lunes, 28 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 18





Se trataba de un sitio cálido y acogedor, la camarera hablaba sin parar con los clientes fijos que abarrotaban el local. Paula la observaba fascinada viendo cómo se movía a toda velocidad sin interrumpir la conversación. Ya habían pedido el desayuno cuando se oyó el primer tren. Abril y Marcos corrieron a la ventana desde la que pudieron verlo pasar. Unos segundos después, se abrió el paso para los peatones y a Paula no la sorprendió que decidieran lanzarse a su juego preferido: encontrar un papá… y no cualquiera servía.


-¿Qué te parece ese? -dijo Abril.


-No, demasiado viejo -respondió Marcos-. A lo mejor ese, tiene pinta de ser divertido.


-Sí, pero a mamá no le gustaría cómo lleva el pelo. Demasiado rosa y demasiado de punta.


Paula hizo un esfuerzo por reprimir la carcajada al ver al tipo del que hablaban.


-¿Crees que me gustaría saber qué es lo que hacen? -le preguntó Pedro con cierto miedo.


-Seguramente no.


Abril le dijo algo al oído a su hermano y, acto seguido, ambos se volvieron a mirar a Pedro


Después siguieron mirando por la ventana con gesto satisfecho.


-Confío en ti -admitió el observado sin querer preguntar nada más.


No hacía falta mucha sabiduría maternal para saber que no estaban tramando nada bueno. 


Tendría que volver a hablar con ellos sobre lo poco adecuado que era intentar atrapar un padre entre desconocidos.


Entonces notó la mano de Pedro en el brazo.


-¿Podemos hablar un momento mientras están entretenidos?


-Claro -accedió ella, aunque el tono de su voz no le dio buenas vibraciones.


-Intenté decírtelo ayer… Hay algo de lo que tenemos que hablar. Yo…


La mente de Paula se puso a elucubrar a la velocidad del rayo. ¿Estaría casado? ¿Se había escapado de una prisión de alta seguridad?


Pedro se frotó los ojos mientras murmuraba algo entre dientes.


-Todo está yendo muy deprisa entre nosotros. Mucho más rápido de lo que yo había pensado y no quiero estropearlo. Me importas mucho.


Los ruidos del local desaparecieron a medida que ella fue metiéndose en la conversación. ¡De verdad le importaba! No era solo ella la que estaba sintiendo algo muy especial. Menos mal que no eran solo las hormonas. Lo único peor que no tener ningún romance, es tener uno no correspondido.


Pedro le tomó las manos.


-Deberíamos empezar bien y para eso necesito hablar contigo en algún sitio tranquilo.


Gracias a los niños y a su escandaloso vecino, en su vida no había en aquel momento nada parecido a un lugar tranquilo. Pero le ofreció lo más parecido que se le ocurrió.


-¿Por qué no vienes a casa esta noche a eso de las nueve? A esa hora Abril y Marcos ya estarán durmiendo -dudó unos segundos si debía decir aquello, pero lo dijo-: Pedro, tú a mí también me importas mucho.


Su mirada se hizo aún más profunda al oírla decir eso.


-Eres muy especial. Lo sabes, ¿verdad?


El corazón empezó a pegar botes dentro de su pecho. Hacía tanto tiempo que ningún hombre la consideraba especial. Ni siquiera estaba segura de que eso hubiera ocurrido alguna vez.


-Mami, ¿te va a besar o algo así? -le dijo de pronto la niña tirándole de la camisa.


-¿Qué? Claro que no, Abril.


Pero la pequeña no parecía muy convencida.


-Entonces, ¿por qué…?


-¡Mira! Aquí está vuestro desayuno -exclamó Paula, profundamente agradecida.


En cuanto probó lo que había pedido no le importó lo más mínimo la cantidad de calorías que se iban a alojar en los lugares menos apropiados de su cuerpo. De hecho, se le escapó un suspiro de placer.


Pedro la miró riéndose.


-Parece que los huevos revueltos te hacen sentir verdadero placer -le dijo con una sonrisa inequívocamente sexual. Pero al ver que se ruborizaba, decidió tener piedad de ella y no dijo nada más.


Después del desayuno volvieron paseando hasta la tienda y se despidieron allí.


-Entonces nos vemos luego -le dijo ella cuando los niños hubieron entrado, no sin antes darle las gracias a Pedro por el desayuno.


-Espera, no huyas -la detuvo poniéndole una mano en la cintura.


Un beso, solo un beso. Paula se inclinó hacia él, pero cuando sus bocas estaban a solo unos centímetros, vio por el rabillo del ojo dos caritas que los observaban desde dentro. Se movió lo justo para besarlo en la mejilla.


-Has fallado -le dijo él riéndose.


-Tenemos espectadores.


Pedro soltó una carcajada, le agarró la mano y se la llevó a los labios.


-¿Esto es más adecuado para nuestro público?


-Es adecuado hasta para una princesa -respondió ella con una sonrisa de complicidad-. Hasta esta noche.


-Sí -al verlo marchar, se dio cuenta de que lo hacía cabizbajo. Afortunadamente, esa misma noche se enteraría de qué era lo que lo tenía tan preocupado.


-Espero que no sea nada grave -murmuró con cierta aprensión. Por una vez en la vida se merecía un final feliz y quería que fuera con Pedro.




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