lunes, 28 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 19





Después de comer estaba cosiendo por quinta vez el dobladillo del vestido de la señora Hammacher cuando se dio cuenta de que empezaba a perder la paciencia con aquella clienta.


Justo entonces, el tipo de al lado empezó con sus sonidos tribales.


-¿Qué es eso? -preguntó la señora Hammacher, alarmada.


-Es… música, o algo parecido -respondió Paula desabrochándole el vestido.


-A mí me gusta.


-Bueno, pues ya hemos acabado por hoy -continuó Paula sin querer entrar en el tema de las dotes musicales. Les pidió a los niños que salieran de la trastienda para que la señora pudiera cambiarse.


Diez minutos después su clienta se había marchado, los gemelos habían vuelto a sus juegos y ella le estaba dando los últimos retoques al vestido de su cita de las tres. Como si hubiera notado que necesitaba tranquilidad, el vecino había adaptado la música y había comenzado a tocar una suave melodía que consiguió que Paula la tarareara con total relajación. Por algún motivo, aquella música le traía a la mente imágenes de días primaverales en la granja en la que había crecido.


Aquello la hizo recordar que debería haber hecho su llamada semanal a su madre para asegurarle que la gran ciudad la trataba bien y que todavía no había sucumbido a sus peligrosos atractivos… Bueno, no a todos al menos, tuvo que matizar pensando en Pedro. Se puso en pie para pedir a Abril y a Marcos que la acompañaran a llamar a su abuela.


Al acercarse a la trastienda, oyó una voz que hizo que se le pusieran los pelos de punta.


-Calla o nos va a oír -era Abril.


-No, está muy ocupada cosiendo -respondió Marcos con total tranquilidad.


Se asomó justo a tiempo de verlos desaparecer por las escaleras que conducían al sótano.


¡Por fin una oportunidad de pillarlos in fraganti! 


Paula fue corriendo a cerrar la puerta de la tienda y les siguió los pasos hacia el sótano. Allí estaba todo lleno de cajas, trastos y mucho polvo acumulado a lo largo de los años, pero ni rastro de los niños. Llegó a un lugar con el techo muy bajo donde era evidente que alguien acababa de mover algunos ladrillos. Se asomó por el hueco y pudo oír dos vocecillas que conocía muy bien.


-Solo un poco más. Y no seas tan gallina, te prometo que aquí no hay arañas.


-¡Eso dijiste la última vez!


Paula hizo caso a su instinto maternal y, retirando un par de ladrillos más, se metió por el hueco. Deseó que Marcos tuviera razón sobre las arañas. Una vez dentro, se dio cuenta de que las paredes eran de metal; aquello debía de haber sido un conducto de calefacción o algo parecido. Afortunadamente, parecía lo bastante fuerte para aguantar su peso.


El hueco estaba bien para un niño de cinco años, pero para una mujer hecha y derecha era bastante claustrofóbico. No obstante, continuó reptando hasta llegar a lo que identificó como el sótano del vecino. Ahora se encontraba en territorio prohibido. Le resultó más fácil salir del conducto que entrar en él. Se puso en pie y se sacudió el pelo sin pensar en lo que podía haberse quedado enredado entre sus rizos.


-Hola, niños -les dijo en voz baja cuando los hubo alcanzado nada más salir del estrecho túnel-. Bonita manera de visitar al vecino.


-¡Ssshhh! -respondieron los dos antes incluso de identificar su voz. Después se quedaron mirándola sorprendidos.


-Habéis tenido mucha suerte -empezó a decirles en tono reprobatorio-. ¿Sabéis lo que podría haberos pasado ahí dentro?


-¡Calla, mami! Nos va a oír -la avisó Marcos como si fuera ella la que estaba haciendo algo mal.


-Yo no me preocuparía tanto por él. Vuestro verdadero problema soy yo -Paula empezó a oír la música del señor Alfonso, que ahora estaba muy cerca.


-¿Por qué no volvemos ya? -sugirió Abril.


-No tan deprisa -los niños se quedaron paralizados-. Vamos a subir a explicarle al vecino lo que habéis estado haciendo.


-Es una broma, ¿verdad, mami?


-Nunca he hablado tan en serio -aseguró señalando las escaleras-. Vamos, subid.


Según subían, Paula iba ensayando qué le iba a decir a aquel tipo, cómo iba a explicarle el comportamiento de sus hijos. Al menos podría enterarse de qué demonios estaba haciendo con tantos ruidos. Una vez arriba, los tres se detuvieron frente a la cortina que conducía al local de al lado de la tienda.


-Empieza el espectáculo -murmuró ella descorriendo la cortina.


Entonces se dio cuenta de que tampoco esa vez iba a conseguir su final feliz.




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