martes, 29 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 21




Pasaron dos semanas sin que Paula supiera nada de Pedro, ni oyera ni un solo ruido procedente de su apartamento. Tuvo que recordarse que eso era exactamente lo que ella le había pedido que hiciera. Estaba mejor sin él. 


Al menos eso era lo que se esforzaba en decirse a sí misma mientras se arreglaba para ir a una de las citas a ciegas que le preparaba Malena. 


Al menos esa vez iba a contar con la presencia de su amiga y su marido. Solo había accedido a ir porque tenía la esperanza de que le sirviera de antídoto contra Pedro. No podía quedarse allí una noche más, con los cinco sentidos puestos en averiguar si él estaba en casa y diciéndose que en realidad no le importaba.


Quizá sí que le siguiera importando un poco, pero aquello era como un virus: en un par de días se habría deshecho de él por completo.


-Estás muy guapa, mami -le dijo Abril desde la puerta de su dormitorio.


Paula se alejó del espejo y levantó a la niña en brazos.


-Gracias, cariño. Tú eres guapísima -«pero no crezcas muy rápido», continuó diciéndole en silencio, «los cuentos de hadas no existen, la vida real es mucho más difícil».


-¿Podemos pintar con las manos cuando estemos con la niñera? -le pidió Abril sin saber por qué su mamá la apretaba tanto pero no decía nada. Paula pensó que los niños parecían saber cuándo estaba en baja forma para así pedirle algo.


-No, solo con los lápices.


Justo entonces sonó el timbre de la puerta y Paula acudió a abrir convencida de que sería la mencionada niñera. Pero en lugar de una adolescente mascando chicle, se encontró con un montón de globos atados a una curiosa escultura en forma de árbol. Los globos eran transparentes y cada uno de ellos tenía dentro un papelito doblado.


¿Sería un regalo para los gemelos?, se preguntó mientras rebuscaba en la base de la escultura hasta encontrar un sobre. La tarjeta solo contenía dos palabras: «La verdad», y la firmaba Pedro. Paula pinchó el primer globo mientras pensaba que le iba a hacer falta algo más que una oferta de paz como aquella para conseguir que lo perdonara. Era una rata y no iba a obtener clemencia solo porque le hubiera preparado una bonita sorpresa. Le había mentido y se había reído de ella. Aún más, se había quedado con el lugar destinado a ser su tienda.


-¿Qué crees que es? -preguntó Marcos mirando el papelito que se había quedado en el suelo después de que el globo explotara.


Paula lo miró unos segundos antes de agacharse y desdoblarlo. Era un certificado de nacimiento, el de Pedro. Allí figuraban todos los detalles de su nacimiento. Explotó el siguiente globo.


«Nunca fui a la universidad, pero me gustaría haberlo hecho», decía la tarjeta. Algo peligrosamente parecido a las lágrimas empezaba a agolpársele en los ojos. No quería que aquella treta la ablandara, pero sabía que no servía de nada luchar esa batalla. Siguió leyendo con tanto interés, que ni siquiera se enteró cuando los niños le abrieron la puerta a la niñera.


Una vez hubo leído todos los mensajes de los globos, estaba en posesión de todos los sueños y lamentos de Pedro: su madre había muerto cuando él tenía solo ocho años y todavía seguía hablando con ella en sueños. Nunca había estado enamorado, pero había alguien a quien deseaba ver con todas sus fuerzas.


Todavía le quedaba una última nota que se había guardado en el bolsillo. Salió de allí después de darle las instrucciones pertinentes a la niñera y se marchó hacia una cena en la que no tenía el menor interés.


Consiguió llegar hasta el coche sin leer la nota, tenía mucho miedo de volver a creer en él. 


Cuando estaba metiendo la llave en la puerta del coche, oyó una voz profunda de alguien que se encontraba a su espalda.


-Te echo de menos.


Allí estaba, apoyado en el capó de su camioneta, que estaba aparcada detrás de su coche. Paula lo miró sin saber qué decir, incapaz de pronunciar una palabra.


-Sé que lo estropeé todo. Iba a contártelo aquella noche. De verdad.


-Te creo -respondió ella en un susurro. 


Pero ya no importaba porque lo que realmente le dolía era que se le hubiera ocurrido hacerle algo así.


-¿Podemos hablar unos minutos? -le pidió acercándose a ella.


-No, me están esperando. Tengo una cita -añadió, pero se arrepintió inmediatamente de ser tan vengativa.


-Te desearía que lo pasaras bien, pero te estaría mintiendo -dijo con tensión en la voz- Espero que vuelvas pronto a casa y que cuando te metas en la cama, pienses que yo estoy justo al otro lado de la pared. Quiero que pienses en mí, en nosotros.


Volvió a meter la llave y esa vez abrió la puerta.


-No hay ningún «nosotros» -la puerta chirrió y él puso un gesto de dolor, quizá por el ruido de la puerta, quizá por su comentario.


-Yo podría arreglarte eso -le ofreció apoyándose en la puerta.


Paula suspiró y se metió en el coche.


-Puede ser, pero no puedes arreglarlo todo.


Pedro se inclinó y le hizo una caricia en la cara que la hizo temblar como una hoja a punto de caer.


-Pero podría intentarlo, preciosa. Te aseguro que lo intentaría.


No había dejado de temblar cuando llegó al restaurante y eso que había conducido varios kilómetros desde donde había dejado a Pedro… y parecía que también había dejado su corazón.



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