lunes, 7 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 25




La cocina era tan pequeña que Paula apenas tuvo que moverse del sitio mientras Pedro le indicaba dónde estaban todas las cosas que ella podría necesitar para la preparación del desayuno.


Paula lo miró atónita, pero con interés, mientras él le explicaba que hacía pan cada día y que tenía un arma secreta para conseguirlo.


—¡Ah! De eso se trata —le dijo ella—. La verdad es que no te imaginaba aquí abajo todas las mañanas amasando y mezclando harinas.


—No. El truco está en el horno de pan. Se meten los ingredientes, conectas la máquina y vuelves dos horas después para encontrarte con un fabuloso pan recién hecho. Creo que es el mejor invento del siglo XX.


—Me sorprende tu entusiasmo. No me imaginaba que te gustara tanto la cocina.


—En un barco hay que hacer un poco de todo —repuso él.


Abrió un armario y sacó una lata con harina, un paquete de levadura fresca, leche desnatada y agua. Del frigorífico sacó un cartón de huevos.


—Yo añado un par de claras de huevo a la mezcla. No viene en la receta del pan, pero le da un toque especial.


—¿Cómo es que un tipo como tú sabe cocinar? —le preguntó ella con aparente interés.


—Pues, porque tengo que comer, como todo el mundo.


—¡Ah!


—¿Tú no?


—¿Qué? ¿Que si como?


—No, que si cocinas.


—Bueno, creo que quizá exagerara un poco mis habilidades en ese sentido…


—¿En serio? —preguntó él intentando parecer sorprendido.


—Ya te lo imaginabas, ¿verdad?


—Tu seguridad me pareció que tenía los pies de barro.


—Intentaré hacerlo mejor la próxima vez.


—No quiero que mi pregunta te suene machista pero ¿cómo es que no sabes cocinar?


Ella se encogió de hombros.


—Mi padre casi nunca estaba en casa cuando era pequeña y siempre tuve a alguien que me hacía la comida. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años.


—Lo siento.


—Gracias.


Él miró su mano, carente de anillos.


—¿Nunca has estado casada?


—Sí. Estoy divorciada.


—¿Y a él no le gustaba comer?


Ella sonrió.


—Él tampoco comía en casa.


—Veo que tu padre y tu marido se parecían bastante.


—No, la verdad es que no tenían demasiado en común.


Se dio cuenta de que había una historia amarga detrás de sus palabras, pero decidió no preguntarle, ya se lo contaría ella si quería.


—¿Y a ti? ¿Quien te enseñó a cocinar?


—Sobre todo mi madre. Soy de Texas y allí la comida es muy importante.


—¿Vuelves a menudo a casa?


—No, no demasiado —confesó él.


Ella parecía estar a punto de preguntarle por qué no lo hacía, pero decidió callarse. Se quedaron en silencio unos minutos.


—¿Y no has podido convencer nunca a ninguna mujer para que se encargue de estas tareas?


—Si lo que me estás preguntando con rodeos es si he estado casado, te diré que sí. De hecho, yo también estoy divorciado. Pero ella habría preferido morirse antes de entrar en un barco tan prosaico como éste.


Ella se quedó pensativa y suspiró.


—¿Crees que existen los divorcios amistosos? No he oído de ninguno.


—No, creo que es un oxímoron, dos palabras que se contradicen la una a la otra.


Paula sonrió.


Él colocó el molde con todos los ingredientes dentro de la máquina panificadora. Cerró la tapa y presionó algunos botones. Sintió que ella lo estaba mirando y levantó la vista. Recordó en ese instante cómo era sentir atracción por alguien.


Durante un segundo, vio la misma sensación en los ojos de Paula. Después, los dos apartaron la mirada al mismo tiempo.


Se pasaron media hora pelando y cortando fruta, sacando platos y haciendo café. Tuvieron cuidado de no mirarse a los ojos y de no rozarse al pasar.



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