jueves, 1 de agosto de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 58




Paula miraba abstraída por la ventanilla del coche, pensando en los Chaves.


—¿Te arrepientes de haberme acompañado? —le preguntó Pedro, rompiendo el silencio.


—Un poco. No entiendo cómo puedes tratar diariamente con el crimen, con la muerte... caso tras caso.


—No es tan malo. Me gusta mi trabajo. No las muertes, claro, sino resolver el rompecabezas y creer que puedo ayudar a la gente.


—Yo jamás me acostumbraría a esto. Es demasiado duro para mí. Si resulta que Mariano es un asesino múltiple, sus padres se derrumbarán.


—Me temo que nada podemos hacer para evitar eso.


—¿Crees que mató a Tamy Sullivan?


—Creo que es muy probable. Quizá a partir de entonces empezó a desarrollar su gusto por el asesinato.


—Pero no pudo haber seguido matando a mujeres durante todo este tiempo sin que nadie se enterara.


—A veces los impulsos de esa clase permanecen dormidos durante mucho tiempo, latentes. Hasta que una situación determinada dispara el mecanismo y los despierta de nuevo.


Pedro deslizó una mano por el respaldo de su asiento y empezó a acariciarle lentamente el cuello. Paula echó la cabeza hacia atrás, relajada, cerrando los ojos... y recordando lo que había sucedido la noche anterior entre ellos, bajo la lluvia. Lo que habían compartido en el pasado había sido algo típicamente juvenil, impetuoso: una seducción con grandes dosis de lascivia. Pero lo que compartían ahora era mucho más profundo, más intenso. Y más estremecedor.


—¿Qué pasó hace nueve años, Pedro?


—¿Qué quieres decir?


—¿Por qué huiste? ¿Acaso hice algo malo? ¿No constituía un desafío lo suficientemente emocionante para ti? ¿O simplemente estabas pensando en una aventura de una sola noche?


Pedro retiró la mano, concentrándose en la carretera.


—Creo que esta no es la mejor ocasión para hablar de ello.


—Estoy de acuerdo. La mejor ocasión ya la dejaste pasar.


Se encogió de hombros, suspirando, y finalmente se volvió para mirarla.


—Puede que no te guste mi explicación.


—Probablemente no, pero aun así necesito escucharla —aunque le evocara de nuevo todo el dolor que experimentó en aquel entonces. Porque, al ver su dolida expresión, intuyó que eso era precisamente lo que estaba a punto de ocurrir.





INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 57




Los Chaves no eran lo que Pedro había esperado. De hecho, les recordaban terriblemente a sus propios abuelos. Gente buena, que nunca había poseído nada que valiera lo suficiente como para temer perderlo. A quien sí lamentaban haber perdido era a su hijo, lo cual le hizo preguntarse si no sería tarea van a intentar sonsacarles algún tipo de información real. Porque era muy posible que hubieran fabulado su propio pasado, en el que Mariano aparecía pintado con tintes demasiado favorables.


Llevaban varios minutos cuando un viejo vehículo, con problemas en el tubo de escape, aparcó frente a la casa. Era un cliente. Jackson Chaves se disculpó para salir a atenderlo. Su esposa continuó con la conversación.


—No teníamos suficiente dinero para enviar a Mariano a la universidad, pero consiguió una beca. Se graduó el primero de su promoción. Así de listo era.


—Son pocos los que llegan tan alto... —comentó Pedro—. ¿Es su único hijo?


—Sí —por un instante miró a uno y a otra, con expresión vacilante—. Bueno, supongo que puedo decirlo. Probablemente Mariano ya te lo contó a ti, Paula. Yo no estaba casada cuando tuve a Mariano. Sé que la gente suele hacer eso ahora con más frecuencia, pero en aquel entonces no era algo muy común. Mis padres me echaron de casa, y Jackson me acogió y se casó conmigo. Es un buen hombre, Jackson, pero no es el padre verdadero de Mariano.


—¿Quién es su padre?


—Preferiría no decirlo. Estaba casado en aquel entonces. Guapo, inteligente, encantador.., como el propio Mariano. Cometí un error. Pero Jackson me ayudó a superarlo. Y nunca me arrepentí de haber tenido a Mariano. Jamás.


—¿Sabía Mariano que Jackson no era su padre biológico?


—Le conté la verdad cuando tenía diez años. Pensé que ya era lo suficiente mayor para saberlo, y que no tenía sentido seguir mintiéndole. Jackson siempre lo educó como si fuera carne de su carne y sangre de su sangre. Quería que tuviéramos más hijos, pero yo ya no podía quedarme embarazada.


—Su marido debió de ser un gran padre —comentó Paula.


—Sí que lo fue —de pronto, su sonrisa desapareció—. Pero Mariano no siempre fue bueno con Jackson. Recuerdo que cuando se enfadaba, le decía que no valía nada, que se alegraba de no llevar su sangre en las venas —se retorció las manos, nerviosa—. Aunque en realidad Mariano no lo decía en serio. Ya sabéis cómo son los chicos...


—A veces pueden llegar a ser muy crueles.


—Pero Mariano no quería serlo realmente. Es lo mismo que cuando se enfadaba conmigo y me decía que esta casa era asquerosa. Pero a veces luego salía al jardín y me traía un ramillete de flores, para consolarme. Así de dulce podía ser cuando quería.


—Supongo que debía de tener muchos amigos — pronunció Pedro.


—Pudo haber tenido todos los que hubiera querido, pero no salía mucho al pueblo. Decía que los chicos de la escuela eran estúpidos. Supongo que se lo parecerían, dado que él era tan listo. Uno de sus profesores decía que era un genio.


Inteligente y extraño. Y, probablemente, un psicópata criminal. Por lo que a Pedro se refería, las piezas del puzzle iban encajando perfectamente en su lugar. Lástima que no tuviera ninguna prueba sólida.


—Apuesto a que también tuvo sus novias —añadió Pedro, animándola a seguir hablando.


—Sí, tuvo una en particular, al final del instituto. Era una preciosidad. Muy bonita. Oh, tal vez no debería contarte todo esto, Paula...


—Oh, no, siga por favor. Me encanta saber cosas de Mariano, y su pasado no me da celos. Después de todo, ahora estoy casada con él...


Pedro no pudo menos que maravillarse de lo bien que estaba manejando Paula la situación.


—Mariano tiene mucha suerte de tenerte a su lado —la señora Chaves se inclinó hacia delante para darle una cariñosa palmadita en una rodilla—. De hecho, tú me recuerdas muchísimo a Tamy. Así se llamaba su novia de aquel tiempo, Tamy Sullivan. Su familia tenía dinero, pero ella no era nada engreída. Tenía el pelo del mismo color que el tuyo, y los ojos también. Mi hijo se volvió loco por ella —sacudió la cabeza, con expresión apenada.


—¿Qué sucedió? —inquirió Pedro.


—Una vez que se graduaron, Tamy se trasladó a Shreveport. Aquel mismo verano comenzó sus estudios en la universidad. Ni siquiera esperó hasta el otoño. Cuando vino a casa para ver a sus padres, alguien la asesinó. Se me ponen los pelos de punta cada vez que pienso en ello. Fue algo horrible. Encontraron su cuerpo en el arroyo que atraviesa la parte trasera de la propiedad de su padre. Despedazado.


—¿Detuvieron al cana... a la persona que hizo eso?


—El caso nunca fue resuelto. El padre de Tamy supuso que se trató de algún vagabundo de paso por su finca, pero no se encontró pista alguna. En cualquier caso, aquello estuvo a punto de matar a Mariano. Se pasaba los días encerrado en su habitación, en silencio. Aquel otoño fue a estudiar a la universidad de Little Rock, y desde entonces ya no lo vimos casi nada. Supongo que Monticello le recordaba demasiado a Tamy.


—Debió de ser muy duro —Pedro miró a Paula. 


Estaba muy pálida, y no se necesitaba ser un genio para saber lo que estaba pensando.


No quería que soportara más tensión. 


Continuaron charlando durante unos minutos más y salieron de la casa para despedirse del señor Chaves. El matrimonio abrazó a Paula, haciéndole prometer que volvería a visitarlos.


Una promesa que, probablemente, jamás llegaría a cumplir.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 56




La casa de Jakson y Mildred Chaves se levantaba a medio kilómetro de la carretera, al final de una polvorienta pista flanqueada de malas hierbas, con una valla de seto que se había convertido en una maraña de arbustos y enredaderas. En un letrero de madera podía leerse Taller Chaves Reparaciones de coches, pintado a mano. A un lado del camino había varios coches a medio desguazar, uno de ellos cubierto de herrumbre.


La casa no ofrecía mucho mejor aspecto. La puerta de pantalla estaba rasgada y la pintura de los muros se caía a tiras. Faltaba una contraventana y otra colgaba de una sola bisagra. Tan pronto como Pedro entró en la finca, dos perros negros corrieron hacia ellos, ladrando ruidosamente.


—Vaya comité de bienvenida... —comentó Paula.


—Perro ladrador, poco mordedor —repuso él.


Los perros se mantuvieron a una prudente distancia. Un hombre salió en aquel momento al porche. Era más bajo que Mariano, o tal vez fuera un efecto de sus hombros hundidos y su encorvada espalda. Llevaba una camisa de franela y un peto vaquero que le sobraba por todas partes, dada su extremada delgadez. 


Prácticamente calvo, lucía una perilla salpicada de canas. Arrastrando los pies, escupió algo que parecía tabaco.


—Me temo que nos hemos equivocado de casa, Pedro. ¿Estás seguro de que la información que has recibido acerca de los padres de Mariano es exacta?


—Lo es. La contrasté con la oficina del sheriff. El oficial con quien hablé me contó que los Chaves siempre habían vivido en esta zona. 


Desconocía, sin embargo, que tuvieran un hijo.


—No me extraña. No creo que Mariano los visitara con frecuencia, si iba diciendo a todo el mundo que habían muerto.


Pedro detuvo el coche frente a la casa. El hombre bajó los escalones del porche lentamente, cojeando de una pierna. Paula calculó que tendría unos setenta años. Ordenó a los perros que dejaran de ladrar.


—¿Algún problema con el coche? —les preguntó.


—No, funciona perfectamente.


—Entonces deben de haberse perdido. Se pierden muchos turistas por aquí. ¿Adónde van?


—A la casa de los Chaves.


El hombre se quedó mirando a Pedro durante unos segundos.


—Entonces no se han perdido —escupió otra mascada de tabaco—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?


—¿Es usted el padre de Mariano Chaves?


El viejo se acercó a ellos, entornando los ojos.


—Tengo un chico llamado Mariano. Es médico. ¿Lo conocen?


—No muy bien, pero la dama que viene conmigo sí.


—Soy Paula, la mujer de Mariano.


—¿Dice usted que es la esposa de Mariano? —inquirió el hombre, rascándose la perilla. Su tono daba a entender que no la creía.


—Sí. Espero que no le importe que nos hayamos dejado caer por aquí... Me encontraba en la zona, por motivos de trabajo, y decidí aprovechar la oportunidad. Tenía muchísimas ganas de conocerlo. Mariano me ha hablado mucho de ustedes.


El señor Chaves no parecía muy convencido, pero finalmente esbozó una tentativa sonrisa.


—La verdad es que Mariano nunca nos informa de sus actividades... ¿Cuánto tiempo llevan casados?


—Nos casamos hace diez meses, en Shreveport.


—Shreveport, ¿eh?


—Sí. Allí es donde vivimos.


—Bueno, parece que le ha ido muy bien. Entren en casa, por favor. Mildred se va a llevar una alegría enorme. Les preparará una cacerola de pollo y luego no parará de hablar hasta que se quede frío y ya no puedan comerlo, ya lo verán...


Bajaron del coche y siguieron al señor Chaves al interior de la casa, donde le presentó a su esposa. Tan pronto como la vio, Paula comprendió de quién había heredado Mariano su innegable atractivo. Era bastante más joven que su marido, de rasgos finos y ojos oscuros, que se llenaron de lágrimas tan pronto como fueron hechas las presentaciones.


—Dios mío... Eres la mujer de mi chico, y has venido a vernos... —tuvo que enjugarse las lágrimas con una punta del delantal que llevaba a la cintura—. Mariano es la criatura más inteligente del mundo, pero no es nada aficionado a las visitas. Por favor, cuéntame cosas, dime cómo le va todo...


Paula se concentró exclusivamente en los datos más positivos sobre Mariano: sus logros profesionales. Su madre parecía beberse cada una de sus palabras. No pudo evitar una punzada de culpabilidad por haberse presentado allí con engaños, sobre todo después de la emoción de la señora Chaves. Eran buena gente. Gente sencilla, de campo, sin pretensiones.


Tuvo que luchar contra el impulso de salir corriendo de aquella casa. Pero, en lugar de ello, se quedó sentada en el sofá, viendo cómo Pedro dirigía la conversación hacia el asunto que le interesaba.




miércoles, 31 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 55




Paula se sumergió en el delirio como catapultada por agitadas y sucesivas olas. No ignoraba lo que estaba haciendo, pero se sentía arrastrada por un ansia tan primitiva, tan básica y tan estrechamente ligada a su propio ser, que era incapaz de detenerse. Pedro la besaba desesperadamente en los labios, robándole el aliento, inflamándola de deseo.


Ajena a la lluvia, sembró de besos su rostro. El terror y la confusión de los últimos días se disolvieron, consumidos en el tórrido calor del momento. Las manos de Pedro parecían tocarla por todas partes, enredándose en su pelo, acunándole los senos, deslizándose bajo la cintura de sus pantalones y de sus bragas. 


Podía sentir en la espalda el duro metal de la puerta del coche, apretada contra el cuerpo de Pedro. Pero incluso el dolor formaba parte de aquel salvaje abandono, como si todas las reglas hubieran sido transgredidas, rotas.


Se aferraba a Pedro hundiendo los dedos en sus hombros sin dejar de besarlo en los labios. 


Deslizando una mano entre sus piernas, tocó su excitación a través de sus vaqueros empapados. 


Estaba dura como la piedra. El se apresuró a facilitarle la tarea, bajándose la cremallera para que sus dedos lo exploraran a placer. Paula podía sentir una cálida humedad en su ropa interior mientras introducía cada vez más profundamente la mano entre sus ropas, agarrando su erección.


Pedro le bajó entonces los pantalones, que resbalaron hasta sus pies. Para entonces los dos estaban temblando, ahogándose en el deseo que los consumía. Pedro, siempre Pedro


Nunca había necesitado a nadie como lo necesitaba a él en aquel preciso momento. 


Necesitaba la liberación y la pasión, necesitaba algo a lo que aferrarse mientras su mundo se derrumbaba. Nada en toda su vida le había parecido tan perfecto, tan adecuado.


Pero era un error. Emitiendo un gemido de dolor que parecía arrancado de lo más profundo de su alma, lo apartó de sí.


—No puedo, Pedro. Simplemente no puedo.


La soltó, apartándose. No podía ver su expresión en la oscuridad que los rodeaba, pero sabía que le había hecho daño. Descargó un puñetazo contra la puerta del coche.


—Maldita sea, Paula. ¿Cómo diablos lo haces? Te enciendes y te apagas como si tuvieras un interruptor.


—Yo no quería que sucediera esto. Simplemente... ha sucedido.


—Y que lo digas —le dio la espalda—. Tendrás que darme unos segundos para que me recupere —añadió en voz baja, ronca.


Paula le puso una mano en el brazo.


—No es que no te desee, Pedro. Te deseo. Pero no así.


—Lo sé —se volvió de nuevo hacia ella, acercándose, pero sin tocarla—. Puede que ese anillo esté durmiendo en el fondo de un río, pero sigues siendo una mujer casada.


—Eso forma parte de ello, pero es más que eso. No podré resolver lo nuestro mientras no haya terminado con Mariano... y con los asesinatos. Espero que lo comprendas.


—Lo estoy intentando.


—¿Qué te parece si nos ponemos a cubierto de la lluvia?


—Todavía no has terminado de cambiar la rueda.


—Ya casi me había olvidado —admitió él—. ¿Ves lo que me haces?


—Lo que nos hacemos el uno al otro —se pasó una mano por el pelo empapado—. Prométeme algo, Pedro.


—Si puedo...


—Cuando todo esto haya terminado... ¿me darás una segunda oportunidad?


—No voy a abandonarte, Paula —le puso un dedo sobre los labios—. Esta vez no. Me quedaré contigo hasta que seas tú la que no me quieras en tu vida. Si llega ese caso, claro.


Aquellas palabras le llenaron el corazón de una infinita ternura. Se sentía demasiado vulnerable.


—Yo te sostendré la linterna —le dijo, agachándose para recogerla del suelo—. Tú termina de cambiar la rueda. Cuando acabemos, nos cambiaremos de ropa.


Pedro asintió y se aprestó a la tarea. Terminó en unos pocos minutos. La tensión no había desaparecido; si acaso, había aumentado. 


Paula se dijo que debería tener cuidado durante el resto de la noche y en el viaje de vuelta del día siguiente. Con demasiada facilidad podría volver a terminar en los brazos de Pedro, o en su cama...


Él era el único que poseía el poder de aplacar el miedo y terror que habían ido apoderándose de ella a cada día que pasaba. Pero no podía comprometerse en otra relación sin cerrar definitivamente la que todavía la ligaba a Mariano. La imagen de su marido seccionando la carótida de una pobre y desgraciada mujer asaltó de pronto su mente, provocándole un estremecimiento de horror. ¿Estaría acechando aquella misma noche a una nueva víctima, esperando el momento adecuado para actuar?
¿O estaría en casa, furioso con ella por haberse marchado sin su consentimiento? ¿Planeando matarla y escapar sin castigo, al igual que había hecho con las demás? Apretó con tanta fuerza la linterna que se le agarrotaron dolorosamente los músculos. Y, de repente, el dolor se presentó acompañado de una horrible y vívida premonición. A no ser que encontraran una forma de evitarlo, Mariano la mataría. Su cadáver sería el siguiente en ser encontrado. Y el pobre Rodrigo se quedaría solo en el mundo.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 54




Mariano se hallaba sentado ante su escritorio, en su refugio privado situado encima del garaje. 


La luz era tenue. Hacía calor. Su whisky estaba frío. Y delante de él estaban sus trofeos. Los cuatro. Fotografías en blanco y negro, efectuadas con la intención de poder recordar y revivir cada detalle cuando quisiera. Pero tendría que detenerse pronto... al menos por un tiempo. Incluso los policías incompetentes podían tener suerte si hacía demasiada ostentación de su superioridad.


Aquellos fieles servidores de la ley, como sus estúpidas pruebas de ADN y sus arcaicos métodos a la hora de analizar la escena de un crimen, resultaban sencillamente patéticos. Podía imaginarse su sorpresa cuando examinaran el cadáver y comprobaran el rico surtido de tejidos orgánicos diferentes. Su quirófano era una fuente de abastecimiento constante de muestras de ADN, de todos los tipos. Y tenía otras en el hospital. Todo médico las tenía.


A Mariano no le importaban los policías, a excepción de uno de ellos: aquel que había invadido su vida y que iba a pasar aquella noche con su mujer. Le costaba imaginar que Paula pudiera considerarlo tan estúpido como para suponer que no estuviera al tanto de su aventura. La mataría, al igual que había hecho con las otras, pero ocultaría el cadáver para que nadie lo encontrara. Paula desaparecería, sin más. Rodrigo y ella. Y todo aquello sería suyo. 


La casa. El dinero de los Dalton. Su posición social. La policía sospecharía algo, pero jamás conseguiría demostrar nada.


Quizá no necesitara seguir matando después de aquello. Quizá sus demonios internos se apaciguaran y durmieran su sueño eterno. 


Quizá, al fin, sería simplemente el ilustre doctor Mariano Chaves... con sus recuerdos.




*****


Las primeras gotas de lluvia repiquetearon en el parabrisas cuando se estaban acercando a Ruston. En cuestión de minutos cayó un aguacero. Casi no se veía nada.


—¿Qué te parece si paramos a tomar un café? —le sugirió Pedro—. No me gusta conducir en estas condiciones.


Paula miró fijamente a través de la ventanilla. Todo estaba terriblemente oscuro y no conseguía distinguir ninguna luz.


—¿Dónde podríamos encontrar una cafetería?


—Hace un momento he leído el letrero de un hotel-restaurante. No creo que tardemos en verlo.


—Nos empaparemos nada más bajar del coche, a no ser que hayas traído un paraguas grande.


—Me temo que ni siquiera tengo uno pequeño. Antes solía usarlos, pero nunca los encontraba cuando salía de casa.


—¿Para eso te sirven tus dotes detectivescas? ¿Para no saber siquiera dónde pones un paraguas? ¡En buenas manos me he puesto!


Aquel inocente comentario estimuló la imaginación de Pedro, al menos por unos segundos, pero prefirió abstenerse de replicar. 


Paula había empezado a relajarse en su compañía, y no quería hacer o decir nada que pudiera inquietarla. Aunque, por alguna razón, aquella noche era incapaz de dejar de pensar en el pasado. Quizá fuera su cercanía. O su aroma. 


Un delicioso y fragante aroma que estaba haciendo estragos en su sistema nervioso.


Sospechaba que se trataba de la misma química que había funcionado desde el primer momento. 


Y todavía funcionaba. Nueve años atrás, había huido de ella. Y ahora estaba sumergido en la necesidad de protegerla… y torturado por el ansia de hacerle el amor. No estaba seguro de dónde terminaba una y dónde empezaba la otra. 


Seguía pensando en Paula cuando el coche empezó a bascular hacia un lado.


—Dime que no es lo que yo pienso... —murmuró con expresión alarmada, tocándole el brazo.


Pedro soltó un gruñido.


—Dime que siempre habías deseado ponerte a cambiar una rueda pinchada en medio de una furiosa tormenta.


—Buen intento, inspector.


Puso los intermitentes de emergencia y aminoró la velocidad mientras se desviaba por una carretera secundaria, poco transitada.


—Está muy oscuro —comentó Paula mientras Pedro apagaba el motor—. ¿Cómo te las arreglarás para ver algo?


—Tengo una linterna en el maletero.


—¿Quieres que te ayude?


—No hay motivo para que nos mojemos los dos —respondió, aunque le gustaba la oferta—. Tú mantén encendido el fuego del hogar —añadió bromeando, antes de bajar del coche.


Para cuando abrió el maletero y sacó la rueda de repuesto y las herramientas, estaba calado hasta los huesos. No necesitaba darse prisa. Ya le daba igual. Colocó la linterna sobre un termo vacío de café que también había sacado del maletero, y enfocó el haz luminoso sobre la rueda pinchada. No se mantenía muy estable, pero servía.


Había aflojado ya dos tuercas cuando la linterna se cayó del termo, hundiéndose en el barro. 


Mascullando unas cuantas maldiciones que no sirvieron para nada, volvió a colocarla en su sitio.


Trabajó rápidamente bajo la lluvia... hasta que la linterna se cayó de nuevo. Esa vez el cristal quedó completamente manchado de lodo. Lo limpió lo mejor que pudo con la camisa, y luego decidió hacer un tercer intento. Dos minutos más y ya habría terminado de cambiar el neumático.


—Yo te la sostendré.


Pedro alzó la mirada, sorprendido de ver a Paula de pie a su lado, empapándose también. La lluvia resbalaba por su rostro, pegándole la ropa al cuerpo, delineando cada curva... Estaba completamente empapada, como la primera que vez que habían hecho el amor. Perdió el aliento. 


De repente se vio asaltado por un torrente de sensaciones que lo desgarró por completo, vaciándolo de todo lo que no fuera una pura y primaria necesidad animal. Se olvidó de la rueda, de la lluvia.., de todo excepto de Paula.


Allí estaba ella, en sus brazos, dejándose besar. 


El pasado, el presente, el futuro… todo se fundió de pronto, mezclado con la lluvia y la pasión, y su vida entera pareció condensarse en aquel único y mágico momento.