martes, 8 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 29




Fue un día muy relajante. La piel blanca de Paula iba ya tomando color gracias al sol caribeño. 


Ayudó a Hernan a preparar la cena. O al menos lo intentó, pero fue un desastre.


Hernan consiguió hacer que no se sintiera mal por cada metedura de pata.


Cuando quemó el arroz, Hernan le echó la culpa a la olla, diciéndole que Pedro debería dejar de ser tan tacaño y gastarse el dinero en una batería de cocina moderna, donde la comida no se pegara.


Cuando una lechuga que estaba lavando se resbaló de sus manos y acabó en el suelo, Hernan le dijo que no se preocupara, que de todas formas estaba un poco mustia y era mejor no usarla para la ensalada.


Cuando rompió la punta del que parecía un caro cuchillo de cocina, Hernan lo tomó y lo tiró con alegría a la basura.


—Era demasiado afilado. Todo un peligro. Es mejor así —le dijo él.


Y cuando Pedro bajó a la cocina para ver cómo iba todo, Hernan le pasó el brazo por los hombros y le aseguró al capitán que ella lo estaba ayudando mucho.


Estaba demasiado avergonzada como para llevarle la contraria, así que se esforzó en no mirar a Pedro a los ojos. Tomó unos platos y los subió a cubierta, donde la brisa marina hizo que se le borrara pronto el rubor de las mejillas.


A pesar de lo mal que lo había hecho, la cena fue todo un éxito. Había ensalada verde con aceite de oliva y vinagre balsámico, merluza rebozada y puré de patatas. Hernan incluyó a Paula en los elogios de todos. Se dio cuenta de que era una persona generosa y amable, mucho más que el rico mujeriego que le había parecido en un principio.


Y estaba claro que a Margo le gustaba mucho. 


Vio cómo lo miraba de vez en cuando mientras cenaban. Nunca había sido demasiado casamentera, pero estaba deseando hacer algo por ellos.


Después de la cena, Hernan invitó a todo el mundo a que fueran con él a Seamore, la pequeña localidad que había en la isla donde habían atracado esa noche. Les dijo que una de las mejores bandas de reggae que conocía tocaba esa noche en un club de allí. Cansadas después del largo día, Lyle y Lily decidieron acostarse pronto. El profesor Sheldon también se fue a la cama.


Así que Margo y ella eran las únicas que podían apuntarse a la excursión, pero su padre tenía otras ideas.


—Creo que sería mejor que te quedaras en el barco, querida.


—Pero me gustaría ir —repuso ella con firmeza—. Sólo será un rato.


—Bueno, ve entonces —le dijo él con voz de mártir—. Me quedaré aquí solo.


Margo miró a Paula un instante. Después bajó la vista.


—No, papá, no te preocupes. Me quedaré.


Paula frunció el ceño. La actitud de Margo le recordó a sí misma. Ella había hecho muchas cosas en su vida sólo porque era lo que su padre esperaba de ella, aunque no tuviera nada que ver con quien ella era ni con lo que quería hacer.


Fue a su camarote y se puso un vestido blanco de lino y unas sandalias. Cuando subió a cubierta, Hernan estaba intentando convencer a Pedro para que fuera con ellos al pueblo. Ella esperó impaciente. No sabía si quería que fuera o no.


—No, id vosotros dos. Yo prefiero quedarme aquí en el barco. Os veo por la mañana.


—Eres el hombre más testarudo que he conocido —le dijo Hernan.


Paula intentó no sentirse decepcionada. No sabía por que debía importarle si Pedro iba con ellos o no. Sabía que se lo pasaría mejor sin él.


Hernan le ofreció el brazo y salieron del barco.


El cielo estaba cubierto de estrellas. La noche era cálida y agradable.


El local al que se dirigían estaba bastante cerca del barco. Se sentaron y Hernan llamó la atención de una camarera.


—Un «bahama mama» para la señora. Bueno, que sean dos —le dijo a la camarera antes de mirarla de nuevo—. Seguro que ese cóctel te suelta en la pista de baile. Ya verás.


No pudo evitar sonreír. Su sentido del humor era contagioso. Lamentó que Margo no estuviera con ellos.


Tomó un sorbo de la bebida que le llevó la camarera. Era un licor fuerte, pero delicioso y dulce.


—Son buenísimos —le dijo ella mientras miraba a los músicos de la banda.


Hernan se puso de pie y tiró de ella.


—Vamos a agradecérselo bailando. La pista estaba llena de gente.


—Pero… No bailo bien.


—Entonces haremos una pareja perfecta —repuso él.


Le costó comenzar a bailar. Se dio cuenta pronto de que Hernan le había mentido, ya que bailaba muy bien.


—Veo que me has engañado. Seguro que haces horas extra como profesor de baile —bromeó ella.


—No pienses en nada —repuso él riendo—. Déjate llevar y ya está. Todo el mundo está pasándoselo bien y nadie nos presta atención.


Se dio cuenta de que tenía razón. Todo el mundo parecía entusiasmado con la música, el baile y la noche. Paula comenzó a tararear las canciones y dejar que la música la llenara. Era difícil no dejarse llevar por el ritmo de aquellas melodías. Casi podía sentir cómo se aflojaba la tensión que había acumulado en su cuerpo durante los últimos meses.


Estaba divirtiéndose de verdad.


Bailaron durante más de una hora.


Hernan era un espíritu libre. Bailaba sin importarle lo que los demás pensaran, divirtiéndose y haciendo el tonto sin límites. A su lado, Paula no podía parar de reír.


—Parece que no tienes vergüenza —le comentó entre risas.


—¿Vergüenza? ¿Qué es eso? —repuso él.


Paula sólo aguantó otra media hora antes de sacar a Hernan de la pista de baile y sentarse de nuevo a la mesa. Acababan de hacerlo cuando Margo apareció a su lado. Aún llevaba las lentillas que se había puesto ese día en vez de sus gafas. Hernan se puso de pie como si la silla le hubiera producido una descarga eléctrica. 


Parecía encantado con la sorpresa.


—¿Has escapado de la cárcel paterna?


—Se ha dormido —repuso ella con gesto de culpabilidad.


—¡Genial! —exclamó él con un aplauso—. ¡Cuantos más, mejor! Siéntate. ¿Qué quieres tomar? ¿Tequila?


—Cualquier cosa menos eso —contestó ella sin mirarlo a los ojos.


—Estoy encantada de que hayas podido venir —le dijo Paula con sinceridad—. Hernan me estaba agotando y eso que acabamos de empezar.


Hernan pidió otro cóctel para Margo, pero con menos ron de lo normal. La banda comenzó a tocar otra canción.


—Vamos, Margo —le dijo Hernan—. Es hora de bailar.


—¡No, no! —exclamó ella asustada—. Sólo he venido a escuchar un poco de música.


—¿Pretendes escuchar esta música y no bailar? Eso es imposible —la contradijo él mientras se levantaba y tiraba de ella.


—Pero yo…


Hernan se la llevó casi a rastras hasta la pista de baile. Margo la miraba con desesperación. Pero se alegró al ver lo pronto que él conseguía hacerla reír.


—Hola.


Levantó la vista y se encontró con Pedro al lado de la mesa.


—Hola —respondió ella con sorpresa.


—Vi a Margo salir del barco y decidí venir para asegurarme de que llegaba bien al restaurante —explicó el—. ¿Podéis acompañarla después de vuelta…?


—No te vas, ¿verdad? —lo interrumpió sin pensárselo dos veces—. Bueno, lo que quería decir… ¿Por qué no te sientas y te tomas algo? La música es muy buena —explicó ella—. Claro que supongo que tendrás que volver al barco y… —añadió con indecisión.


Pedro dudó unos segundos antes de contestar.


—Bueno, puedo quedarme un rato.


Le sorprendió que cambiara de opinión, pero le gustó que decidiera quedarse.


—¡Hola, Pedro! —lo saludó Paula desde la pista mientras bailaba con Margo.


—Es un hombre increíble. Hay pocos como él —comentó Paula riendo.


—Así es —confirmó él con una sonrisa.


Se quedó mirándolo sin poder evitarlo. Era muy atractivo, estaba segura de que las mujeres lo perseguirían. Era tan guapo como cualquier estrella de cine, pero él parecía real.


Su sonrisa conseguía acelerarle el pulso y le hacía pensar en que había una cara de Pedro que era distinta a la que mostraba y que solía esconder.


—¿Cómo os conocisteis? —le preguntó.


—No sé. Es uno de esos tipos que surgen de la nada y te da la impresión de que lo has conocido siempre.


—No es fácil que ocurra algo así.


—No. Es un buen amigo, pero no se lo digas. Le gusta pensar que sabe muy bien cómo soy y si sabe que es verdad, se le subirá a la cabeza.


Paula sonrió y sus ojos se encontraron. Ninguno de los dos apartó la vista durante unos segundos y a ella le pareció que algo estaba pasando entre ellos.


La música cambió entonces de tono. Estaban tocando una lenta.


—¿Quieres bailar, Paula? —le preguntó Pedro.


Era lo último que hubiera esperado de él. Sabía que debería haberse negado, pero cuando él le ofreció la mano, decidió que no podía salir nada malo de un único baile.


Sabía que, después de todo, un baile no podía cambiar la vida de nadie.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 28




Anclaron el barco en una zona que era perfecta para practicar submarinismo. Estaban al lado de una pequeña y despoblada isla. Pedro se pasó la primera hora con Lyle y Lily, dándoles un curso acelerado. Pero iba a ser más complicado de lo que había pensado, porque las señoras se negaban a quitarse sus chalecos salvavidas.


Pero, por fortuna, parecían estar pasándoselo bien. Admiraba a esas mujeres por su entusiasmo y su capacidad para disfrutar de la vida.


Después de un tiempo buceando, Pedro acompañó a los pasajeros hasta el barco para ayudarlos a subir.


Vio a Paula. Estaba recostada en un gran flotador a unos veinte metros de allí. Ella había preferido no hacer submarinismo. Llevaba un bañador azul de una pieza que había conseguido atraer su atención más que cualquier minúsculo biquini. Parecía muy relajada.


Casi en contra de su voluntad, la miró con detenimiento. Sus piernas eran más largas de lo que sugería su estatura. La musculatura de sus gemelos y muslos sugería que hacía deporte.


Todo su cuerpo estaba muy bien formado, era esbelto y sensual.


Hernan se acercó hasta donde estaba él y le dio una palmadita en la espalda.


—Una vista muy buena desde aquí, ¿verdad?


Pedro se encogió de hombros.


—Bastante buena —repuso con frialdad.


—¿Sólo eso?


—Si lo que me preguntas es si estoy interesado o no, tendré que decirte que no.


Hernan rió.


—Bueno, por lo menos veo que estás vivo. Estaba empezando a dudarlo.


Se dio cuenta de que no podía discutir con él. Hernan estaba en lo cierto.





LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 27




Margo bajó al camarote a ponerse loción bronceadora. Después se lavó las manos en el lavabo.


Se miró en el espejo. No era fea, pero tampoco podía considerarse guapa.


Nunca le había importado su aspecto, o al menos se había convencido de ello.


Recordó la noche anterior, sentada bajo las estrellas en compañía de Hernan. Se preguntó cómo sería saber que él la consideraba atractiva.


Pero sabía que todo aquello era ridículo. Que una mujer como ella nunca podría atraer a un hombre como Hernan. Eran polos opuestos.


Había visto a la joven que había acompañado a Hernan en el muelle de Miami. Parecía una modelo de lencería. Su cuerpo era perfecto y el beso de despedida que le había dado a Hernan había conseguido que Margo apartara incómoda la vista.


Pero al recordarlo, no pudo evitar pensar en si Hernan besaría bien.


No entendía que le estaba pasando esos días, ella nunca solía perder el tiempo con ese tipo de tonterías.


Su vida era muy rutinaria. Llegaba todos los días al despacho sobre las siete de la mañana y no salía hasta las seis o las siete de la tarde. Le gustaba su vida. De vez en cuando almorzaba con alguna compañera y solía cenar con su padre en un restaurante cercano a su casa.


Había pensado en mudarse y alquilar su propio apartamento, pero el caso era que apenas pasaba tiempo en casa. Y a su padre no le había gustado nada la idea las pocas veces que se lo había sugerido.


Su vida real no le dejaba tiempo para fantasear. 


Sabía que Paula sólo quería ser amable, pero estaba claro que no iba a ninguna parte con esos sueños.


A pesar de todo, rebuscó en su bolso hasta dar con las lentillas. Las había comprado por impulso un día, harta ya de llevar siempre gafas, pero nunca había tenido el valor de ponérselas.


Se las colocó con dificultad y estuvo varios minutos pestañeando, intentando acostumbrarse a las lentes de contacto. Era una sensación extraña. Estuvo a punto de quitárselas y volver a ponerse las gafas, pero salió del camarote antes de que pudiera cambiar de opinión.



lunes, 7 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 26




Paula estaba convencida de que a la gente que vivía en lugares húmedos y grises le costaría creer que podía existir una mañana como la de aquel día. La brisa era suave y el día cálido. El sol alumbraba el vistoso despliegue de frutas tropicales y pan con mantequilla que habían preparado para desayunar.


Las primeras que subieron a cubierta fueron las hermanas Granger; las dos les dieron los buenos días con sonrisas en la boca.


Lyle se acercó a ella y le dio una palmadita en la mano.


—Pobrecita Paula, espero que te encuentres mejor.


—Sí, esos mareos son realmente horribles —agregó Lily.


—Ya estoy bien —les dijo ella—. Pero no lo recomiendo. Es muy desagradable.


—La verdad es que Pedro tuvo una idea estupenda. No sabía que fuera un remedio contra el mareo —comentó Lyle.


—Sí, pero ¿no te dio miedo estar allí, en medio del océano en plena noche? —preguntó Lily.


—La verdad es que estaba tan mal que todo me daba igual. Habría probado cualquier cosa con tal de liberarme de esa sensación —confesó ella.


Miró a Pedro. Podía recordar claramente cómo había sido estar entre sus brazos y metida en el agua.


El resto de la mañana fue tan agradable como había amanecido. El cielo estaba despejado y las temperaturas eran cálidas, pero soportables.


Se sentó en cubierta para leer su libro, no sin antes aplicarse crema para el sol. Margo llevó otra silla y se sentó a su lado.


—¿Dónde está tu padre? —le preguntó a la joven.


—Está leyendo en su camarote. No le gusta que su trabajo sufra retrasos por culpa de las vacaciones.


—¡Ya!


—¿Te imaginas cómo sería poder vivir con este clima todos los días del año? —le preguntó Margo con anhelo en su voz.


—Sería increíble. Demasiado bueno como para que pueda ser real.


—¿Por que lo dicen, señoritas? —les preguntó Hernan acercándose a su lado.


—La vida real no se parece a esto —contestó Margo.


—Claro que sí —repuso el mientras se apoyaba en la barandilla del barco—. La vida real es lo que tú decidas que sea. No hay ninguna razón en el mundo por la que no puedas tener sol todos los días del año si eso es lo que quieres. Todo está en las decisiones que tomamos.


Margo se quedó mirando el océano. A Paula le pareció ver de nuevo en su rostro una sombra de resignación y arrepentimiento.


—Sí, pero sólo algunas personas pueden permitirse el lujo de tomar esas decisiones —dijo la joven.


—Puede que sea así —repuso Hernan mirándola a los ojos—. O a lo mejor es que el resto de la gente no se da cuenta de que son libres para decidir que es lo que quieren hacer con sus vidas.


Pedro llamó a Hernan desde el otro lado de la cubierta del barco.


—Bueno, tengo que irme —les dijo él.


Después de que se fuera Hernan, Margo se quedó callada algún tiempo.


—¿Crees que tiene razón, Paula? —le preguntó ella—. ¿Crees que cada uno decide su propio destino? ¿O es el destino el que decide por nosotros?


Paula se quedó pensando un tiempo. No pudo evitar reflexionar sobre lo que había sido su vida hasta entonces.


—Creo que las circunstancias hacen que a algunas personas les cueste más tomar decisiones que a otras. Pero sí, creo que la mayor parte del tiempo estamos donde estamos porque hemos elegido estar en ese lugar. Aunque muchas veces nosotros somos los primeros sorprendidos por las situaciones en las que nos encontramos.


—¿Hablas por experiencia?


—Me casé con el hombre equivocado. Y yo elegí ignorar las señales de advertencia que emitía.


—¿Estás divorciada?


Ella asintió.


—Lo siento.


—Me he pasado un año entero pensando en cómo vengarme de él. Yo también tengo parte de culpa en lo que ha ocurrido, pero eso no ha hecho que pueda aceptarlo mejor.


—Yo no tengo que preocuparme por distinguir a los hombres malos de los buenos —repuso la joven mirando el cielo—. A veces desearía tener otra vida.


—¿Y cómo sería esa vida?


—No sé —contestó con una sonrisa tímida—. Me encantaría no llevar gafas y ser rubia. 
Entonces, los hombres como Hernan se fijarían en mí.


—¿Por qué crees que no se ha fijado en ti tal y como eres?


—Los hombres como Hernan miran a mujeres como tú.


—Estás siendo injusta contigo misma, Margo.


—Oye, no quería despertar tu compasión. Pero conozco mis límites. La vida es mucho más fácil cuando aceptas cómo eres y no intentas aparentar lo que no eres.


—Lo sé. Eso es lo que hice y lo que nos separó a mi padre y a mí. Murió pensando que había malgastado ocho años de universidad para viajar por Europa dibujando y pintando.


—¿Eres pintora?


—Bueno, supongo que lo era.


—¿Lo eras?


—Hace mucho que no pinto.


—¿Por qué?


—Mi padre murió hace tres años y me di cuenta entonces de que lo había decepcionado. Decidí dejar de pintar y hacer algo que a él le hubiera gustado.


—Yo me he pasado toda la vida deseando ser tan inteligente como mi padre —le confesó Margo unos segundos después—. Nunca he salido con chicos porque lo que más me importaba era tener buenas notas. Ahora tengo treinta y cinco años y no sé ni cómo comportarme con los hombres.


—¿Quieres saber cómo hacerlo? ¿Quieres aprender a relacionarte con ellos y a atraerlos?


—Eso sería misión imposible.


Paula miró a Pedro y Hernan. Estaban ordenando el equipamiento de buceo.


—¿Por qué no dejas que me ocupe yo? Ya verás —murmuró ella.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 25




La cocina era tan pequeña que Paula apenas tuvo que moverse del sitio mientras Pedro le indicaba dónde estaban todas las cosas que ella podría necesitar para la preparación del desayuno.


Paula lo miró atónita, pero con interés, mientras él le explicaba que hacía pan cada día y que tenía un arma secreta para conseguirlo.


—¡Ah! De eso se trata —le dijo ella—. La verdad es que no te imaginaba aquí abajo todas las mañanas amasando y mezclando harinas.


—No. El truco está en el horno de pan. Se meten los ingredientes, conectas la máquina y vuelves dos horas después para encontrarte con un fabuloso pan recién hecho. Creo que es el mejor invento del siglo XX.


—Me sorprende tu entusiasmo. No me imaginaba que te gustara tanto la cocina.


—En un barco hay que hacer un poco de todo —repuso él.


Abrió un armario y sacó una lata con harina, un paquete de levadura fresca, leche desnatada y agua. Del frigorífico sacó un cartón de huevos.


—Yo añado un par de claras de huevo a la mezcla. No viene en la receta del pan, pero le da un toque especial.


—¿Cómo es que un tipo como tú sabe cocinar? —le preguntó ella con aparente interés.


—Pues, porque tengo que comer, como todo el mundo.


—¡Ah!


—¿Tú no?


—¿Qué? ¿Que si como?


—No, que si cocinas.


—Bueno, creo que quizá exagerara un poco mis habilidades en ese sentido…


—¿En serio? —preguntó él intentando parecer sorprendido.


—Ya te lo imaginabas, ¿verdad?


—Tu seguridad me pareció que tenía los pies de barro.


—Intentaré hacerlo mejor la próxima vez.


—No quiero que mi pregunta te suene machista pero ¿cómo es que no sabes cocinar?


Ella se encogió de hombros.


—Mi padre casi nunca estaba en casa cuando era pequeña y siempre tuve a alguien que me hacía la comida. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años.


—Lo siento.


—Gracias.


Él miró su mano, carente de anillos.


—¿Nunca has estado casada?


—Sí. Estoy divorciada.


—¿Y a él no le gustaba comer?


Ella sonrió.


—Él tampoco comía en casa.


—Veo que tu padre y tu marido se parecían bastante.


—No, la verdad es que no tenían demasiado en común.


Se dio cuenta de que había una historia amarga detrás de sus palabras, pero decidió no preguntarle, ya se lo contaría ella si quería.


—¿Y a ti? ¿Quien te enseñó a cocinar?


—Sobre todo mi madre. Soy de Texas y allí la comida es muy importante.


—¿Vuelves a menudo a casa?


—No, no demasiado —confesó él.


Ella parecía estar a punto de preguntarle por qué no lo hacía, pero decidió callarse. Se quedaron en silencio unos minutos.


—¿Y no has podido convencer nunca a ninguna mujer para que se encargue de estas tareas?


—Si lo que me estás preguntando con rodeos es si he estado casado, te diré que sí. De hecho, yo también estoy divorciado. Pero ella habría preferido morirse antes de entrar en un barco tan prosaico como éste.


Ella se quedó pensativa y suspiró.


—¿Crees que existen los divorcios amistosos? No he oído de ninguno.


—No, creo que es un oxímoron, dos palabras que se contradicen la una a la otra.


Paula sonrió.


Él colocó el molde con todos los ingredientes dentro de la máquina panificadora. Cerró la tapa y presionó algunos botones. Sintió que ella lo estaba mirando y levantó la vista. Recordó en ese instante cómo era sentir atracción por alguien.


Durante un segundo, vio la misma sensación en los ojos de Paula. Después, los dos apartaron la mirada al mismo tiempo.


Se pasaron media hora pelando y cortando fruta, sacando platos y haciendo café. Tuvieron cuidado de no mirarse a los ojos y de no rozarse al pasar.