miércoles, 31 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 54




Mariano se hallaba sentado ante su escritorio, en su refugio privado situado encima del garaje. 


La luz era tenue. Hacía calor. Su whisky estaba frío. Y delante de él estaban sus trofeos. Los cuatro. Fotografías en blanco y negro, efectuadas con la intención de poder recordar y revivir cada detalle cuando quisiera. Pero tendría que detenerse pronto... al menos por un tiempo. Incluso los policías incompetentes podían tener suerte si hacía demasiada ostentación de su superioridad.


Aquellos fieles servidores de la ley, como sus estúpidas pruebas de ADN y sus arcaicos métodos a la hora de analizar la escena de un crimen, resultaban sencillamente patéticos. Podía imaginarse su sorpresa cuando examinaran el cadáver y comprobaran el rico surtido de tejidos orgánicos diferentes. Su quirófano era una fuente de abastecimiento constante de muestras de ADN, de todos los tipos. Y tenía otras en el hospital. Todo médico las tenía.


A Mariano no le importaban los policías, a excepción de uno de ellos: aquel que había invadido su vida y que iba a pasar aquella noche con su mujer. Le costaba imaginar que Paula pudiera considerarlo tan estúpido como para suponer que no estuviera al tanto de su aventura. La mataría, al igual que había hecho con las otras, pero ocultaría el cadáver para que nadie lo encontrara. Paula desaparecería, sin más. Rodrigo y ella. Y todo aquello sería suyo. 


La casa. El dinero de los Dalton. Su posición social. La policía sospecharía algo, pero jamás conseguiría demostrar nada.


Quizá no necesitara seguir matando después de aquello. Quizá sus demonios internos se apaciguaran y durmieran su sueño eterno. 


Quizá, al fin, sería simplemente el ilustre doctor Mariano Chaves... con sus recuerdos.




*****


Las primeras gotas de lluvia repiquetearon en el parabrisas cuando se estaban acercando a Ruston. En cuestión de minutos cayó un aguacero. Casi no se veía nada.


—¿Qué te parece si paramos a tomar un café? —le sugirió Pedro—. No me gusta conducir en estas condiciones.


Paula miró fijamente a través de la ventanilla. Todo estaba terriblemente oscuro y no conseguía distinguir ninguna luz.


—¿Dónde podríamos encontrar una cafetería?


—Hace un momento he leído el letrero de un hotel-restaurante. No creo que tardemos en verlo.


—Nos empaparemos nada más bajar del coche, a no ser que hayas traído un paraguas grande.


—Me temo que ni siquiera tengo uno pequeño. Antes solía usarlos, pero nunca los encontraba cuando salía de casa.


—¿Para eso te sirven tus dotes detectivescas? ¿Para no saber siquiera dónde pones un paraguas? ¡En buenas manos me he puesto!


Aquel inocente comentario estimuló la imaginación de Pedro, al menos por unos segundos, pero prefirió abstenerse de replicar. 


Paula había empezado a relajarse en su compañía, y no quería hacer o decir nada que pudiera inquietarla. Aunque, por alguna razón, aquella noche era incapaz de dejar de pensar en el pasado. Quizá fuera su cercanía. O su aroma. 


Un delicioso y fragante aroma que estaba haciendo estragos en su sistema nervioso.


Sospechaba que se trataba de la misma química que había funcionado desde el primer momento. 


Y todavía funcionaba. Nueve años atrás, había huido de ella. Y ahora estaba sumergido en la necesidad de protegerla… y torturado por el ansia de hacerle el amor. No estaba seguro de dónde terminaba una y dónde empezaba la otra. 


Seguía pensando en Paula cuando el coche empezó a bascular hacia un lado.


—Dime que no es lo que yo pienso... —murmuró con expresión alarmada, tocándole el brazo.


Pedro soltó un gruñido.


—Dime que siempre habías deseado ponerte a cambiar una rueda pinchada en medio de una furiosa tormenta.


—Buen intento, inspector.


Puso los intermitentes de emergencia y aminoró la velocidad mientras se desviaba por una carretera secundaria, poco transitada.


—Está muy oscuro —comentó Paula mientras Pedro apagaba el motor—. ¿Cómo te las arreglarás para ver algo?


—Tengo una linterna en el maletero.


—¿Quieres que te ayude?


—No hay motivo para que nos mojemos los dos —respondió, aunque le gustaba la oferta—. Tú mantén encendido el fuego del hogar —añadió bromeando, antes de bajar del coche.


Para cuando abrió el maletero y sacó la rueda de repuesto y las herramientas, estaba calado hasta los huesos. No necesitaba darse prisa. Ya le daba igual. Colocó la linterna sobre un termo vacío de café que también había sacado del maletero, y enfocó el haz luminoso sobre la rueda pinchada. No se mantenía muy estable, pero servía.


Había aflojado ya dos tuercas cuando la linterna se cayó del termo, hundiéndose en el barro. 


Mascullando unas cuantas maldiciones que no sirvieron para nada, volvió a colocarla en su sitio.


Trabajó rápidamente bajo la lluvia... hasta que la linterna se cayó de nuevo. Esa vez el cristal quedó completamente manchado de lodo. Lo limpió lo mejor que pudo con la camisa, y luego decidió hacer un tercer intento. Dos minutos más y ya habría terminado de cambiar el neumático.


—Yo te la sostendré.


Pedro alzó la mirada, sorprendido de ver a Paula de pie a su lado, empapándose también. La lluvia resbalaba por su rostro, pegándole la ropa al cuerpo, delineando cada curva... Estaba completamente empapada, como la primera que vez que habían hecho el amor. Perdió el aliento. 


De repente se vio asaltado por un torrente de sensaciones que lo desgarró por completo, vaciándolo de todo lo que no fuera una pura y primaria necesidad animal. Se olvidó de la rueda, de la lluvia.., de todo excepto de Paula.


Allí estaba ella, en sus brazos, dejándose besar. 


El pasado, el presente, el futuro… todo se fundió de pronto, mezclado con la lluvia y la pasión, y su vida entera pareció condensarse en aquel único y mágico momento.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario