jueves, 1 de agosto de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 56




La casa de Jakson y Mildred Chaves se levantaba a medio kilómetro de la carretera, al final de una polvorienta pista flanqueada de malas hierbas, con una valla de seto que se había convertido en una maraña de arbustos y enredaderas. En un letrero de madera podía leerse Taller Chaves Reparaciones de coches, pintado a mano. A un lado del camino había varios coches a medio desguazar, uno de ellos cubierto de herrumbre.


La casa no ofrecía mucho mejor aspecto. La puerta de pantalla estaba rasgada y la pintura de los muros se caía a tiras. Faltaba una contraventana y otra colgaba de una sola bisagra. Tan pronto como Pedro entró en la finca, dos perros negros corrieron hacia ellos, ladrando ruidosamente.


—Vaya comité de bienvenida... —comentó Paula.


—Perro ladrador, poco mordedor —repuso él.


Los perros se mantuvieron a una prudente distancia. Un hombre salió en aquel momento al porche. Era más bajo que Mariano, o tal vez fuera un efecto de sus hombros hundidos y su encorvada espalda. Llevaba una camisa de franela y un peto vaquero que le sobraba por todas partes, dada su extremada delgadez. 


Prácticamente calvo, lucía una perilla salpicada de canas. Arrastrando los pies, escupió algo que parecía tabaco.


—Me temo que nos hemos equivocado de casa, Pedro. ¿Estás seguro de que la información que has recibido acerca de los padres de Mariano es exacta?


—Lo es. La contrasté con la oficina del sheriff. El oficial con quien hablé me contó que los Chaves siempre habían vivido en esta zona. 


Desconocía, sin embargo, que tuvieran un hijo.


—No me extraña. No creo que Mariano los visitara con frecuencia, si iba diciendo a todo el mundo que habían muerto.


Pedro detuvo el coche frente a la casa. El hombre bajó los escalones del porche lentamente, cojeando de una pierna. Paula calculó que tendría unos setenta años. Ordenó a los perros que dejaran de ladrar.


—¿Algún problema con el coche? —les preguntó.


—No, funciona perfectamente.


—Entonces deben de haberse perdido. Se pierden muchos turistas por aquí. ¿Adónde van?


—A la casa de los Chaves.


El hombre se quedó mirando a Pedro durante unos segundos.


—Entonces no se han perdido —escupió otra mascada de tabaco—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?


—¿Es usted el padre de Mariano Chaves?


El viejo se acercó a ellos, entornando los ojos.


—Tengo un chico llamado Mariano. Es médico. ¿Lo conocen?


—No muy bien, pero la dama que viene conmigo sí.


—Soy Paula, la mujer de Mariano.


—¿Dice usted que es la esposa de Mariano? —inquirió el hombre, rascándose la perilla. Su tono daba a entender que no la creía.


—Sí. Espero que no le importe que nos hayamos dejado caer por aquí... Me encontraba en la zona, por motivos de trabajo, y decidí aprovechar la oportunidad. Tenía muchísimas ganas de conocerlo. Mariano me ha hablado mucho de ustedes.


El señor Chaves no parecía muy convencido, pero finalmente esbozó una tentativa sonrisa.


—La verdad es que Mariano nunca nos informa de sus actividades... ¿Cuánto tiempo llevan casados?


—Nos casamos hace diez meses, en Shreveport.


—Shreveport, ¿eh?


—Sí. Allí es donde vivimos.


—Bueno, parece que le ha ido muy bien. Entren en casa, por favor. Mildred se va a llevar una alegría enorme. Les preparará una cacerola de pollo y luego no parará de hablar hasta que se quede frío y ya no puedan comerlo, ya lo verán...


Bajaron del coche y siguieron al señor Chaves al interior de la casa, donde le presentó a su esposa. Tan pronto como la vio, Paula comprendió de quién había heredado Mariano su innegable atractivo. Era bastante más joven que su marido, de rasgos finos y ojos oscuros, que se llenaron de lágrimas tan pronto como fueron hechas las presentaciones.


—Dios mío... Eres la mujer de mi chico, y has venido a vernos... —tuvo que enjugarse las lágrimas con una punta del delantal que llevaba a la cintura—. Mariano es la criatura más inteligente del mundo, pero no es nada aficionado a las visitas. Por favor, cuéntame cosas, dime cómo le va todo...


Paula se concentró exclusivamente en los datos más positivos sobre Mariano: sus logros profesionales. Su madre parecía beberse cada una de sus palabras. No pudo evitar una punzada de culpabilidad por haberse presentado allí con engaños, sobre todo después de la emoción de la señora Chaves. Eran buena gente. Gente sencilla, de campo, sin pretensiones.


Tuvo que luchar contra el impulso de salir corriendo de aquella casa. Pero, en lugar de ello, se quedó sentada en el sofá, viendo cómo Pedro dirigía la conversación hacia el asunto que le interesaba.




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