentir aún más culpable si eso era posible-. ¿Te ha parecido divertido engañarme de esta manera?


Él negó con la cabeza, incapaz de articular palabra.


-Pedro… Miller. Bueno, el apellido hay que cambiarlo, ¿no es así, Pedro Alfonso? ¿O también me has mentido con el nombre?


-No, no. Sí que me llamo Pedro -respondió odiándose a sí mismo como nunca lo había hecho en su vida.


Paula echó los hombros hacia atrás y lo miró fijamente; él reaccionó de manera inconsciente, dando un paso atrás.


-Muy bien, Pedro Alfonso, al menos tengo un nombre que ponerle al muñeco de vudú al que voy a torturar en cuanto llegue a casa. ¿Por qué no te portas bien y me das algún objeto personal que pueda utilizar? ¿Un mechón de cabello o algo así como regalo de despedida?


Se estremeció al ver el brillo sanguinario de sus ojos; tenía la impresión de que ese «algo así» que había dicho no se refería a algo tan inocente como un mechón de pelo. Aunque prefería verla enfadada que dolida.


-Paula…


-No. No digas nada -lo miró de arriba abajo y lo hizo sentir aún más pequeño que sus hijos-. No me llames, no trates de disculparte y, si me ves por la calle, ni se te ocurra intentar hablar conmigo. ¿Entendido?


El nudo que tenía en la garganta se hizo aún más grande. ¿No podría volver a reírse con ella? ¿Ni tocarla? ¿Ni verla jamás?


-No puedo prometértelo.


Ella soltó una gélida carcajada.


-Tampoco te creería aunque lo hicieras. Parece que no tienes una buena relación con la verdad -añadió dándose media vuelta-. Abril, Marcos, vámonos de aquí -los niños corrieron y se le agarraron uno a cada mano sin dejar de mirarlos con preocupación-. Te lo digo en serio, Pedro. Déjanos en paz.


Salieron de allí dejándolo rodeado de silencio y lleno de rabia.


-¡Maldita sea! -exclamó dando un puñetazo al aire.


Necesitaba romper algo, gritar; tenía que deshacerse de la tremenda impotencia que había provocado su estupidez. Pero no quería hacer nada que ella pudiera oír desde el otro lado, no quería manchar aún más la imagen que tenía de él. Ya lo consideraba mentiroso, irresponsable y egoísta, no le iba a hacer ningún bien que a eso añadiera también la violencia.


No podía dejar de pensar en el modo en que Paula había pronunciado su nombre sin dejar de mirarlo a los ojos. Acababa de conseguir lo que quería: distancia. Aquello lo hizo recordar una vieja maldición alemana que solía decir su abuelo: «que consigas todo lo que pidas».


No podía ni creer que él mismo hubiera cometido tal estupidez precisamente con una mujer como Paula. Pero no podía dejarse vencer por su propia torpeza, ahora solo necesitaba un plan, porque no pensaba renunciar a ella. Eso sí, tendría que idear el mejor plan de la historia.



UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 19





Después de comer estaba cosiendo por quinta vez el dobladillo del vestido de la señora Hammacher cuando se dio cuenta de que empezaba a perder la paciencia con aquella clienta.


Justo entonces, el tipo de al lado empezó con sus sonidos tribales.


-¿Qué es eso? -preguntó la señora Hammacher, alarmada.


-Es… música, o algo parecido -respondió Paula desabrochándole el vestido.


-A mí me gusta.


-Bueno, pues ya hemos acabado por hoy -continuó Paula sin querer entrar en el tema de las dotes musicales. Les pidió a los niños que salieran de la trastienda para que la señora pudiera cambiarse.


Diez minutos después su clienta se había marchado, los gemelos habían vuelto a sus juegos y ella le estaba dando los últimos retoques al vestido de su cita de las tres. Como si hubiera notado que necesitaba tranquilidad, el vecino había adaptado la música y había comenzado a tocar una suave melodía que consiguió que Paula la tarareara con total relajación. Por algún motivo, aquella música le traía a la mente imágenes de días primaverales en la granja en la que había crecido.


Aquello la hizo recordar que debería haber hecho su llamada semanal a su madre para asegurarle que la gran ciudad la trataba bien y que todavía no había sucumbido a sus peligrosos atractivos… Bueno, no a todos al menos, tuvo que matizar pensando en Pedro. Se puso en pie para pedir a Abril y a Marcos que la acompañaran a llamar a su abuela.


Al acercarse a la trastienda, oyó una voz que hizo que se le pusieran los pelos de punta.


-Calla o nos va a oír -era Abril.


-No, está muy ocupada cosiendo -respondió Marcos con total tranquilidad.


Se asomó justo a tiempo de verlos desaparecer por las escaleras que conducían al sótano.


¡Por fin una oportunidad de pillarlos in fraganti! 


Paula fue corriendo a cerrar la puerta de la tienda y les siguió los pasos hacia el sótano. Allí estaba todo lleno de cajas, trastos y mucho polvo acumulado a lo largo de los años, pero ni rastro de los niños. Llegó a un lugar con el techo muy bajo donde era evidente que alguien acababa de mover algunos ladrillos. Se asomó por el hueco y pudo oír dos vocecillas que conocía muy bien.


-Solo un poco más. Y no seas tan gallina, te prometo que aquí no hay arañas.


-¡Eso dijiste la última vez!


Paula hizo caso a su instinto maternal y, retirando un par de ladrillos más, se metió por el hueco. Deseó que Marcos tuviera razón sobre las arañas. Una vez dentro, se dio cuenta de que las paredes eran de metal; aquello debía de haber sido un conducto de calefacción o algo parecido. Afortunadamente, parecía lo bastante fuerte para aguantar su peso.


El hueco estaba bien para un niño de cinco años, pero para una mujer hecha y derecha era bastante claustrofóbico. No obstante, continuó reptando hasta llegar a lo que identificó como el sótano del vecino. Ahora se encontraba en territorio prohibido. Le resultó más fácil salir del conducto que entrar en él. Se puso en pie y se sacudió el pelo sin pensar en lo que podía haberse quedado enredado entre sus rizos.


-Hola, niños -les dijo en voz baja cuando los hubo alcanzado nada más salir del estrecho túnel-. Bonita manera de visitar al vecino.


-¡Ssshhh! -respondieron los dos antes incluso de identificar su voz. Después se quedaron mirándola sorprendidos.


-Habéis tenido mucha suerte -empezó a decirles en tono reprobatorio-. ¿Sabéis lo que podría haberos pasado ahí dentro?


-¡Calla, mami! Nos va a oír -la avisó Marcos como si fuera ella la que estaba haciendo algo mal.


-Yo no me preocuparía tanto por él. Vuestro verdadero problema soy yo -Paula empezó a oír la música del señor Alfonso, que ahora estaba muy cerca.


-¿Por qué no volvemos ya? -sugirió Abril.


-No tan deprisa -los niños se quedaron paralizados-. Vamos a subir a explicarle al vecino lo que habéis estado haciendo.


-Es una broma, ¿verdad, mami?


-Nunca he hablado tan en serio -aseguró señalando las escaleras-. Vamos, subid.


Según subían, Paula iba ensayando qué le iba a decir a aquel tipo, cómo iba a explicarle el comportamiento de sus hijos. Al menos podría enterarse de qué demonios estaba haciendo con tantos ruidos. Una vez arriba, los tres se detuvieron frente a la cortina que conducía al local de al lado de la tienda.


-Empieza el espectáculo -murmuró ella descorriendo la cortina.


Entonces se dio cuenta de que tampoco esa vez iba a conseguir su final feliz.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 18





Se trataba de un sitio cálido y acogedor, la camarera hablaba sin parar con los clientes fijos que abarrotaban el local. Paula la observaba fascinada viendo cómo se movía a toda velocidad sin interrumpir la conversación. Ya habían pedido el desayuno cuando se oyó el primer tren. Abril y Marcos corrieron a la ventana desde la que pudieron verlo pasar. Unos segundos después, se abrió el paso para los peatones y a Paula no la sorprendió que decidieran lanzarse a su juego preferido: encontrar un papá… y no cualquiera servía.


-¿Qué te parece ese? -dijo Abril.


-No, demasiado viejo -respondió Marcos-. A lo mejor ese, tiene pinta de ser divertido.


-Sí, pero a mamá no le gustaría cómo lleva el pelo. Demasiado rosa y demasiado de punta.


Paula hizo un esfuerzo por reprimir la carcajada al ver al tipo del que hablaban.


-¿Crees que me gustaría saber qué es lo que hacen? -le preguntó Pedro con cierto miedo.


-Seguramente no.


Abril le dijo algo al oído a su hermano y, acto seguido, ambos se volvieron a mirar a Pedro


Después siguieron mirando por la ventana con gesto satisfecho.


-Confío en ti -admitió el observado sin querer preguntar nada más.


No hacía falta mucha sabiduría maternal para saber que no estaban tramando nada bueno. 


Tendría que volver a hablar con ellos sobre lo poco adecuado que era intentar atrapar un padre entre desconocidos.


Entonces notó la mano de Pedro en el brazo.


-¿Podemos hablar un momento mientras están entretenidos?


-Claro -accedió ella, aunque el tono de su voz no le dio buenas vibraciones.


-Intenté decírtelo ayer… Hay algo de lo que tenemos que hablar. Yo…


La mente de Paula se puso a elucubrar a la velocidad del rayo. ¿Estaría casado? ¿Se había escapado de una prisión de alta seguridad?


Pedro se frotó los ojos mientras murmuraba algo entre dientes.


-Todo está yendo muy deprisa entre nosotros. Mucho más rápido de lo que yo había pensado y no quiero estropearlo. Me importas mucho.


Los ruidos del local desaparecieron a medida que ella fue metiéndose en la conversación. ¡De verdad le importaba! No era solo ella la que estaba sintiendo algo muy especial. Menos mal que no eran solo las hormonas. Lo único peor que no tener ningún romance, es tener uno no correspondido.


Pedro le tomó las manos.


-Deberíamos empezar bien y para eso necesito hablar contigo en algún sitio tranquilo.


Gracias a los niños y a su escandaloso vecino, en su vida no había en aquel momento nada parecido a un lugar tranquilo. Pero le ofreció lo más parecido que se le ocurrió.


-¿Por qué no vienes a casa esta noche a eso de las nueve? A esa hora Abril y Marcos ya estarán durmiendo -dudó unos segundos si debía decir aquello, pero lo dijo-: Pedro, tú a mí también me importas mucho.


Su mirada se hizo aún más profunda al oírla decir eso.


-Eres muy especial. Lo sabes, ¿verdad?


El corazón empezó a pegar botes dentro de su pecho. Hacía tanto tiempo que ningún hombre la consideraba especial. Ni siquiera estaba segura de que eso hubiera ocurrido alguna vez.


-Mami, ¿te va a besar o algo así? -le dijo de pronto la niña tirándole de la camisa.


-¿Qué? Claro que no, Abril.


Pero la pequeña no parecía muy convencida.


-Entonces, ¿por qué…?


-¡Mira! Aquí está vuestro desayuno -exclamó Paula, profundamente agradecida.


En cuanto probó lo que había pedido no le importó lo más mínimo la cantidad de calorías que se iban a alojar en los lugares menos apropiados de su cuerpo. De hecho, se le escapó un suspiro de placer.


Pedro la miró riéndose.


-Parece que los huevos revueltos te hacen sentir verdadero placer -le dijo con una sonrisa inequívocamente sexual. Pero al ver que se ruborizaba, decidió tener piedad de ella y no dijo nada más.


Después del desayuno volvieron paseando hasta la tienda y se despidieron allí.


-Entonces nos vemos luego -le dijo ella cuando los niños hubieron entrado, no sin antes darle las gracias a Pedro por el desayuno.


-Espera, no huyas -la detuvo poniéndole una mano en la cintura.


Un beso, solo un beso. Paula se inclinó hacia él, pero cuando sus bocas estaban a solo unos centímetros, vio por el rabillo del ojo dos caritas que los observaban desde dentro. Se movió lo justo para besarlo en la mejilla.


-Has fallado -le dijo él riéndose.


-Tenemos espectadores.


Pedro soltó una carcajada, le agarró la mano y se la llevó a los labios.


-¿Esto es más adecuado para nuestro público?


-Es adecuado hasta para una princesa -respondió ella con una sonrisa de complicidad-. Hasta esta noche.


-Sí -al verlo marchar, se dio cuenta de que lo hacía cabizbajo. Afortunadamente, esa misma noche se enteraría de qué era lo que lo tenía tan preocupado.


-Espero que no sea nada grave -murmuró con cierta aprensión. Por una vez en la vida se merecía un final feliz y quería que fuera con Pedro.